BLANCO


Un día es el comienzo. Te alegras, te tiene ensimismado, aprendes a ralentizar su latido, te esmeras en su equilibrio, avanzas, intuyes el destino, y de repente ocurre; se impone el silencio. Delirio. Bloqueo. Una página en blanco reposa insistente en tu pensamiento. No sabes qué ha ocurrido con el sonido de tus palabras, a qué lugar han ido a esconderse. Lejanas, no encuentras el hilo que las regrese; no encuentras el prisma que haga realidad el color de tu blanco. No puedes echar un pulso a ese silencio que te rodea, que te tiene amordazada, que anula esa necesidad de comunicar que antes se imponía tan poderosamente.

Hoy, mi mente es un batiburrillo de hilos deshilachados, desconectados, aislados y sin sonido. Mi pensamiento es como esa tela rota que se queda agitándose en el aire. Discontinuidad. Me quedo colgada de este silencio mientras en el aire se pierde aquello que quisiera decir y no me sale. Cedo todo mi tiempo al descanso, al vacío de las cosas que ha perdido mi mirada. Desconexión. La página en blanco que es mi mente se impone. Necia insiste en el desencuentro. Desinterés. Tiempo de espera. Quizá eso tenga que ser marzo. Un tiempo para el no sonido. Tiempo de lectura; de reposo en la palabra de los otros. Mi mirada descansa en ella, en el sonido que me llega de otro tiempo, de otro espacio. Lejanía. Tiempo de ausencia; ese vacío que deja toda palabra que no acaba de decirse. Marzo será largo, intenso y hermoso. Será de silencio, de viento y de lectura. Late insistente la presencia de esa página en blanco que no se atreve a decirse o a desdecirse. Página de desencuentros. Sin sonido. Esa página que intuyéndose perdida, podría ser encontrada. O no... quizá no. Blanco.

DESCANSO...

... And Goodnite
close your eyes and just sleep tight
ill lie awake and watch you dream
to be sure that all of your dreams are pure


Ahí está esa mirada, la de la reflexión; punto y aparte. Descansar no sólo en el sueño, también durante esta vigilia de rutinas que es nuestra vida. Observar el conjunto de las cosas que se viven durante un tiempo de silencio, hacerlo con la sensación de que esa vigilia tan sólo es un sueño que necesita ser interpretado sin arrebato, con juicio sereno. Descansar este tiempo de incertidumbre en la levedad de lo que se mira con perspectiva. Tiempo al tiempo. Nuestra vida colocada en un horizonte que miramos a lo lejos, desde este yo que se encuentra en descanso. Leve. Criterio que se mece en ese límite poco nítido que es la vigilia cuando se deja atrapar por el sueño. Se descansa. Ocurre por fin...

MARIPOSAS

Ver en lo que no es perfecto la maravillosa mariposa que llegará a ser no es nada fácil, y sin embargo, su esencia late ahí, en ese conjunto de desencuentros. En lo imprevisible. En la rotunda libertad de nuestra mirada. Sólo es necesario el gran latido de todo aquello que nos regala el tiempo para que se produzca esa infinita transformación. Si hay alguien a quien dedico especialmente estas palabras es a mi hija. A ella y a toda su esencia; a todo lo que aún le queda por descubrir de sí misma. A ese infinito color de su mirada que empieza ya a crecer poderosamente. Te quiero, mariposa.



** En el blog, Montse nos ha dejado esta historia fascinante. Gracias.

LA PALABRA CALLADA


Ya son varias las veces en las que hablo de la soberbia de las palabras. Me he detenido a menudo en todo lo que ellas queriendo regalarnos, no pueden transmitir. Son soberbias por creerse grandes, dignas hijas de esa prepotencia que quiere necesariamente imponerse a las demás historias, a todas esas que son más humildes, más calladas, que habitan un silencio de dolor, de belleza, de inmortalidad. Lo infinito siempre permanece en silencio. Así, calladamente. Las palabras soberbias, siempre tienen bombos y platillos. Las palabras calladas no. Ni siquiera sabes que las buscas.

En esta mañana de sol, mientras realizaba labores cotidianas del sábado me he quedado colgando de la palabra callada. Esas historias que desde su humildad nos transmiten la grandeza de lo imperecedero. Palabras que nos regalan lo que siempre permanece a pesar del tiempo que pasa sobre ellas, a pesar de la diversidad de escenarios que puedan llegar a habitar. Palabras de silencio y sonido imperceptible. Imperecederas por la tragedia que sostienen. Perdida en esta retahila mientras limpiaba la casa he llegado a su verdadero color: detrás de las palabras calladas nunca encontrarás la soberbia del rojo, la sonoridad del estruendo. En su en su verdad, sólo habita la sencillez, la humildad, los recodos invisibles en los que normalmente la belleza ha ido a esconderse. El color de un cielo azul que pasa desapercibido. Y me he dado cuenta necesariamente de la no soberbia de algunas palabras, de esas que se quedan como en silencio. Calladamente.

No suelen encontrarse en esas estanterías de best-seller entretenidos y de lectura rápida. Ni siquiera sabrías dónde ir a buscarlas. No tienen un lugar exacto. Permanecen recogidas en su no presencia. Suelen ser historias que un día te encuentran por casualidad. Habitadas de olvido, sigue en ellas el permanente latido de verdad que es su narración. Latido escondido, así es como normalmente nos encuentran, desde su no-sonido. Damos con ellas por casualidad, sin voluntad, tanta inconsciencia tienes de su búsqueda que llegas a pensar que son ellas las que en realidad te han encontrado a ti. Siempre son un regalo inesperado. La vida tiene estos rincones. Pienso que esto también ocurre en este mundo de blogs: de repente un día te das de narices con esas palabras calladas. Esas que sin ninguna prepotencia te regalan desde su silencio el sentimiento que andabas buscando, el sentido de esa escena que no acertabas a interpretar. Y sonríes. O lloras. Inevitablemente. Te alegras por el encuentro, por ser el privilegiado interlocutor en que ellas, desde su silencio, han venido a posarse.

Todos recordamos descubrimientos así; libros e historias imperecederos que dejan a nuestra alma el reposo que no tienen las palabras sonoras, grandes y de ruido mundanal que puedes encontrar en las estantería coloridas de los grandes almacenes. Esas palabras calladas, inesperadamente, han venido a sostener un poco nuestra mirada perdida. Son palabras a las que siempre regresarás, eso lo sabes ya casi nada más tocarlas.

Palabras calladas, esas que necesitando tanto ni siquiera sabías que buscabas. Que han salido a tu encuentro. Inesperadamente.




** Dedicado a las palabras de José Jiménez Lozano. A modo de agradecimiento por todas esos silencios que me ha regalado con sus historias. Por la belleza escondida en la sencillez con la que su mirada ha ido a posarse sobre las cosas, sobre las personas. Por ese dejar en sus palabras el silencio de la belleza, todo lo que desde su no grandeza gritan sus palabras. Si os tuviera que recomendar un libro, diría que cualquiera. Pero sé que El Mudejarillo y La boda de Angela me acunan especialmente. Esos fueron los que un día, hace ya muchos años, salieron a mi encuentro.

CERCANÍA


Entró en la habitación sonriendo. Dejó una pequeña bolsa encima de la cama. No estaba nerviosa, sus gestos eran calmados, pausados. Sabía que ingresaba para realizar un estudio, una serie de pruebas le pondrían nombre a una pequeña lesión que le habían detectado. Aún así, transmitía esa calma que es capaz de contagiarse, de colarse entre los poros de la piel de quienes están a su lado. Mientras me contestaba a algunas preguntas y le iba mostrando cómo era la habitación, ella iba sacando de su maletita las cosas; el neceser, una toalla, un camisón, una bata. Todos esos pequeños utensilios para el aseo diario, para estar como arreglada dentro del hospital. Tuve la percepción de que era coqueta, de que le gustaba verse guapa. Me encanta la gente así, que atusa y mima su presencia física. Yo pensaba en lo tranquila que estaba, en su ritmo lento, en su capacidad de sonreír. Quizá su calma fuera producto de una asimilación previa, de un miedo ya madurado desde ese primer instante del día anterior, en que le dijeron que tendría que ingresar. Ella no ingresó por urgencias; lo hacía con la rutina de los programados. Salió de su casa con las cosas necesarias, con la maleta hecha. Era sorprenderte verla así, y algo te decía que no era producto de la ignorancia. No. Ahí estaba, con toda su presencia, la calma de todo un mar azul, un mar que sabe de su propia profundidad.

_ Bueno, a ver si no se me hace muy largo este ingreso. No sé cómo se las van a arreglar los tres hombrecitos que dejo solos en casa durante estos días. No quiero ni pensarlo._ Se ríe como para adentro, su rostro no transmite el menor atisbo de angustia. _ El peque sólo tiene cuatro años, ya va al cole. Pero ahora lo tendrá que llevar el mayor de todos; mi padre, que con 84 años se verá un poco liado. Me da la risa sólo de imaginármelos, aunque también estoy un poco preocupada. Créeme si te digo que es lo único que me preocupa. Mi marido sale muy pronto para el trabajo, pero bueno, menos mal que lo podrá ir a buscar. Espero que esto no sea nada, tengo que cuidar de mi padre y de mi hijo… así que deseo que se me haga corto._ Con un gesto me enseña un libro. Me emociona ese gesto, esa seguridad que pone ante el libro, en esas palablras que irán salvando casi sin querer, su propia historia, el instante de este ingreso.

_ A ver, a ver si estos doctores no se demoran, y desde luego lo vas a hacer con una buena compañía._ Me quedo observando el título de su viejo libro y sonrío. _ De todos modos ya sabes que esto es como las cosas de palacio, pero sin mar. No hay vistas al mar en este hotel, siento decepcionarte..._ Le guiño un ojo. _ Pero mira, te ha tocado una habitación con un estupendo ventanal, soleada… y por la noche, si observas hacia allí, en esa dirección, te encontrarás con la hermosa Pulcra Leonina. Es todo un regalo verla tan iluminada por la noche. Pero no se te vaya a olvidar que aquí las cosas a veces se hacen un poco largas. Es como un palacio, ya sabes, y todo va más despacio de lo que esperamos… pero va, que es lo que importa ¿eh?... no lo olvides._ Se lo digo como medio en broma. Y mientras lo digo, lo único que quiero es verla sonreír. Que pueda permanecer en esa sonrisa. En esa prestancia que le da a las cosas cuando las mira así, desde su mirada azul que sonríe. Su amabilidad me conforta, y pienso en lo difícil que es encontrar alguien así. Nuestros miedos generalmente sólo dejan espacio a nuestro egoísmo; anulan la capacidad de traspasar las propias fronteras del yo. Supongo que es normal, pero a ella no le sucedía. Lo percibí desde el principio. Y me digo una vez más que cuando franqueamos la puerta de un hospital, ya no cabe el engaño; somos el yo que somos, para bien o para mal, pero eso somos.

Salgo de la habitación. Y ya en el alma se me coloca un peso conocido, el peso de los otros, esa congoja por la historia de los que son iguales a mí. Y veo a mi hija, a mi padre, a mi madre. Y me digo que es cierto, que a estas alturas no les puedo fallar, que aún me queda mucho por hacer. Que necesariamente he de estar. Ella sólo dijo: Tengo que cuidar de mi padre y de mi peque. Y se me quedó esta frase grabada toda la tarde. Toda la dichosa tarde sujetando el peso de esa frase, la certeza de una historia que no era la mía, pero que bien pudiera serlo. Y te tienes que parar. ¡Cómo no te vas a parar! Claro que lo haces, así, totalmente en seco.

Y sabes que te tienes que alejar de toda esa historia que no es la tuya, pero también sabes bien que a estas alturas de tu vida ya no puedes. Que los demás no te dan igual. Y te acercas a lo único que te queda; a la necesidad de tu alma, a la ausencia de tu grito. Y sin saberlo te pones a rezar. Sigues con la rutina de tu vida, con las carreras de cada día, con todo lo que sigue después. Haces la cena, las cosas de casa, la compra, los deberes al lado de tu peque, y rezas. Estás rezando sin saber que rezas. Y luego por fin, cuando ya puedes quedarte sola y en silencio, cuando ya quieres dormir, por fin es posible: lloras. Egoístamente. Lloras dando gracias a la Vida por los dones recibidos, pero sobretodo lloras por las historias que no siendo la tuya, viven a tu lado. La vida es a veces muy traicionera, eso lo sabes muy bien. Demasiado. Lo ves todos los días. Y ya no puedes más, y dejas de rezar en silencio. Tu voz es una oración que se puede oír bien clara, que clama por ser eso, oída claramente. Oración con sonido. No sabes si rezas por los demás, o egoístamente por ti misma. Al final, nunca sabemos bien. Pero eso ya da igual, la diferencia no es mucha. Sabes que en el fondo nada te diferencia de esas otras historias. Nada. Ellas eres tú. Y rezas porque sabes certeramente que cuando las campanas doblan, también lo están haciendo por ti.



** Para todas esas enfermeras que le dan una patada a su realidad, que se quedan con las historias de la gente y son capaces de acunarlas un poco. Y especialmente, para esos enfermos que sonríen tan estruendosamente y le dan una lección al futuro con su presente. A ellos, que me han enseñado a contar la vida así, trozo a trozo. Gracias.

VALENTÍA


Qué necesario es parar. Congelar por unos días aquello que aunque importante, no es necesario. Parar en seco. Ensimismarse. Adentrarse en los desencuentros del alma. Intentar ver sus números, los del ser. No sin dolor. Se me han quedado bailando en el pensamiento dos entradas: una de Modestino, y otra de Sunsi. Ellos seguro que no pensarían jamás que sus palabras pudieran quedarse así, tan colgadas de mi pensamiento, bailando en lo más hondo de mi persona. Y ahí están. Acunándome en cierto sentido. Son como una pequeña candela que en momentos de desencuentro dejan un reposo de luz, de emoción contenida que necesita tener sus propias riendas, una salida; poder soltarse al viento, ser por fin tacto. Estos días son así; como de silencio, sin palabras, con sentimientos que han de ser desenmascarados, perfilados, tocados. Saber qué se siente y por qué se siente así. Nos sucede a menudo. Es necesario parar. Quedarse en la remembranza de unos ojos, de unas manos, de una mirada. En lo que eres y en lo que no fuiste capaz de ser. Echar de menos aquello que tu presencia no supo dar, y echarlo de menos dolorosamente.

Y te quedas en esos ojos que te devuelve el espejo y desde el silencio, los acunas; sin juicios, sin retahilas quisquillosas. Los adivinas tal cual son. Y quieres pode dejar el lastre de lo que un día nos inventaron, de lo que un día esperábamos, de lo que no supimos dar y necesitas sentirlos en su realidad; que son ojos humanos. En este presente tan hermoso y cotidiano, doloroso y sublime, son mis ojos los que me miran. Esa mirada que te habla de los números de tu alma, de la medida de tu dolor. De cuánto estás queriendo y cuánto te están queriendo. Posiblemente, nada sea más necesario. Nada. Aunque estemos rodeados de cosas importantes, el Todo es siemprees así, de silencio. Insustituíble. Y nos está esperando; a cada uno de nosotros, en las esquinas más inesperadas de cada día.



**Gracias Sunsi, Modestino... por las palabras.

LA NO PRESENCIA DE LAS PALABRAS


Invisible, te paseas por mis palabras. Me pregunto qué es lo que te empuja a seguir sobre ellas cuando no eres capaz de comprenderlas, de entrar un poco en lo que ellas quieren expresar; esa realidad que habitan. Vuelves una y otra vez, y no sabes muy bien qué te mueve a hacerlo. O quizá sí, sí lo sepas. Desde el silencio de tu mirada dejas caer de vez en cuando todo tu pensamiento sobre ellas. ¿Qué te dicen? ¿Qué es lo que te atrae o repele de ellas que sientes la necesidad de estar aquí?

Necesitas leerlas, ver cómo son, cómo se mueven en este mundo tan amplio de la red, tocarlas desde tu perspectiva. ¿Por qué? ¿Qué sentimientos hacen que entres por aquí, que busques las palabras que no entiendes? Aquí sólo hallarás el recuerdo de lo que un día te contrarió. No busques nada en ellas. Se necesita una mirada neutra para poder entrar en estas palabras, y no sacarlas de quicio. Para no juzgarlas. Aún no has sido capaz de comprender que mis palabras no son mi yo. Que yo no soy como ellas. Pero tú eso no lo sabes, quizá porque tú sí te ves como tus palabras. Las mías, sencillamente, no lo son. Muchas veces lo quisiera, sí, parecerme un poco a ellas, a todo lo que desde su limitada posibilidad quieren expresar. Otras no, otras no quisiera para nada ser igual a ellas. Son soberbias, se creen que lo saben todo. Y amiga mía… el todo, es un imposible. Nadie es todo en la misma medida en que nadie es nada.

Pero tú necesitas volver, buscas la brecha que te pueda acercar a un juicio, tienes la necesidad de arruinarlas, de apocarlas, de dejarlas ridículas. Y es cierto, muchas veces, lo son. Ridículas y soberbias. No me juzgues cuando te encuentres con ellas, cuando las busques. Yo no soy estas palabras, no estoy en ellas. Ellas son independientes, nada tienen que ver con lo que a mí me pueda hacer inmensamente grande, tampoco con todo aquello que me pueda volver infinitamente miserable. No soy ellas, ni tan siquiera estoy aquí. Mis palabras sólo son pensamiento, aquello que yo veo, que deseado o no, en absoluto llego a ser por mucho que a veces lo quisiera. La calma y la intemperancia no suelen estar nunca en la misma estancia. Somos pura contradicción, por eso no me hallarás en estas palabras. Nunca somos lo que nuestras palabras son. Siempre seremos mucho más… o mucho menos. No se sabe bien. Nunca.

CANSANCIO



Cuando empezaste tu camino, nunca pensaste que las cosas que has vivido fueran a ser para ti. Esto que ahora sientes tan tuyo, que has reconquistado con el esfuerzo de un titán no era lo que esperabas. Tú no quisiste nunca estar aquí. En este espacio de desencuentro. Y sin embargo, has sabido darle la vuelta a la circunstancia de tu tiempo, y aunque te reconoces en esa decepción que asoma a los ojos cuando recibimos un regalo que para nada queríamos, eres capaz de sonreír. Tu disgusto primerizo fue atemperado. Recolocada cada decepción encontrada. Conseguiste darle la vuelta a tu vida, a ese lugar no esperado, y has convertido esa estancia en tu hogar. Esta es la vida que tienes, aunque jamás la esperaras. Te gusta. Pero es inevitable en ciertos momentos no caer en el pesimismo. En la no lucidez del tiempo que es presente.

Decepción. Así es este día de esfuerzo. Las cosas no están saliendo como esperas. Y te ahogas en tu yo sin respiro. Aire. Te preguntas dónde está el aire, y si te podrán conceder el tiempo que no tienes para poder respirarlo. Qué difícil es a veces conseguir una tarde, un horizonte, un rato de soledad. Pero tú no te rindes. Y le vuelves a dar la vuelta a eso que te contraría. Te quedas una vez más en el reverso de las cosas. En la otra cara de la decepción. Es entonces cuando es posible esbozar una pequeña sonrisa. Esa que te permite saber que aún sin aire, respiras. Y te dices a ti misma que mañana será otro día; este mismo sol y una nueva luz. Te recuestas por fin en la cama y te escondes un rato en otro mundo, en otras palabras. En todas las historias que aún te quedan por leer. Y por fin… rendida, te duermes.


REENCUENTRO


Me emociona visiblemente tener estas muñecas en mi habitación. Te siento cerca, y hoy, el tacto de esas matrioskas me trajo a través de los recuerdos tu presencia en mi tiempo. Aquellos años de Pamplona...

Te interpretaba, te reconocía, a veces, incluso con pudor. A veces me tocaba la fibra ver tus ausencias, tus carencias. Quizá, quizá porque eran muy parecidas a las mías. Algunas impresiones necesitaban ser acunadas por el silencio, así que, muchas cosas que veía las acunaba, desde ese silencio. A veces pensaba que eras un espejo. Quizá esa que veía en tí fuera simplemente yo. A veces lo pensaba.

Cuando te conocí eras una joven a la que había que cuidar, no exigías, todo lo contrario; te dabas. Sé que soy capaz de ver más de lo que se puede ver en unos sencillos gestos. Esto a veces me intimida, siento muchísimo pudor por ver en el otro lo que jamás me atrevería a preguntar. Tú lo sabías, pero nunca solíamos hablar de ello. El silencio era su mejor estancia.

Me emociona tu alegría. A menudo me recuerdas a alguien, como en la canción; en esa emoción no contenida de tus percepciones. Eres impulsiva. Lo que más me sorprende, es que me piensas mejor persona de lo que soy. Eso siempre me sorprendía. Sé que no puedo decir que no me conoces, porque me conoces. Eso hace que aumente mi perplejidad.

Me digo a mí misma que siempre hay algo que permanece en las personas por mucho que pase el tiempo. Aún puedo sentirte igual a a quien eras entonces. Habremos cambiado, seguro, pero probablemente eso que es esencia, no haya desaparecido. No desaparece nunca. Nos vamos haciendo mayores, ya no somos como éramos, no, y aún así, soy capaz de reconocer lo que siempre ha estado. Lo que siempre late en tu presencia. Generosidad. Afán de hacer felices a los demás. Necesidad de tener raíces, tus casa, tu familia, este hueco que es y siempre será tuyo. Necesidad de ser parte de alguien, de algo. Intuyo algunas de las carencias de tu mirada; tus pensamientos ausentes. También reconozco unos ojos que han sabido certeramente hacia donde tenían que mirar. Has sabido poner el equilibrio a la balanza de tu vida. Y amiga mía, eso es todo un don. No es nada fácil conseguirlo. Admiro tu tesón, tu lucha, tu constancia. Tu insistencia en el olvido de lo que no salió como tendría que haber salido, es tu sabiduría, lo que te mueve a seguir. Eso hace aún más perceptible la alegría que pones en lo que está por llegar. Eres esperanza, y la transmites con tu capacidad para crear. No sólo cosas; como esas matrioskas maravillosas. No, no sólo hablo de lo que se hace con las manos. Hablo de esa capacidad para crear, para respirar espacios concretos, con oxígeno. Tú eres hogar. Tu casa, cualquier casa que pueda ser habitada por tí siempre lo será. Y hoy en mi casa, habita un poco de esa presencia hogareña. Gracias.


** Y sí, las matrioskas ahora están, en mi estantería. Y la camisilla de la peque es preciosa. Molt gracies Anna.

ESA ERES TÚ


¿Cómo late el presente ante la ausencia de futuro? ¿En qué se posaría nuestra mirada si un día, de repente, presentimos nuestra ausencia en las cosas que ahora tocamos? ¿Qué esencia tendrá tu alma cuando lo único que queda es este presente, este aquí, este ahora? Todo eso, todo eso que late cuando ya no hay futuro, todo eso que sale necesariamente ante la ausencia del tiempo, todo eso, es lo que tú eres. ¿Lo podrías pensar?

Ante ese llanto ilimitado, conmovido, atrapado por la ausencia de futuro, late toda nuestra querencia. Nuestra permanencia se quisiera quedar en las cosas que observamos, en las personas que acariciamos… querríamos la eternidad para ese tacto, para esa mirada. Esa sensación de prisa que a veces sugerimos cotidianamente de una forma tan banal, se tornaría algo ridícula. Cuando ya no hay tiempo para abarcar la posibilidad, de repente, sientes que eres; y necesitas la brisa, el aire, el horizonte. Necesitas ampliar la percepción exacta de tu tiempo. Despiertas.

Queremos ser. Queremos permanecer. Dejar con sonido las palabras que sostienen nuestro mundo. Enlazar nuestra presencia a las cosas que fueron importantes para nosotros. Trabar el brillo de nuestra mirada a los ojos de las personas a las que tanto queremos. Pronunciar cada palabra en su exacto significado, ese que necesariamente tienen para nosotros. Hacer aquello que no debiera esperar. Aquello que de no ser realizado, se quedará sin tiempo, sin espacio, sin sonido. Y sin presencia nuestra alma. De repente, esa eres tú. Esa que busca el espacio de lo verdadero, de lo que necesariamente ha de ser interiorizado, de lo que has de llevarte en tus manos inmóviles, todo, todo aquello que ya no puede esperar. Ese momento en el que al llegar al Todo, ya no necesitas esperar nada. Eres, esa eres tú.

Atrévete a caminar bajo la lluvia. ¿Podrás sentir su tacto?

** Película de permanencias: Mi vida sin mí, de Isabel Coixet.

AL ENCUENTRO




Ayer encontré un libro que me acompañó durante lo que fue un espléndido verano, aquel verano de adolescencia y egoísmo anclado. Recuerdo su intensidad, lo que me enganchó, qué embebida estaba en la historia, y cómo permitió que mi desencuentro saliera por fin convertido en un sentimiento de serenidad. Me recuerdo llorando en la terraza soleada del ático de las casa de mis padres, sola, soltando todo ese lastre que nos ata en ese tiempo de nuestra primera juventud. La vida entonces salía a mi encuentro entre sentimientos de rebeldía, soledad, tristeza, en la avidez por vivirlo todo. Ansiedad sin control. Y justo en ese verano, fui a dar con esa historia que me regaló la quietud, la reflexión y la templanza. Luego leí otros títulos del mismo autor, pero ninguno me llegó tan necesariamente como ese primer encuentro.

En aquellas palabras encontré el latido de mi exacta percepción. Latía la necesidad de que todo ha de ser atemperado; reposar esa querencia de salir al camino sin saber muy bien por qué salíamos, ni a qué. Captar la templanza en aquella historia que se me regalaba. Mi adolescencia comenzó a tener mansedumbre. Aquel tiempo en el que nada era concreto y en el que se quería tener todo empezó a captar el ritmo de la espera. A saber de la necesidad de vivir en la espera.

Volví a mi adolescencia. El tiempo en el que se mezcla todo. La confusión casi se podría tocar: sentimientos desencontrados, realidad y ficción mezcladas, ese necesario egoísmo del yo porque si no uno se sentía ahogar, esa necesidad de asirse a algo, de salir, de ser. Instantes en que queríamos necesariamente ser, pero que vivíamos sin querer reconocer que la posibilidad no es realizable sólo con la intención, que es necesario el esfuerzo, la paciencia, la espera. Lo queríamos todo sin esperar, sin quere esforzarnos. Y más aún, desconocíamos que no todo se puede conseguir a pesar de la paciencia. Que la Vida es inteligente, que nos dá exactamente nuestro lugar, y que éste algunas veces, no es el que probablemente deseamos. Eso, eso se aprende después. Entre desencuentros aprendíamos a priorizar. No teníamos datos, pasado; solo esperábamos el porvenir. Ahí estaba todo un carácter, sin atemperar, imperfecto, exigiendo a cada paso la perfección. Y aquel verano sucedió. En una puñado de palabras, metida en una historia que no era la mía, la vida salía a mi encuentro.

Toco este libro, sus tapas, sus hojas ya amarillas, y ese olor a viejo de los libros usados y guardados desde hace tiempo. Y me pregunto qué verdad sabrá encontrar en él mi hija. Si hallará la percepción que yo toqué, que yo lloré con mi alma. Quizá hoy en día no sea fácil comenzar este camino de adolescente, quizá este tiempo sea aún más egoísta, quizá no consigan tanta soltura para enfrentar el precipicio. No lo sé. De lo que sí soy consciente es de que el reto es el mismo, que han de ser valientes para dar el salto, que han de querer darlo, más grande o más pequeño, que han de asumir que su intemperancia se verá modelada por las lágrimas, por todo ese desencuentro que es esperar algo que no te va a ser concedido. Y saber que no es porque sí, que nada es por nada. Que ese dolor por lo no hallado les regalará la exacta medida de su presencia.
Hoy, el salto lo han de dar muy pronto. Ni siquiera sé si están preparados, pienso que probablemente les hemos protegido demasiado. La vida se ha adelantado, y como siempre, nos sigue sorprendiendo. No sé si para mejor. Lo cierto es que ahí está. Y ellos se habrán de preparar para saber que sus ojos tristes tendrán que acoplar cada minuto intenso con que la vida les salga al encuentro. Que sus ojos rebeldes sabrán encontrar su camino. Que darán con la exacta medida del yo que los sostiene.

Ayer me encontré con un buen amigo; sus palabras volvieron a recordarme quién soy. O más exactamente, lo que nunca, nunca, he dejado de ser. Cuanto reposas los ojos sobre las historias que te atraparon irremediablemente vuelves a recordar esa parte escondida del yo que eres. El reencuentro con tus libros más queridos es vivir de nuevo en aquella mirada que tenías cuando lo leíste por primera vez. Y piensas que es como si nada hubiera cambiado, que tú sigues ahí, en ese instante sostenido por una frase. Reconoces de nuevo la joven que fuiste, y sabes firmemente que aún permanece. Que aunque sea cierto que todo ha cambiado, que has cambiado, sigues siendo aquello que te dolió, aquello que te hizo llorar, aquello que de alguna manera te tocó. Que tus ojos siguen siendo aquellos ojos, y que aún, lo sigues esperando todo.


DESORDEN


Me quedo observando por unos minutos mi rincón, esta habitación de caos ordenado; en ella presente el orden de mi desorden. Encima de la mesa se entremezclan papeles que se descuelgan, que no saben entrelazarse, que ya no saben muy bien a qué mundo pertenecen. Párrafos sueltos, temas pendientes, historias por leer. Ponerle palabras a esta habitación es como intentar reordenar la vida. Es difícil ordenar por capítulo qué fue antes o qué fue después. En dónde estás tú ahora, o en qué hojas habitaste el olvido. Si en el presente somos uno, somos dos, o somos simplemente recuerdo.

También se puede oír la risa de una niña. No se sabe muy bien el lugar en el que se esconde, si salen de esos libros arrinconados en lo alto de la estantería, o habitan el la bombilla de la lámpara. No se sabe bien en qué lugar de esta habitación se han ido a esconder los momentos vividos, los presentidos o los aún esperados. Nunca se sabe cuándo volverán al camino, a este aquí, al presente.

Observo de nuevo la mesa, mis papeles, la teoría de la documentación y esa novela que va por la mitad, que necesita ser desentrañada, descubierta, que me tiene perpleja. Todo se entremezcla. También tú, que no habitando ningún espacio concreto te has ido a posar en el teclado de mi máquina de escribir. Así, tan en silencio, y desde tus momentos perdidos de lunes. Era lunes.

Sigo de nuevo con mis tareas, con mis reflexiones, con el intento de rescatar este día, de dejar en él alguna huella, a ser posible, la de la risa. No importa lo que salió mal ayer, hoy todo tiene mejor perspectiva. Inicio esta tarde con la alegría de los nuevos retos, con la panorámica del caos de mi orden, de estos minutos perdidos que a veces me regala la vida para permanecer precisamente aquí: en esta habitación desordenada. Aquí, en mi vida. Ahora, en mis desencuentros. En este preciso instante. Y también entre risas, agobios y carreras, la tarde se impone desde los otros. Desde esas miradas que nos acompañan, a las que acompañamos. La de esa niña que sin saber bien dónde se esconde su silencio conserva el eco sonoro de su risa. Hoy, todo el mundo, permanece en esta habitación desordenada.




** Desorden: esos momentos cotidianos en que eres capas de hacer la comida, limpiar una estantería, ayudar a hacer los deberes a la peque y escribir una entrada aquí, en esta ventana. El desorden de mi mundo me hace cada día mejor persona. Es bueno permanecer en este "vivo sin vivir en mí". Siempre te sorprende. Te deja ese minuto de brillo, de perceptible luminosidad que incluso se podría tocar. Es sólo para tí. Ese instante que es olvido de lo de fuera, que te deja en el recuerdo de lo de dentro. Afortunadamente. Y después, se sigue con la tarde, con las cosas de cada día. Vivimos...

NUBES

Sábado por la mañana. Amanece un día en el que el sol quiere lucir pero no puede. Pesaditas las nubes queriendo ser ellas las primeras. Afortunadamente corre el aire que las va empujando. Me pregunto quién podrá más hoy, las nubes o el sol. Las nubes pueden ser maravillosas. Las de hoy no lo son. Son oscuras, tergiversadas, retorcidas y muy grandes. Me temo que si ganan la batalla nos caerá un buen chaparrón. Nubes oscuras que se quieren hacer con el eco del día, ganar a la luz, imponerse con su inmensa oscuridad. Si al menos llueve, pensaré en su lado bueno. El agua.

Y a lo tonto me he puesto a pensar en el ciclo del agua, ese que estudian con dibujos los niños. Quizá nosotros seamos eso mismo. Un ciclo; el agua que se recicla. Quizá, hasta ser ese bien cristalino, tengamos que pasar por ser nube. Nube horrorosa y bochornosa. Agobiante. Desencontrada. Nube llena de malos presagios hasta poder ser quien somos. Lo real. Caer irremediablemente convertidos en lágrimas. El agua de la vida. Y por fín, una vez a ras de suelo, llegar a la levedad. A la necesaria levedad del ser. Ser vapor, ascender, elevarse hasta cimas antes no conquistadas. Y ser nube. Nube limpia, blanca, etérea... de esas que dejan a los demás el brillo, que dejan huecos para el brillo del día, del sol, del azul del cielo. Los otros.

Nubes de mil formas, juguetonas, que dejan paso ese azul que nunca en otros lugares has podido encontrar. El azul de mi cielo. Me gustan esas nubes que sin molestarlo, dejan que el sol duerma serenamente sobre nuestras ventanas.
Hoy no es el caso. Hoy hay nubarrones... y me temo que si me quedo cerca, si me olvido... se me mojará la colada. Todo aquello que aún está por ser planchado, doblado, y recogido en el armario quedará a ras de suelo, arrugado, mojado y retorcido. Hoy es un día de nubes fantasmas, esas que queriendo imponerse, anulan la luz.

Las personas son también como las nubes. A mí, las que más me gustan, son las cósmicas. Es porque son rosas, algodonosas y brillantes, como tú. He conocido muchos tipos de nube, pero tú eres mi nube preferida: quizá sea porque además, además estás muy cerca de la luna. Y tus ojos, brillan así, como esas nubes.


Hey kid, I remember all the laughter,
especially when we woke the mornin' after.
Why did you have to go away,
leaving me to wander every day...


REGRESO


Le regalas al silencio la palabra que no dices, tus manos se tienden hacia mí como en un juego; entre risas, anécdotas y guiños. Tu mirada permanece impasible, certera y profunda. Te ríes y cambias de conversación. Ahora sé que el dolor nunca te es ajeno, y que tu mirada callada es un aquí estoy. Sin embargo, jamás podrás escuchar el ruido de mis lágrimas. Saberlas al borde, te derrumba. Lo que no se nombra, no existe. Y yo no quiero verte derrumbado. No las verás.

Tú, que desde tu silencio siempre buscas mi regreso al mundo del equilibrio en el que me sueñas. Sueño y realidad; esa es la afrenta que sostienes siempre que quieres salvarme. Y lo consigues, puedes hacerlo, sencillamente. Me llevas de la mano por tu sombra sonriente. Tus gestos siempre son sencillos; simples, absolutamente rutinarios, y me llevan de nuevo allí. Y yo me dejo guiar hacia ese laberitno desconocido que siempre es tu risa. Y Siempre lo consigues. Me pierdo en tu laberinto.

En el tiempo de mi palabra, te echo de menos.

DESCONCIERTO



Me digo a mí misma una y mil veces que esto es una locura, una auténtica locura. Yo no sé muy bien qué es lo que ocurrirá en otras casas, pero el otro día me escribía un amigo sobre el poco tiempo libre que nos queda para jugar con nuestros hijos, que llevan mucha tarea escolar a casa y la tarde se nos pasa en un suspiro. Es cierto, hoy los padres, además de padres, somos profesores de nuestros hijos. Me hizo reflexionar una vez más sobre algo que en mí se torna verdadera rebeldía; la absoluta rabia que siento al ver que en el tiempo de mi hija no hay lugar para el juego libre que yo viví, para la libertad, la risa y los desencuentros.

En mi infancia, había muchísimo tiempo libre. Y calle, mucha calle. Jugábamos muchísimo más, y jugábamos solos, sin necesidad de que alguno de nuestros padres estuviera siempre a nuestra vera. A la edad de mi hija yo iba sola por mi pueblo con más niñas. Nos lo recorríamos de punta a punta; en bici, en patines, corriendo. Nos defendíamos como podíamos ante cualquier incidente que pudiera ocurrir. Gestionábamos solitas cualquier contratiempo personal o material. Aprendíamos a caer y a volver a levantarnos, a disimular el dolor por un trompazo o el orgullo herido por las risas de los demás. Aprendíamos así a no darnos tanta importancia, y a dársela al otro.

Hoy no es así. No quiero ser negativa, cada época tiene su lado positivo. Y por supuesto que ésta de nuestros peques también tiene su lado bueno. Lo único que ocurre es que hoy he llegado a un punto en que me digo que es una locura. Que ya no puedo más. Y que estoy hasta las mismas naricillas de los empujones que nos dan.

Nuestros hijos han de pasar por un aro muy concreto, poco flexible y harto decepcionante. Pienso que aprenden más datos, el nivel de estudio de mi hija en nada se parece al nivel que a su edad afronté yo. Me digo a mí misma que esto es una gran riqueza, que es fantástica la autopista de cosas interesantes que se les oferta. Y sin embargo, no dejo de sentir que estoy ante un fracaso; como si mi hija perdiera algo esencial, algo vital que le va a ser imposible recuperar. Siento que pierde algo necesario y que también pierde las ramas que deberían salir de esa capacidad que se anula. Creo que nos enfrentamos a una carencia importante, y es paradójico, porque se suele decir que actualmente, a los niños no les falta de nada. Y creo que nos engañamos.

Yo creo, que en aquellas viejas calles de mi pueblo, entre aquellas carreras, alegrías, enfrentamientos y fracasos, estaba la libertad. Ese ir asumiéndose individuo, ese aprender a ser persona, a sentirse persona. Lo hacíamos inconscientemente. Aprendíamos que sólo algunas cosas dependían únicamente de ti, y que para el resto, necesitabas al otro. A tu amigo. Qué importantes eran los amigos. Allí, en aquella libertad, aprendías este concepto que luego te ha acompañado el resto de tus días: la palabra amigo. El juego era eso: la amistad, la libertad y el horizonte. La capacidad de jugar era esa necesaria destreza para saber conjugar el yo con los otros. Para saber que somos al lado del otro, así, libremente. Ya en esos inicios, aprendíamos el exacto reconocimiento del amigo. Yo personalmente creo, que mucho de lo bueno que tengo, lo aprendí entonces. Creo que soy una persona muy intuitiva, con gran capacidad para la percepción de los sentimientos, y creo, que donde lo aprendí, fue en aquellos años de calle, de libertad, y de derrotas.

Hoy, los niños apenas tienen tiempo para el juego. Aprenden muchas cosas. Es cierto, el abanico es amplio en conocimientos, en datos, pero muy poco flexible. Nada flexible diría yo. Y hay peques, a los que se les ve venir. Ellos, desde su rotundidad, no van a pasar por ahí. Ellos no van a perder la mirada. Los padres nos agobiamos, y sin embargo, sabemos que nos están dejando una estupenda lección: no dejes nunca lo necesario por hacer lo importante. Y te dejan muda. Y con tu rabia al borde de la garganta, porque sabes que no, que no les van a dejar pasar.

Quisieras saber que no has perdido el norte, te dices claramente que no, que no lo vas a perder por mucho que te empujen. Hay cosas que también son muy necesarias. Te dices a tí misma que no importa tanto una nota, ese número, esa acotación. Hemos de pensar que estos peques, ante todo, se están intentando abrir camino en la vida, y que lo están haciendo muy bien. Quizá nuestro hijo sea noble, honesto, con una capacidad de observación impresionante. Quizá sea solidario y alegre. Trabajador y constante en su medida, es un niño. Seguro que se enfrenta todos los días a problemas que aunque pequeños, son problemas grandes en su mente, y sin embargo ahí está: sonriendo. Los niños no van lamentándose de sus problemas, todo lo contrario, normalmente sonríen y están serenos. Los niños, tienen muchos intereses, les llama la atención todo. Son grandes sabios, pero no saben demostrar todo eso que saben. No ven que sea importante demostrar nada, así que siguen en lo suyo. En sus cosas necesarias. Y te quedas pensando firmemente; tiempo al tiempo, lo importante no está en el aro, no le des tanta importancia.

Conozco la verdadera medida de mi hija. Hoy, que ha sido un día de derrotas, de deberes inacabados, de desconcentración y cansancio, intento recordar la persona que es. Intento recordar lo grande que permanece en su mundo, y lo pequeño que se le queda el aro que le ofrecen. Y aún así, ahí está. Lidiando alegremente con las barreras de su tiempo. Esas que a mí hoy me dejan en este desconcierto, pero que sé que no me van a derrotar. Por una sencilla razón: soy su madre.


BELLEZA


Esta pequeña entrada se la dedico a alguien que es de silencio. Que navega entre el dolor y el vértigo de las palabras. Esas palabras que nos elevan, pero que también nos dejan solos, muy solos. Sin asidero. A ti, tan susceptible, te dejo esta melodía. Cada tramo del pentagrama tiene algo de vuelo. Son notas que se sienten como tú; absortas, subyugadas por la belleza, la auténtica, esa que se esconde en los recodos más pobres y humildes de la tierra. Reconozco en tus palabras el ritmo de los ojos que miran. Sabes ver en las pequeñez de las cosas el sonido eterno. Ese sonido que nos recuerda lo efímero que es sonreír, pero que también nos regala la certeza de lo eterna que es después la esencia de esa sonrisa. La belleza, aunque instantánea, reposa para siempre en la mirada que la ha intuído así, tan inesperada. Eso tú lo sabes bien. Deseo que sigas sumergida en el eco de tus palabras, y que a ratitos, te acompañe esta melodía. Tú, que tienes mirada, sigue en la profundidad de tu no-sueño, en el silencio de tu viaje, en el azul de tu inmersión. Conseguirás respirar el Todo.

Ocurrirá, sólo es cuestión de tiempo. Algún día podremos perdernos en el sonido de las palabras nuevas que nacen de tu mirada, de tu palabra. Un libro que será siempre ese viejo amigo al que se espera siempre. No importa cuánto; lo necesario.


AMISTAD


Ha salido un sol estupendo y hoy, ante esta luz, recuerdo los colores de tus cuadros. Me emociona hoy especialmente esa rosa blanca. Es hermosa. Tiene resonancias de un tiempo que aunque lejano, aún es presente. Navego en el recuerdo de tus palabras. En el sonido de tu risa. Y en la caradura de tu picardía. Niño grande perdido entre la resonancia del color, de ese color que abarca todo tu mundo. Huele a óleo cada vez que pienso en el recuerdo de tu mirada lejana, afincada en el mar de tu isla, serena en ese azul que te acuna. Eres reposo para la palabra. Tierra adentro el azul de tu mar se percibe aún más intenso. Y la rosa que pintas, diríase que se sostiene en un suspiro que no encuentra destino. Es difícil el reposo, y sin embargo los dos sabemos que aún es posible, que hay consuelo. Y ahí estamos, esperando el porvenir mientras el mar balancea tus colores y la tierra fortalece mi mirada. Ambos sabemos que la amistad tiene recodos sorprendentes, esquinas inesperadas, horas por vivir al lado del llanto y de la risa. La vida, palpitante, ahí está, esperando su destino. Y hoy, un día de luz impoluta, tu rosa se mantiene aún más viva. Late aún en su palpitante intemperancia. Insondable permanece en su misterio. Es infinita la luz de tus colores, y también, el emocionado encuentro que cada una de tus pinceladas es. Te recuerdo.




** Imagen: ROSA BLANCA de Jose Luis Quereda.

RISA Y LLANTO

Nunca me dura mucho rato un cabreo, sería demasiado perder. Faltaría más. Me despido por hoy con algo de lo que vivo al otro lado de la pantalla... a veces es aún más bonito, mucho más, y otras más complicado, especialmente difícil. Sea como sea, y toque como me toque, ese es mi vagón. Este es el trayecto de mi vida que mejor ha sabido medir la persona que realmente soy. Y no me bajo... me gusta a pesar de su dificultad inherente. Y ni a patadas me bajan de ahí. Puedo decirlo más alto, probablemente más claro no: este, este de ahora, es mi tren. Afortunadamente no lo he perdido.

SÓLO ES UN CABREO...

... ya ves.


Yo no entiendo muy bien lo que es vivir obsesionado por una persona. Por lo que hace una persona. Pero sí sé lo que es obsesionarse. Tengo mis obsesiones, sí. ¡Cómo no! Y lamento decirte que entre ellas no estás tú.

Sé lo que es estar obsesionado por las lágrimas de los otros. Por su dolor. Por esa finitud que se lee en los ojos de quien se despide, de quien sufre una enfermedad. Sí, vivo obsesionada por la humanidad doliente; esa que sólo ha tenido tiempo para respirar dolor. Me obsesionan rotundamente los niños enfermos. A menudo he tropezado con esa humanidad. Navego normalmente entre aguas tan turbulentas, tan rotundas, que muy pocas veces pienso en las personas como tú. Es más, si en algún momento tuviste interés para mí, ahora careces de él. Absolutamente. Normalmente mi pensamiento si se queda colgado de algo, es del dolor que observo en las personas que cuido, y mi mirada, siempre se llena de lo que su presencia me regala cada día. Son gestos de una eterna sabiduría. Sí, hija mía, sí. La eternidad tiene rastros en esta tierra. Y rostros. No sabes cómo siento que no los puedas percibir. No sabes lo que se pierde tu persona por ello, por no ser capaz de sentir ni la infinitud, ni lo eterno en las cosas que cada día te va regalando la vida. Dices bien; te quedan grandes estos conceptos. Para intuirlos, se necesita una mirada firme. Ojos brillantes. Ojos que se sepan quedar en lo pequeño. Tú has nacido para ser súper; la reina del mambo.

Saber estar, saber sufrir, mantener la dignidad incluso en esos momentos de tan sublime angustia es algo que probablemente no hayas visto jamás. A mi me obsesiona. He tenido ese privilegio. Creo que podrás entender que los que hemos estado ahí, frente a ese abismo, subimos un peldaño. Podemos ver más. Ese peldaño se sube después de muchas lágrimas, y no es nada fácil estar ahí, en ese inmenso campo de batalla que es el dolor. Sé lo que es sentir la eternidad en el brillo de unos ojos que dicen adiós. Sé lo que es mantener el tipo cuando alguien sabe que todo ya está, que lo que está hecho, está. Ausencia de futuro. Lo he visto al lado de los otros. Y vas tú con todo el equipo y te crees mi obsesión. Sólo una persona muy soberbia puede pensar algo así. ¡Anda que no es grande el mundo! ¡Qué ridiculez tan… INFINITA!

Alguien un día me dijo que vivía obsesionada por la muerte. Y no, no es cierto. Vivo obsesionada por la vida. Aunque si lo miramos bien, viene a ser lo mismo, ambas son una misma moneda. Pero quizá mi obsesión venga más por el dolor, el dolor en el ser humano. No es tanto el final de una vida lo que me bloquea, es el dolor, el inmenso dolor que es saberse en determinadas circunstancias. Y permanecer allí sólo con mi silencio, mi impotencia y mi rabia me hace obsesionarme mucho. ¿Cómo se podría ayudar ahí… en ese momento? Esa es mi obsesión, y también donde me siento límite. Por eso a veces me resulta imposible reír algunas gracias, o embarcarme en algunas vanidades como las tuyas, aunque también es cierto que me ayuda notablemente a superar mis pequeños fracasos. Le debo mucho a cada una de las personas dolientes a las que he acompañado sólo con mi silencio. Así que mira tú, el tiro que te ha salido…

Hoy de ti, me queda una percepción más bien triste. Dejo en el silencio mi juicio y lo hago por respeto hacia ti y hacia los que te quieren. Mi juicio es algo así como un adiós tajante y decepcionado. Bye.

** Esta entrada sí va por ti. En ninguna otra apareces tú. A pesar de tus obsesiones nada de lo que hubo antes aquí te menciona. Y desde hoy, eres puro olvido. E intenta reírte un poco de todo esto, de estos cabreos (en el fondo nunca dejamos de ser niños) y también, de este blog tan ¿eterno?, ¿infinito?... Ríete serenamente. Ni siquiera sé de dónde me viene esta vena... y es que me ha dado por sostener el mundo, ya ves… tan diminuta, y tan chula yo… sosteniendo la eternidad del mundo. ¡Qué le vamos a hacer! Y anda que no se han reído aquí, en mi casa, a causa de mi imaginada diminutez. ¡Qué vida esta... así, tan irónica! ¿Y tú, serás capaz de sentirla así, tan ridículamente irónica y sin acritud? ¿Serás capaz algún día de no ser ombligo?

P.D.: No hay posibilidad de comentarios, entenderéis que no procede. Por cierto... se me pasan enseguida los cabreos. ;))