¿CÓMO ERA?

* para Constant.


¿Cómo eran las cosas cuando era yo niña?(...)

Muchas veces me hago esta pregunta. Me veo arrastrada por el recuerdo. Soy consciente de ser una persona sostenida fundamentalmente por el recuerdo, y especialmente por mi infancia. No tengo ni idea de si esto es profundo, o es una auténtica estupidez. Me da igual. Simplemente sucede. Volver a la infancia es un viaje necesario. Porque pienso, y es una certeza, que si logramos volver a la infancia que un día vivimos, algo del nosotros que hoy somos, se desentraña. 

Muchos de los nudos con los que hoy vivimos podrían ser deshechos si nos parásemos un poco en aquel tiempo de nuestra infancia. No hablo de una infancia rosa, una infancia de mundo disney. Hablo de la infancia real; esa que se vive en la calle, en la risa y en el llanto, en el encuentro y en el desencuentro. En unos ojos de niño que se siente querido, y también mecidos por la soledad y la incomprensión. Hablo de esa infancia donde aprendíamos a caer rotundamente. Y también a levantarnos con una firmeza que no torcía ningún viento. Pero pasan los años, queremos un lugar en la sociedad, crecer, y necesitamos triunfar. Entonces, se nos olvidan los sueños, los castillos que habitábamos, los misterios que nos gustaba mirar, y la afrenta que suponían aquellos miedos que nos paralizaban. Allí, en nuestra mirada, la vida, toda, con la que jugábamos. Y de repente ha pasado el tiempo y ya no recordamos lo que quisimos ser, aquello que nos hizo reír, y tampoco lo que nos hizo llorar. Admiro a las personas que son capaces de huir de todo lo que nos aleja de la infancia, del niño que aún somos. Me atraen las personas que persiguen un proyecto a pesar de los años, las obligaciones y los miedos. Quienes luchan por unsueño, las personas que son capaces de ahorrar por ese sueño, son de infancia. En los deseos, lo creamos o no, siempre permanece.

La niñez no tiene prisa, y aunque de niños siempre queremos ser mayores, el tiempo es largo. Se juega siempre sin prisas, sin sentir el tiempo. El juego es la negación del tiempo. Luego, de adultos, empezamos a correr demasiado. Y vamos a todas partes corriendo. Nos quedamos sin minutos para levantar castillos y no podemos tocar las nubes. Se nos olvida la mirada, el pensamiento, el ensimismamiento, quizá por eso muchos adultos son incapaces de habitar la soledad. Sin la persistencia de la infancia, no hay soledad que se soporte. Y ya no somos capaces de permanecer en esa insistencia que es rotunda, firme; la pasión. Sin infancia, sin la resonancia de la infancia, bien pudiera ser que sólo fuéramos supervivencia. La pasión, tiene mucho de nube de infancia.

Sin espacio para el recuerdo, la infancia es olvido, pero todos tenemos una infancia. Y podemos buscar su regreso. ¿Cómo eran las cosas cuando yo era niña? Me lo pregunto muchas veces. Algo me dice que si vuelvo a ella, encontraré la medida de lo que soy, y también de lo que espero, necesariamente. Para mí es una certeza.


(...)

"La infancia no es una etapa. Para mí es un mundo, todo un mundo cerrado, redondo. Después te expulsa, o te caes tú de él. Por eso he dicho muchas veces que los adolescentes tienen carita de naúfrago, porque tienen que ir nadando, expulsados de esa isla, o de ese mundo, hacia un continente donde no saben lo que les espera...".
Ana María Matute.

DE VIAJE...


_Que me quiero bajar de aquí. Sí. Rotundamente, que me bajo del tren, y ¡ya!_ Lo dije alto y claro. De sobra sabía que ahí no quería estar más; sentía una enorme zozobra de pensar que nos habíamos subido en ese tren. A decir verdad no sé por qué lo habíamos elegido, qué motivo me incitó a estar de viaje ahí, entre aquella gente, al lado de caras que no entendían ni entenderían el gesto de la nuestra.

_ Pero mamá, ¿cómo nos vamos a bajar de aquí? ¿Dónde iremos después?_ Me pregunta ella sin comprender muy bien mi empeño, y me mira con el gesto entre sorprendido y contrariado.

_ Pues no sé, porque nos apetece, porque no queremos estar en ese lado, porque a buen seguro que esta parada nos lleva a un lugar diferente: lo que hay al final de este viaje ya lo intuimos, ¿no? Y no nos gusta nada, ¿verdad?_ Yo trataba de contestarle con convicción, pero la verdad es que sólo me movía la intuición. Así que mi respuesta se convirtió en pregunta _ ¿A ti te gustaría de verdad que nos quedásemos en este tren?_ Me mira lentamente y luego mira por la ventanilla.

_ A mi no me gustaría nada, no me gusta este vagón. Yo quiero bajar contigo. ¿Y qué vamos a encontrar después, mami?, ¿a qué lugar llegaremos si nos bajamos ahora?_ Me quedé mirándola en silencio a esos ojos negros que son como dos luceros. No sabía muy bien qué responder.

_ Pues no sé muy bien, la verdad. Lo cierto es que no sé qué contestarte. Piensa bien la respuesta, anda. ¿Tú quieres que nos quedemos aquí, o prefieres que nos bajemos en la siguiente parada?_ Le pregunto sonriendo, y le tiendo mi mano para que se acerque, para que se siente sobre mis rodillas. Me gusta sentir su peso. _ La verdad es que yo quiero bajar, necesito bajar. Pero no sé muy bien qué es lo que tú quieres. Podemos pararnos en la siguiente estación y pensar. Pensamos un ratito. O no pensamos en nada, miramos las nubes y nos comemos en silencio estos bocaditos y el zumo. Luego ya veremos qué hacemos. ¿Te parece? De momento sólo quedémonos un poco paradas, solas, sin pensar._ Se lo digo totalmente convencida de que es lo mejor.

_ Sí, sí, yo quiero bajar. Bajemos en la siguiente estación, mami. Nos sentamos en un banco y vemos pasar los trenes ¿vale? Y luego elegimos el que tenga el color que más nos guste. Sé que vas a elegir el azul, ¿a que sí mamá? ¿A que cogerás el tren azul, eh, mamá?_ Me sale una sonrisa totalmente sonora. En el vagón, sólo se oye mi risa.

El tren para y nos bajamos. La estación está vacía. Es preciosa. Tiene unos raíles muy antiguos, y cuando veo marchar el tren ya no es el tren eléctrico en el que montamos, es un tren con una máquina de vapor que deja su estela en el aire durante largo tiempo.

Nos sentamos en un banco. Es azul. Ella saca su bocadillo y su zumo, se pone a saborearlo lentamente. Mientras, yo saco un mapa y rebusco entre las mil cosas que siempre hay en mi bolso, busco un bolígrafo. Me quedo en silencio, recostada sobre el banco, cierro los ojos, y cuando los vuelvo a abrir ya no se ven los raíles del tren. En un instante, ante nuestros ojos, el mar. Todo el mar.

_ ¡Mamá, mamá, qué bien que bajamos! Yo ya no quiero subir al tren más. Vamos, vamos al agua… _ Y la veo salir corriendo, con su bañador rojo, entre saltos y salpicaduras. Se une a otros niños. Y se queda todo casi en silencio, porque ya sólo se puede oír su risa. Su risa en el mundo.

(...)

Ser madre quizá sólo sea esto, una intuición; la levedad de un sueño que rotundo, nos lleva a orillas antes no imaginadas. Ser madre quizá sea sólo eso; una incertidumbre de la que nunca ya quieres escapar. Soy madre; y me muevo en la zozobra que hay entre lo que existe y lo que yo quiero. La lucha entro lo que otros dicen que ha de ser y aquello a lo que yo no quiero no llegar. Ser madre quizá sea sólo eso; el rumor de un azul, un rumor que es obstinación y empeño. Que es regalo. Ser madre es poder regalar el azul. Y no hay batalla que lo rinda, porque es un azul invencible. Ser madre es un viaje que jamás se rinde. Un sueño que siempre se da, que late invencible siempre en un otro.

NADANDO ENTRE PALABRAS

La primavera con todo su esplendor, a veces resulta difícil. Hemos de aprender a salir de nuevo al sol después de un duro invierno, y en cierto modo, es un esfuerzo enorme. Los inicios de la primavera siempre me encuentran perdida en el ensimismamiento; de repente soy consciente de que mi ritmo es lento y el día es demasiado largo. Me siento enormemente cansada. Permanezco en niveles mínimos de ánimo para afrontar días así; largos y quizá demasiado luminosos. Son días que se esperan desde hace tiempo, que se empiezan a desear cuando el invierno nos ha cubierto con su lado más crudo. Y aún así, aunque sean tan esperados, la primavera siempre me encuentra atrapada por la melancolía, el cansancio. De repente la vida, cuesta mucho esfuerzo, y necesito parar, dormir, ser lenta. Desasirme de todo aquello que me agobia, por muy necesario que sea.

Es en esta época en la que la lectura se convierte en un gesto necesario; podría decir que casi vital. Esta primavera he vuelto a leer a Soledad Puértolas. En momentos de desazón, de decaimiento, uno no se puede permitir leer cualquier cosa; se precisan palabras de una realidad sentida, algo cercano. Así que volví a una de mis autoras favoritas; y ha sido un reencuentro magnífico.


Es una autora que con sus relatos nos regala lo rutinario, el latir sencillo de cualquiera de estos días. Nada suele resultarnos extraño, nada nos es ajeno, incluso esas historias que en nada se parecen a la nuestra podrían ser perfectamente la nuestra. En su narración la introspección es una constante; el ensimismamiento, el aislamiento con que podemos vivir a veces nuestro tiempo, es algo cotidiano. En sus relatos la vida es sencilla, sin acontecimientos que nos puedan resultar extraños. La rutina de su tiempos es como la nuestra. En ellos la vida se presenta tal y cual se nos presenta a nosotros; un viaje, una mañana de piscina, una tarde en la biblioteca. Su escenario bien pudiera ser el que vivimos ayer por la mañana.

En su visión se plasma el desencuentro de nuestro tiempo, su sinsentido; la incoherencia de la vida moderna, la interrogación sobre su significado. Sus palabras ponen sobre la mesa muchas de las dudas y temores que a veces asoman en el ir y venir de nuestros días. Sus personajes permanecen en constante descubrimiento de sí mismos, reflexionan sobre su papel en la vida, sobre la posibilidad de construirse a sí mismos, o de aceptar roles establecidos intentando redescubrir algo nuevo, algo que aún está por ser desentrañado, que le de un sentido nuevo a lo de siempre. Su historias personales son de búsqueda. Tratan de recolocar la mirada sobre la soledad, cuestionan el verdadero sentido de la soledad, del destino que pueda tener el silencio de esa soledad. Mientras navegan por lo rutinario, sus personajes buscan su propia existencia; necesitan verazmente dar significado a la incertidumbre de su vida. Son como nosotros, late en ellos una constante; la búsqueda de la felicidad.

Soledad Puértolas tiene el don de reflejar el ritmo de la vida, el ruido de nuestro presente, los límites de nuestro ahora, y con ello, encontrar su sinrazón a través de historias que parecen no tener desenlace. Una narración no concluída que nos lleva a buscar un final, el sentido de su discurso; s0n situaciones que ponen cara a los interrogantes de nuestra propia vida. Los límites de nuestra propia existencia; a veces ya conocidos y otras, entrevistos por primera vez. Eso que late ahí eres tú. Y te haces consciente, un poco más, de tu yo.

A través de la sugerencia, de esa puerta entreabierta que construye su palabra, la autora deja espacio a la posiblidad de la nuestra, a la libertad de nuestro tiempo, y a ese proyecto que nosotros como personas somos; sus historias se convierten en la posibilidad de ir descubriendo nuestra vida, día a día, de descubrir un poco más la historia de ese personaje en construcción que cada uno de nosotros somos. Y es que la literatura, cuando se la oye bien, siempre pone las cartas de nuestra propia historia sobre la mesa. Luego sólo queda mirarla, colocarla, aprenderla. Aceptarla.

Y así, con la narrativa de su mundo, nadando a través de la existencia y la introspección, es como he comenzado esta primavera. He navegado un poco perdida, es cierto, pero al lado de esa línea de flotación que siempre ha sido en mi tiempo la lectura. Y hoy, desde mi pequeña ventana, os animo a acercaros a esta autora, a que conozcías mejor su narrativa, su mundo, y sus interrogantes. Deseo que os guste.

EN UN DIA DE FIESTA

Navegabas cómodamente en un sueño roto. Ante ti el contraste entre lo vivido y lo esperado. Sonreías. Después de todo has llegado a buen puerto, aunque nunca te esperaste un anclaje así. Entonces pensaste que todo lo sencillo, lo que parece no tener ruido, siempre tiene un enorme trabajo detrás; que hace falta haber caminado con esfuerzo para poder estar así, sencillamente feliz.

A lo largo de esta tarde, sin deberes ni carreras, has sido consciente de ello; de que tu vida sin ser esperada, te ha atrapado. Y que te gusta, mucho. Cada una de sus idas y venidas. Has vivido una tarde de ensimismamiento en un ambiente festivo y ruidoso, al lado de las risas y la música del patio del colegio pensabas que tu camino ha sido una constante, unas veces de manera impetuosa, y otras, revestido de esa lentitud que bien conoces y por la que te dejas arrastrar conscientemente. Rememorando, tu pensamiento se ha alejado del ambiente, sin saberlo te vestías de cielo y tu mirada escribía en las nubes la palabra gracias. Mirabas tu vida, y sonreíste.

Ahora, ya terminado el día y desde el silencio en que se ha quedado tu casa, quieres dejar una pequeña certeza de esta tarde, de ese azul, de ese lazo que te une irremediablemente a la diminuta, una lazo de consistencia invisible y de inesperados retos. Es toda una señorita, la pequeña diminuta. Y sabes que un día, por este mismo espacio, descansaran sus ojos. Emoción.


Hoy ha sido un día de fiesta. Y quieres recordar que estabas feliz, a su lado. Que has estado observándola todo el rato en su ir y venir, en cada movimiento que ella realizaba creyéndose lejos de tu mirada, libre, sintiéndose tal cual ella es mientras tú no estás. Ese era su ambiente; el de su colegio nuevo. Ese espacio que ha sabido conquistar desde sus oscuros ojos¸ desde esa mirada de silencio que se posa sobre las cosas y las mira como en la distancia, y profundamente. Risas y carreras. Globos de colores. La espontaneidad de los niños te llena de alegría cuando ves que alguien va corriendo hacia tu hija, ¡hola Ana!... y la abrazan, se ríen, y tú sonreías entera. Te gustaba verla así, en su mundo grande mientras tú en silencio te ibas haciéndo más pequeña. Te gustaba su libertad. Y observabas ensimismada el esbozo de la mujer que será, los trazos de su personalidad, el semblante, los rasgos de su persona; toda esa verdad que despunta en su mirada, esa certeza que se siente latir ya en este presente en que todavía es una niña.

Su colegio estaba de fiesta, y tú con ella. Y la has mirado largamente. Y te gusta mucho tenerla así, en la distancia, observarla mientras ellas se cree fuera de tu mirada. Ella es. Y al lado de su risa, tu alma se ha vestido de fiesta, del sonido que su risa tiene cuando brilla, cuando se deja atrapar por todo lo que aún está por sorprendernos, por ese ruido de las cosas que aún están por venir. Hoy ha sido un día de fiesta. Te quiero diminuta. 


PEQUEÑAS TIRANÍAS

"Todos conocemos a alguna persona susceptible. Quizás hasta nosotros mismos lo seamos, con o sin conciencia de ello. (...) Alguien susceptible puede ser alguien quisquilloso pero también es aquella persona muy, muy, pero muy sensible. Le decimos algo que no nos gusta de él o ella, por ejemplo, y llora. Entonces, llegado el caso, nos cuidamos mucho de lo que vamos a comunicar. Sea porque se enojan, se sienten atacados por "nada" o perciben rechazo y desamor en cualquier puesta de límites -por leve y amable que esta sea-, los suceptibles ganan terreno y dominan al mundo.

Efectivamente, llegado el caso, los grupos humanos empiezan a manejarse de acuerdo con los límites que marca el susceptible. (...) Como si fueran polvorines que consideran que toda actitud del prójimo es una "chispa" que hace doler, enojar o angustiar, los susceptibles suelen paralizar las reacciones de quienes los rodean, y marcan el terreno con su ánimo, sea éste genuino o fraguado. Pueden ser jefes susceptibles, amigos susceptibles, cónyuges o hijos. (...)

La energía que roba el susceptible es mucha, pero se compensa cuando la mirada se amplía, se redimensionan las cosas a través del sentido común y se honra aquella frase de Artigas que decía que 'con la verdad, no ofendo ni temo', frase que, bien entendida, será salvavidas para muchos que están perdidos en el laberitno de susceptibilidades propias y ajenas."


Párrafo extraído del artículo “susceptibles”, del psicólogo Miguel Espeche.


Leyendo por la red, encontré este párrafo. ¡Ay, las tiranías del vivir! Sí, esas tonterías a las que le damos a veces demasiada importancia cuando en verdad no la tienen. Te pasas un buen rato pensando en cómo podrías hacer o decir las cosas para que no se salgan de su natural límite y, nada, no atinas. Siempre fallas. ¿Quién no se ha sentido así alguna vez?, agobiado por el sentir del otro, incomodado por haber dado lugar a una situación tensa que la verdad, no piensas te mereces. A veces, incluso te sorprendes diciéndote a ti mismo que a ver por dónde te va a salir el tiro esta vez. Eso es que ya lo has detectado, inconscientemente; tienes enfrente a un tipo susceptible. Y es para ponerse a temblar. Y es que al lado de un susceptible, nunca, nunca, se sabe. No hay normas. No hay costumbres, preferencias, conocimiento del otro. Todo es aleatorio. No hay cosas que no le gusten o le gusten especialmente. Todo depende de un momento, de un minuto, del día que tengan, o de cómo salió la luna. A saber si quiera de qué hilo depende. Y nunca, nunca, das en la diana. O sí, das de pleno y se te enfurruñan que no veas tú el espectáculo. Eso sí, estarás pensando todo el santo día en cuál ha sido el detonante, qué puede ser la diana en que has dado tan finamente, porque a priori, no tienes la menor idea. Si te lo tomas con humor, puede ser hasta cómico. Incluso divertido. Pero por experiencia sé, que la mayor parte de las veces duele. Duele no saber muy bien a qué verdad esencial has fallado, duele no saber muy bien por qué te sucede semejante afrenta. Los susceptibles quizá tengan el ego muy grande, o puede que no, que lo tengan muy pequeño. La verdad es que no lo sé. Sólo sé que ante la susceptibilidad, lo mejor, es echar a correr. Para nada te va a servir el razonamiento, el diálogo, la asertividad o simplemente, pedir perdón, aunque no sepas nunca muy bien por qué lo pides. Yo de ti, echaría a correr, sin mirar atrás. Algo me da en la nariz que incluso esa verdad que se menciona, también se queda corta. Así que, una vez hayas echado a correr, ni se te ocurra echar la vista atrás. Mira que somos complicados, la verdad.

OTRAS MIRADAS



Hoy, mientras me daba un paseo por la aldea global de las palabras, paseando entre blogs, he recordado que hace tiempo leí una entrevista de Ouka Leele. Entonces me sorprendí sintiéndome identificada con algunas de sus vivencias, con algunas de sus respuestas ante la vida. En aquella entrevista decía que al nacer su hija, necesitó encerrarse en su mundo, en su casa, y dedicarse exclusivamente a su cuidado y a su mundo interior. Algo así me acercaba irremediablemente a ella. Era consciente de que algo me colocaba a su lado siendo tan diferente. No sé si esa similitud me conmovió o si sentí más bien cierta incomodidad e incluso rechazo; jamás me hubiera sentido identificada con su mundo. Así que hoy, en que he recordado esa entrevista, que por cierto, tengo guardada, he estado escuchando alguna de sus entrevistas por el “youtube”, y me ha llamado la atención esta; especialmente. Y ha sido un pequeño acicate para pensar en mi pequeño mundo. En las similitudes que podemos tener los seres humanos siendo tan diferentes. Pensé en lo ridículas y cortitas que son normalmente las apariencias; y en lo necesario que es profundizar conscientemente en lo diferente. Acercarse a lo diferente es lo que mejor nos ayuda a crecer. Estoy convencida.

En esta entrevista encuentras frases impresionantes dichas con una sencillez absoluta. Me resulta difícil comprender el mundo de Ouka Leele, y sin embargo hay algo que siento próximo al observar algunas de sus obras. Mientras escuchaba sus palabras, yo iba concretando algo de mi mundo, de ese interior que con voluntad o sin ella, tantas veces sentimos. Y sus palabras fueron hoy un acicate para escribir. Para construir esta pequeña entrada.

Soy consciente plenamente de mi propio lenguaje, qué palabras son las mías, su contexto; sé muy bien qué mundo lo sostienen. Sé reconocer sus consecuencias; cuál es el producto de mi lenguaje. Y lo asumo conscientemente. Sé discernir cada una de sus amistades y de sus enemistades. Las acepto con equilibrio. No me disgustan. Asumo que esas palabras soy yo.

He aportado libertad; soy consciente de que a mi lado las personas pueden ser tal cual son. Sé que de mi mirada nunca sale un juicio. Puedo ser tremendamente vehemente, pero dicha debilidad nunca ha recaído en un juicio. No cabe engañarse, tampoco la falsa humildad; simplemente sabes que así es la realidad.Y no la consideras ni mejor ni peor; simplemente es así. Esa es tu realidad. Con más. También con menos.

Mi escuela es la pobreza. No soy una persona que necesite un traje determinado, y suelo sentirme en equilibrio con lo que hay, aunque sepa que no es perfecto. Hoy, considero que la belleza es ese equilibrio; saber ser desde lo que somos; perfecto, o no tan perfecto. Mi persona no le exige a la vida un gasto excesivo; no necesito grandes cosas.

Me encanta internet; esta aldea global que me hizo más valiente, que me atrajo y fue capaz de conseguir que mis palabras fueran volandera. Mis párrafos, deseosos siempre de permanecer profundamente encerrados en un cajón, dejaron de ser silencio. La aldea global fue el toque de piedra que rompió ese maleficio: el de las palabras silenciadas.

No me gustan las etiquetas. El todo de una persona jamás puede ser resumido en una única definición. Pienso que somos irremediablemente indefinibles. La libertad tiene estas consecuencias, afortunadamente. Así que cuando oigo que esta persona es esto o lo otro, enseguida sale mi alma intemperante y mi carácter ciertamente enojado. Se puede sentir más o menos atracción por una persona, incluso repulsión, pero no la etiquetes, no te impongas la ridícula necesidad de etiquetar a nadie. Si necesitas acallar esa repulsión/atracción sólo tienes que empezar por analizarte a ti mismo. Y hazlo en silencio, nada más. El resto es absoluta libertad. Deja que vuele y se aleje si no te gusta.

Cuando escribo estoy desnuda, las palabras nos delatan, también nos transforman y a veces hasta nos engañan. Somos inestables al lado de las palabras. Y libres de trajes. Simplemente estamos tal cual somos. Alma.

El duende es lo que de verdad nos conmueve. Cada uno tiene el suyo; una manera propia de adentrarse en los colores, las formas, las luces y las sombras. Es una percepción muy íntima de las cosas, de la vida. Intransferible. En ocasiones incluso es irreconocible; permanece inconsciente y su presencia no viene de la mano de la voluntad. No podemos desentrañar qué es lo provoca esa desviación del alma, esa ausencia, ese sentimiento. Sólo sabes que está; es el duende.

El yo se apoya fundamentalmente en todos, en los otros. Sin ese otro, nos volvemos muy pobres, y algunas veces, hasta miserables. La necesidad del otro para poder ser este yo que respira es algo que siempre he percibido con absoluta certeza. Sin su proyección en mí, yo no sería quien soy.

Es curioso observar cómo hay personas, cercanas o lejanas, que nos remueven, nos conmueven y nos revuelven las entretelas. Pienso en lo grande que es acercarse al diferente, profundizar en lo que está lejos de ser nuestro. Las apariencias son tan juguetonas... Y siempre, siempre, es un lujo dar con esas personas que trastocan nuestro mundo; aquí o allí. En la vida que se respira, o en la virtual. Nunca se sabe dónde va a estar la piedra de toque que nos rebele un poco más sobre ese poquito de "yo" que somos. Y siempre, necesitamos crecer.



LAS PERSONAS QUE SE AÑADEN



Os dejo la presencia de Ana María Matute; su palabra. Si lo pienso, incluso diría que ella me las ha robado, pero sé que ella es más sabia que yo, así que me quedo en silencio, la escucho, y las comparto con vosotros. Su palabra es mi pensamiento, especialmente esta temporada.

Durante estos días de ausencia, os agradezco a cada uno de vosotros los comentarios que me habéis dejado. Aunque parezca perdida, no lo estoy; en absoluto. Sigo aquí, en silencio, al otro lado. Necesito la pausa, el no-ruido de las palabras, la no escritura. Quiero embarcarme de nuevo en la lectura, en la mirada que busca hacia fuera, también hacia dentro, pero desde lo de fuera, desde lo que se toca con los sentidos. Estoy en la mirada que escucha la esencia de la vida en el ruido de la calle, en ese ruido que cada día me sorprende por inesperado, certero y apremiante.

La vida me tiene muy ocupadilla; me ha regalado presencias inesperadas, momentos de conversación entrañable, miradas silenciosas, gestos espontáneos, y muchas, muchas cosas por hacer. Me quedo amarrada en el ruido de lo sencillo, en el ir y venir de lo cotidiano, y en lo sorprendente de mi tiempo. Lo complejo se me presenta siempre como un absurdo. No me atraen las personas complicadas. Por el contrario, me dejo llevar siempre de la mano de lo que no se complica, de lo que no se interpreta, de lo que sale sin más; sin análisis, sin pormenores, sin juicios.

Mi tiempo es sencillo, he estado al lado de personas que sé que de una manera u otra permanecerán. No sé por qué lo sé, pero es una certeza. La amistad es ese reconocimiento. Un regalo. Y quiero dejar mis palabras de gratitud aquí. Esas presencias son de aquí, fueron posibles desde este mundo que es la aldea global; este mundo de palabras y conversaciones diferidas que suele ser calificado injustamente como un medio superficial. Cuando oigo un calificativo así me digo a mi misma: eso es que lo han probado poco.

Las palabras al final, siempre se quedan cortas, porque siempre se quiere más. Uno quiere estar al lado de quien nos va regalando su pensamiento, sus dudas, sus emociones. A través de esas palabras intuyes un algo que late visiblemente y que no encuentra reposo hasta que no das con la presencia de las personas. Las palabras, desde su avidez, nos enlazan al deseo de poder estar al lado de quien las habita. Buscan el reconocimiento que es siempre la amistad.

Es emocionante, y divertido, ponerle cara a las palabras. Y entonces ocurre: algo se traba, algo nos enlaza, algo que es más grande que este mundo de bitácoras. Las palabras son ávidas, sí, siempre nos empujan a querer mucho más, nos llevan de la mano hacia ese reconocimiento del otro, en el otro.

Así son las palabras; nos llevan siempre de viaje, nos enfrentan al reconocimiento que a veces es la mirada de los otros. Miradas que una vez enfrentadas, sostenidas, sabes que siempre echarás de menos. Y te quedas pensando entonces, en todo lo que aún queda por descubrir. Es un estupendo viaje la vida…



Te invito a escucharla un poco más detenidamente:
Ana María Matute

... Qué cierto, la vida es intensa. Inesperada. De anchura y largura sin medida. Con altos y bajos impresionantes; angustiosos y vitales. La vida así, inteligente; sola y en compañía. Y siempre habitada.

*Quiero dejar aquí una sonrisa enorme para Diego y su familia; conversadores, alegres, abiertos al mundo, dispuestos a recoger la mirada de los otros, a abrirles las puertas de su casa. Lazos invisibles nacen al lado de su conversación; te encuentras de frente con ese fondo desde el que te dices a ti mismo que tu casa es su casa. Que tu casa siempre les estará esperando.

*A Javier un abrazo muy largo; por toda una tarde de palabras y caminatas, por ese Madrid que me puso en las manos en tan sólo una tarde, así, sin avisar. Siento ser tan así, tan sin agenda. Es una tarde de recuerdo ya, y para siempre. Conversación tranquila, de palabras y pasos, porque mira que nos caminamos tu Madrid. Ahora toca trotar León, pero no te preocupes, lo hacemos enterito en la mitad de cualquier tarde… en un suspiro y con la milésima parte de cansancio... jajaja.

*A Freia, mi reconocimiento intenso. Alegre, vital y espontánea se dejó sorprender por mi invitación intemperante; así, sin avisar y a la que salta. Conversación estupenda. Cuántas cosas en dos horas. Gracias Paz; las cervecillas al lado de tu conversación hicieron de la mañana del domingo un regalo inesperado.



* Y una canción para Lagarto, que sin querer, hizo posible esta entrada.

(Y con vuestro permiso... sigo en mi ausencia primaveral.)