EL INTERLOCUTOR NECESARIO.

"No sé hablar si no veo unos ojos que me miran
y no siento detrás de ellos un espíritu que me atiende".
MIGUEL DE UNAMUNO.


Encontrarlo es como un pequeño milagro. Estar a su lado, sentir que la maraña de los minutos es un hilo interminable, un hilo que ata la palabra a los sentimientos. Habitar el mundo que respira el alma y que muy pocas veces sale a darse. Regalo. Sentir la mirada de otro. Saber del significado de los silencios, del ritmo de la palabra, del sonido de un alma y de la hondura de su tiempo. Conversación. Estar. Hablar. Escuchar. Pausa. Darse. Recibir. Palabra. Habitar el sonido del propio mundo. Mirar el mundo del otro. Sonreír. Atrevimiento narrativo.

Tú y yo en cualquier escenario que se convierte en espacio habitado, sentido, presentido y animado. También esa conversación de presencia y silencio; el lugar en el que se recoge el eco  las palabras que un día inventaste.  He vuelto a tu palabra, a tu escritura, y en esta tarde de sábado tranquila, de luz , soledad y silencio, he estado conversando contigo. Hoy te encontré; eras mi interlocutor necesario.


PLASTICIDAD.

Ayer, mientras gastábamos las últimas horas del día en el parque, pude observar a los niños pequeños que jugaban mientras diminuta iba y venía con sus patines. Ví su empeño en intentar las cosas, y la naturalidad con que se levantan cuando se caen, una y otra vez. Diminuta ya no, diminuta cuando se cae de los patines, ya siente un poco de vergüenza. Supongo que eso es ir haciéndose mayor, por mucho que yo me empeñe en que se ría de las caídas siempre y cuando no nos lleven directas al hospital.

Ahí estaban los más pequeños, intentando hacer algo que a la primera no les salía. Caían y con toda la naturalidad del mundo se volvían a levantar. Volvían a caer. Se volvían a levantar. Naturalidad. Plasticidad. Interés. Empeño. En ningún momento miraron a su alrededor, tan embebidos estaban en su quehacer personal, con el único objetivo de alcanzar la meta. Cambiaban de estrategia ante los fallos, ahora iban por aquí o iban por el otro lado; por la parte de atrás de los columpios, cambiaban de estrategia ante el escalón, ponían un pie aquí, una mano allá, pero no cejaban en su empeño de conquistar el columpio.

Los adultos ya no somos así. Hemos perdido plasticidad. Si nos caemos, procuramos que nuestra caída no sea sonora, y pensamos que por Dios, que no se nos vea. Tenemos miedo. Quizá ni tan siquiera lo volvamos a intentar, ya no nos arriesgamos a ver qué hay por la parte de atrás del columpio no sea que las tornas vengan aún peor. No reintentamos las cosas, ya no vamos a por todas. Nuestro empeño se convierte en aire. Necesitamos preservar siempre algunas seguridades. Y madre mía lo que nos importan los alrededores; ese concepto que los otros tendrán de mí si me pillan en el suelo. Con tanto estrés, se diluye por completo el objetivo que tan claramente creíamos tener.

La madurez se asocia al crecimiento. Pensando esto ayer, mientras observaba a los más peques, he sonreído. Cuando pienso en la naturalidad que han ido a perder mis pasos con el caminar del tiempo, me pregunto en qué momento me perdí. En qué momento dejé de ser aquella niña que se ponía el mundo por montera con toda naturalidad.

En la infancia el mundo se nos ofrecía entero, como hoy, pero la naturalidad de nuestros pasos era de lo más emocionante y para nada enconrsetada. Pienso que una de las cosas en las que viene a parar la madurez, es en cierto agarrotamiento de la mirada.

INVISIBILIDAD.






Ese minuto de consciencia en el que no sabes muy bien a dónde ir a recostarte,
en el que tu alma habita sola y no sabe cómo acariciar lo percibido.
Luz y dolor.
Un instante de incertidumbre, de soledad, de silencio.
Allí tu alma invisible.
Y el azul del universo, todo en silencio.

HISTORIAS





"¿Qué es lo que hace que la gente desee oír una historia? Contar cuentos. La vida cotidiana de la gente común, como en Simenon. No hay otra forma de decir cómo es la vida, cómo el azar o el destino trata a la gente, que contando una historia. Es general, no podemos decir más que sí, así es como sucede. (...) Es como si fuéramos incapaces de vivir sin acontecimientos; la vida se convierte en un flujo neutro y apenas podemos distinguir entre este día del siguiente. La vida misma está llena de historias. ¿Por qué han desparecido los cuentos? ¿Son acaso los hechos abrumadores ocurridos en este siglo los que transforman los acontecimientos comunes y corrientes que le sucenden a uno en algo insignificante que no merece ser contados? ¿o será esa preocupación neurótica por el yo y que el análisis ha demostrado que no tiene para contar más que variantes idénticas?"
Hannah Arendt. (Párrafo de una carta dirigida a su amiga Mary McCarthy, mayo, 1971)

(...)

El libro se titula Entre amigas, y recoge la correspondencia habida entre Hannah Arendt y Mary McCarthy durante los años 1949/1975. Esta es la lectura que ha ido a recoger el silencio de mis finales de día, la lectura que me tiene secuestrada una vez terminadas la tareas cotidianas que entretienen y gastan todo mi tiempo. Después de todas esas cosas que se hacen durante el día, en las que se emplean tantas horas que no sabes muy bien a dónde irán a parar, me dejo secuestrar por la vida de los otros. Las horas que he vivido, sé que existen, que son la razón de mi estar en el mundo, por muy simples que puedan sentirse, pero bien es cierto que las horas de los otros, para mí tienen un valor incalculable; me ayudan a seguir siendo quien exactamente soy. Diferente. Concreta. Real. Muchas veces se necesita la vida sencilla de los otros para poder seguir siendo uno mismo. Por ello, nunca dejaremos de necesitar historias. Historias normales.

Estos días pasados me me he preguntado más de una vez a dónde iría a parar el sentimiento que se pone en cada tarea cotidiana, porque lo que es su realidad y sus consecuencias, se liquidan sin más. Por ejemplo, ya nada queda de las anchoas del cantábrico fresquitas con que invité a cenar a mis padres y a mi peque una de estas tardes; el tiempo empleado en la limpieza de anchoa por anchoa (quien ha limpiado pescaditos sabe de qué hablo). Lomito tras lomito fueron preparados y colocados en una fuente. Rebozados. Fritos. Y colocados listitos para ser engullidos. Total, la mañana entera si contamos que antes fui a la pescadería, que no vinieron solas. Hoy ya no queda nada, ni tan siquiera el eco, de la mañana tranquila en que fueron preparadas. O bueno, no, me equivoco. El eco sí queda. Y también la sonrisa de diminuta y mis padres cuando las degustaron. Puede que sea cierto, que nada se pierde. Por eso me gustan las historias sencillas. Por ello pienso que siempre se necesitan.

Y sin embargo el día a día pareciera carecer de interés, hoy pudiera ser que no interesa la vida cotidiana de una persona normal. Hoy si tu vida no es grande, ¿para qué necesitaría ser contada? ¿Es que ya no necesitamos historias? ¿Es que sólo lo extraordinario ha de tener la necesidad de ser contado?

Personalmente lo dudo. Quizá por ello soy tan propensa a leer diarios, correspondencias, vidas. Me gustan las biografías, las vidas de los otros, el relato de la vida normal de personas a quienes admiro, a quienes quiero, a quienes desconozco. El relato de historias normales me acerca al otro. Suelo tener la necesidad de leer la vida de quienes por alguna razón he admirado; sea por su obra, por sus hechos o por las circunstancias en que les ha tocado vivir. Me atrae la visión de esos otros que aunque contrarios, narran los hechos de su vida, hechos que a veces se parecen a los míos. Otras no, su vida es mi antípoda. Y aún así, el interés es eje, centro, necesidad de leer.

Me gusta el latido rutinario del alma en las palabras, quizá porque es lo que más nos me acerca al otro. Si hay algo que me parece extraordinario, es la vida sencilla de las horas. Las del día a día. La narración de una tarea que aparentemente insignicante, es el orden de todo un mundo. Me gustan esas cuestiones que una vez lanzadas al aire, engarzadas en una pequeña trama, muestran la relevancia de unos valores. En esos hechos está la exacta medida del amor que sentimos hacia las personas que queremos, por ello me gusta la rutina de los días, mi rutina, la de los otros. La vida de los otros, por sencilla que sea, es siempre un misterio más.

Pienso que quizá por eso mismo, los blogs más personales, esos en que puedes tocar un alma, son los que tienen tantos lectores. En ellos habita la vida, la vida normal. La de ellos, y puede que también la propia. Historias normales de horas sencillas vividas y contadas con extraordinaria viveza. Quizá ese sea hoy, el camino de la literatura. Esa necesidad de escribir que no tiene como acicate la economía, sino la simple necesidad de no perderse del todo.


"Vendrá la hora
en que las viejas heridas,
tanto tiempo olvidadas,
amenacen con abrirse.

Vendrá el día
en que ningún balance
de la vida, del dolor,
contará.

Transcurren las horas,
Pasan los días.
Un logro queda:
simplemente estar viva."
H.Arendt


PRESENCIA.


ESTAR CON JUAN PABLO II SIGNIFICABA AMAR EL SILENCIO.
 Stanilslaw Dziwisz. Cardenal de Cracovia.