LA NIÑA QUE IBA EN HIPOPÓTAMO A LA ESCUELA.



YOKO OGAWA
Editorial Funambulista.






"Si se quisiera explicar con tan sólo unas palabras quién era Mina, se podría decir que era una niña asmática a quien le gustaban los libros y que se desplazaba a lomos de un hipopótamo. Pero si se quisiera demostrar que se trataba efectivamente de Mina y no de cualquier otra persona, sería preciso añadir que era una niña que sabía encender con gracia las cerillas…"




La niñez es sencilla, y donde hay niñez encuentras siempre pequeños motivos para mirar la vida de otro modo, también el ritmo y la importancia de las cosas, y la disposición necesaria para descubrir tesoros olvidados que resultan muy necesarios. Tokomoko descubre la vida, y a su lado la esperanza de la imaginación y el consuelo que siempre es un interlocutor; esa presencia que está ávida por enseñarte sus más preciados tesoros. 

Esta narración es el descubrimiento de los pequeños tesoros que la vida alberga, de las percepciones y colores que se descubren y que le irán dando color a la paleta con la que pintas el mundo. Tokomoko, desde su mirar pausado irá descubriendo historias, y junto a ellas, presencias que van a encontrar un rincón en su alma, un espacio interior del que ya nunca saldrán y al que regresa a modo de consuelo. La infancia no olvida nunca. 

Tokomoko observa con profundidad, es curiosa, y habita esa necesidad de comprender lo que se vive, lo que se observa. Desde su curiosidad nos presenta una historia entrañable. Estamos ante una lectura acogedora, suave, llena de ternura donde el dolor es una constante suave que no arruina del todo el alma que busca. La infancia es valiente. Es capaz de reconocer el lugar en el que ir a posarse para descansar. Quizá por ello la presencia de Pochiko es constante, junto a todas las demás historias que su presencia arranca, y que se une a el resto de historias recogidas todas ellas en una sencilla caja de cerillas. Y a través de todas esas historias, el tejido de los hilos invisibles que unirán a Tokomoco y Mina, hilos a veces imperceptibles incluso para ellas. Complicidad pura. La niñez es ávida en presencias, en historias, en reposar las cosas con su luz necesaria. Es rica en secretos, miradas e hilos invisibles.

Magnífica lectura para regresar a ese tiempo en que descubrir lo más sencillo nos elevaba a atalayas que hoy nos resultan imposibles. Todo un desaprendizaje que nos conmueve y nos coloca ante el reto de los retos;.la reconquista de un hilo perdido. El hilo perdido que tanto echa de menos nuestra madurez.

(...)

_ Es lo más valioso que tienes..._ empecé a decirle, pero me interrumpió.
_ No tengo otra cosa que regalarte._

Sentadas una al lado de la otra en la colchoneta, leímos juntas la última historia de las cajas de cerillas. Los mayores estaban sumidos en sus charlas, a nadie le extrañó que tardásemos tanto en salir del cuarto de baño de las luces, y no les importó dejarnos solas, tanto tiempo como quisiésemos.

VUELO.








Pudiera ser que nos cansamos, que lo de siempre se nos antoja aburrido, rutinario, pequeño. O quizá no, quizá las cosas llegan a su fin y ese aburrimiento es signo y síntoma de que hay que cambiar el rumbo aunque ni tan siquiera intuyas el lugar al que dirigirte. El espacio por conquistar comienza en una decisión pequeña, a veces inconsciente, en un pequeño paso dado al azar, en esa mirada curiosa que se ha metido por callejones estrechos mientras intentaba ver con nitidez. No lo sé. A veces no es fácil saber cuándo empiezan las cosas o cuándo terminan. Simplemente sucede.

Vivir es incertidumbre. Lo único real es esa certeza de principio y de fin. A su lado la reflexión, el desenlace, la realidad, el misterio y cierta angustia. Ya no cabe más acción que la de dar por terminado el capítulo en la esperanza de comenzar el siguiente. Todo inicio precisa de un final.  Hasta aquí has llegado con estas alforjas _te dices_ y ya va siendo hora de remendarlas, de rellenarlas e incluso de renovarlas por completo. Ciertas alforjas no sirven para algunos viajes ya. Quién sabe qué ocurrirá de hoy en adelante, sólo se siente la certeza de un algo que finaliza, y ni siquiera aprecias el sentido. ¿Habrá servido para algo todo este tiempo?

(...)

¿Volverá la escritura a tener sentido en lo pasado? _te preguntas_. ¿Volverá de ese modo tan inocente, alegre y sonoro? Y algo te dice que el cambio aunque necesario, se dejará arrastrar por caminos algo más sombríos y lejanos, escenarios que no te esperas y refugios que no imaginas. Una certeza sale al camino; nunca lo nuevo llegará a suplantar la infancia que pones siempre sobre las cosas. Sólo que se convertirá en puro silencio, y quien sabe... quién sabe cuándo volverá.

PRESENCIA

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La soledad, aquella más pura no tocada por el afán de independencia ni por el sentimiento de encontrarse aislado, la soledad aceptada en el abandono recibe el don de la mirada remota que la sostiene. (...) La Presencia sin la cual ninguna presencia existiría, ninguna realidad tendría rostro, y ninguna verdad  podría ser entrevista ni, por tanto, buscada
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* Dos párrafos de la filósofa MARÍA ZAMBRANO hoy me sirven para reflejar en esta ventana la Luz.


SILENCIO

Día gris, lluvioso, de una luz tenaz que intenta romper el sonido del silencio, pero que no lo logra. Es el tiempo de la no-palabra, de la mirada valiente ante el dolor. Silencio ligeramente tortuoso, de andadura angosta e incierta. Gris también arrogante, insistente, absoluto, pero sin el poder de eliminar a la terca esperanza. La Esperanza. Es un gris con cierto tamiz, se puede sentir en el color del día, porque la luz acabará por romperlo todo. Luz que romperá la incertidumbre que es todo dolor y convertirá el gris de las nubes en una perla preciosa El reflejo de la Luz es así, todo lo transforma. El gris de hoy tiene una sensibilidad que hace resurgir sentimientos de fortaleza, de sabiduría, de perfección, como si tuviéramos en nuestra mente el poder del funambulista: el Equilibrio Eterno. Hoy, la no-palabra será angustia, pero sólo hasta que regrese la Luz. Se La intuye ya cerca. Ojalá La podamos sentir así en todas las derrotas esenciales de nuestra vida; esas caídas en las que nos sentimos morir y no encontramos ni significado ni sentido. Lo cierto es que ahora mismo, en la no-palabra ya sólo se oye el ruido leve de la Esperanza que está por llegar. Hoy es VIERNES SANTO, y el gris, acabará siendo derrotado por la Luz.


 El encuentro de la Dolorosa y San Juan en presencia del Nazareno. 

REFLEXIÓN.


 
(...)

Se detuvieron entre los olivos, se quedó Él solo, y dijo a los discípulos: “Velad”. Y Él quedó bajo el Padre en el centro del círculo de su soledad. Por tres veces traspasó el círculo, por tres veces descendió; dormían a pesar de la reiteración de la demanda. Él les dio tiempo, la libertad, y aun espacio propio, les colocó en el lugar del Hombre. Y se durmieron.

Y al caer en la pesadez del sueño dejaron vacío el lugar del Hombre; tiempo, libertad, asistencia a la verdad desde la realidad que acecha. Y se quedó sin sostén la cruz que para el hombre forman la verdad y la realidad; verdad, libertad y tiempo en alto, realidad-libertad, brazos que se abren, la cruz en que la humana condición se alza y al par se extiende, asciende y se derrama. Y desertaron de su puesto de centinelas, ya que tenían que ser los vigías de ese lugar, centro divino y todavía humano, donde Él todavía en esta tierra pedía al padre su “fiat!”.

Y Él se quedó desasistido en su condición impar, sin comunicación con el Hombre, sin recibir de hombre alguno, no ya la palabra, que no pidió ni era posible que de hombre alguno recibiera, sino esa atención encendida, esa especie de respiración del ser, análoga al aliento de los animales que asistieron a su nacimiento terrestre. Solo, sin aliento de vida invocó el “fiat!” del Padre.

Y ocurrió el silencio, silencio en que no hay palabra alguna que pase, silencio que es la sombra de un entendimiento en el interior, en la condición humana, que sólo pasivamente se recibe recogiéndose en su vacío. Este divino silencio era el que, encendidos en la vigilia, habían de recibir, de recoger, de guardar los discípulos. Quedó así desertado el lugar de la condición humana y su única menera de participar. Y Él solo, quedó a solas.


(...)

 ¿Qué habría pasado si los discípulos hubiesen velado, y por la vigilia encendidos, hubieran participado a través del silencio en ese instante? ¿Qué hubiera ocurrido si la desasistencia de los discípulos no hubiera dejado vacante el lugar del Hombre?


** Texto de MARÍA ZAMBRANO. EL SUEÑO DE LOS DISCÍPULOS EN EL HUERTO DE LOS OLIVOS. Está recogido en su obra EL SUEÑO CREADOR. Apéndice. Editorial Turner.