LA BALANZA DE LA VIDA...

... nunca olvida el peso del otro lado. Nada es lo que parece. Yo no soy sólo este blog, no sólo soy esa tristeza que a veces sale, que flota a su libre albedrío. También soy la risa, esa chispa inmortal que tira de nosotros simplemente porque las personas a las que queremos ríen. Y también río, ya lo creo. Somos tantas cosas, tenemos tantas caras. Y por cada lágrima derramada, siempre un carretillo de risas.

Eso es lo que tiene la mirada del otro; la chispa inmortal de la risa. Los ojos de diminuta son así... que pueden con todo con una simple mirada. Hoy ha encontrado esto por internet. Aquí lo dejo. Es una gran suerte su presencia a mi lado. Soy afortunada. Y también lo soy por todos vosotros... ahí al otro lado. Empujando, preguntando y haciendo ruido. Sois geniales.

EL TIEMPO MIENTRAS TANTO

Llevo una temporada así, como hacia adentro. Interpreto la realidad, y lo hago a mi manera. Estoy alegre, tengo infinidad de motivos para ello, pero lloro. Me ha dado por llorar. A saber, quizá en esas lágrimas está la impotencia que siento ante la necesidad de contar el mundo; el mundo tal cual yo lo veo, lo siento, y lo interpreto. La realidad que late a mi alrededor, cuando callo, cuando miro, cuando intento tender mis manos y sé que de nada sirve ya ese pequeño consuelo. El otro día, en plena guardia del hospital, el alma ya no pudo más. Y lloré, lloré sin consuelo, sin saber cómo aliviar la angustia que ello en mis compañeras causaba. No podía dejar de llorar.

Lo cotidiano me tiene absorta; y el presente, mi día a día, a veces me juega malas pasadas. Se hace evidente en mi mirada esa añoranza por el pasado y el fastidio por un futuro que se teme. Presentido el vacío que se sabe habrá, los sentimientos se adelantan. Y saben que necesariamente ha de ser como se imagina, porque vives con las esperanza de que así sea. He llorado a base de golpes de realidad. De la realidad que observo, analizo y que aunque no es mía, vivo y siento.

He sido capaz de imaginar que en el lugar de esas personas, estaba yo. Un día, quizá sea yo. Ellas no son ni peores ni mejore que yo, son como yo. Nadie se merece nada, y menos eso. Me lo digo una y mil veces mientras trato de encontrar un aliciente, un algo que pudiera ser motivo suficiente para remover un recuerdo, un sentimiento, una mirada. Así han transcurrido mis pensamientos en este enero frío y despistado. Desencontrado y revuelto. Angustioso y esperanzado. Vivir entre la realidad y la transcendencia. Y como siempre, la lectura, gran tabla de salvación, le ha dado la mano  a mis sentimientos llorones, desencontrados, e intemperantes. Y los ha rescatado, al menos un poco.

He vivido con miedo, dolor e interiorización de un posible otro en mí. He subido y  bajado el tono sin aviso; a ratos riendo, y otros, en un mar de lágrimas. Enero ha sido ciertamente cruel, pero me ha regalado la lectura. Y el sueño. Además de llorar y de leer,  me he dedicado a dormir, afortunadamente; cuántas veces me ha venido a rescatar el sueño en este tiempo desolado, y qué bien recibido ha sido por ello. Qué reparador  es dormir, caer sin sentido en la inconsciencia que es siempre cerrar los ojos. 

Me he sentido secuestrada por la vida de los otros, y no he podido evitarlo. Lo sé. No es profesional. Y tampoco he podido escribir. Tampoco. Pero hubo un libro mientras tanto; encontré la lectura para esos ratos que no lloraba, no reía, no escribía, no dormía. La lectura vino a rescatar mi impotencia, ese no encontrar palabras para lo observado, y me regaló una historia. Una historia que necesitaba encontrar escrita precisamente en este enero. Siento enorme gratitud por el personaje de Maria José, por su historia, por su presencia silenciosa, y por todo lo que a raíz de su silencio, la autora, Carmen Amoraga, ha sido capaz de narrar. No me resulta una historia desconocida. Sé que he conocido muchas Maria Josés. Por ello agradezco infinitamente esta historia. Por el consuelo que su narración inteligente es.

Admiro la capacidad de la autora para meterse en el escenario que es un hospital; especialmente  en esas habitaciones en las que la esperanza tiene como único sonido el de las alas suaves que alzan sin retorno el vuelo que es morir; sin estridencias, sin apenas ruido, absolutamente agotados y con tremenda paz. Un día, sin más, se van. Para siempre.

He llorado porque esa historia es la historia de muchas personas, y es también nuestra propia historia. Ese desconsuelo bien puede ser nuestro mismo desconsuelo; el del abandono, el propio y el ajeno; la presencia de todas esas guerras absurdas que decidimos abanderar cuando en realidad eran tan poca cosa; batallas que afrontamos voluntariamente y que convirtieron nuestra vida en una historia que nunca habríamos ni imaginado ni esperado tal cual es. Nunca. Y sin embargo, al lado de todo ese descalabro que es cada vida, siempre hallas recuerdos intensos que salvar; momentos inolvidables  que por sí solos mantienen el escenario que las rodea por muy caótico que sea.

La enfermedad no es algo que le ocurra a una persona; es algo que le sucede a todas las personas que quieren y aman a la persona que enferma. La enfermerdad le da un giro absoluto al sentir de los días. Eso lo puedes encontrar también en esta novela; la narración de un dolor inconsolable que nos transforma. Y aunque sabes que no hay consuelo, que es imposible el consuelo por alguuien que ya no está, algo imperceptible te rescata. Te saca de tu ombligo, de tu vanidosa mirada.

Y todo esto, todo, ocurrió en una noche. Una noche tranquila de guardia donde la historia que yo leía  tenía cara, ojos, biografía. Esa historia estaba en la habitación 417, en la 402, en la 405; aunque no se llamasen Maria José y no estuvieran allí por culpa de un tráfico. Un padre que echa de menos a su hijo desde hace 22 años; que se siente cansado, enfermo y agotado. Una madre, esposa, hija que sólo es de silencio, que no se comunica, pero que quizá lo reciba todo. Un hijo que tocas, pero que no te puede hablar y sólo mira, mira fijamente. Hay tantas historias en un hospital...

Y esa noche en que la ausencia y el vacío que es siempre la pérdida de un ser querido se hizo tan evidente, no pude más que ponerme a llorar, sólo veía en mis manos el imposible consuelo que es un vaso de leche templada. Porque a mis manos no se les ocurría nada más. No tenían, no sabían más. Mi impotencia se hizo evidente ante aquella figura grande, enorme y debastada que me decía con total tranquilidad que le dolía la cabeza; en ella estaba escrito el cansancio de siglos. Lo ví caminar y supe que nada era olvido. Que existen consuelos imposibles que azotan las almas para siempre. Y entonces, mi llanto, incapaz de ser reprimido, salió. Sin saber muy bien de caminos, mi llanto, admiró a quienes levantan sus pies para dar un primer paso despùés de la más absoluta de las derrotas. La vida, las más de las veces, no es como esperábamos, no. Pero en la vida, por eso mismo, la valentía es una evidencia que te arrolla, que admiras. Aquella noche lo ví.

LÍMITES

Me pregunto cuántas veces volveremos a renovarnos, a despertar, a comenzar de nuevo. Empezó el año y yo creía estar en esas; en un nuevo comienzo que no sabía muy bien qué forma iba a tomar. Pues no, no era entonces. El comienzo es hoy, después de pasar dos días completísimamente "off". Me he pasado dos días literalmente en  la cama, durmiendo a media velocidad, consciente de lo de fuera pero como sin sentirlo. Un estar fuera del mundo que no desconectaba del todo, y que hoy ha tenido a bien en acabar en una memorable jaqueca. Y ahora, por fin, se terminó. Está zanjado. Me siento bien; despierta, consciente y con ganas de volver a empezar mi rutina. Y me he preguntado sobre cuántas veces más ocurrirá este caer en picado y volver a resucitar. Vivir es eso; caer y levantarse. Y en mi fuero interno le pido a Dios que sí, que esto ocurra muchas veces. Quiero estar. De eso soy consciente.

He aprendido mucho en estos dos días. Por ejemplo, he visto que el mundo, lo que me rodea, no lo sostengo yo. Que se sostiene solo aunque yo no esté. Así me creo yo de necesaria e insustituible. Pues no, no lo soy. También he aprendido que tenemos derecho a caer, a dormir, a decir ya no puedo más y no voy a hacer más. Aprender a decir basta. Y una cosa más aprendí; que lo de los demás no es responsabilidad mía (no sé qué tal le habrá ido a diminuta con sus exámenes, los ha preparado sola...).

En muchos trazos del camino, necesitamos un respiro. Siempre. Y hemos de ir a buscarlo si no queremos que nos encuentre (esta segunda opción es más complicada que la primera, mejor ir a buscarlo porque si te encuentra, lo hace un poco desesperadamente). Porque mira por donde, la entrada anterior, esa que titulada "esperando un respiro", fue a ser algo así como una premonición. Incapaz de encontrar un respiro por mí misma, vino por su cuenta. Mi cuerpo dijo basta, hasta aquí he llegado y no tiro más, eso dijo firmemente... y ahora te tumbas tres días por narices. Y se tumbó. Mi alma cedió, se dijo a sí misma, si tu cuerpo no tira, ¿qué puedo hacer yo? Y también se rindió. Literalmente fue así. La vida se tumbó. Ya lo creo que se tumbó. Totalmente. No había otra. Y se dedicó a dormir.

Y hoy, después de la zozobra, de cortar mi jaqueca y dormir toda la mañana, he despertado. Empiezo de nuevo. No sé hasta cuando. Hoy me siento bien, pero bien es cierto que aunque soy dura para las gripes, me suelen durar muy poco, esta la presiento e intuyo demasido corta... y no sé si habrá terminado del todo o no. Nunca se sabe bien con las gripes. Eso sí, hoy me encuentro muy bien. Y afortunadamente estos días han coincidido con mis descansos y no he tenido que estar con papeleos de bajas. Hubiera sido incapaz de ir al médico, imposible. Mañana volveré al trabajo y comenzará mi tiempo de nuevo. Con otras premisas, menos agobio y más consciencia de hasta qué punto soy yo la que ha de tirar por todo. No, no, no, nonononó. Todo yo, no. Eso ahora está más que claro. A ver lo que me dura...


ESPERANDO UN RESPIRO



Si apunta todas las tonterías que se le pasen por la cabeza, pronto encontrará algo que pueda creer de verdad.

MIGNON McLAUGHLIN




En tiempos de oscuridad,
el ojo empieza a ver.

ROETHKE.

COMIENZO DE NUEVO...

... y estoy hecha un trapo, ainsss. Creo que me voy a tomar unos días de respiro. No voy a hacer memoria de todo lo que he hecho hoy, porque lo que a estas alturas ya no me queda, es neurona-memoria para hacerlo. Hasta un ojillo se me cierra solo, sí. Y la tarea no ha hecho más que comenzar. Cierro episodio. _¿Año nuevo, agenda nueva?_ me lo digo bajito, pues bien sé que el 85% de la agenda no se puede alterar ni vapulear. Pero queda la ilusión de ese 15%. Puede ser muy exquisito un 15%, si lo piensas bien. Hay pequeños espacios que son todo un mundo. Ya lo creo.

Cuánto nos cuesta poner a punto la rutina, ese comenzar de nuevo hacia el devenir del día a día; verse de nuevo en una rutina estructurada, con sus horas, sus tareas, sus descansos. Hasta junio. Y aunque no quiero pensarlo, también es cierto que es mi reto. Un reto que empezó hoy. Y que por ser continuación del descanso y del libre albedrío, se ha hecho muy cuesta arriba. Pero me ha pillado con fuerza, paciencia y buen tono. Empiezo por elaborar un orden, un nuevo orden, de tan perdidito que se nos ha quedado durante estos días el anterior; y el orden empieza por lo físico. Poner la casa al día ha sido uno de los primeros objetivos. Y no cuento más, quien lo ha hecho sabe perfectamente de qué hablo, y quien no ha tenido que hacerlo jamás, pues para qué quiere saberlo, para nada. Que siga disfrutando de su suerte. De momento, me deleito en la palabra priorizar; siempre me hizo gracia la palabreja. Hoy, la llevo colgado a la chepa. A todo, todo, no da tiempo. Nunca.

El otro día he leído algo sobre la crisis, ese estar en crisis, tan hablado hoy, y en todas las esferas. Obviemos la política, de lo contrario, nos saldrá una urticaria invalidante. Y me paré a pensar en el meollo que implica siempre ese estado de permanecer en crisis. Y lágrimas, muchas lágrimas. Leí el otro día algo así  como que la crisis, es la muerte de algo viejo que no ha muerto del todo aún, y el surgimiento de algo nuevo que no acaba de nacer del todo. Hete ahí la cuestión. Empieza el año y yo me siento tal que así; en plena crisis. Me he puesto manos a la obra y he empezado por el orden físico; verificar exactamente qué cosas sobran y qué cosas siguen siendo necesarias. Y de ahí, se pasa al qué pensamientos son fructíferos y cuáles deben ser necesariamente abolidos. Intento también detectar cada uno de los sentimientos que se me enredan y que han conseguido en algún momento acogotar a la razón y al corazón. Y escribo, me reservo media hora para escribir.

Los comienzos son el aplauso ante el escenario y la obra que en él se ha desarrollado y que se da por finalizada. Periodo cancelado. Empieza un nuevo tiempo. Y no sabes muy bien ni cómo, ni por qué ni cuándo ha sucedido. Algo late por ser nacido y algo se siente morir. Dolor y expectación. _Eso es estar en crisis, sí_ y me lo confirmo por si a la duda le da por aparecer y hacerme pensar que se trata de un sencillito bache. Ese aplaudir e ir a cerrar para siempre un escenario, una mirada, esa manera en cómo el pensamiento se dice a sí mismo que ahora es el comienzo, y ahí la notas, esa es tu crisis. Ya no puedes mirar igual, aunque aún no sepas muy bien ni cómo miras. Y sabes que se necesita aire, tiempo, orden, y ventilación; de los armarios, del escenario y de la psique. 

Me gusta dar largas caminatas cuando el tiempo se ha bloqueado. _A saber en qué acabará todo esto que hoy comienza_ me lo digo algo extrañada, pero allá voy. Decididamente, la vida tiene episodios. Y muchos de ellos, sorprendentes y extraños. Esa es nuestra vida; el ir y el venir, el abrir y el cerrar. Empezar a reescribir la historia que soy para mí, sus episodios finiquitados y la intuición de lo que estará por llegar. Sólo necesito un poquillo de tiempo, reflexión... y dejarme mecer y vapulear por mi rutina. Luego, ya vuelvo.