ETERNIDAD.








 "Escribir es prolongar el tiempo, dividirlo en partículas de segundos, dando a cada una de ellas una vida insustituible." Clarice Lispector.




Toca entonces recogerse en el silencio. Me pregunto qué es cercano, qué es lejano. A dónde van a parar los sentimientos, las palabras, los trozos de verdad que no tuvieron lugar. El silencio a veces es demasiado evocador, pero claro, cuando sucede no sabes. Como tampoco sabes que esa será la última conversación, y luego cuando la recuerdas, crees que ahi había algo. Algo esencial que no fuiste capaz de ver, aunque eso sí, te quedaste con los ojos. No puedes olvidar los ojos. Ni el gesto. Pero no tienes ni idea,  no sabíass que el tiempo podía caer así, tan de golpe. Que podía no existir ya más el tiempo. Claro, necesariamente ha de ser así, de lo contrario, sería imposible vivir. Pero la imagen vuelve una y otra vez a tu recuerdo. Te quedas entonces en ese silencio, y en la oración. Esa oración, la que es Verdad, la que necesitas dejar alta y clara para no caer del todo. Porque te caes, eso lo sabes bien aunque no se note, te caes cuando un golpe certero se lleva los ojos de los amigos que habitaron tu infancia y te haces consciente de que la vida a partir de hoy, será ya diferente, que ya nadie recordará... Yo sí, lo recuerdo. Aún hoy me acuerdo. No puedo imaginar tus ojos cerrados y es en ese instante en que me dicen que tu ojos rozan la eternidad, cuando los míos no saben muy bien en donde posarse, y el corazón late incrédulo. Tendría que haber sido sólo una confusión, pero no, era verdad. Hoy mi palabra te recuerda. Descansa en Paz.


La niña que iba correteando detrás de una pelota, observa a su amiguito hacer un agujero en la tierra. Se para a su lado y le pregunta.
_ ¿Por qué haces un agujero en la tierra tan grande?
_ Porque estoy haciendo una trampa gigantesca para que se caigan las niñas_ Le contesta, mientras con sus manitas no deja de sacar tierra de un agujero.
_ ¿Y a dónde iremos por ese agujero?
_ No lo sé, se caerán en ella todas las niñas, pero tú no te caerás.
_ Ah...
Y la niña vuelve a sus carreras detrás de la pelota sin preguntarse nada y con ganas de jugar, se sube al tiovivo.

**Conversación entre un niño y una niña de 4 años.

ACCESO NO AUTORIZADO.







"El abogado pensó que saberlo no importaba, la mayoría sabía que cualquier medida realmente nueva que imaginara un presidente sería cercenada por bancos, medios, directivas europeas, grandes empresas. La pregunta que solía hacer la gente era por qué aun conociendo el mal no reaccionamos. Pero algunos sí reaccionan, algunos se rebelan. La pregunta no es siquiera por qué tan pocos, sino más bien qué han visto esos pocos o qué les mueve." Belen Gopegui.




Leer a Belén Gopegui siempre es acceder a algo inesperado. Siempre me encuentro que hay más en sus libros de lo que esperaba encontrar, y eso que  siempre espero mucho de esta autora. Y siempre, siempre me encuentro más. Encontrar el verdadero acierto en sus personajes, en los espacios que habitan, en la trama que conjugan, es siempre un reto. Llevaba leído más de la mitad, y ya no pude dejar de leer. Me dieron las tres de la madrugada. Los personajes aún no han dejado de vagar por mi pensamiento. Su vulnerabilidad y su valentía, aún están en mi cabeza. Lo cierto es que no pude evitar llorar, llorar con una avidez que no iba a encontrar consuelo. Aún no lo hay, para esta historia no, esto es también cierto.

Es lo que tienen algunos personajes, que se te meten muy adentro, que los llevas contigo y de vez en cuando los interrogas mientras vas dando pasos en tu escenario. Sí, claro, por eso a veces estoy así, como en la luna... Hablas con ellos, y les cuestionas su historia, el por qué de sus sentimientos, el cómo de sus acciones, y el fin de su trayecto por la historia. También lloras su dolor, su soledad. Yo aún converso con Eduardo, el abogado... No he conseguido desprenderme de su carisma, la verdad, tampoco de su dolor. Y me confieso totalmente vulnerable ante su valentía. Eres mucho, esa es la verdad, Eduardo, pero eso tú ya lo sabes porque te lo he dicho ya muchas veces... _Sí, la lectura nos quita un poco de cordura, lo sé_.

Los escenarios de la soledad son infinitos, y también su presencia. La historia de Gopegui es la narración y el encuentro de diferentes soledades. Quizá sea la soledad la que consigue esa confianza tan plena que se da entre los personajes, personajes que sin conocerse, confían plenamente entre sí. Cada uno habita su soledad, su vulnerabilidad, su silencio. La soledad del desarraigo; esa necesidad de quedarse sólo para no preocupar a los demás. Soledad que es miedo sin consuelo. También, la soledad silenciosa del que ama, del que está dispuesto a dar sin poner un balance a sus sentimientos, sin esperar nada, porque de lo contrario, desaparecería el pulso de lo único que tiene verdadero sentido; el otro. También, la soledad de la víctima que no sabe desasirse de su verdugo, que es impotente ante quien está dispuesto a convertir sus días en angustia. Y envolviendo todo, la soledad más absoluta, esa tan magna que siempre acompaña a quien tiene poder. 

Todas esas soledades van a encontrar un punto de encuentro, y ese punto de encuentro, será lo que haga moverse a los personajes, que avance la historia. Una historia que habla de inconformismo, de la confianza que surge entre unos desconocidos, de las soledad del poder, de la traición, y por encima de todo, del factor humano. La clave de toda historia está siempre en los personajes que la tejen, en su disponibilidad a dejar su vulnerabilidad en las manos del otro. Una historia que entre la realidad política y los escenarios de la informática, habla de lo cómodos que somos, y del miedo exhacerbado que tenemos a sentirnos vulnerables. Es lo que tiene la vida cómoda, que nos silencia comos sujetos para convertirnos en simples espectadores. Pero siempre hay historias que nos hacen despertar. Esta, sin duda, es una de ellas.

BITÁCORAS.

 

Somos únicos en el ejercicio de la comunicación. Personales e intransferibles. Nadie se parece a nosotros cuando usamos la palabra, cuando con ella dejamos un cabo suelto a la espera de que sea recogido. También somos únicos, totalemente originales, cuando en vez de emisores, somos los receptores de la palabra. Sujetos que encontramos un cabo del que nos es inevitable no tirar. Este mundo de bitácoras es el mundo de los cabos en espera. De la palabra esperanzada en su acogida. Cuando decides ser receptor, acercarte al otro y dejar en su ventana un comentrario,  independientemente de la controversia, aceptación o crítica que lances, ahí puedes notar el grado de libertad, de acogimiento, que tiene tu presencia como receptor y analista de contenidos; como otro. Comienza entonces el escenario de la sorpresa. Y al igual que en botica, te encuentras de todo.

Existen personas totalmente abiertas; al lado de su palabra, la tuya se encuentra agusto. Se da cierto estar en la palabra, en el contenido que dejan, sientes una temperatura que reconoces cercana a la tuya, cómoda, cercana, ávida por ser diseccionada. Dejas un comentario _ puede ser perfectamente un comentario crítico_ y tus palabras se sienten el centro, serán aceptadas o no, pero en la respuesta notas que por un minuto, fueron el centro de la mirada que habita el respeto. Una mirada atenta, educada, asertiva. Que no tiene  impedimento para dar totalmente la vuelta a tus argumentos, y que transformará desde la sinceridad tu palabra. En esos espacios se siente la libertad, la necesidad de comunicar plena, sin cortes ni recortes, con debate y respeto. Ahí la palabra, es ávida por ir a colocarse. 

Es entonces cuando comienza la dependencia, sí, sí, el enganche a los blogs. Eso que a los ojos de nuestra familia nos convierte en un poco raritos... Sientes esa prisa por la respuesta, por la certeza o la no certeza de lo que contienen tus palabras ante la mirada del otro. Buscas necesariamente la certeza del otro, la diferencia de la suya con la tuya. Sabes que el otro, ahí, en su ventana, tendrá muchas cosas que decir, que enseñarte, que sopesar ante tu palabra quizá equivocada, ignorante, limitada. La vida de los otros es algo que puede enriquecer la nuestra de una manera insospechada. Qué estupendo sería entonces tener de frente al interlocutor, poder romper la muralla de estas ventanas virtuales, y hacer posible con la presencia de los ojos, de la voz, el debate de la palabra. El pensamiento en las ideas, en los sentimienos, en la experiencia; las tuyas y las del otro, Frente a frente.  Poder centrarnos así en el mundo, en el día a día, en las horas y sus segundos y quizá, quizá... sacarle un poco de humanidad a ese mundo. Quizá toda realidad empiece en la palabra del otro, porque solos, solos está visto que no somos nada. La palabra como modo de estar en el mundo. Un mundo que a veces parece ir a la deriva, que ha demostrado muchas veces el error y el horror. ¡Ay, si fuera siempre posible el diálogo!

Qué difícil es el diálogo, la puesta en escena ante el otro de todo aquello que nos preocupa, que nos hace llorar, lo que nos hace felices también. Qué difícil nos resulta estar al lado del otro cuando su palabra es ruín, soberbia, inequívoca, solitaria y maleducada. Porque de esto también hay, en el mundo de las bitácoras. Que regusto agrio dejan las palabras cortantes, esas que no tienen argumentos, sólo imposición. Esas que por su inseguridad, por su no sentimento _contenido pueden tener, y mucho_  no están necesitadas de mezclarse con el otro, de descubrir al otro, de acercarse a él tan siquiera. Son como cabos que quedan a la espera de ser recogidos, sí,  pero no para encadenarse a la palabra del otro, para descubrir el lado que desconocen, sino simplemente, para anularlo, dejarlo ahogado con su palabra muda, desconcertado y desconectado, sin saber muy bien qué párrafo ha podido ofender o causar semejante acritud. A veces sucede... entonces procuras recoger tu palabra sin hacer mucho ruido, sin la necesidad de hacer ninguna pregunta, y educadamente te vas.

Cuánta necedad en la palabra, te dices. Y piensas que  lo necio siempre, siempre es soberbia, orgullo y prejuicio. También tiene lo suyo de soledad, demasiada soledad... piensas, y te quedas un poco así, entre triste y perplejo. También un poco dolido, porque tu palabra no se ha sabido entender. Sentimiento que tan sólo dura unos minutos. Así es la palabra; ávida por ir al encuentro de quienes la saben acoger _ la entiendan o no_ nerviosa por encontrar la casa de ese otro que espera, de esa persona que la deja espacio. Es así como la palabra siempre se queda a la espera de ser además de leída, transformada.

** Dedicado a las bitácoras en las que mi palabra se sintió como en casa. Ellos saben de sobra quiénes son. Respecto a los otros, si lo saben o no, la verdad es que bien poco me importa.