HACIENDO DEBERES


Me encuentro sentada en la cocina, la mesa, llenita de libros y cuadernos. Está preciosa la mesa así. A mi derecha, diminuta está concentrada en sus deberes de lengua. La observo siempre mientras hace sus deberes, ¡la de veces que se le sube el pensamiento al cielo! Esto contribuye a que esos mismos deberes que hace un niño en una hora, ella los haga en tres, sobretodo si los deberes son de cálculo. Intento no impacientarme, me quedo en la cocina como ocupada en otras cuitas; saco mis libros y cuadernos. Permanecemos en silencio, cada uno en sus cosas, y me hago consciente de las veces que a mí, también se me sube el santo al cielo. Así que me he prometido a mí misma no volverme a quejar, ni de su pensamiento inquieto, ni de los cielos que visita. De tal palo salió el astilla.  Mientras estoy en esas ella me hace pregunta:

_ Mamá, ¿qué es la melancolía?

_ Me quedo mirándola y le digo, pues… la melancolía, es una especie de tristeza, una tristeza suave que a veces ronda nuestro pensamiento. Y si la miras atentamente, si la sabes observar, sabrías decir qué causa tiene.

_ ¿Es como la tristeza que sentimos hoy porque se han ido los abuelos?...

_ Sí, un poco así, porque les echamos de menos, ¿verdad? Pero no es grave esta tristeza, sólo nos acompaña un ratito. Esa es la melancolía. No es como esa otra tristeza grande y seria, sino que es pequeña y medio sonriente…

Ella vuelve a sus deberes… y yo me quedo balanceando en esa palabra de rasgos serenos y profunda; melancolía.

Es ese sentimiento que nos rodea cuando abrimos el sencillo armario en que hemos ido a guardar, cual ropa bien limpia y planchadita, los proyectos que son ya un imposible. Que fueron vitales y que hoy permanecen en silencio, guardados para siempre en la memoria. Los acaricias suavemente cual toallas limpias y perfumadas, y los vuelves a encerrar en ese armario que es tu memoria. Es entonces cuando reconoces esa melancolía que es siempre sencilla, y que es a la vez una ofrenda.

También es melancolía ese sentimiento ante la lejanía de tus amigos, aquellos que un día estuvieron en tu presente, y que el devenir del tiempo ha ido a colocar en otro espacio. Tristeza que es alegría cuando rememora el recuerdo; cuando perfila tu suerte por haberlos encontrado en tu camino. La amistad que se añora, y que una vez fue vivida y sentida; así es la melancolía.

Como lo es también, ese algo que te atrapa cuando ves fotos de personas que no llegaste a conocer, a las que has querido esencialmente. En su ausencia, latía el amor que ellas sentían por ti. Sientes melancolía por tu abuela, por tus abuelos, y sabes de esa serena sonrisa que se te queda en los labios por la multitud de veces que has soñado con ellos. Tu abuelo te contaba en un sueño el desembarco de Alhucemas, historias del Marruecos español, y tu abuela, te enseñaba a curar heridas, pequeños trucos de entonces, y a bordar con hilos preciosos. Tú soñabas con ellos, y al despertar, siempre esa melancolía con cierto rastro de sonrisa. Habían venido a verte. Y hasta te parecía ver un guiño en las fotos cuando de nuevo la mirabas. Esa era tu melancolía infantil.

Y melancolía presentida por saber que un día estarás lejos, diminuta, lejos de mi protección, tú en pleno vuelo con las alas excelsas de tu libertad. Esa será la más alegre de las melancolías vividas. Se oirá su risa desde más allá del infinito, aunque llore y te eche de menos.

Y me digo a mí misma, que la melancolía es uno de los diversos tesoros que puede albergar nuestra mirada. Es esa impresión certera que te hace consciente; puedes amar y te aman.

La melancolía, es también una tristeza que se convierte en naciente esperanza. Detrás de su presencia,  yo presiento siempre a la esperanza, con toda su timidez. Una intuición que nos dice que una vez puestos a resguardo los proyectos no vividos, los recuerdos almacenados, y la idea de tu ausencia; quedará espacio para vivir con alegría el porvenir que nos espera.

La melancolía, me digo, es una especie de tristeza que espera. Que sale al encuentro de un significado. Una tristeza que permanece a la espera de respuesta, de realidad, de sentido. Una melancolía en cierto modo alegre.

_ Diminuta, mira, ya lo sé… la melancolía es una tristeza esperanzada, porque mira, sabemos que los abuelos van a volver…

Pero tú ya estás en otra cosa, me miras desde tu profundidad y me dices:

_ Mira mamá, los planetas. Yo me los imagino todos en el universo, y el universo como si estuviera en una caja cerrada que nunca se abre. El que brilla es el sol. ¿Y sabes quién cuida esa caja? Un niño. Pero nunca la abre ¿eh? Sólo la cuida.

_ Eso que imaginas es muy bonito, diminuta.

Y me pregunto, que qué nos quedará de todo esto. De la melancolía, de la esperanza, de nuestros enfados mientras estudias, y de ese niño que cuida la caja sin abrirla. Y pienso en que todas las cosas tienen un inicio y un final, esa es mi melancolía de hoy; todo, un día finaliza. Siempre recordaré con melancolía estos momentos que hoy me regalas, estos ratos en que te miro mientras haces los deberes. Sempre querré volver a ellos. Pero mientras llega esa futura melancolía, me digo que es una suerte vivir a tu lado. Te quiero, diminuta.


Y... PUES ESO...

Acercarnos al otro es siempre un misterio. Vivimos con esa necesidad, la de estar al lado de otro. El otro delimita nuestro ser. Al lado del otro reconocemos nuestra referencia como persona, aquello que nos mueve hondamente. Hablar del otro es saber de familia y amigos. Aprendemos de los otros el ritmo que nuestro movimiento tendrá en este espacio, el nuestro. Sin un otro, la vida, la nuestra, carecería de límites. El otro es el eje fundamental de ese tiempo que es sólo mío: mi tiempo creador. En él siempre, la estela de los que nos acompañaron, de los que nos acompañan, y de los que estarán por venir.

Buscamos un otro. Pero siempre lo hacemos desde el desconocimiento, desde la incertidumbre que siempre es lo no sabido. Estar al lado de los otros es siempre un regalo, y también, una incógnita. A su lado reímos, lloramos, buscamos, encontramos, discutimos y amamos. Pero no siempre es así. A veces, y sólo a veces, afortunadamente, el otro es un simple espejismo. Algo que no acierta nunca a ser real. Llegas a estar a su lado, sí, pero te sientes muy solo. Es esa soledad que se te pega al lado de quienes sólo se ven a sí mismos. Entonces, tu mirada se entristece un poco. No hay posibilidad, tus palabras caen en un saco sin fondo. Tu verdad, no tiene respuesta. Tu persona, cae en el baúl de silencio, y se queda sin sonido. Y toda palabra que se dirige a ti, no lo hace directamente. Necesita otro coro, otros aplausos. Necesita la reinvención de su presencia. Tergiversa las cosas, así que no llegas a saber muy claramente si de lo que habla es de ti. Decepción. Detrás de ese espejismo, sólo hay un interés exacto. Un objetivo que una vez reconocido como imposible, te deja de lado, te vapulea, te aísla y te deja desconcertado. A todos nos ha ocurrido alguna vez la decepción del desencuentro. 
 

Sucede a veces, es cierto. Pero aunque ocurra, nunca es capaz de borrar la experiencia que nos ha ido regalando la vida. Esa risa que presiento cuando te oigo por teléfono, o tu llanto, la alegría que recuerda mi casa cada vez que vienes a quedarte, el dolor que compartimos detrás de una discusión insulsa, el cansancio que tu mirada viene a liquidar cuando me observa, y la perpetua resonancia en las pequeñas cosas, de ese otro que hace de mí, una presencia sonora, alegre y sentida.

Los otros son nuestro límite; son la exacta medida de nuestro ser en el tiempo. Y son también, la presencia que hace de nuestra vida una vida con sentido. Estar solo es siempre, cuanto menos, un infierno.

P.D.: Me gustan vuestros mails, vuestros toques, las conversaciones por teléfono, los guiños, las miradas, las risas, las canciones que me regalais, vuestra confianza en mi criterio, los millones de besos que caben en un sms, los tirones de orejas, la carcajada, mi pequeñez a vuestro lado, vuestra presencia desinteresada en la mano de mi libertad; que va, viene y siempre os encuentra.


EXCURSIÓN

_ Mamá, he estado toda la noche despierta, me despertaba y había pasado una hora, me despertaba y había pasado otra… ¡qué nervios! Tengo muchas ganas de llegar, de ir a nuestra tienda, de montar a caballo, de salir a por hojas, de estar en el campo.

Son las primeras palabras de la diminuta al despertar. Hoy se va de excursión y será la primera vez que duerma fuera de casa. Ayer, nerviosas las dos con los preparativos, hasta hemos discutido. La culpa ha sido mía. Al final, he alcanzado a ver que no era un capricho, que tenía razón, y preparamos las cosas como ella había pensado.

Y fui consciente de que por las carreras del día a día, por el cansancio, porque ya no podemos más, estropeamos a veces la ilusión de los demás. Consciente de ello recapitulé toda la noche. No puede ser que nuestras deficiencias, nuestro dolor, se anteponga a todo en la perspectiva de los demás. Yo tampoco dormí muy bien. Apuré hasta al final ese yo que soy; confundido, cansado, agotado. No dormí. Pero me levanté con la firme propuesta de no volver a dejar que mi cansancio ralentice la ilusión que mi hija pone en cada cosa, su generosidad, y su mirada alta, elevada y generosa. Y eso que aún no era consciente de la grandeza que diminuta siempre es.

Hoy al levantarse, en sus ojos, no quedaba rastro de esa discusión; es más, puedo decir que al minuto de haber pasado, justo al ir a la cama una vez todo preparado, en ella sólo permanecía la ilusión de lo que estaba por venir. Lo pasado ya no pesaba. No había rastro de la discusión. Lo que pesaba era el hoy. El ahora. Y lo más importante; ese beso con abrazo de oso que siempre nos damos antes de ir a dormir. En un instante yo era su mami, y no ese adulto que se había ofuscado por cansancio, y ella era mi hija y nada podía ensombrecer la ilusión del presente, ni de lo que estaba por venir. Mañana se iba de excursión. Mañana era un día de ser mayor.

Desayunamos, nos pusimos guapas, y nos dirigimos al cole. Empieza ya a desvelarse la mujercita presumida que un día será. Y al salir de casa, comenzaba la libertad de mi hija, ese tiempo en que ella solita habría de gestionar todas sus cuitas. Ella tendrá que aprender a gestionar todos sus problemas. Sus encuentros y desencuentros; y también sus alergias, que son un bagaje importante. Allí iba ella con todas sus maletas, la de la ropa, la de las comidas…. Nos dirigimos a coger ese autobús que para ella era el sonido del mundo. De su propio mundo; ese que ella empieza a construir para sí.


Durante el trayecto en el coche (me encanta verla de perfil, ahí sentadita, de copiloto inquieto y parlanchín) su conversación fue esta:

_ Mamá, ayer todo el mundo decía con quién quería compartir su cabaña. Todas teníamos amigas, pero C. se quedó sola, nadie quería ir con ella._ C. es una niña con deficiencia física, camina mal, pero es una niña muy alegre. Es como un cascabel. Se me puso un puño en el corazón, enorme, pesaba como el mundo. Y me quedé en silencio. Y mi mirada se quedó en un absoluto parón. Ella, mi diminuta seguía parloteando.

_ Y yo lo que hice es irme con ella. Le dije a C. que yo sí quería ir con ella. Y luego dijo N. que ella se venía con nosotras. Y C, dejó de llorar. Y las tres vamos a compartir una de esas tiendas de madera. Y a lo mejor A. se viene con nosotros… qué ganas tengo de montar a caballo. Dice C. que a ella le gusta mucho montar a caballo. Y a mí también me gusta mucho…

Y sin más, me encontré llorando. Porque si C. fuera mi hija, o si mi diminuta algún día estuviera ante dificultades, agradecería a la vida que pusiera en su camino a una diminuta tan enormemente grande como lo es ella hoy.

_ ¿Por qué lloras mami?_ Me mira toda sorprendida.

_ No lloro diminuta, sólo respiro con el corazón. Y quiero que sepas una cosa: estoy orgullosa de ti. Muy orgullosa. ¡¡¡¡TE QUIERO DIMINUTA!!!_ Se me podía oír gritar bien clarito...

Y pensé en la suerte de mi agotamiento desde que este ser inquieto se colocó en mi tiempo. Sé que a veces la vida me supera, que es un enorme enredo, que no puedo más, pero no hago más que dar gracias porque el desorden de su nombre es el inicio de un palabra que  es siempre feliz. Tu eres siempre feliz. Eres la generosidad. La mirada alta. La risa serena.

Gracias diminuta. Me siento tan pequeña a tu lado… tan pequeña… y me quedo esperando tu regreso, mientras puedo sentir el eco de tus risas, de tu tiempo libre, de tu vida.


NECESIDAD DE LEER

No puedo decir nada, mi palabra callada se queda prendida de palabras sabias. Aprehender la vida a través de la palabra sencilla, humilde, consciente. En silencio, lejos del ruido del mundo, permanece la belleza de la humanidad. 

Os dejo trozos de sabiduría en la palabra de José Jiménes Lozano.

EN SÁBADO

He cerrado la puerta al llegar, he soltado todo mi cargamento sobre la mesa de la cocina, y no he podido evitar reírme hasta la saciedad de mí misma. Mi hermana me observa medio contrariada, y sin soltar a reír del todo. Desconcierto y risa se mezclan en su rostro. Me mira y quiere reír, y busca con su rostro la respuesta a un por qué.

Me tienen que suceder cosas así, a veces. La vida tiene muchas, muchas caras. El blog es sólo una de ellas. Porque yo no soy esta transcendencia pausada y serena, tranquila, exacta, que a veces se pasea por aquí. Yo no soy así. No, no. Yo más bien soy un poquito de caos mezclado con cierto orden caótico también. Bueno, a decir verdad, no tengo ni idea de cómo soy. Es lo de menos, realmente.

Pues bien, hoy, mañana de sábado, día tranquilo y lleno de luz, tocaba poner un poco de orden a la casa. Llegó mi hermana, y le ofrecí un cafelito. Una vez hecho y servido, me he bajado al trastero para reemplazar los enseres que a lo largo de la semana se habían ido agotando. Una vez requisados regreso, vuelvo a llamar al ascensor con la barbilla, las manos no me quedan libres, pero no es problema. Soy habilidosa.

Se abre la puerta del ascensor y yo me quedo con un estupor disimulado por una mueca en mi rostro, un "ainssss" velado por una incipiente sonrisa. Ahí está, impecable, mi vecino. Tan impecable como cuando va con su maletín y su traje de chaqueta oscuro. Agradable. Amable. Me saluda. Yo me veo reflejada de frente, en el inmenso espejo del ascensor, y me pregunto por qué causa tienen que poner unos espejos tan grandes, lo bien que hubiera estado hoy en esa pared, un panel totalmente opaco. Me lo digo a mí misma, y me lo repito interiormente mil veces. Por qué… por qué...

_ Hola, buenos días… _ Él viste un chándal, impecable, también, como su amabilidad. Lleva una bolsa de deporte en la mano, y me comenta que viene de nadar.

_ Hola, hace un día estupendo ¿verdad?_ Y mientras hablo me veo reflejada en el espejo. Me veo sin manos libres. Ni una mano libre de lo ocupaditas que están. Y él que se percata, amablemente pica en el número de mi piso. Yo he quedado estupefacta ante mi propia imagen, y procuro que no se me note, porque lo único que quisiera es poderme reír a mandíbula batiente de esa estampa que se refleja en el dichoso espejo, esa que protagonizo yo en ese momento, hoy, un sábado 16 de octubre de 2010. Un sábado como otro cualquiera. Un sábado en que mi vecino regresa de nadar.

_ Ah, muy bien, está genial. Nadar está muy bien...

_ Sí, sí, algo hay que hacer. ¿Hoy te toca trabajar?_ En mi bloque los vecinos nos conocemos bastante, ya sabes, profesión, familia… y la conversación es amable siempre.

_Pues sí, sí, tienen la mala costumbre de no cerrar en sábado_ Y sonrío, y noto que ya se acaba mi trayecto, por fin, porque el ascenso hace una especie de pausa, y yo dejaré de verme ahí, tan... y observando que ambos mantenemos ese rictus previo a la risa soberana.

Se abre la puerta y salgo al rellano, amablemente nos despedimos. Yo sigo sonriendo y conteniendo la risa porque me veo claramente saliendo del ascensor, el espejo lo retransmite todo con exacta veracidad. Ahí mi chándal azul marino, mi camiseta de rayas, bueno, no está mal, podría haber sido aún peor… mi pelo recogido en un gracioso moño despeinado, mis gafitas, mi sonrisa amable, siempre amable… hoy más amable si cabe… y las manos sujetando cinco, cinco rollos de papel higiénico, cinco rollos de edición super-mega-extra para que dure más… sólo me ha faltado que viniera detrás de mí el perrito tan mono del anuncio. Me despido con un simple adiós que tiene una sonoridad previa a la carcajada. Mi vecino sube un piso más a la vez que mi autoestima baja diez puntos. Si casi lo oigo reírse. Eso sí, viviré diez años más. Los dos viviremos diez años más. Soy generosa, me digo. Soy altruista con mi especie, regalo vida… ainnssss.

He llamado a la puerta, con la barbilla, he entrado en la cocina y he soltado mi amable carga sobre la mesa (lo cierto es que no pesaba, sólo abultaba) y no he podido evitar reír hasta las lágrimas. Mi hermana, que estaba aún tomando un café me mira. Se sirve el segundo riéndose, la risa es contagiosa. Y me observa mientras entre risas, apunto el primer recado de la semana. _ Bajar numerosas bolsas al trastero para poder subir con ellas cargada y sin que se note._ Es lo primero que voy a hacer, cuando ella se vaya.


* banda sonora del momentazo...

AÚN QUEDA TIEMPO.

Estamos en tiempos de incertidumbre, mi mirada recoge tu mirada, y somos capaces aún de cabalgar a través de mil colores. Estamos ante una incógnita no asible, pero no permanecemos solos. Me agarro a la firmeza de tu mirada, y al tamborileo de tu alma, que es valiente.
Y me emociona tu semblante.
Tu firmeza.
Tu sonoridad de silencio.
Eres.


HUMILDAD DE LA NARRACIÓN

Hallar la palabra certera
en plenitud de sus fuerzas
tranquila
que no caiga en la histeria
que no tenga fiebre
ni una depresión
digna de confianza
hallar la palabra pura
que no haya calumniado
que no haya denunciado
que no tomó parte en ninguna persecución
que nunca dijo que el blanco era negro
se puede tener esperanza
hallar palabras alas
que permitiesen
un milímetro siquiera
elevarse por encima de todo esto. (Bloc de notas de Kapuscinski)


No es fácil hacer una entrada que pueda hablar de la obra de Riszard Kapuscinsky sin tener la sensación de que hay algo esencial que se nos va a quedar en el tintero. La lectura de sus textos, de cualquiera de ellos, sin duda  es toda una lección de humanidad, de profesionalidad y de narración. Es una de las personas que más admiro, que leo y releo porque a la vuelta de la esquina sus palabras siempre me van a regalar algo importante. Importante y necesario. Una realidad que no he de olvidar si no quiero perder la sensatez. Su narración del mundo me fascina. Hoy me quiero entretener un poco en la reseña de dos de sus obras, compartirla con vosotros; ellas han ocupado parte del escaso tiempo que me queda libre. Y lo han ocupado de una manera visceral; era imposible no sentirse enganchado a sus palabras.

El mundo de hoy es un conjunto de textos que nos definen el mundo que nos ha sido dado, que lo analiza y lo desentraña, y desde su palabra, intenta conseguir al menos, una mirada de justicia. El libro en sí mismo es un collage, un corta y pega de los textos de este periodista. En ellos habita la infancia del autor, también los entresijos de la labor periodística a la que se entregó, y por encima de todo, la estampa de este mundo que habitamos; preguntas y respuestas sobre el por qué, el cómo y el para qué de todo este sinsentido que es el dolor en el mundo. Nosotros habitamos ese mundo. El lo narra, sin más, y en cierto modo, su narración es una razón de justicia; pide respuestas. Las exige. Y nosotros, que las pedimos también al hilo de esa lecuta que no nos deja nunca indiferentes, a la vez también nos sentimos parte de esa respuesta. En su palabra, una verdad que quema, íntegra, que nos atañe a todos; la narración de un mundo que aunque cómodo para algunos, es un verdadero infierno para la mayoría. El mundo está cubierto de dolor. En la mirada de Kapuscinski, el ser humano tiene siempre un primer plano; cada persona doliente que él describe, cada guerra que relata, es una pregunta directa a la conciencia de quienes viviendo bien, deberíamos no mirar hacia otro lado, deberíamos cuanto menos, saber sobre este mundo que habitamos. Porque el mundo de hoy es el nuestro, y contiene un dolor que en la sociedad de la información que nos rodea, no puede ser silencio, y que siempre se ha de sentir, como un dolor  consciente de su realidad. Hoy los que sufren, saben que la vida en otros lugares no es así. 

Nuestro pequeño espacio, este mundo de la tecnología, de la medicina, de la comunicación, no ha podido paliar aquello que más clama por ser resuelto; la injusticia. La realidad de una humanidad doliente que a día de hoy, no puede ser silenciada. Siglo XXI. La vida. Nuestro mundo. Tú y yo. Y millones de seres que viven en la más absoluta de la pobreza y miseria. Sin dignidad. Ese es el hoy que magistralmente nos regala este periodista de ojos inteligentes. Un mundo que una vez leído, sin duda, no nos puede dejar indiferentes.


Los cínicos no sirven para este oficio es una especie de larga entrevista sobre el buen periodismo. El propio autor dice que es un error escribir sobre alguien con quien no se ha compartido al menos un tramo de la vida. Me parece una verdad esencial, así que quién mejor podría hablarnos de periodismo que Kapuscinski. Es un libro cuya conversación recopila los entresijos de la información; cada una de las cuestiones que fundamentalmente constituyen el arte de informar. De ser capaz de hacerlo verazmente. Se perfila así la intuición como una capacidad, de su hermanamiento con la inteligencia para reconoceer aquello que es información, y fundamentalmente, de su objetivo esencial; el ser humano. La pasión por sus semejantes. Creo que todo esto que me sale a raíz de la lectura de su libro define perfectamente lo que este periodista polaco es; un periodista impecable. Él me hace ver el periodismo, esencialmente, como una razón de justicia. Como la voz de los desheredados. Desprovisto de toda esa prepotencia que erróneamente lo han llegado a definir como un cuarto poder. El periodismo no es un poder, es un derecho, es una obligación delegada. Inimitable Kapuscinski; la suya es una historia de individuos, el sonido de existencias humildes, la voz de la escasa dignidad con que la vida a veces se encuentra. Toda una lección de ojo que observa, de palabra que narra, y de alma que quiere como mínimo, sanar el lado silenciado y doliente del mundo. Una palabra reveladora. Una palabra que clama por toda acción que pueda ser justicia, y que lo hace sin estridencias. Y así es el periodismo en esencia; el que es de verdad.


"En todo lo que hago intento hablar con mi propia voz,
una voz personal, amortiguada.
No sé gritar."
Ryszard Kapuscinski


CRECER

Ocurre de repente, miras a tu alrededor, y la vida ha dado un giro sin que tú sepas muy bien cuándo ni dónde ha ido a cambiar. Lo admites amablemente, pero eres consciente de que te deja instalada en la perplejidad, y ante la absoluta consciencia de tu más cierta ignorancia; eres madre, sí, y además, una auténtica pardilla.

Sólo ha pasado un verano y ahí la tenía, hecha toda una mujercita ante mis ojos. Esa es mi diminuta hoy; compleja y sencilla, vehemente y tranquila, mujer y niña, risa y llanto.

Consciente de que te escapas, de que empieza tu vuelo, la emoción llena mi alma, pero también me hace consciente de que mis manos, siempre prestas a achucharte y a sujetarte con fuerza, se han quedado pequeñas. Nos hemos movido juntas en la certeza de lo físico; en la consistencia de unos cuidados que evitaban que te rompieras la crisma, que te intoxicaras, que te aburrieras; que buscaban te sintieras muy querida, mimada o que simplemente durmieras. Y de repente te miro, y sé que todo eso, todo eso por lo que yo antes velaba, ya lo sabes hacer sola.

Eres una mujercita, mi diminuta. Y pienso en las veces en que no sabré entender tu mundo y me empeñaré en que obres desde mi perspectiva sin saber que me equivoco rotundamente. Porque me equivocaré, eso no lo dudo. Y tú entonces tendrás que saber poner perdón, generosidad e inteligencia. Tendrás que regalarme el perdón con una sonrisa, permanecer al lado de la generosidad para saber que detrás de mi empeño sólo hay cariño y pasión por tu tiempo y lo más necesario, que seas capaz de estar del lado de la inteligencia para conseguir que mi error no te lleve a un puerto que no te corresponde.

Diminuta, te miro cuando no te enteras, cuando no te percatas de mis cuitas, cuando permaneces con las tuyas ausente. Observo tu perfil serio cuando estás ahí al lado; de copiloto, leyendo, estudiando, jugando o durmiendo. No te haces idea de las veces que te miro cuando tú no te enteras. Y me quedo punteando la línea de ese perfil que me sé de memoria. Y dibujo en mi retina mil veces la profundidad de tus ojos. Eres una mujercita. Y bien sé que mis manos se quedan pequeñas. Pero, ¡ah el corazón!... ese es tan enorme, que no se gastará en mil años; ni aún traspasado el infinito se quedará pequeño.

Hoy te has quedado especialmente en mi pensamiento, hoy que no estás, estás más que nunca. Es cierto que siendo diminuta, ya eras enorme para mí, pero hoy, hoy te has hecho grande. Puedo descubrir las semillas que hoy tiene tu presencia, esas que serán la raíz de la mujer valiente que un día serás. Y constante, muy constante… porque mira que eres tenaz (esto ya te lo digo con sorna, que mira que eres tenaz). Te quiero, diminuta. Hoy en las paredes de casa ha quedado la resonancia de tu ruido. Hoy,  la casa permanece en silencio y yo a solas con mi alma, me he hecho más consciente aún de ese hilo infinito que me une a ti. Y es que tú tienes el sonido del mundo; del inmenso mundo que aún te queda por descubrir. ¿Lo puedes sentir tú también?


SOLEDADES

La mirada en silencio, latiendo.
Observar un instante
y su aparente nada. Soledad.
Tu mirada en ese punto indefinido
te convierte en silencio.
Eres un todo. Inaccesible. Infinito.
La imagen inolvidable de tu pensamiento,
grabada para siempre en mi retina.
Ante mí el segundo de tiempo en que más te amé.
Tú ahí, tan perdido.
Uno. Inmóvil.