Hoy, al ir a llevar a diminuta al cole, iba escuchando la radio ; hablaban sobre el maltrato a nuestros mayores. Me quedé angustiada y muda, pues como bien explicaban, se trataba de personas incapaces por sí mismas de realizar algún tipo de gestión para formalizar una denuncia sobre lo que viven día a día. Y pensé en la ingratitud a la llegamos, y en esa persona que siendo ya mayor, tiene que verse así, tan mal querida y poco recompensada. Y pensé en cuántas cosas somos capaces de perder mientras creemos que vivimos.
Estamos ante una sociedad que tiene como uno de sus valores máximos la propia autonomía. Ser independiente, joven y vital es hoy un valor necesario. Si no eres eficaz, diríase que no existes, que ya no eres persona. Lo tenemos tan visto, que lo hemos asumido como si fuera algo natural no necesitar de la experiencia que tienen unos ojos vividos. Pocas veces en este mundo de carreras nos pasamos a respirar con tranquilidad de la mano de la experiencia que destilan unos ojos alegres, vivaces y ancianos. Está tan asumida la necesidad de ser útil que si no somos capaces de hacer, de dar, de conseguir, nos sentimos anulados y preferiríamos incluso no existir. No sabemos ya lo que es pasar una tarde lenta, sentida al lado de unos ojos callados, o de una conversación que llega de muy lejos. Nos olvidamos de estar al lado de nuestros mayores, no sabemos ya ver pasar la tarde y dejarnos mecer por las horas lentas. Ver pasar el tiempo despacio, lleno de secretos no imaginados en la mirada y en la palabra de tus padres. Pareciera una pérdida de tiempo, y sin embargo, emocionalmente es de lo que más te hace sentir que estás vivo. Así ocurrió, si recuerdas, en aquella tarde que sin más, permaneciste al lado de los tuyos. Pero lo hemos olvidado, y hoy lo que más importa es no ser una carga para nadie, sin saber, ni tan siquiera intuir, que hay cargas que valen un mundo. Que en sí mismas, son un potosí.
Cuando me pregunto sobre las causas que nos han llevado a estar así, no lo puedo evitar; pienso que nos hemos vuelto una especie muy egoísta. Ya no vemos como valor fundamental estar al cuidado de otra persona, sea tu padre, madre, hijo, hermana o sobrino. Las personas hemos perdido la capacidad de dar sin más, la capacidad de aprender a recibir sin más, la capacidad de estar al lado de alguien y cuidarlo. Tanto, que diríase que hoy nadie quiere a nadie. Que perder el tiempo en el cuidado de los otros es perder la propia vida. Que todo el mundo estamos obligados a no ser dependientes, a ser tremendamente prácticos y a no caer en el tremendo error que es pedir ayuda a alguien, o perder el tiempo sin rentabilizarlo en razones de consumo. Si hoy algo prima es precisamente eso; más que el ser, el tener.
Hoy, los hijos son una carga para los padres; he vistos niños que aguantan verdaderas jornadas maratonianas en la guardería porque sus padres al salir de trabajar, no se sienten capaces de estar toda una tarde con ellos, pendientes de ellos, y sin tiempo para sí mismos. _¡Qué rápido pasa la vida, pero qué larga es la tarde al lado de un niño pequeño! _ Lo oí un día en el parque, mientras observaba lo que hacía diminuta. No se tratade de un lamento, sólo era una constatación; son muy largas las horas de parque. Era una verdad como un templo, y también, la frase que mide el amor que por los demas sentimos. Y pensé en qué largas son también otras tardes; las de hospital, las de las consultas médicas, las de estar cocinando, las de...
Hoy, los hijos son una carga para los padres; he vistos niños que aguantan verdaderas jornadas maratonianas en la guardería porque sus padres al salir de trabajar, no se sienten capaces de estar toda una tarde con ellos, pendientes de ellos, y sin tiempo para sí mismos. _¡Qué rápido pasa la vida, pero qué larga es la tarde al lado de un niño pequeño! _ Lo oí un día en el parque, mientras observaba lo que hacía diminuta. No se tratade de un lamento, sólo era una constatación; son muy largas las horas de parque. Era una verdad como un templo, y también, la frase que mide el amor que por los demas sentimos. Y pensé en qué largas son también otras tardes; las de hospital, las de las consultas médicas, las de estar cocinando, las de...
Los padres, ya ancianos, también son una circunstancia agobiante para los hijos. No estamos dispuestos a perder nuestro "tiempo rentable" por estar al lado de unos padres que quizá se sientan solos, que aunque independientes, les apetecería estar un poco nuestro lado por comentar unas cosillas de aquí o unos cuidados de allá. Y viendo esta realidad, no dejo de sentir que las personas hemos perdido un poco el norte. Y que nos hemos perdido también a nosotros mismos en ese ir y venir de obligaciones absurdas que nos hemos impuesto.
Se trata de una pérdida esencial, porque la presencia de las personas, su magnificencia y su grandeza, viene tan sólo de su simple ser, de su sencillo estar. Independientemente de las circunstancias que nos toque vivir, del cómo me toque estar, o de lo que sea capaz de hacer, soy quien soy; y como dice el anuncio: "yo lo valgo". Cada uno lo valemos. Nuestros padres lo valen; un potosí.
Todo ello me hizo revertir en mi situación, en mi vida actual, en pensar que uno de los grandes valores que tiene mi casa, se hace enormemente evidente cuando mis padres están en ella. Haber conseguido el tiempo, la presencia para ellos cuando están, es un verdadero privilegio. No importa lo que necesitaban, pues a ellos tampoco les importó nunca darme lo que yo necesité. Todos necesitamos siempre algo. Pero hemos olvidado que todos también somos capaces de aportar algo. Si unas competencias se van, otras vienen. Y si hoy mis padres ya no pueden hacer lo que hacían, lo cierto es que su sola presencia es capaz de conseguir que yo no me derrumbe. Nadie hace que mi persona tenga más empuje que las personas a las que quiero. Soy consciente de que siempre, independientemente de como sea su estar, su ser aportará algo esencial a mi mirada; a mi sentir y a mi vivir. Son insustituibles incluso en sus deficiencias, y los quiero a mi lado a pesar de las mil limitaciones que mi tiempo, mi circunstancia o mi carácter me puedan poner.
Creo que hoy estamos un poco equivocados; nuestros mayores son cosa nuestra. No son un asunto que otros tengan que resolver. Evidentemente, tiene que abrirse el camino de la ayuda, pero los mayores, en esencia, le pertenecen a mi deber. Otra cosa es que estructuralmente se me ofrezca una ayuda para la gestión de su cuidado. Nuestros mayores hacen nuestra la obligación de su cuidado. Sí, sí, OBLIGACIÓN. Obligación de proporcionarles aquello que por su limitación ya no son capaces de conseguir por sí mismos. Obligación a encontrar el tiempo necesario, la manera adecuada, y la solución concreta a sus necesidades crecientes. Estoy obligado a querer a quienes una vez, me quisieron más que a nada.
Lo cierto es que me dejó un poco mal pensar que en muchos hogares los ancianos sufren la agresión física, psicológica o verbal, de manos de quienes fueron un día las personas que más quisieron. Como especie, en ocasiones, somos lamentables.
Hoy has tirado tanto del hilo y tan acertadamente que no sé si llorar, aplaudirte o suspirar agradecida de poder seguir perdiendo el tiempo cuidando a los demás. Gracias Ana, y muchos besos
ResponderEliminarMagistral. Has bordado tu pensamiento en hilo de oro. Me ha servido para hacer recuento de lo que soy y de lo que son los que tan preocupados en llenar sus vidas de sí mismos que están completamente vacíos.
ResponderEliminarGracias, Ana. (No escribas tu nombre en minúsculas, porque eres grande)
Es alucinante como seres vivos que crueles somos los humanos incluso con los de nuestra especie, y los de nuestra propia sangre.
ResponderEliminar¿No sé darán cuenta que todos nos hacemos viejines cada día que pasa? en fín todo mi respeto hacía estos mayores colmados de experiencia y ojalá podamos sentir sus besos y abrazos muchooooss muchiiiísimos años.
Una entrada magistral ana como siempre y como dice tu tocaya la de los guisantes no escribas tu nombre en minúsculas que eres "enorme".
Besines utópicos, Irma.-
Bueno, Ana... Solo puedo decirte GRACIAS. Gracias por tu hilo y por la canción de Alberto Cortez. Un antídoto contra ese egoísmo que aflora mucho más de lo que debería y un recuerdo de esa dulce deuda de amor...
ResponderEliminarCreo que tengo que hacer una llamada...
Un beso, leonesa, querida hedbana.
Hoy por unas circunstancias, digamos que profesionales, me ha tocado atender a una señora mayor, casi con 90 voz poco clara y bastón...se ha esperado, me ha esperado, hemos hablado y resuleto un asunto...al irse me ha comentado que quería que le atendiera yo...ha sido un buen regalo.
ResponderEliminarUn abrazo enorme Ana! y se porque lo digo.
Marta, regalar el tiempo a los demás, es un privilegio... aunque a veces tengamos esa sensación de agobio. Menos mal que nos quieren mucho!!!! (yo soy una rezungona, aquí no se me ve bien)
ResponderEliminarPesoleta, lo que tenemos tan claro en el pensamiento, no siempre le sale igual de bien a nuestras acciones. Pero sí, tienes toda la razón, vivimos llenitos... jajajaja.
Irma, no es oro todo lo que reluce, que una cosa son las palabras... y otra lo que nos sale. Pero bueno, lo cierto es que ahí estoy... intentando que me salga todo tan bonito. Besines.
Sunsi, una deuda de amor de este tipo, es una gran deuda. Afortunados somos aunque a veces vivamos tan a carreras queriendo poder atinar en todo (y claro, no atinamos bien, tanto correr).
Pues eso... ¡que nadie es perfecto! Pero se intenta, ¿eh?
Besos.
Tuve la suerte , de, poder devolver parte del cariño que me habian dado.
ResponderEliminarAunque fue demasiado pronto...Ellos ,los dos.... vivieron su final, rodeados del cariño que, unos hijos y nietos quisieron darles.....no , por obligación, sino ,porque se merecian eso y más.
Espero haber enseñado a mis hijos , que al final se recibe, lo que has dado ....
Una pena, que no veamos envejecer nuestra vida, a nuestro alrededor......Un besin....
Un abrazo, Imperfecta. Siento muchísimo que la despedida fuera pronto, pero su estela, dudo que la hayas perdido. Tienen mucho peso tus palabras.
ResponderEliminarBesines.