MILAGROS.




Hacía muchos años que no veía un recién nacido. Son impresionantes, con esos ojos tan profundos, llenos de misterio, y esa quietud que transmiten cuando los observas así, como perdidos y afrontando un mundo que desconocen por completo. Qué valientes son en su indefensión. Coloqué mi dedo índice en el hueco de su manita diminuta y su tacto me colocó ante tu presencia. Te recordé tal cual eras la primera vez que te vi. A lo largo de la mañana no tuve otra cosa en la mente que tus ojos oscuros, su apertura emocionada y la tranquilidad infinita que transmitieron cuando oíste de nuevo mi voz y se cerraron pausadamente. _Hola ratoncito_, dije entonces. Y caíste en un sueño profundo, totalmente sereno. Era la primera vez que me veías, que me oías desde fuera. Y era la primera vez que te veía yo. Nunca he podido olvidar ese cruce de miradas y tu tranquilidad al sentirte de nuevo al lado de la voz de siempre. Ojalá pueda seguir siendo así, que mi presencia te consuele, ahora que sé que no siempre tendré una solución para todo lo que sea problema en tu vida, y que hay cosas que yo no te podré enseñar.

Hoy volví a tocar de nuevo a un recién nacido. En ese roce se hacían presentes todos los momentos vividos a tu lado durante estos doce años que se han pasado tan rápido. He de confesar que casi lloro de alegría. Una a una, a esa emoción primera, le han seguido las que vinieron después. Tus primeros pasos, tu flotabilidad en el agua _nada era tan divertido como ver tu juego de piernas y brazos desde lo profundo de la piscina_ tus primeros giros y desastres con la bici, la rotabilidad de tus piernas con los patines mientras te sujetaban firmes mis brazos, las primeras palabras, el primer día que viste el mar, el primer día de guardería, el primer día de colegio, las primeras lecturas, la primera película de cine _desde ahora en adelante me llamo Nemo, dijiste después_ tu primer viaje en tren... han sido tantas las primeras cosas las que has vivido a mi lado. Pero ahora ya te sueltas. Ahora habrá muchísimas cosas que verás tú sola por primera vez, y.. me cuesta. Somos así algunas madres.

Hoy no me he podido olvidar de tu presencia a mi lado, de todas las cosas buenas que a tu lado he podido conquistar. Me he sentido la persona más afortunada del universo, y al llegar a casa, al verte tan formal, mayor y risueña, no he podido por menos que darte esos achuchones que te han hecho reír a carcajadas, achuchones que no sabías a cuento de qué venían. No he podido evitar agarrar tus manos, tan grandes como las mías ya, apretarlas fuerte, mientras pensaba en el milagro de la vida; ese milagro que convierte las manitas diminutas en otras capaces de sostener todo un universo. Cuánto te quiero, Diminuta. Y qué enormemente impresionante eres ya. Parece mentira.



** Este blog nació como posibilidad de comunicar tantas cosas... pero al final tu presencia lo está ocupando casi todo. Así también es la vida real. Te quiero.

1 comentario:

  1. ¡Qué preciosidad de post!

    Hermosa de verdad la entrada. Como vosotras dos.

    Mis mejores deseos para este otro recién nacido que acaba de agarrar nuestro dedo con fuerza. Mil besos

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