En todo tiempo de espera siempre hay un respiro escondido. Ocurre que en ese tiempo, el alma transita libre por recodos que no se encontrarían de no estar en esa no realidad. La espera es un no-tiempo que a menudo trata de revelarnos algo. Si somos impacientes, nos desesperaremos, pero la paciencia, sabia, se queda quieta para que secretos amables se hagan sonido. Así estoy ahora, mientras se para mi tiempo y espero tu regreso. Respiro hondo y sé que cuando llegues, tu risa lo llenará todo. Mientras, a mi pensamiento ha venido una especie de vuelo sereno. Una serenidad que se sienta en mi corazón y me hace sentir orgullosa de todo esto que vivo; también de lo que no vivo. Ya ves, lo llenas todo aunque no estés.
Y a lo tonto he colocado los afectos, las personas que están, las que no están, y las que tan sólo hacen ruido sin la intención de transitar por el escenario a mi lado. Obervo lo que podría haber sido una decepción, y soy consciente entonces de que no lo es. Supongo que no esperaba nada. Y ante mi silencio, descubro que mi alma es serena. Que sabe transitar por el no-ruido de la soledad mientras encuentra sonidos que le dan alas a la mirada. Sonidos que son una pequeña verdad que se torna brújula. Quizá sólo sepa caminar con seguridad quien ha mirado de frente a la soledad; a sus ojos directos, firmes, rotundos.
El silencio se torna revelación si te atreves a mirarlo libre de ataduras, con la mirada simple y certera que busca tan solo una pequeña porción de consistencia en la realidad. El silencio se torna entonces una verdad sin rencor, que no tiene necesidad de pedir o rendir cuentas. Es impresionante el silencio de la soledad; lo cerca que está de la Verdad.
Y ya llegas. Y todo es diferente. Llega el ruido. La velocidad. Y me alegro de esperarte... lo cierto es que lo haré siempre. Allá donde me encuentre seré una espera: la que te encuentra. Tú eres el regalo de mi no-tiempo _aunque se tratase de la espera más desesperada_. Lo llenas todo, hija mía. Mi mirada es más sabia desde que tú eres presencia. Te quiero.
Me has recordado un libro que leí hace la tira de Mercedes Salisachs, "El volumen de la ausencia".
ResponderEliminarEl recuerdo de la persona querida no es un vacío, sino un volumen; hasta el silencio y la soledad que crecen cuando piensas en ella tienen nombre...en este caso Diminuta.
Un abrazo, feliz semana!
Qué bonitas palabras, que reflexión tan cierta, ese tiempo de espera, ese tiempo de silencio, ese tiempo de recapacitar y valorar lo que tenemos aunque no podamos disfrutarlo cada segundo de nuestra existencia.
ResponderEliminarUn abrazo
La espera, ese largo estadio donde el tiempo se arrastra como las tortugas centenarias; reptan por la arena, guiadas por el instinto ancestral, en la dirección adecuada pero a una velocidad rotundamente lenta.
ResponderEliminarLa espera; cuando las luces varían de intensidad y las horas se convierten en ecos de un latido próximo.
Al final, la tortuga llega a la orilla del mar, y nada, y hace piruetas, y juega con las olas, y se sumerge en busca de una estrella.
¡Ahy tortuga!, tienes cien años y sigues disfrutando con la mar.
Preciosas palabras que hago mías. Yo reparto entre tres, pero incluso quedando dos, se nota el silencio del que no está.
ResponderEliminarUn abrazo
Ana... No podría describir la ausencia de un hijo con tanto acierto y belleza. Sabes que no es jabón. Cuando no están puedes medir el tamaño del hueco que dejan con una precisión - a veces dolorosa por la ausencia- tan real que asusta. Me asusto si por un instante pienso en la posibilidad que no-presencia no se llenase nunca más. Suerte que tiene diminuta. Un beso grande, leonesa.
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