PLASTICIDAD.

Ayer, mientras gastábamos las últimas horas del día en el parque, pude observar a los niños pequeños que jugaban mientras diminuta iba y venía con sus patines. Ví su empeño en intentar las cosas, y la naturalidad con que se levantan cuando se caen, una y otra vez. Diminuta ya no, diminuta cuando se cae de los patines, ya siente un poco de vergüenza. Supongo que eso es ir haciéndose mayor, por mucho que yo me empeñe en que se ría de las caídas siempre y cuando no nos lleven directas al hospital.

Ahí estaban los más pequeños, intentando hacer algo que a la primera no les salía. Caían y con toda la naturalidad del mundo se volvían a levantar. Volvían a caer. Se volvían a levantar. Naturalidad. Plasticidad. Interés. Empeño. En ningún momento miraron a su alrededor, tan embebidos estaban en su quehacer personal, con el único objetivo de alcanzar la meta. Cambiaban de estrategia ante los fallos, ahora iban por aquí o iban por el otro lado; por la parte de atrás de los columpios, cambiaban de estrategia ante el escalón, ponían un pie aquí, una mano allá, pero no cejaban en su empeño de conquistar el columpio.

Los adultos ya no somos así. Hemos perdido plasticidad. Si nos caemos, procuramos que nuestra caída no sea sonora, y pensamos que por Dios, que no se nos vea. Tenemos miedo. Quizá ni tan siquiera lo volvamos a intentar, ya no nos arriesgamos a ver qué hay por la parte de atrás del columpio no sea que las tornas vengan aún peor. No reintentamos las cosas, ya no vamos a por todas. Nuestro empeño se convierte en aire. Necesitamos preservar siempre algunas seguridades. Y madre mía lo que nos importan los alrededores; ese concepto que los otros tendrán de mí si me pillan en el suelo. Con tanto estrés, se diluye por completo el objetivo que tan claramente creíamos tener.

La madurez se asocia al crecimiento. Pensando esto ayer, mientras observaba a los más peques, he sonreído. Cuando pienso en la naturalidad que han ido a perder mis pasos con el caminar del tiempo, me pregunto en qué momento me perdí. En qué momento dejé de ser aquella niña que se ponía el mundo por montera con toda naturalidad.

En la infancia el mundo se nos ofrecía entero, como hoy, pero la naturalidad de nuestros pasos era de lo más emocionante y para nada enconrsetada. Pienso que una de las cosas en las que viene a parar la madurez, es en cierto agarrotamiento de la mirada.

9 comentarios:

  1. ¿Y sabes , Ana, que se vuelve a ésa simplicidad natural de la infancia? Lo digo sin vergüenza...yo estoy cada día más cerca, y me encanta...Un besico.Genial.

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  2. A mi de plasticidad me queda sólo la flacidez...como esa especie de plastelina blandiblú en que se convierten brazos, tripa, etc...muy plástica, sí, tremendamente niña!!! :))
    Besos, voy a ponerme los patines!

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  3. A mí me da la risa cuando la gente se preocupa por cómo los niños aceptan los cambios... si los únicos que tenemos problemas somos los mayores. Me ha gustado tu post. Con la mirada puesta en la infancia, una vez más.Un beso

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  4. Vaya, el final me ha resultado un poco triste: cierto agarrotamiento de la mirada...
    Yo estoy con Mariapi, reivindiquemos nuestro lado infantil y explotémoslo!
    Plasticidad quizá no tanta, pero lo podemos intentar.
    Un besazo, reflexionando,

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  5. ...pues igual me repito Ana, no recuerdo si te lo dije (debe ser la edad) Nunca olvidaré cuando mi padre siempre me decía cuando era peque (normalmente si me pillaba una mentirijilla)

    -oye ¡que yo también he sido niño!
    ...¡y no me lo podía creer!

    Ahora repito la experiencia con las mías...y funciona!!! es verdad lo que decía mi papi!!!...¡¡que fuimos todos niños!!...y si queremos, lo recordamos...anda que no.


    be sis sis sis !!!

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  6. Sí, quizá algo se pierde cuando crecemos, algo más que la inocencia y ganamos una serie de bolsas de viaje o mochilas que a unos es pesa más que a otros: la vergüenza por el «qué dirán» o lo complejos... con los que no se nace: nos los hacen los demás con sus miradas.
    Sí, como dice Tomae, yo también les hago patente a mis hijos que un día fui niña... pero ni la mitad de felices que hoy día son mis peques, ni con su mirada llena de esperanza por comerse el mundo. Ese que durante unos años me engulló a mí.
    Bella entrada, amiga mía. Bella como tu corazón. Besos miles

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  7. ¡quien conservara esa capacidad de aprendizaje de la infancia, ese caerte y levantarte para a la larga no volverte a caer!

    Un abrazo

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  8. Qué pena haberlo perdido, pero nunca es tarde para intentar recuperar al menos un poquillo.
    Me encanta esta canción. La llevo en el coche y la escucho cada día.
    Besos

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  9. No había caido. Cuando vuelva a caer y , al momento, mire a mi alrededor para ver si me han visto, intentaré volver a la infancia y concentrarme en el objetivo.
    Gracias por esta entrada, me ha gustado y ayudado

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