Estás haciéndote mayor, y mientras te observo, te admiro. Aún quedan coletazos de tu infancia, pero es una evidencia que la niñez se está despidiendo en muchos de los destellos que suelta tu mirada, por cada uno de los poros por los que respira tu piel ya adolescente. Te siento un poco perdida, subida cual funambulista a una cuerda tensa que te las está haciendo pasar de a kilo. Primera amiga para siempre, y primera caída en picado. Te ha costado ver, observar, analizar y definir tu escenario, tu actitud, tus pasos. Parece que por fin lo vas haciendo, pero aún con cierta inseguridad. Hasta que de repente te encuentras con la realidad; una mezcla de envidia tonta que busca tu caída. Esa cobardía que a veces habita en los otros y se convierte en un golpe certero en el corazón.
Eres silenciosa, profunda, y lo mezclas todo con los coletazos de tu infancia. Así que no sé muy bien cómo estás enfrentando todo este desencuentro.
Observo tu resistencia, tu resiliencia, tu capacidad de pedir ayuda y tu paciencia. Te obligo a defenderte sola, sin saber muy bien por dónde irás a tirar. Y al final te admiro, profundamente, porque a mi me hubiera gustado ser como tú. He de reconocer que yo era más frágil, que las rupturas me atravesaban tanto que me impedían seguir durante algún tiempo. Tú no. Tú sigues adelante. Tú mantienes tu risa a flote, preservas tu alegría por las pequeñas cosas sin que los acontecimientos las ahoguen del todo. Te admiro sí.
Sólo me queda saber si al final tendrás el tesón, la clarividencia, la voluntad de no volver jamás hacia la persona que una vez nos hizo daño. No es cuestión de no perdón, es cuestión de estar y dejar estar. Es una razón más bien de olvido, de cicatrización, de saber que nuestra presencia es esperada por otras presencias que nos cuidarán mejor. Tengo en el pensamiento una certeza; buscarás el lugar que necesitas, no te quedarás a medias, y caminarás hasta encontrar tu exacto lugar.
Te quiero, mi querida Diminuta no tan diminuta ya. Me cuesta muchísimo despedirme de tu infancia, saber que aquí está su final. Pero los finales son siempre el principio de otra cosa. Y hay, si Dios quiere, mucho por vivir y respirar...
Cierto, cada final en ellos es un "Continuará..." Se enfrentan a sus propios fantasmas con una madurez que impresiona, quién sabe si nuestra afectividad era diferente, o simplemente, son un espejo de lo que nosotras hemos llegado a ser. Os felicito a las dos. Besos
ResponderEliminarQué difícil debe ser dejarles tomar sus propias decisiones cuando son equivocadas, pero son lecciones que por desgracia también hay que aprender. Seguro que madurará bien. Un abrazo.
ResponderEliminarEs duro despedirse de la infancia. Yo tengo dos chicas de 15 y 18 años y aún me resisto. Un beso.
ResponderEliminarUFF, Ana, la mía tiene 13 para 14 y no sabes como te entiendo. Aún deja asomar atisbos de infancia, pero casi todo el tiempo se muestra adolescente. La vida es así, nosotras lo sentimos, pero eso no cambiará nada. Es cuestión de asimilarlo y recibir a la nueva etapa de la mejor forma posible.
ResponderEliminarUna preciosidad de post ;)
Abrazos
¡Como te entiendo! Es duro desprenderse de "su" infancia. Pero es necesario y justo hacerlo. Un abrazo!
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