
¿Cómo eran las cosas cuando era yo niña?(...)
Muchas veces me hago esta pregunta. Me veo arrastrada por el recuerdo. Soy consciente de ser una persona sostenida fundamentalmente por el recuerdo, y especialmente por mi infancia. No tengo ni idea de si esto es profundo, o es una auténtica estupidez. Me da igual. Simplemente sucede. Volver a la infancia es un viaje necesario. Porque pienso, y es una certeza, que si logramos volver a la infancia que un día vivimos, algo del nosotros que hoy somos, se desentraña.
Muchos de los nudos con los que hoy vivimos podrían ser deshechos si nos parásemos un poco en aquel tiempo de nuestra infancia. No hablo de una infancia rosa, una infancia de mundo disney. Hablo de la infancia real; esa que se vive en la calle, en la risa y en el llanto, en el encuentro y en el desencuentro. En unos ojos de niño que se siente querido, y también mecidos por la soledad y la incomprensión. Hablo de esa infancia donde aprendíamos a caer rotundamente. Y también a levantarnos con una firmeza que no torcía ningún viento. Pero pasan los años, queremos un lugar en la sociedad, crecer, y necesitamos triunfar. Entonces, se nos olvidan los sueños, los castillos que habitábamos, los misterios que nos gustaba mirar, y la afrenta que suponían aquellos miedos que nos paralizaban. Allí, en nuestra mirada, la vida, toda, con la que jugábamos. Y de repente ha pasado el tiempo y ya no recordamos lo que quisimos ser, aquello que nos hizo reír, y tampoco lo que nos hizo llorar. Admiro a las personas que son capaces de huir de todo lo que nos aleja de la infancia, del niño que aún somos. Me atraen las personas que persiguen un proyecto a pesar de los años, las obligaciones y los miedos. Quienes luchan por unsueño, las personas que son capaces de ahorrar por ese sueño, son de infancia. En los deseos, lo creamos o no, siempre permanece.
La niñez no tiene prisa, y aunque de niños siempre queremos ser mayores, el tiempo es largo. Se juega siempre sin prisas, sin sentir el tiempo. El juego es la negación del tiempo. Luego, de adultos, empezamos a correr demasiado. Y vamos a todas partes corriendo. Nos quedamos sin minutos para levantar castillos y no podemos tocar las nubes. Se nos olvida la mirada, el pensamiento, el ensimismamiento, quizá por eso muchos adultos son incapaces de habitar la soledad. Sin la persistencia de la infancia, no hay soledad que se soporte. Y ya no somos capaces de permanecer en esa insistencia que es rotunda, firme; la pasión. Sin infancia, sin la resonancia de la infancia, bien pudiera ser que sólo fuéramos supervivencia. La pasión, tiene mucho de nube de infancia.
Sin espacio para el recuerdo, la infancia es olvido, pero todos tenemos una infancia. Y podemos buscar su regreso. ¿Cómo eran las cosas cuando yo era niña? Me lo pregunto muchas veces. Algo me dice que si vuelvo a ella, encontraré la medida de lo que soy, y también de lo que espero, necesariamente. Para mí es una certeza.
(...)
Muchas veces me hago esta pregunta. Me veo arrastrada por el recuerdo. Soy consciente de ser una persona sostenida fundamentalmente por el recuerdo, y especialmente por mi infancia. No tengo ni idea de si esto es profundo, o es una auténtica estupidez. Me da igual. Simplemente sucede. Volver a la infancia es un viaje necesario. Porque pienso, y es una certeza, que si logramos volver a la infancia que un día vivimos, algo del nosotros que hoy somos, se desentraña.
Muchos de los nudos con los que hoy vivimos podrían ser deshechos si nos parásemos un poco en aquel tiempo de nuestra infancia. No hablo de una infancia rosa, una infancia de mundo disney. Hablo de la infancia real; esa que se vive en la calle, en la risa y en el llanto, en el encuentro y en el desencuentro. En unos ojos de niño que se siente querido, y también mecidos por la soledad y la incomprensión. Hablo de esa infancia donde aprendíamos a caer rotundamente. Y también a levantarnos con una firmeza que no torcía ningún viento. Pero pasan los años, queremos un lugar en la sociedad, crecer, y necesitamos triunfar. Entonces, se nos olvidan los sueños, los castillos que habitábamos, los misterios que nos gustaba mirar, y la afrenta que suponían aquellos miedos que nos paralizaban. Allí, en nuestra mirada, la vida, toda, con la que jugábamos. Y de repente ha pasado el tiempo y ya no recordamos lo que quisimos ser, aquello que nos hizo reír, y tampoco lo que nos hizo llorar. Admiro a las personas que son capaces de huir de todo lo que nos aleja de la infancia, del niño que aún somos. Me atraen las personas que persiguen un proyecto a pesar de los años, las obligaciones y los miedos. Quienes luchan por unsueño, las personas que son capaces de ahorrar por ese sueño, son de infancia. En los deseos, lo creamos o no, siempre permanece.
La niñez no tiene prisa, y aunque de niños siempre queremos ser mayores, el tiempo es largo. Se juega siempre sin prisas, sin sentir el tiempo. El juego es la negación del tiempo. Luego, de adultos, empezamos a correr demasiado. Y vamos a todas partes corriendo. Nos quedamos sin minutos para levantar castillos y no podemos tocar las nubes. Se nos olvida la mirada, el pensamiento, el ensimismamiento, quizá por eso muchos adultos son incapaces de habitar la soledad. Sin la persistencia de la infancia, no hay soledad que se soporte. Y ya no somos capaces de permanecer en esa insistencia que es rotunda, firme; la pasión. Sin infancia, sin la resonancia de la infancia, bien pudiera ser que sólo fuéramos supervivencia. La pasión, tiene mucho de nube de infancia.
Sin espacio para el recuerdo, la infancia es olvido, pero todos tenemos una infancia. Y podemos buscar su regreso. ¿Cómo eran las cosas cuando yo era niña? Me lo pregunto muchas veces. Algo me dice que si vuelvo a ella, encontraré la medida de lo que soy, y también de lo que espero, necesariamente. Para mí es una certeza.
(...)
"La infancia no es una etapa. Para mí es un mundo, todo un mundo cerrado, redondo. Después te expulsa, o te caes tú de él. Por eso he dicho muchas veces que los adolescentes tienen carita de naúfrago, porque tienen que ir nadando, expulsados de esa isla, o de ese mundo, hacia un continente donde no saben lo que les espera...".
Ana María Matute.