
No, no lo quiero. Tampoco quiero llevar un traje que no soy, que nunca seré. El disfraz que me pongan los de allí, es su circunstancia, no la mía. Normalmente quien juzga suele vivir en la lejanía y en la ignorancia de lo que necesita juzgar. No sabe sobrevolar por encima de la presencia de las personas, querer sin más juicios; nunca han amado, nunca han sido amados. Nunca. Su batalla no es la mía. Yo sólo una cosa tengo clara; que me quedo en el vagón de mi tren, que hoy no quiero volver atrás, que sigo. No quiero escapar. Que sólo me interersa una batalla; y tú eres la más querida. Lo demás, me importa un bledo.
Quiero permanecer al lado de mis días, lo que me toca vivir es mío. Es esto de aquí, ahora; y tan mío, que sólo yo seré capaz de recomponer el puzzle de las piezas que he ido recolectando. Aún quedan huecos que son la perspectiva del destino, de lo que aún queda por cumplir. Hoy es tarde de domingo. Después de toda una mañana durmiendo toca recomponerse de nuevo en el día. Cambian los horarios, voy colocando las piezas, y entre ida y venida, me quedo así, bailando en la letra de algunas canciones. Sobretodo, en estas tardes de domingo; mientras espero la llegada de lo de siempre; a la espera del eco de la risa de cada día. Y vuelvo a empezar de nuevo la rutina de los días. Y las risas que siempre me dejas, así, como si desde su presencia, fueran un guiño. En estupendo guiño. El de cada día. Con el que despierto cuando comienza el día.
Y volvemos a empezar. Alegres en cada mañana, nos enfrentamos al límite que es cada uno de nuestros días. Cada mañana procuro no pensar que vuelvo a comenzar desde lo que ayer no salió como debiera. Y ahí estoy, intentándolo de nuevo, rotundamente, y en tu mismo vagón, ante la presencia de tu sonrisa que es capaz de hacerme olvidar lo de ayer. Afortunadamente. Va siendo estupendo el viaje, sí, a pesar de los encontronazos y los baches, ahí estamos. Y no, no me quiero bajar, hasta que tú no bajes. Después... ya se verá qué nos depara el porvenir.