Esta temporada he estado inmersa en las palabras de Natalia Ginzburg. Y digo sostenida porque hay palabras que se imprimen en el alma, y que aunque se olviden, permanecen, se quedan ya para siempre como un eco en nuestro pensamiento, en nuestra forma de mirar el mundo. Me ha fascinado la capacidad que tiene esta autora para describir la dispersión de los sentimientos, la realidad del otro, la soledad esencial en la que a veces nos encontramos, la aridez que deja el tacto del olvido.
Querido Miguel, el primero de sus libros que leí es así, de una soledad y sentimientos insondables. El libro nos narra la historia de Miguel a través de la correspondencia que con él mantienen diferentes personas. Miguel, el hijo que un día desaparece y que sin saberlo, lo hará para siempre. Su madre es una de las personas clave, madre que no entiende, que no deja de lamentar la lejanía de su hijo. Y como madre, asume la culpa adulta, el desencuentro y la soledad que los sentimientos no nombrados nos provoca. Cada carta es reflejo de la realidad en la que nadamos cuando las emociones no encuentran reposo porque no aciertan a ser dadas. Y sin embargo las palabras sí saben recoger, ahí está cada carta, rompiendo el silencio en que se sostiene quien la escribe. El libro es un reflejo de lo que es la soledad, y de lo difícil que es a veces hablar de nuestros propios sentimientos, de aquello que nos duele o nos mantiene en tensión. Es un libro que me ha encantado, sobretodo porque la traducción es de Carmen Martín Gaite, y posarme sobre las palabras que ella exactamente ha traducido, es un lujo.
Las pequeñas Virtudes. No sabría cómo hablar de este libro sin desmerecerlo. Me gustaría encontrar las palabras exactas para que os quisierais enganchar a él. Es un libro que reúne textos sobre muy diversos temas. Sublime. En él se habla del oficio de escribir, de la realidad de habitar una guerra, de la experiencia de ser mujer y madre. En esas narraciones palpita la vida vivida, la vida sufrida, la necesidad de escribir, de contar, de reflexionar lo que no has tocado ser, lo que nos ha tocado vivir, lo que nos ha tocado olvidar. Y en esas narraciones, siempre la presencia del otro, la atenta mirada de esa persona que es yo. Generosidad y vuelo en sus palabras. Me he sentido totalmente atrapada ante la mirada de Natalia Ginzburg. También especial atracción por la humildad de sus palabras, por la generosidad con la que mira el mundo, por darle tanta riqueza a lo que aparentemente se nos dibuja pobre. Este libro lo recomiendo especialmente si se quiere uno empapar de la mirada de la autora. En ella encuentras la humildad con la que sentía su oficio: Mi oficio es escribir, y lo sé bien, y desde hace mucho tiempo. Espero que no se me interprete mal: no sé nada sobre el valor de lo que puedo escribir. Sé que escribir es mi oficio. Y después de la lectura de este libro lo que yo sé, es que volveré a él muchas veces, a cada una de sus narraciones cortas.
Y necesité continuar leyendo sus libros. El camino que va a la ciudad. Una historia de una pobreza tan sublime que sólo la mirada de esta autora es capaz de transmitir con tanta belleza, y sólo ella puede elevarla. Palabras que describen un paisaje árido, unas vidas rotas, personas aisladas pero no por ello carentes de emociones, de conflictos, de confesiones. Ahí encontramos a Delia, esa inocencia estéril que no encuentra su destino, que no es capaz de identificar sus sentimientos, que está tan sola. Esos personajes sostienen un contradictorio misterio en la esencia que los habita. Dureza por ese anonimato de personajes olvidados, y también en el olvido reposado del propio paisaje, y en todo aquello que ya ni queremos ni quizá sepamos nombrar, ese intangible pilar que es siempre el dolor en el otro. Una historia dura en su aparente desnudez.
Querido Miguel, el primero de sus libros que leí es así, de una soledad y sentimientos insondables. El libro nos narra la historia de Miguel a través de la correspondencia que con él mantienen diferentes personas. Miguel, el hijo que un día desaparece y que sin saberlo, lo hará para siempre. Su madre es una de las personas clave, madre que no entiende, que no deja de lamentar la lejanía de su hijo. Y como madre, asume la culpa adulta, el desencuentro y la soledad que los sentimientos no nombrados nos provoca. Cada carta es reflejo de la realidad en la que nadamos cuando las emociones no encuentran reposo porque no aciertan a ser dadas. Y sin embargo las palabras sí saben recoger, ahí está cada carta, rompiendo el silencio en que se sostiene quien la escribe. El libro es un reflejo de lo que es la soledad, y de lo difícil que es a veces hablar de nuestros propios sentimientos, de aquello que nos duele o nos mantiene en tensión. Es un libro que me ha encantado, sobretodo porque la traducción es de Carmen Martín Gaite, y posarme sobre las palabras que ella exactamente ha traducido, es un lujo.
Las pequeñas Virtudes. No sabría cómo hablar de este libro sin desmerecerlo. Me gustaría encontrar las palabras exactas para que os quisierais enganchar a él. Es un libro que reúne textos sobre muy diversos temas. Sublime. En él se habla del oficio de escribir, de la realidad de habitar una guerra, de la experiencia de ser mujer y madre. En esas narraciones palpita la vida vivida, la vida sufrida, la necesidad de escribir, de contar, de reflexionar lo que no has tocado ser, lo que nos ha tocado vivir, lo que nos ha tocado olvidar. Y en esas narraciones, siempre la presencia del otro, la atenta mirada de esa persona que es yo. Generosidad y vuelo en sus palabras. Me he sentido totalmente atrapada ante la mirada de Natalia Ginzburg. También especial atracción por la humildad de sus palabras, por la generosidad con la que mira el mundo, por darle tanta riqueza a lo que aparentemente se nos dibuja pobre. Este libro lo recomiendo especialmente si se quiere uno empapar de la mirada de la autora. En ella encuentras la humildad con la que sentía su oficio: Mi oficio es escribir, y lo sé bien, y desde hace mucho tiempo. Espero que no se me interprete mal: no sé nada sobre el valor de lo que puedo escribir. Sé que escribir es mi oficio. Y después de la lectura de este libro lo que yo sé, es que volveré a él muchas veces, a cada una de sus narraciones cortas.
Y necesité continuar leyendo sus libros. El camino que va a la ciudad. Una historia de una pobreza tan sublime que sólo la mirada de esta autora es capaz de transmitir con tanta belleza, y sólo ella puede elevarla. Palabras que describen un paisaje árido, unas vidas rotas, personas aisladas pero no por ello carentes de emociones, de conflictos, de confesiones. Ahí encontramos a Delia, esa inocencia estéril que no encuentra su destino, que no es capaz de identificar sus sentimientos, que está tan sola. Esos personajes sostienen un contradictorio misterio en la esencia que los habita. Dureza por ese anonimato de personajes olvidados, y también en el olvido reposado del propio paisaje, y en todo aquello que ya ni queremos ni quizá sepamos nombrar, ese intangible pilar que es siempre el dolor en el otro. Una historia dura en su aparente desnudez.
Las palabras de la noche. En esta historia navegó insondable mi mirada. Quizá esta historia no tenga geografía, y sus nombres, sean nombres inventados. Personajes de papel que podrían no haber habitado nunca en ninguna parte. Y sin embargo yo sé que existen. Yo los he visto. Sé cómo es ese pueblo. Sé de las miradas de sus gentes. De las historias de quienes no habitan como anónimos. De esas palabras de la noche; esas, las precisas, las que nos dan la realidad en su medida exacta, esas que nos abren los ojos, que nos regalan la dimensión de nuestro dolor y de nuestra libertad. La autora misma nos confiesa en los inicios: En este relato, los lugares y los personajes son imaginarios. Los unos no se encuentran en los mapas y los otros ni viven ni han vivido nunca en parte ninguna del mundo. Y lo siento porque he llegado a amarles como si fueran reales. Y aún así yo sé que ella, la autora, sólo quiso hacer un guiño. Sé que eso que dice no es cierto. Yo los he visto, a ellos, a esos personajes que caminan sus vidas desde el silencio. Sé cómo es la libertad valiente que habita en un corazón noble. Y que cuando te quedas enredado en las palabras de una noche, ahí, lo encuentras, a esa magnánima libertad del corazón, libertad que habita en muchos de esos lugares que se desconocen, lugares humildes en los que la vida vivida fluye como si fuera un rumor: un simple rumor de vida, como un murmullo.
Sublime ha sido la lectura de su mirada, infinito el enfoque que sólo ella sabe ajustar en cada personaje. Y se me quedan rondando sus palabras en el pensamiento, su idea, su pasión, ante el oficio de escribir. Y sé que la buscaré en otras historias, y que retornaré a éstas ya aprehendidas, ya tan cercanas, tan mías.
"Hay un peligro en el dolor, así como hay un peligro en la felicidad, respecto a las cosas que escribimos. Porque la belleza poética es un conjunto de crueldad, de soberbia, de ironía, de ternura carnal, de fantasía y de memoria, de claridad y de oscuridad, y si no conseguimos obtener todo esto junto, nuestro resultado es pobre, precario y escasamente vital." NATALIA GINZBURG
WOW es maravilloso el libro, la reflexión que nos entrega es estupenda.. me gusta lo que dices, muy ciertas tus palabras..
ResponderEliminar¨hay palabras que se imprimen en el alma¨
Un abrazo
Saludos fraternos
Adolfo, gracias por tu constancia en la lectura de mi pequeña ventana. Esta autora me ha parecido muy buena, es cierto. Saludos.
ResponderEliminarFijate que me he quedado pillado con la expresion de esta mujer.Nunca habia oido hablar de ella.
ResponderEliminarTiene aspecto de ser una mujer fuerte. Fortaleza de caracter a base de hostias que a veces te da la vida. De esas mujeres que tonterias las justas, pero a la vez cercana.De las que mira a la vida de frente y le planta cara al dolor. Y sobre todo, con esa pose de haber domado a la soledad.
Un abrazo
Sí Alfonso, para mí que sí, que su carácter pudo haber sido algo así. Sus libros desde luego, sobretodo los que incluyen narraciones que ella misma hace de su vida, así lo expresan; una fortaleza orgullosa que no pierde la mirada de lo humilde, y creo que conseguir esto es muy difícil. Y sublime.
ResponderEliminarYo te recomiendo su lectura, si te animas... ;))
Un abrazo.
Ana... Creo que voy a empezar con Las pequeñas virtudes... como me recomendaste. No es jabón... ya lo sabes. Si no tuvieras tan claro que lo tuyo es ser enfermera... teníamos a Ana escritora para rato. Y a Ana contando sobre libros y escritores.
ResponderEliminarMe ha gustado tu presentación. Mucho.
Besos, Ana de León
Yo también te aprecio muchísimo... jajajaja. Y ojalá te enganches a la Ginzburg...
ResponderEliminarQue sea un buen día.
;))