Seguir en nuestra tarea, en esa cotidianeidad, ver cómo se derrama la vida... en agua. En un suspiro regalado al infinito misterio de nuestra presencia rutinaria, de esa melodía cansina, que se repite hoy, y mañana. Somos corriente. Y desembocadura.
Los humanos nos equivocamos día sí y día también. Puedes ser capaz de reconocer tus fallos, incluso con el tiempo aprendes a escuchar, pero la sensación de derrota no te la quita ni un amanecer rosáceo. Entonces, más vale tenerlos cerca. Un piano y un acariciador de teclas. … Aquella madre libraba la batalla de la educación. Varios adolescentes aguerridos que desparramaban los calcetines y los consejos por cualquier rincón de la casa. Por más que intentaba imponer su sentido común, los hijos cabalgaban al galope por el calendario. Se comían las semanas con la misma voracidad que tragaban hamburguesas. Aquellos cuerpos, invadidos por un ejército de hormonas, bailaban la samba con los consejos familiares. La madre lo había intentado todo. Ser flexible, inflexible, elástica, rígida, semirígida, permeable, impermeable. Todo, lo había intentado todo. Y pasaba lo que pasaba. Los calcetines y los consejos campaban por los rincones, olvidados. No sólo parecía que la comunicación era imposible. Era imposible. … Las fiestas del pueblo. Los jóvenes desgastaban zapatillas en carreras, bailes, aventuras y persecuciones. La madre estaba cansada. Muy cansada. Así que cerró la agenda y se dio un respiro. Se puso los vaqueros y la camisa blanca. Dejó el móvil y la lista de tareas sobre el microondas. Y se fue sin rumbo. … Al cabo de media hora estaba tomando un café en un pequeño tugurio del pueblo. Un bareto de segunda, silencioso. Entre las callejas encendidas por el reflejo de una lejana verbena. El dueño del local la reconoció al momento. Tras observar el gesto cansino de una madre, optó por ser prudente, sirvió el café y permaneció callado. Los dedos de la madre se pusieron nerviosos, comenzaron a golpear con ritmo el velador de mármol. … Un grupo de adolescentes entraron atropelladamente en el local. Repostaron cerveza, evacuaron, pagaron y se fueron. Todos menos uno. El rezagado. … A veces pasa, eres madre, golpeas nerviosa una mesa cualquiera, en un bareto perdido, y el dueño del local, empresario de oficio y músico de beneficio, se acerca al piano y empieza a tocar. Sin más. … El rezagado sale del aseo. Aturdido por el ambiente festivo del pueblo. Se sienta en la silla de mimbre y escucha al dueño del bareto. Que ya no era el dueño del bareto, ahora era el mismísimo Cool Porter, o el teclista de Supertramp, o el auténtico George Greswing. Allí estaban los tres. Uno bailando con sus dedos sobre el pentagrama. Otra cansada, muy cansada. Y el adolescente rezagado, aturdido, impaciente, desobediente, rebelde, y todo eso que se suele ser con menos de veinte años. El rezagado mira a la señora. Guapa, piensa. Muy guapa. Casi sin esfuerzo, como lo más natural del mundo, se acerca a la señora y sin pedirle permiso la coge de la mano y la saca a bailar. Cool Porter ataca una bella melodía. Ya no es empresario de un bareto de segunda. Ahora es Cool Porter, porque toca como él, se divierte acariciando las teclas como él, incluso siente la música como la sentía él. Observa complacido cómo su cerebro se anticipa al juego de sus dedos. Hacía tiempo que no tocaba tan bien. Y mientras tanto, de refilón observa como una señora baila con su hijo adolescente. … Los humanos nos equivocamos día sí y día también. Puedes ser capaz de reconocer tus fallos, incluso con el tiempo aprendes a escuchar, pero la sensación de derrota no te la quita ni un amanecer rosáceo. Entonces, más vale tenerlos cerca. Un piano y un acariciador de teclas. … El sonido de un viejo piano es así. Saca brillo al alma. … No hables de derrota. Mientras que puedas bailar, no hables de derrota.
Hola Modestino, sí... no nos damos cuenta de la cantidad de veces que suspiramos... de la cantidad de suspiros regalados que dejamos mientras nos perdemos entre rutinas. Que descanses.
Frank... qué bien eso de que te entren ganas de hacer cosas... teniendo en cuenta que estamos en noviembre... y todo es un poco así, como lento. ;))
Driver... me viene al pelo... Los humanos nos equivocamos día sí y día también, y yo estoy en esas... como esa madre que libraba la batalla de la educación. Y al final de la tarde lo quisiera para mí... el sonido de un viejo piano. Para sacar brillo al alma.
Un suspiro regalado, buena definición amiga.
ResponderEliminarHola, Ana!
ResponderEliminarTras leer tu poesía me han entrado ganas de hacer cosas.
Saludos y hasta pronto
Los humanos nos equivocamos día sí y día también.
ResponderEliminarPuedes ser capaz de reconocer tus fallos, incluso con el tiempo aprendes a escuchar, pero la sensación de derrota no te la quita ni un amanecer rosáceo.
Entonces, más vale tenerlos cerca.
Un piano y un acariciador de teclas.
…
Aquella madre libraba la batalla de la educación.
Varios adolescentes aguerridos que desparramaban los calcetines y los consejos por cualquier rincón de la casa.
Por más que intentaba imponer su sentido común, los hijos cabalgaban al galope por el calendario.
Se comían las semanas con la misma voracidad que tragaban hamburguesas.
Aquellos cuerpos, invadidos por un ejército de hormonas, bailaban la samba con los consejos familiares.
La madre lo había intentado todo.
Ser flexible, inflexible, elástica, rígida, semirígida, permeable, impermeable.
Todo, lo había intentado todo.
Y pasaba lo que pasaba.
Los calcetines y los consejos campaban por los rincones, olvidados.
No sólo parecía que la comunicación era imposible.
Era imposible.
…
Las fiestas del pueblo.
Los jóvenes desgastaban zapatillas en carreras, bailes, aventuras y persecuciones.
La madre estaba cansada.
Muy cansada.
Así que cerró la agenda y se dio un respiro.
Se puso los vaqueros y la camisa blanca.
Dejó el móvil y la lista de tareas sobre el microondas.
Y se fue sin rumbo.
…
Al cabo de media hora estaba tomando un café en un pequeño tugurio del pueblo.
Un bareto de segunda, silencioso.
Entre las callejas encendidas por el reflejo de una lejana verbena.
El dueño del local la reconoció al momento.
Tras observar el gesto cansino de una madre, optó por ser prudente, sirvió el café y permaneció callado.
Los dedos de la madre se pusieron nerviosos, comenzaron a golpear con ritmo el velador de mármol.
…
Un grupo de adolescentes entraron atropelladamente en el local.
Repostaron cerveza, evacuaron, pagaron y se fueron.
Todos menos uno.
El rezagado.
…
A veces pasa, eres madre, golpeas nerviosa una mesa cualquiera, en un bareto perdido, y el dueño del local, empresario de oficio y músico de beneficio, se acerca al piano y empieza a tocar.
Sin más.
…
El rezagado sale del aseo.
Aturdido por el ambiente festivo del pueblo.
Se sienta en la silla de mimbre y escucha al dueño del bareto.
Que ya no era el dueño del bareto, ahora era el mismísimo Cool Porter, o el teclista de Supertramp, o el auténtico George Greswing.
Allí estaban los tres.
Uno bailando con sus dedos sobre el pentagrama.
Otra cansada, muy cansada.
Y el adolescente rezagado, aturdido, impaciente, desobediente, rebelde, y todo eso que se suele ser con menos de veinte años.
El rezagado mira a la señora.
Guapa, piensa.
Muy guapa.
Casi sin esfuerzo, como lo más natural del mundo, se acerca a la señora y sin pedirle permiso la coge de la mano y la saca a bailar.
Cool Porter ataca una bella melodía.
Ya no es empresario de un bareto de segunda.
Ahora es Cool Porter, porque toca como él, se divierte acariciando las teclas como él, incluso siente la música como la sentía él.
Observa complacido cómo su cerebro se anticipa al juego de sus dedos.
Hacía tiempo que no tocaba tan bien.
Y mientras tanto, de refilón observa como una señora baila con su hijo adolescente.
…
Los humanos nos equivocamos día sí y día también.
Puedes ser capaz de reconocer tus fallos,
incluso con el tiempo aprendes a escuchar,
pero la sensación de derrota no te la quita ni un amanecer rosáceo.
Entonces, más vale tenerlos cerca.
Un piano y un acariciador de teclas.
…
El sonido de un viejo piano es así.
Saca brillo al alma.
…
No hables de derrota.
Mientras que puedas bailar, no hables de derrota.
Baila.
Hola Modestino, sí... no nos damos cuenta de la cantidad de veces que suspiramos... de la cantidad de suspiros regalados que dejamos mientras nos perdemos entre rutinas. Que descanses.
ResponderEliminarFrank... qué bien eso de que te entren ganas de hacer cosas... teniendo en cuenta que estamos en noviembre... y todo es un poco así, como lento. ;))
Driver... me viene al pelo...
Los humanos nos equivocamos día sí y día también, y yo estoy en esas... como esa madre que libraba la batalla de la educación. Y al final de la tarde lo quisiera para mí... el sonido de un viejo piano.
Para sacar brillo al alma.
Gracias por tus PALABRAS VOLANDERAS. Un abrazo.