OTOÑO Y PALABRAS

Era ya un otoño maduro, conservaba esos últimos rayos de sol que sin ser cálidos, dan vida a la apariencia de las cosas cuando su luz se posa sobre ellas. Otoño de colores ocres, rojizos y luz clara. Salió del café con ganas de llorar. Aquel cafetín era como una casita en un bosque. Se dirigió caminando hacia la salida del parque, y sin ser consciente, su movimiento se hizo muy lento. Como si ningún lugar concreto fuera posible como destino. Ir a la nada por ningún camino, ese quizá fuera el palpable destino. Esa era quizá su certeza más acuciante. Caminó despacio golpeando suavemente las hojas secas, observándolas una a una en su forma, en su movimiento, en cómo se quedaban después si el aire les daba reposo. Caminar lento, pausado, que hacía retroceder más y más a su alma. Alma perdida. Eran pasos de silencio, ausentes y de una melancolía que casi se podría tocar. Alma añorada.

Sin rumbo, sin palabras, con la necesidad de aquéllas que jamás fueron encontradas y con la consciencia de esa certeza, la de su necesidad de palabras, siguió dando pequeños pasos. Uno detrás de otro, en orden, con armonía, sin perder el ritmo. A la vez seguía observando las hojas que se alborotaban con el movimiento de sus pies. Se dirigió sin ser consciente de ello a la pequeña biblioteca. Cuando se quiso dar cuenta, ya la tenía enfrente. Esa recóndita biblioteca que había en su pueblo; un espacio habitado tantas veces por su inquiera imaginación de niña. Entonces fue consciente de algunos de los momentos de su infancia habitada, de los latidos de su juventud intemperante, de las pequeñas y grandes derrotas de su madurez. Su memoria se deslizó sobre cada uno de esos instantes cuidadosamente, como sin querer ser sorprendida. Y sonrió.

El viejo edificio de la biblioteca era sólido, y decidió que sería un buen espacio para seguir respirando todos esos recuerdos. Para poder habitarlos siquiera un ratito. Para poder madurarlos, que algunos se había quedado así, como en el aire. Para poder sentir que se ha vivido, y sobretodo, que se ha de seguir viviendo. No había mejor lugar, esta era otra certeza, no hay mejor lugar para reposar la mirada del recuerdo que esa biblioteca de infancia habitada, de juventud expectante. La madurez ya no: no tuvo ee espacio, no tuvo tiempo. Quizá por eso se quedó como habitada por una cortina gris. Infinitamente gris. Que se permaneció bailando y batida por mil vientos.

Siguió descansando la mirada por las diferentes estanterías y observó el orden de los libros. Recorrió las especialidades, las materias: biografías, matemáticas, filosofía… Y como siempre recaló en la literatura. El mundo de las historias, de las personas. La tragedia y la comedia. Miraba lentamente los títulos, el nombre de los autores, la editorial. Y pensó mientras sostenía una leve sonrisa que eran lugares especiales estos donde se guardan los libros, que tienen un olor especial, como
a eternidad.

Así lo podía sentir ella. Olor a lo de siempre, a todo aquello que necesita ser contestado, a lo que necesita ser aprehendido, a la incógnita que para siempre nos vapuleará el alma. Y se quedó perdida en ese olor que tienen los libros almacenados. Pensó que entre todas ellos podían estar las palabras no encontradas. Esas que harían de trampolín para sus sentimientos, que serían precipicio en su mirada, afrenta para esa perspectiva, hoy, tan desconcertada. Siguió mirando cada título, cada autor, y acariciando los lomos. Y pensó en cada uno de los abismos que en esos lomos podía estar sostenido.

Cambió de pasillo, y despacio se iba acercando a la letra K: tan sonora y rotunda. La K, a veces tan huidiza. Y fue entonces cuando sus ojos se abrieron rotundamente. Allí estaban, en aquella sorprendente biblioteca, dos obras que tanto había buscado; descatalogadas y ya olvidadas. Obras ya de silencio que ahí estaban, delante de sus ojos. Recuerda el tesoro de aquel instante, la luz de aquel momento en que se encontró de frente con ellas. Recuerda cómo su respiración se hizo honda, profunda, llena. Los pidió en préstamo y decidió salir a dar un paseo antes de comenzar su lectura. Necesitaba reposar el descubrimiento.

Ya no había lentitud, ni melancolía, ni rastro del gris en su mirada. Era como si esa tenue luz del otoño se hubiera posado en su alma. Y pensó para sí que quizá, sí, quizá, aún quedara una posibilidad. Reposo para un alma en ausencia, que se hacía ya sentir en ese desconocido y en ese regreso, en el sonido de esas palabras que estaban por leer. El Regreso. El desconocido. Los había encontrado después de tanto buscar. Y era lo mismo, lo mismo, que haber encontrado a un viejo amigo. Y penso que era sorprendente la biblioteca de su pueblo. Y se la imaginó como un arca que cobija pequeños tesoros.

Salió de nuevo al otoño de la calle. Ya sólo latían los rayos débiles de la última hora de la tarde. Un aire frío se posó sobre su frente y ella respiró sin pausa. Con pasos ágiles, nerviosos y desencontrados se dirigió a su casa. Y mientras, pensaba en los latidos de las palabras que aún estaban por encontrar al lado de esos dos viejos amigos. Y supo que en ese minuto de su tiempo, todo estaba por empezar. Que aún quedaban arrestos en su alma: sueño y destino.


* a Javier, que sabe de otoños:

* a Carmen Kurtz: que sabe de palabras. In memorian.

(Barcelona, 1911- id., 1999) Novelista española. Autora de cuentos infantiles, ha simultaneado una obra narrativa para adultos: Duermen bajo las aguas (1954), El desconocido (1956, premio Planeta), Detrás de la piedra (1958), El becerro de oro (1964), Entre dos oscuridades (1970), Cándidas palomas (1975).


Duermen bajo las agua (fragmento):

" Allá en el fondo, todas las palabras que dijimos y de las cuales ya no guardamos recuerdo, duermen bajo las aguas. Duermen aquellas que no supimos decir y esperan su turno para salir a flote. Las cartas que hemos roto, las no recibidas y las veces que hemos dicho adiós. La pena que sentimos y que ahora, al recordarla, nos parece pequeña. La risa o el llanto que no llegó a brotar. La amistad que buscamos en el momento dificil y que resultó más débil que nosotros, más falta de ayuda. La persona a quien quisimos consolar y nos sirvió de consuelo... Todo duerme allí, en ese fondo. "

5 comentarios:

  1. Aquel otoño iba a romperse con una reunión a destiempo.
    Él había vaciado la batería de su móvil con muchas llamadas a través de la meseta esteparia.
    Un cúmulo de casualidades sostenidas por el viento de las palabras.
    Unidas por el pegamento de la ilusión primaria.
    Así que recargó su batería y lo volvió a intentar.
    Buscó un discurso adecuado, un razonamiento sólido, una alocución inflamada de verdad.
    Y cuando habló con ella, sólo fue capaz de expresarlo con una palabra de tres letras.
    Ven.
    Ella no respondió en ése momento; tenía que organizar tantas cosas, que no pudo responder en ese instante.
    ...
    Pero la mañana de autos, al amanecer, un extraño hormigueo recorrió su mente.
    Ella le llamó y su respuesta no pudo ser otra que una palabra de tres letras.
    Voy.
    ...
    Fue el motivo por el que vimos las hojas caídas de los árboles de un color intenso.
    Brillante.

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  2. Muy bonito, mucho. Y traes a colación una escritora a quien pienso no se le ha hecho justicia: Carmen Kurtz.

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  3. En la sección de la K, mis dedos se irían rápidamente a kafka y a Kerouac, que son parte importante de lo que conformó mi memoria adolescente (y mi melancolía otoñal).

    ¿No tendría Carmen Kurtz algún antepasado inglés perdido en en el corazón de las tinieblas de África?

    besos!


    besos!

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  4. Gracias por descubrir a Carmen Kurtz...

    De momento copio ese bello párrafo. Igual hasta me lo aprendo de memoria...


    Del vídeo con música también lo acabo de oir...

    BS

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  5. Colores intensos... en el otoño. En cada partida, cada vez que alguien dice VOY. Driver, tú siempre con tus palabras volanderas...

    Es cierto Modestino, Carmen Kurtz ha sido olvidada, pero creo que sí habrá justicia. No puede ser que obras así queden en el olvido. Estamos nosotros para recordarlo...
    ... gracias por venir.

    NoSurrender... ¡qué bien! Siempre me regalas algo... si no es un estupendo laberinto en la cabeza es algún autor. Ya lo sabes. Adicción. A Keroruac nunca lo he leído, así que me lo quedo como propuesta. Un abrazo. Siempre.

    Santa... ¿has visto que centradines me quedan ya los "youtubes"?... jajajaja. Gracias. Muchas gracias. Mira que me tenía mosqueadita... jajajaja.

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