Me digo a mí misma una y mil veces que esto es una locura, una auténtica locura. Yo no sé muy bien qué es lo que ocurrirá en otras casas, pero el otro día me escribía un amigo sobre el poco tiempo libre que nos queda para jugar con nuestros hijos, que llevan mucha tarea escolar a casa y la tarde se nos pasa en un suspiro. Es cierto, hoy los padres, además de padres, somos profesores de nuestros hijos. Me hizo reflexionar una vez más sobre algo que en mí se torna verdadera rebeldía; la absoluta rabia que siento al ver que en el tiempo de mi hija no hay lugar para el juego libre que yo viví, para la libertad, la risa y los desencuentros.
En mi infancia, había muchísimo tiempo libre. Y calle, mucha calle. Jugábamos muchísimo más, y jugábamos solos, sin necesidad de que alguno de nuestros padres estuviera siempre a nuestra vera. A la edad de mi hija yo iba sola por mi pueblo con más niñas. Nos lo recorríamos de punta a punta; en bici, en patines, corriendo. Nos defendíamos como podíamos ante cualquier incidente que pudiera ocurrir. Gestionábamos solitas cualquier contratiempo personal o material. Aprendíamos a caer y a volver a levantarnos, a disimular el dolor por un trompazo o el orgullo herido por las risas de los demás. Aprendíamos así a no darnos tanta importancia, y a dársela al otro.
Hoy no es así. No quiero ser negativa, cada época tiene su lado positivo. Y por supuesto que ésta de nuestros peques también tiene su lado bueno. Lo único que ocurre es que hoy he llegado a un punto en que me digo que es una locura. Que ya no puedo más. Y que estoy hasta las mismas naricillas de los empujones que nos dan.
Nuestros hijos han de pasar por un aro muy concreto, poco flexible y harto decepcionante. Pienso que aprenden más datos, el nivel de estudio de mi hija en nada se parece al nivel que a su edad afronté yo. Me digo a mí misma que esto es una gran riqueza, que es fantástica la autopista de cosas interesantes que se les oferta. Y sin embargo, no dejo de sentir que estoy ante un fracaso; como si mi hija perdiera algo esencial, algo vital que le va a ser imposible recuperar. Siento que pierde algo necesario y que también pierde las ramas que deberían salir de esa capacidad que se anula. Creo que nos enfrentamos a una carencia importante, y es paradójico, porque se suele decir que actualmente, a los niños no les falta de nada. Y creo que nos engañamos.
En mi infancia, había muchísimo tiempo libre. Y calle, mucha calle. Jugábamos muchísimo más, y jugábamos solos, sin necesidad de que alguno de nuestros padres estuviera siempre a nuestra vera. A la edad de mi hija yo iba sola por mi pueblo con más niñas. Nos lo recorríamos de punta a punta; en bici, en patines, corriendo. Nos defendíamos como podíamos ante cualquier incidente que pudiera ocurrir. Gestionábamos solitas cualquier contratiempo personal o material. Aprendíamos a caer y a volver a levantarnos, a disimular el dolor por un trompazo o el orgullo herido por las risas de los demás. Aprendíamos así a no darnos tanta importancia, y a dársela al otro.
Hoy no es así. No quiero ser negativa, cada época tiene su lado positivo. Y por supuesto que ésta de nuestros peques también tiene su lado bueno. Lo único que ocurre es que hoy he llegado a un punto en que me digo que es una locura. Que ya no puedo más. Y que estoy hasta las mismas naricillas de los empujones que nos dan.
Nuestros hijos han de pasar por un aro muy concreto, poco flexible y harto decepcionante. Pienso que aprenden más datos, el nivel de estudio de mi hija en nada se parece al nivel que a su edad afronté yo. Me digo a mí misma que esto es una gran riqueza, que es fantástica la autopista de cosas interesantes que se les oferta. Y sin embargo, no dejo de sentir que estoy ante un fracaso; como si mi hija perdiera algo esencial, algo vital que le va a ser imposible recuperar. Siento que pierde algo necesario y que también pierde las ramas que deberían salir de esa capacidad que se anula. Creo que nos enfrentamos a una carencia importante, y es paradójico, porque se suele decir que actualmente, a los niños no les falta de nada. Y creo que nos engañamos.
Yo creo, que en aquellas viejas calles de mi pueblo, entre aquellas carreras, alegrías, enfrentamientos y fracasos, estaba la libertad. Ese ir asumiéndose individuo, ese aprender a ser persona, a sentirse persona. Lo hacíamos inconscientemente. Aprendíamos que sólo algunas cosas dependían únicamente de ti, y que para el resto, necesitabas al otro. A tu amigo. Qué importantes eran los amigos. Allí, en aquella libertad, aprendías este concepto que luego te ha acompañado el resto de tus días: la palabra amigo. El juego era eso: la amistad, la libertad y el horizonte. La capacidad de jugar era esa necesaria destreza para saber conjugar el yo con los otros. Para saber que somos al lado del otro, así, libremente. Ya en esos inicios, aprendíamos el exacto reconocimiento del amigo. Yo personalmente creo, que mucho de lo bueno que tengo, lo aprendí entonces. Creo que soy una persona muy intuitiva, con gran capacidad para la percepción de los sentimientos, y creo, que donde lo aprendí, fue en aquellos años de calle, de libertad, y de derrotas.
Hoy, los niños apenas tienen tiempo para el juego. Aprenden muchas cosas. Es cierto, el abanico es amplio en conocimientos, en datos, pero muy poco flexible. Nada flexible diría yo. Y hay peques, a los que se les ve venir. Ellos, desde su rotundidad, no van a pasar por ahí. Ellos no van a perder la mirada. Los padres nos agobiamos, y sin embargo, sabemos que nos están dejando una estupenda lección: no dejes nunca lo necesario por hacer lo importante. Y te dejan muda. Y con tu rabia al borde de la garganta, porque sabes que no, que no les van a dejar pasar.
Quisieras saber que no has perdido el norte, te dices claramente que no, que no lo vas a perder por mucho que te empujen. Hay cosas que también son muy necesarias. Te dices a tí misma que no importa tanto una nota, ese número, esa acotación. Hemos de pensar que estos peques, ante todo, se están intentando abrir camino en la vida, y que lo están haciendo muy bien. Quizá nuestro hijo sea noble, honesto, con una capacidad de observación impresionante. Quizá sea solidario y alegre. Trabajador y constante en su medida, es un niño. Seguro que se enfrenta todos los días a problemas que aunque pequeños, son problemas grandes en su mente, y sin embargo ahí está: sonriendo. Los niños no van lamentándose de sus problemas, todo lo contrario, normalmente sonríen y están serenos. Los niños, tienen muchos intereses, les llama la atención todo. Son grandes sabios, pero no saben demostrar todo eso que saben. No ven que sea importante demostrar nada, así que siguen en lo suyo. En sus cosas necesarias. Y te quedas pensando firmemente; tiempo al tiempo, lo importante no está en el aro, no le des tanta importancia.
Conozco la verdadera medida de mi hija. Hoy, que ha sido un día de derrotas, de deberes inacabados, de desconcentración y cansancio, intento recordar la persona que es. Intento recordar lo grande que permanece en su mundo, y lo pequeño que se le queda el aro que le ofrecen. Y aún así, ahí está. Lidiando alegremente con las barreras de su tiempo. Esas que a mí hoy me dejan en este desconcierto, pero que sé que no me van a derrotar. Por una sencilla razón: soy su madre.
Yo, que en lo esencial estoy totalmente de acuerdo con lo que dices, extraño una palabra que añadir a esa libertad: la responsabilidad. Nosotros eramos responsables de nuestros actos y de nuestra vida y, si me apuras, del cuidado de nuestros hermanos más pequeños.
ResponderEliminarNuestros hijos se pasan el día esperando a que alguien asuma la responsabilidad por ellos.
Ay, Ana, qué generación más difícil y pobre les toca vivir a nuestros niños. Y, ciertamente, que aro más pequeño...
Nosotros vivimos en un pueblo muy pequeño, y algunos niños van todavía por las calles, pero no es lo mismo. Nada es lo mismo.
Es lógica tu preocupación.
ResponderEliminarPero te recuerdo que los niños son delfines.
Básicamente y genéticamente.
Puede que les toque una sociedad donde para obtener agua, deban andar más de diez kilómetros diarios.
Ellos rien mientras caminan.
O una sociedad donde todo se mida en una nota.
Siguen riendo.
O una sociedad donde la deforestación esté acabando con su forma de entender la civilización.
Siguen riendo.
...
Puede que argumentes que esas sociedades van a herir el futuro del niño.
Pero yo te digo que si nos concentramos en que ahora rían, luego piensen, más tarde lean, luego analicen y terminen sintetizando, esos niños van a ser felices.
Básicamente porque Dios les dotó de un elemento que de tan desconocio que es, no sabemos usarlo bien.
El cerebro.
Enseñándoles a que lo usen, tenemos la partida ganada.
Seamos de la sociedad que seamos.
...
Me fío más del cerebro, que de la educación, la sociedad, los padres y el sumsumcorde.
Al fin y al cabo, les va a acompañar toda su vida.
Cosa que no podemos decir de los demás elementos nombrados.
...
Enséñale a pensar.
Será un tiempo aprovechado.
Y al fin y al cabo es nuestro trabajo.
La razón, el dominio de las emociones y la capacidad de análisis, serán los elementos que la salven del naufragio.
A ella y a todos.
Cada época tiene su lado mejor y su lado peor, evidentemente. Pero yo hoy en día hecho en falta en los niños los mínimos rudimentos para distuinguir el bien y el mal: el sentido de que algo puede estar mal hecho y me parece que sobra cierta sobreprotección y -me parece- un exceso de afan de los padres de que sepan hacer de todo.
ResponderEliminarana... Mucha información y poco poso. ¿Que saben más?. No es cierto. La razón, entre otras, es que no se respetan los ritmos de cada niño. Y aprender , además, es una idea mucho más amplia ; no se reduce a lo estrictamente curricular. Y te lo dices a ti misma, te lo repites... pero buscas y no encuentras otro aro. Sólo hay uno.
ResponderEliminarCreo que son muy niños para algunas cosas y más mayores de lo que les corresponde para otras. De acuerdo con Ana del guisante... tienen diluido el concepto de responsabilidad. De acuerdo con Driver... eneñarles a pensar aunque sea a costa de ralentizar ese ritmo frenético de deberes. De acuerdo con Modestino. Falta de referentes que les den criterios para poder asumir sus actos y realizar una autocrítica...
Son tantas cosas, anita... Un buen post para pensar y releer. Gracias, guapa.
Holas... pues ahí estamos. Reconozco que ayer dormí muy mal, estuve dándole a esto más de una vuelta... y no me salió bien la tarde... y seguí dándole vueltas. Y me dije una vez más... que por la mañana, ya me lo pensaría mejor.
ResponderEliminarEn fin... es lo que hay. Y me desanima un poco ver cómo están las cosas. Le doy firmemente la razón a Modestino... no tienen por qué saber de TODO. Ainsss...
Es una definición preciosa de educación, la tuya: "agrandarles el aro". Super difícil, porque el tiempo no es elástico, nada, y en un ai! se transforman en adultos. Ya me hubiese gustado a mi tener un décimo de la lucidez de los niños de hoy, a su edad. Lucidez, realismo, perspectiva, el sentimiento de nada es dado (yo fui educada para princesa - de una obscura dinastia :)) pero princesa, delicada, serena, trabajadora, etc. Y sabes qué? Las reglas del juego han cambiado entretanto, y la utilidad de las princesas es muy dudosa. :))
ResponderEliminarCambian las circunstancias, yo creo que en general somos educados con lo mejor de nuestros padres... ocurre que después, cambia el mundo, cambia el escenario, pero nos vale, aquello que nos dejaron nos ha servido para ser el yo que debemos ser en la circunstancia que nos toca vivir. Circunstancia que siempre, al menos eso creo, nos va a sorprender. Las cosas luego no salen como se las espera.
ResponderEliminarAfortunadamente, muchas veces.
Educamos a nuestros hijos en valores que creemos necesarios, luego serán ellos los que tengan que ejercerlos o no en su circunstancia, su mundo,con su carácter, y según su conciencia... y dices bien, no es nada fácil ensanchar el aro. Y esto se vive a días con mucha incertidumbre y desconcierto.
Que sea une estupendo fin de semana, annemarie. Gracias.