Ya son varias las veces en las que hablo de la soberbia de las palabras. Me he detenido a menudo en todo lo que ellas queriendo regalarnos, no pueden transmitir. Son soberbias por creerse grandes, dignas hijas de esa prepotencia que quiere necesariamente imponerse a las demás historias, a todas esas que son más humildes, más calladas, que habitan un silencio de dolor, de belleza, de inmortalidad. Lo infinito siempre permanece en silencio. Así, calladamente. Las palabras soberbias, siempre tienen bombos y platillos. Las palabras calladas no. Ni siquiera sabes que las buscas.
En esta mañana de sol, mientras realizaba labores cotidianas del sábado me he quedado colgando de la palabra callada. Esas historias que desde su humildad nos transmiten la grandeza de lo imperecedero. Palabras que nos regalan lo que siempre permanece a pesar del tiempo que pasa sobre ellas, a pesar de la diversidad de escenarios que puedan llegar a habitar. Palabras de silencio y sonido imperceptible. Imperecederas por la tragedia que sostienen. Perdida en esta retahila mientras limpiaba la casa he llegado a su verdadero color: detrás de las palabras calladas nunca encontrarás la soberbia del rojo, la sonoridad del estruendo. En su en su verdad, sólo habita la sencillez, la humildad, los recodos invisibles en los que normalmente la belleza ha ido a esconderse. El color de un cielo azul que pasa desapercibido. Y me he dado cuenta necesariamente de la no soberbia de algunas palabras, de esas que se quedan como en silencio. Calladamente.
No suelen encontrarse en esas estanterías de best-seller entretenidos y de lectura rápida. Ni siquiera sabrías dónde ir a buscarlas. No tienen un lugar exacto. Permanecen recogidas en su no presencia. Suelen ser historias que un día te encuentran por casualidad. Habitadas de olvido, sigue en ellas el permanente latido de verdad que es su narración. Latido escondido, así es como normalmente nos encuentran, desde su no-sonido. Damos con ellas por casualidad, sin voluntad, tanta inconsciencia tienes de su búsqueda que llegas a pensar que son ellas las que en realidad te han encontrado a ti. Siempre son un regalo inesperado. La vida tiene estos rincones. Pienso que esto también ocurre en este mundo de blogs: de repente un día te das de narices con esas palabras calladas. Esas que sin ninguna prepotencia te regalan desde su silencio el sentimiento que andabas buscando, el sentido de esa escena que no acertabas a interpretar. Y sonríes. O lloras. Inevitablemente. Te alegras por el encuentro, por ser el privilegiado interlocutor en que ellas, desde su silencio, han venido a posarse.
Todos recordamos descubrimientos así; libros e historias imperecederos que dejan a nuestra alma el reposo que no tienen las palabras sonoras, grandes y de ruido mundanal que puedes encontrar en las estantería coloridas de los grandes almacenes. Esas palabras calladas, inesperadamente, han venido a sostener un poco nuestra mirada perdida. Son palabras a las que siempre regresarás, eso lo sabes ya casi nada más tocarlas.
Palabras calladas, esas que necesitando tanto ni siquiera sabías que buscabas. Que han salido a tu encuentro. Inesperadamente.
En esta mañana de sol, mientras realizaba labores cotidianas del sábado me he quedado colgando de la palabra callada. Esas historias que desde su humildad nos transmiten la grandeza de lo imperecedero. Palabras que nos regalan lo que siempre permanece a pesar del tiempo que pasa sobre ellas, a pesar de la diversidad de escenarios que puedan llegar a habitar. Palabras de silencio y sonido imperceptible. Imperecederas por la tragedia que sostienen. Perdida en esta retahila mientras limpiaba la casa he llegado a su verdadero color: detrás de las palabras calladas nunca encontrarás la soberbia del rojo, la sonoridad del estruendo. En su en su verdad, sólo habita la sencillez, la humildad, los recodos invisibles en los que normalmente la belleza ha ido a esconderse. El color de un cielo azul que pasa desapercibido. Y me he dado cuenta necesariamente de la no soberbia de algunas palabras, de esas que se quedan como en silencio. Calladamente.
No suelen encontrarse en esas estanterías de best-seller entretenidos y de lectura rápida. Ni siquiera sabrías dónde ir a buscarlas. No tienen un lugar exacto. Permanecen recogidas en su no presencia. Suelen ser historias que un día te encuentran por casualidad. Habitadas de olvido, sigue en ellas el permanente latido de verdad que es su narración. Latido escondido, así es como normalmente nos encuentran, desde su no-sonido. Damos con ellas por casualidad, sin voluntad, tanta inconsciencia tienes de su búsqueda que llegas a pensar que son ellas las que en realidad te han encontrado a ti. Siempre son un regalo inesperado. La vida tiene estos rincones. Pienso que esto también ocurre en este mundo de blogs: de repente un día te das de narices con esas palabras calladas. Esas que sin ninguna prepotencia te regalan desde su silencio el sentimiento que andabas buscando, el sentido de esa escena que no acertabas a interpretar. Y sonríes. O lloras. Inevitablemente. Te alegras por el encuentro, por ser el privilegiado interlocutor en que ellas, desde su silencio, han venido a posarse.
Todos recordamos descubrimientos así; libros e historias imperecederos que dejan a nuestra alma el reposo que no tienen las palabras sonoras, grandes y de ruido mundanal que puedes encontrar en las estantería coloridas de los grandes almacenes. Esas palabras calladas, inesperadamente, han venido a sostener un poco nuestra mirada perdida. Son palabras a las que siempre regresarás, eso lo sabes ya casi nada más tocarlas.
Palabras calladas, esas que necesitando tanto ni siquiera sabías que buscabas. Que han salido a tu encuentro. Inesperadamente.
** Dedicado a las palabras de José Jiménez Lozano. A modo de agradecimiento por todas esos silencios que me ha regalado con sus historias. Por la belleza escondida en la sencillez con la que su mirada ha ido a posarse sobre las cosas, sobre las personas. Por ese dejar en sus palabras el silencio de la belleza, todo lo que desde su no grandeza gritan sus palabras. Si os tuviera que recomendar un libro, diría que cualquiera. Pero sé que El Mudejarillo y La boda de Angela me acunan especialmente. Esos fueron los que un día, hace ya muchos años, salieron a mi encuentro.
Qué suerte has tenido.
ResponderEliminar¿Sabes? en la universidad tuve un profesor Lorenzo Criado ( miembro de la real academia) que hacía mucho incapié en el estudio de las palabras y su significado.
Te hubieran gustado sus clases.
;)
Un abrazo
Callada, ¡qué hermosa palabra!
ResponderEliminarAmig@mi@... hoy en tu blog he encontrado una maravillosa historia, de esas de palabra callada. La belleza habita en lugares sorprendentes. Gracias. Un abrazo fuerte.
ResponderEliminarZambullida... nada te puedo decir de esa palabra de silencio que tu no reconozcas, que no sepas ya. Un abrazo.
Jiménez Lozano es la palabra al servicio de muchas cosas buenas ....
ResponderEliminar... sí, Modestino, muchas cosas buenas, esas que muchas veces pasan a nuestro lado sin ser apenas percibidas. Un abrazo.
ResponderEliminarLas palabras calladas yo creo que son las más poderosas; así yo no las veo en color azul, sino en blanco, que todo lo ilumina. Petonets
ResponderEliminarParece un antagonismo, ana. La palabra "callada". Lo interpreto como la palabra prudente o la que sólo se asoma dejando que tu libertad las acabe de completar o la que no se grita más que las demás para no ahogarlas.
ResponderEliminarGracias, diminuta.