_ El corazón, que era un inocente muñeco de papel, se quedó arrinconado, preso por el viento, en una callecita sin salida._
Ana María Matute.
A veces tengo esa sensación de no estar en donde realmente estoy. Es como si el escenario en el que me toca permanecer no me perteneciera; soy la marioneta de otra historia, de otro paisaje, de otro elenco de marionetas totalmente diferente aL que en ese preciso instante me acompaña. Marionetas con las que hablo, con las que intento conectar. Es entonces cuando no sé muy bien en calidad de qué y porqué habito dicho escenario y echo de menos profundamente a los de mi tribu.
El sentimiento de no pertenencia es terrible. Ves el deambular de las personas y te haces consciente de que tus pasos no son esos, que tu camino es otro, que no quieres luchar por las mismas cosas, que sus sentimientos no son los tuyos, ni su motivación, ni su energía, ni ese optimismo flower-power que hoy lo rodea todo. Ese ritmo desenfrenado de las cosas no es el ritmo lento de tu mirada. Llega entonces el instante preciso en que te bajas del tren; ni siquiera cambiar de vagón sirve ya. Y sola, en un paisaje que en ese momento se descubre como un regalo, empiezas a caminar. Solo tú, con tus pasos y tu miedo.
Quién sabe bien si en ese momento empiezas a perderte o no, si es la opción indicada o sólo una quimera; si es tu camino exacto o simplemente una confusa calleja. No sabes, pero avanzas con todo tu bagaje; el dolor acumulado, la alegría que aún retumba en tu pequeño corazón, la libertad de tu mirada y el miedo de tu corazón. Avanzas como a ciegas, pero avanzas.
Así ha sido hasta ahora; un caminar libre a veces semiinconsciente que al final demostró estar dotado de significado. Cada círculo de la vida ha sido cerrado fielmente a lo que es tu mirada. No te has perdido a pesar del sufrimiento, de los errores, de las piedras que te magullaron los pies y el alma. El corazón siempre gana; a pesar del viento, a pesar de las callejas sin aparente salida, a pesar de u inseguridad.
Ana María Matute, yo también he habitado ese pequeño teatro; también me he dajado llevar y traer, pero nunca perdí la consciencia de que ese teatro no era el mío. He ido y he venido, me he caído y me he levantado, y nunca perdí el corazón, ese inocente muñeco de papel que a veces arrincona el viento en callejas sin aparente salida. Pero se sale, siempre se sale.
Hoy veo ante mi un nuevo paisaje. Veamos... veamos...
Hoy, Ana María Matute, mi recuerdo se llena de tus palabras y siente gratitud por ese Pequeño Teatro, hoy mi pensamiento se convierte en una oarción por ti.Vuelve la luz.