EL CÍRCULO DE LA DESMEMORIA


"Y ahora, en que todos los que se mezclan conmigo me miran con lástima y conmiseración, ahora, en que los que no saben, me juzgan acabada y muda, anclada en una silla de ruedas, ahora que mi única actividad física está encaminada a manetener mi cuerpo con vida para terminar a través de él la labor encomendada, ahora ya puedo, ya siento al fin, libre de toda trampa mental, libre de los temores que entonces me cercaban, libre de aquel dolor lacerante que me aguijoneaba sin cesar, libre del terror de lo que podía acontecer con la vida de mis hijos, ahora siento plenitud, y de parte de todos ellos el mar se su cariño"


Música blanca es un viaje por las estancias de la memoria, por los recodos de las cicatrices que guardan la presencia de todo aquello que se habitó, por las esquinas del sonido que no tienen voz, que habita en el alma. Es la narración de la fortaleza de una hija que viene a recoger el silencio de su madre, todo su sonido, su vida, y que lo acaricia; capaz de sentir aquello que por no dicho, late con más insistencia ante nuestros ojos. También es un viaje por la alegría que la mirada siempre tiene cuando vuelve a posarse en los escenarios en los que latió serenamente la vida. Por los escenarios que nos reconocieron caídos, heridos, y por ello, más humanos. Por las personas que aunque no comprendimos, y que no nos comprendieron, fueron la medida de nuestro yo. Por el amor que jamás fue olvido. Todo permanece a  buen recaudo en el silencio de la memoria. Todo. Y todo es necesario. Hasta que al fin se cierra el círculo, esa trayectoria que somos, que comienza con unos hilos no visibles que nos preceden, que imperecederos e imperceptibles, sostienen el significado de nuestro nombre, y que culmina en la palabra que los que nos suceden dejan a nuestro lado, justo antes del último anhelo, de nuestro último sonido, en el momento preciso de nuestra desmemoria.

(...)

"Nunca, nunca te olvidaré. Luego le hablas al oído y le cuentas lo que piensas que ella quiere oír y le dices que todo está cumplido, que ha cerrado el ciclo de la vida con toda limpieza, que sus hijos están a salvo, que nadie ha quedado atrapado en el ciclo de la angustia y que todo ha sido sublimado por ella. Todos sus hijos están pendientes de su salud y han llegado de fuera para estar con ella a su lado. Todos acompañan su proceso y también los nietos. No tratas de retenerla. Ya sólo quieres ayudarla a partir. Tiene la cabeza apoyada sobre tu pecho y tus brazos rodean su cuerpo. Sientes su respiración acompasada y débil, la ligereza de su hombro subiendo y bajando intermitentemente. La respiración sigue siendo regular. Parece que quisiera decirte algo, acercas el oído. Era sólo un suspiro, el último suspiro, con el te llega un mensaje que ya no pensabas recibir: 1921. Nada."

(...)

Música blanca es el repliegue de la vida sobre sí misma.  Es la vida esencial, palpitante, verdadera, que viene a hacerse presencia en ese instante en el que el cuerpo parece rendido de quieto e inmóvil que se queda. Cuando la vida para algunos ya carece de sentido, la vida se vuelca sola. Sorprendente y juguetona, viene a ser recogida, acariciada, reída y llorada de nuevo. El círculo de la desmemoria tiene el sonido de la eternidad. La música blanca es la que  que suena cuando la vida es remembranza, cuando únicamente suena ese latido que sólo soy yo. Ese es el momento de la música que contiene todos los colores; ese ir serenamente hacia un baile que nos habla de pasos que jamás serán olvido. Y se baila a solas; en ese momento en que olvidado el  ruido del mundo y todo su dolor, el alma viene a replegarse sobre sí misma, en su propia razón, en todo ese fondo que desconocido por los demás, movió tu mundo. Y ya nada más importa, nada que no sea el recuento de los pasos de un baile que sólo aparentemente es desconocido. Nada más que el aleteo del alma y los pasos del  silencio, eso es la música blanca. Ir a través del hilo complejo que es la aparente desmemoria, por el que madre e hija  reorren la trayectoria vital y literaria de la creadora de «Nada».

Nunca me había atrevido a hablar de este libro. Me quedo con nudo y sin palabra cuando he intentado escribir sobre él. Y hoy ha salido, por fin,  aunque de sobra sé que mi palabra es pequeña a su lado. Es un libro hermoso. De silencio. Inabordable. Dejarías de respirar para que tu sonido no rompiera el hechizo que es ese círculo de  desmemoria, el preludio de un baile imperceptible y silencioso. En las palabras de Cristina Cerezales,  está ese reflejo que tiene la mirada  cuando el futuro es de olvido, ese preciso instante en que tu nombre lo es ya todo, y es el que es. Poder por fin, guarecerse en el silencio de la desmemoria, en el significado de tu nombre. En el baile que es un instante de eternidad, de música blanca; blanca e inmortal.

Gracias Cristina, aunque nunca llegues a encontrar mi entrada.


La música blanca es una música extraña.
A veces te deconcierta;
se ejecuta suavemente y se baila lentamente.
Cuando la ejecutan bien es como oíer el silencio,
y a los que la bailan estupendamente
se les mira y parecen inmóviles.
La música blanca es algo rematadamente difícil.
Alessandro Baricco.

CONTRA EL VIENTO DEL NORTE

Daniel Glattauer.
Ed. Alfaguara.





"Eres la persona que contesta a mis preguntas no formuladas; y me siento sola. Y por eso te escribo". Emmi.


Quizá en la imaginación habite lo mejor de nosotros mismos, pero no es fácil sacar ese lado a la realidad. Una casualidad hace que un día coincidas con alguien; una persona a la que no vas a conocer, pero que sacará fuera de tí aquello que no sabes que eres, que ni tan siquiera tú has sabido ponerle nombre.

La aparición de ese interlocutor necesario es quien hace posible que el diálogo, en contra del viento del norte _ese viento que nos aplasta por lo debido, por las razones de lo que ha de ser_ sea una afrenta. Un diálogo que pondrá las palabras exactas a lo que tú eres, a lo que anhelas y a todo aquello que por orgullo o humildad, dejó de ser en tí. Detrás quizá el enamoramiento, la amistad, o la simple necesidad de tocar por un instante a la persona que te devolvió el mundo. El tuyo. El que habías olvidado. Nada hay más grande que aquello que un ser humano nos puede regalar, la medida de nosotros mismos a través del espejo que son sus ojos, sus palabras. De esto he hablado ya muchas veces; nada sabemos de nosotros en el aislamiento. Si soy algo, lo soy al lado de los otros.

Contra el viento del norte es la recopilación de los mails que se intercambian dos desconocidos que el azar ha puesto en contacto. Lo que empieza siendo un error, una casualidad o una simple coincidencia, acaba por describir la necesidad de interlocutor que todo ser humano alberga, ese sin tí no soy nada, que dice la canción. Si has vivido una situación así, lo comprendes, si no, lo más probable es que la infravalores o lo que no debería caber en cabeza alguna; que la juzgues equivocadamente. Así todo, incluso esto mismo es comprensible. Sólo quien carece de imaginación es incapaz de vislumbrar cuánta verdad hay en ella sobre nosotros mismos. Y bien es cierto que seres sin imaginación hay más de los que sería adecuado asumir. La vida, en algunas personas, tiene precisamente esa condena.

Diálogos de búsqueda, de convencimientos, de mezquindades, orgullos, olvidos y deseos. Eso es ese recuento de mails que nos presenta esta historia no acabada, aún inimaginada y sin posible trama. La imaginación es así siempre, juguetona, ilimitada e inabordable. Carente de hechos y sinposibilidad de acción. Pero por encima de esas limiaciones, lo que se hace evidente a lo largo de los mails, es el reconocimiento del otro. La gratitud hacia quien  siendo sólo palabras, le da límites a esa  realidad que siendo, aún no hemos sabido ser. La imaginación sin duda alberga tesoros escondidos, y en ellos, mucho de lo que desconocemos ser y necesitamos ser. Así de loca es la imaginación; a pesar de esa realidad interminable que siempre nos representa.


(...)

"Y solamente aquellos ojos que se aventuraran a mirarnos partiendo de cero, sin leernos por el resumen de nuestro anecdotario personal, nos podrían inventar y recompensar a cada instante, nos librarían de la cadena de la representación habitual, nos otorgarían esa posibilidad de ser por la que suspiramos." Carmen Martín Gaite.



** smuaksssssssssssssssssssssssssss... hasta más allá, sí, mqm.

LA NIÑA CON UN PIE DESCALZO

"La palabra escrita, la palabra que forma,
que crea mundos, personas, sentimientos...
...la palabra escrita.
 Es la única que nos lleva más allá de nosotros mismos."
Ana María Matute.


Escucharla es siempre un privilegio, un rato de alegría, de emoción y encanto. No me cansaría jamás de hacerlo, como no me canso de leerla. Jugar con sus palabras ha sido una gran oportunidad; era como abrir la caja que contenía el mundo. Aprendí con ella que jugar, era precisamente eso, la necesidad más grande del hombre; adulto o niño. Desde entonces, vivo enredada en el juego de su palabra. Sonriendo a veces, otras, con pesadumbre y desconsuelo. Permanezco así, aprehendiendo el mundo en su narrativa, un mundo de muchas caras, de amor y desconsuelo. Que te eleva a veces, pero que también, te mantiene a ras de suelo. Imperturbable el tiempo, tu única posibilidad de engaño está en el juego. En las palabras. En cada uno de sus cuentos.

"Había un niño que no sabía jugar. La madre lo miraba desde la ventana ir y venir por los caminillos de tierra, con las manos quietas, como caídas a los lados del cuerpo. (...) "No sabe jugar, no es un niño corriente. Es un niño que piensa" (...) Un día la madre se abrigó y siguió al niño, bajo la lluvia, escondiéndose entre los árboles... " El niño que no sabía jugar, cuento de Ana María Matute.


PUEBLO.


León huele a pueblo, sí, y mi infancia también. Gracias Irma, porque siempre que me asomo a tu ventana encuentro algo que sale al camino y que me retumba; que me devuelve el recuerdo. Las raíces siempre están, por mucho que nos alejemos del lugar de nuestra infancia, y ocurre que cuando las vuelves a intuir en el paisaje, te retumba de nuevo todo. Todito todo. Ser hija de la tierra en un privilegio. Siempre existirá en tí ese algo que por mucho que creas olvidado, te retumbará en el alma cuando te encuetras frente a esos peces de ciudad. Frente a los pijos de ciudad que tú nombras. Qué ausencia tan enorme es carecer de pueblo, la verdad. Gracias por el recuerdo.


MATERIALIDAD ANIMADA

"Arte es comtemplación.
Es el placer reservado al espíritu que penetra dentro de la naturaleza
y adivina en ella el alma de la que él mismo está animado.
Es la misión más sublime del hombre,
puesto que consiste en un empeño de la inteligencia por comprender,
por hacer comprender el mundo."
AUGUSTE RODIN.



Necesitamos las cosas hermosas; necesitamos su presencia cerca, que nos acaricien, que nos recuerden algo que ya sabíamos y que por descudido, hemos olvidado, o que nos lleven de la mano de sentimientos nuevos y certezas inmortales. Necesitamos tocar esa esencia que da sentido a la vida; aunque sólo sea por un instante. Es así la belleza; un segundo, un instante, un minuto de extrañeza deseasa, de pausa en azul estasiado. De repente algo que te toca le da la vuelta a tu alma; se ensimisma, se vuelve a posar en caminos ya conocidos, o en callejuelas desconocidas y sorprendentes que vienen a recolocar tu mapa. Necesitamos la cosas bellas, sí. Acariciarlas, mirarlas, olerlas, oírlas y bailarlas con el alma. Un color, un párrafo, una melodía, un perfume. Es en esas cosas hermosas donde volvemos a encontrarnos, donde hallamos la sed de eternidad que a gritos nos está pidiendo el alma, y que con las propias prisas, tan pocas veces estamos dispuestos a saciar. Lo bello, por un instante, nos rescata; hace que nuestro mundo se piense, se ensimisme, se haga eterno. Puedes entonces respirar hondamente, dejarte llevar por el azul de tu alma, por la transparencia de tus lágrimas saladas, o por tu sonrisa constante y eterna. Ni tan siquiera sabías que eran tan hondas, ni tan siquiera, que eran tuyas. Te acercas inevitablemente al misterio. Lo rozas, y sabes que nunca lo vas a poder contar, ni tan siquiera rozar con tus palabras. Sólo sabes que ahí está. Esa es la esencia de la palabra perdida, la que no se dice, esa palabra inexistente que te pertenece, y que es sólo tuya por un instante.

RENTABILIDAD vs ILUSIÓN

Hoy, mientras esperaba a que regresara diminuta de su asueto dominical, he pensado en la poca cultura que tenemos de la ilusión. En la incapacidad de las personas para imaginar un proyecto que ambicione, entendiendo la ambición como esa ilusión por generar algo que vaya más allá de la propia idea de lo económico, incluso que va más allá de uno mismo. Ese algo que se crea, proyecta, y que transforma la realidad y se queda en ella. Que nos hace grandes y a la vez pequeños, porque seguirá cuando nosotros ya no estemos. El ser humano tiene la capacidad de desear, proyectar, imaginar... de ir a la búsqueda de un sueño. La apropiación debida de nuestro tiempo creador. De ese sueño que se desenmascara en la medida en que se mira el mundo, se anota y se subraya en el pensamiento. En la medida en que mi yo se me rebela,  y me acerca verdaderamente a ese yo que soy y quiero ser. A la proyección de todo aquello que mi alma quiere llegar a hacer. Vivimos en una sociedad que es incapaz de enseñar la ilusión, de transmitirla, de acariciarla siquiera. Esto lo puedes ver en los niños, claro que de todo hay, esa es la verdad, y siempre vas a encontrarte con alguno que te sorprenda. Que te ilusiona con su ilusión pequeña, constante y valiente. Así todo, siento que vivimos en una sociedad que no es capaz enseñar a permanecer en la espera; en esa latencia de lo que imaginado, aún está por venir. Y la espera  es creativa, imaginativa y optimista. Si fuéramos capaces de ello, estoy convencida además, de que el índice de depresiones que no están asociadas a ningún sustrato biológico en nuestra sociedad no tendrían la prevalencia que actualmente tienen.


Me emocionan las personas que tienen una ilusión en su vida; un proyecto. Sea grande o pequeño. Sea un huerto, o una editorial. Me alegra esa capacidad que tienen de permanecer en la espera, en la no-ganancia, en la expectación que supone esperar a ver realizado su proyecto mientras al quitar de aquí ponen un poco allá, en ese proyecto que no está diseñado para ser beneficio material, pero sí personal. Aunque sea un proyecto sin rentabilidad,  que no deja más que deudas y cierta desilusión por el no reconocimiento de los demás,  aún así, el proyecto le sigue ilusionando al autor. Es la persistencia de la ilusión; de aquello que se espera a pesar de las mala racha o el desencuentro de intereses.

Hoy lo único que impulsa a mover ficha es precisamente ese; el dinero. Y eso es lo que les hemos transmitido a nuestros hijos. Hoy el dinero lo es todo. Comprar y vender. La ley del mercado se ha instalado incluso en aquellos espacios del ser humano que simplemente obedecían al juego; al ensimismamiento que es hacer algo  por el simple placer de hacerlo. Hoy, con nuestra ambición materialista, hemos acotado el espacio de la libertad. Y con ello, queda reducida a una bana esperanza la posibilidad de la imaginación. También, la posibilidad de transcender a nuestros actos. Quizá por eso nos hemos convertido en seres presurosos. Agobiados con la rentabilidad de nuestro tiempo, sin saber muy bien en qué querríamos gastar el producto de esa rentabilidad. Y sin embargo, no hay mayor experiencia de libertad que la que se siente al lado de la ilusión; al lado del juego. Ese tiempo en el que realizas algo sin sentir el peso de lo que vale, o de lo que por ello te van a dar. Lo haces porque simplemente te gusta, porque la sóla presencia de lo creado, es ya de por sí, un enorme tanto a recibir. Si perdemos la capacidad de proyectarnos, de mantener latente una ilusión, ¿hasta cuándo podremos aguantar sin rompernos?

... Everybody's got a hungry heart.
Lay down your money and you play your part.
Everybody's got a hungry heart...


ODIO SACAR LA ROPA DE LA LAVADORA.

Hoy es sábado, el día de la semana que más disfruto. Sin embargo, he acabado la mañana con cierto perceptible cabreo. He estado estudiando, mirando temas que me interesan y que quiero entender. He podido hacerlo porque ayer dediqué unas cuantas horas a poner la intendencia de mi casa al orden. Sí, esas pequeñas cosas que hacen que la rutina de los días no nos ahogue. Vosotras sabréis de qué hablo seguro, y vosotros, lo dudo más. He dejado colocada la ropa de la niña, su uniforme preparado para el lunes, realizado la limpieza semanal de la casa, he provisto el congelador de viandas, ido a la compra, preparado comidas que se puedan congelar. Me siento agotada de solo recordarlas. En esas anduve ayer viernes por la tarde. La peque medio hacía sus deberes, bueno, a saber qué hacía realmente. Hoy el día era para mí. La peque se ha ido con su papi a casa de los abuelos. El día era para mí y la intendencia estaba al orden. Lo único que he hecho es poner una lavadora; la última de la semana.

Una estupenda mañana que empezó con el sol entrando por los ventanales de la sala. Y allí me instalé, en la sala; toda una mesa despejada para colocar mis bolis, mis libros, mis cuadernos. Olor a café, lectura, escritura y estudio. Proyectos, esquemas y posibilidades. Fui por mi segundo café a la cocina y ahí pude oír el suave click que avisa que la lavadora ha terminado. Y caí en la cuenta, fue como si me hubiera despertado de golpe y hubiera perdido un sueño maravilloso. Me empecé a debatir entre no tender la ropa o sí hacerlo. Qué mal me sabe que la lavadora acabe justo cuando yo estoy en proceso de deleite y proyección de ideas. Me dije con rotundidad _no la tiendo_. Seguí con la lectura y mi café, pero no me quitaba del pensamiento la ropa del bombo, así que definitivamente, me puse a tenderla. Si no, estaría desaprovechando las horas de dol, y al plancharla, me entraría un enorme cabreo por culpa de mis afinidades lectoras y de disfrute personal. De nuevo primero lo demás, todito; luego ya cuento yo. Y mientras la tendía salió esta entrada.

¿Cuántas horas de mi vida empleo en actividades cotidianas que no me gustan? Poner la lavadora, sacar la ropa y tenderla, plancharla, recogerla, planificar la compra, ir al supermercado, traer las cosas a casa, colocarlas, limpiar los baños, pasar la mopa, quitar el polvo de las estanterías, limpiar los cristales, bajar la basura, reciclar cada cosa en su contenedor, fregar la cocina... Lo único que me gusta de verdad es cocinar, empezar a recolectar viandas para convertirlos en platos comestibles y ricos. Llenar el congelador de cosas que sé que un día van a gustar. Y he comprobado que me gustan no en sí mismas, sino porque la radio hace de la cocina una estancia acogedora y llena de proyectos. Mientras cocino, mi mente está en muchos lugares a la vez. Como cuando escribo, leo o simplemente escucho música.

Odio las labores del hogar, esa rutina a la que nos obliga, ese tiempo que se siente perdido. Hoy ya véis, me he puesto chulita. Porque valiendo lo que valgo aquí estoy, quejándome del tiempo que mi mente privilegiada pierde entre fregonas, planchas y cocinitas. La de cosas que dejo de leer, de escribir, o de estudiar. Y no, hoy no vale eso de la importancia de las cosas pequeñas. Que le den tila a las cosas pequeñas, al menos por hoy. Por supuesto que me gusta cuidar de mi gente, sí, que mi casa no sea tan sólo la suma de cuatro pareces, no. Pero también necesito y quiero ser yo. Y yo, si soy sincera, no he nacido para esto. No, no, no, nonononó.

¿Y YO, QUIÉN SOY?



Pocas voces dudan ya de que la actual crisis económica tiene su origen en la naturaleza especulativa del sistema financiero internacional. La circulación de capitales, en lugar de servir de apoyo a la economía real, ha creado durante los últimos años peligrosas burbujas financieras que han terminado por explotar. En este contexto, es necesario preguntarse si el dinero puede volver a desempeñar un papel beneficioso para la sociedad. Para Joan Antoni Melé, la respuesta es muy clara: el dinero puede hacer mucho por el bien de las personas.

En esta entrevista nos da las claves para lograrlo, te animo a leerla. También, a escucharlo.

Buscar un rato para escuchar esta conferencia... es larga, sí, lo sé. Pero ya lo creo que merece la pena. Lo he encontrado en la ventana de Colombine, y con su permiso, la cuelgo en mi ventana. No puedo por menos, me ha gustado y me parece muy certera. Ha conseguido explicar con las exactas palabras, ese entendimiento que tengo de la persona al lado de un otro. Somos al lado de los otros, siempre. He sido muy pesadita con esto a menudo, ya lo sabéis, así que entenderéis por qué me ha gustado tanto. La responsabilidad personal es esa que nos dice que sin los otros, no somos nada. Absolutamente nada.

Me ha parecido todo un examen de conciencia ante el día a día que nos trae y nos lleva en volandas en cada una de nuestras rutinas. Un análisis profundo del tiempo actual en que vivimos, de este tiempo rápido y veloz que nos contagia en cada acción, sin saber muy bien a qué exacto lugar queremos realemnte llegar, de tanta carrera que nos pegamos. Un análisis del escaso tiempo que nos paramos a pensar en lo que supone hacer algo, en cuáles son sus consecuencias. Porque no pensamos... ya no. O si lo hacemos, lo hacemos muy poco, y el otro no es desde luego nuestra prioridad.

La economía y la persona. Nuestra propia economía y la persona que yo soy. La medida que tienen los otros en mi tiempo. ¡Tantas cosas en el tintero! Atrévete y hazte a tí mismo esta pregunta al hilo de la escucha de la conferencia.

 ¿Quién soy yo realmente?