"Lo imposible, al actuar sobre lo posible, engendra un posible en la infinidad. Por eso amamos la literatura, por lo que engendra. Ésa es la última razón. Las demás razones tal vez sean complejas, amplias y personales, pero no son la última, la necesaria, la imprescindible. (...) Por eso leemos, por eso amamos la literatura. Por lo que nos rebasa."
Belén Gopegui. "El lado frío de la almohada."
Siento mucha atracción por la escritura de Belén Gopegui. Una de las cosas que más le zarandea a mi atención son los propios títulos de sus novelas. Eso ya me hace inevitable no caer en ellas. Además, me gusta su prosa, la dimensión que es capaz de transmitir a través de sus personajes. Y a la vez, me resulta una narrativa compleja, con cierto revés, difícil a pesar de su aparente sencillez y equilibrio. Más de una vez me he sorprendido volviendo a releer un párrafo porque me he perdido. Su complejidad hace que me detenga, que me pare a discernir sobre lo transmitido. Con sus novelas, las lectura no es trepidante. Es una lectura limpia, pero compleja a la vez, en la que muchas veces una prosa inesperada, una frase determinante, o un sentido arrollador nos obliga a para en seco.
La primera novela de esta autora que leí fue “La escala de los mapas”. En ella se deja translucir la dificultad con la que siempre nos acercamos al otro, o viceversa; la complejidad que nos encontramos cuando dejamos que sean los otros los que se acercan a nuestra circunstancia. Es el miedo a ser amado, el miedo a amar. A lo largo de la novela, traspasamos las dificultades de Sergio Prim, su necesidad de lograr un buen proyecto en su relación con Brezo. No es fácil desentrañar la escala de los otros, reconocer el modo en cómo se relacionan, cómo se acercan o simplemente cómo viven indiferentes a tu presencia. El conocimiento de los otros se me aparece como una asignatura pendiente; algo que siempre estamos por aprender. Siempre nos sorprenderá algo nuevo sobre los otros; algo que nos descubra parte de su misterio, el mapa de su dolor y el sonido de su risa. Algo que nos explique mejor el por qué esa atracción por algunas personas. La escala de los mapas es una fábula, una historia de amor desencontrado en la que se desarrolla el desconocimiento que siempre tenemos de los otros y la atracción que muchas veces conlleva.
Hace unos días he leído “Tocarnos la cara”. En ella se narra la evolución de un proyecto. Cuatro alumnos de teatro y su profesor se unen para crear un grupo cuyo objetivo sea algo así como dar la posibilidad a terceras personas de poder verse reflejados en un espejo de carne. Los alumnos serán el espejo en el que el otro se pueda tocar la cara, se pueda ver voluntariamente, que pueda intervenir así en el descubrimiento del yo verdadero, o del yo anhelado, inventado y deseado. Ese espejo será la posibilidad de encaminar a los otros hacia un descubrimiento esencial de su persona. Ellos se convertirán en el espejo necesario para cada otro que necesite una búsqueda existencial. El libro narra los inicios de ese proyecto, pero es también la historia de su fracaso; el proyecto no cuajará. Una vez más nos encontramos ante la complejidad que es enfrentarse al otro, no sólo como espejo, sino como creadorres de un proyecto: la relación entre los alumnos y el profesor es básica para que el proyecto tenga futuro. Si no hay referencias, si no cuajan unos puntos básicos, unos conceptos claros y concisos, el proyecto se irá a pique. A los alumnos les faltan referencias, es un proyecto demasiado innovador que no tiene base, carece de línea de flotación, de ensamblaje y contenido. El fracaso es inevitable, si no tienes algo por lo que unirte las relaciones se deterioran, no son sólidas, y todo proyecto que emana de ellas es siempre endeble. Los alumnos, al no encontrar una causa común, al sentirse desvinculados del profesor, no son capaces de llevar adelante el proyecto. Son personajes muy solitarios pero muy conscientes de su soledad. Tras su lectura, me ha quedado cierta sensación de tristeza, porque al olvidarnos del otro, nadie nos guía, y a nadie guiamos; nadie aprende de nadie. Al desaparecer la figura del maestro, del profesor, al estar ausente, desaparece también el concepto de alumno. Nadie guía a nadie. Es desolador. Y esto se me antoja como una soledad demasiado sola. Sin referencias perdemos solidez; sin nada que nos guíe no somos nada. Y yo personalmente, lo siento como una certeza. Es una novela que me ha costado bastante leer, no me ha resultado fácil, reconozco su lectura con esfuerzo, y sin embargo, me ha gustado mucho. Y la siento como un pequeño eco de lo que podemos estar viviendo en nuestro tiempo; la falta de autoridad en la figura del maestro, de toda persona que en su presencia, es guía de alguien.
“El lado frío de la almohada”, la leí hace ya bastante tiempo. De las tres es la que más me ha gustado. Su recuerdo me devuelve una realidad consciente, el dolor por todo aquello que no podemos tener, que siendo tan diferente y necesario no está. En esta narración también se hace presente el conflicto entre la persona y la colectividad. La realidad de que aún individuos, necesitamos de la colectividad, que somos necesariamente seres sociales. De las tres novelas, esta es la que más me ha gustado, en ella encuentras párrafos impresionantes. La historia narra el punto de inflexión que siente Philip Hull, diplomático norteamericano, al conocer a Laura Bahía, joven agente española de origen cubano. Es una historia de amor, y una vez más se revela la necesidad de saber permanecer al lado de alguien. Así, sentimos un cambio, un giro, algo que afecta íntimamente a nuestro modo de guiarnos, a nuestros más sólidos puntos de referencia, y que siempre, siempre, nos enriquece. El otro es la piedra de toque para el cambio, para el crecimiento, para reconocer esos límites reales de la persona que yo necesariamente soy. Dentro de esta novela encontré un párrafo que llamó mucho mi atención, tanto, que lo dejé bien subrayado;
“…porque si al fin se ama al que es tan diferente y no hay motivo, interés, ni facilidades, entonces es que tal vez el amor exista; entonces es que tal vez exista haya lugar para el romanticismo, para creer en algo inmaterial que impulsa a la materia, que la mueve y por eso cuanto más desiguales los amantes más cerca del milagro de ser otro, más cerca de creer en el milagro, quiero decir. En contra de las leyes del sentido común una fuerza acerca sus cuerpos y esa fuerza, lo juran, les hará diferentes, les sacará del mundo. Les estremecerá de dicha, de voluntad contenida y extensible."
En estas palabras, se quedaba al descubierto la riqueza que es permanecer al lado de los otros, con los otros, algo que yo, en mi mirada, siento como esencial. Quizá por eso, me gustó tanto.
Para mí, la narración de Belén Gopegui es algo así; la cercanía de un otro muy diferente, alguien que me tambalea, que remueve sólidos entresijos de mi pensamiento para convertirlos en algo con más sentido, en una mirada más certera y profunda. Quizá por ello, con esfuerzo, navego por su palabra, por las metáforas con las que a veces nos sorprende, por cada uno de los significados en los que reposa su escritura.