INJUSTICIAS.


Esta pequeña ventana hoy se convierte en un homenaje a quien fuera una excepcional persona. A una mujer que tuvo claro el concepto de ser humano, que no se quedó impasible, temerosa e inmóvil ante un mundo injusto, cruel y abismático. Ella es el más fiel ejemplo de que si somos algo, es acción. Nuestras acciones nos definen

Sus pequeños ojos sostuvieron el mundo. Irena Sendler arriesgó su tiempo y decidió entregárselo a los más débiles, a los anulados, a los olvidados, a los desterrados. A todas esas personas que se vieron espoliadas, a las que se les arrebató incluso la dignidad. Su labor es una muestra más de que un grano de arena, puede construir el mundo. Su vida valiente no ha tenido el reconocimiento merecido, por eso quiero que mi ventana, en un pequeño gesto, se lo conceda.

En el año 2007  fue propuesta para recibir el premio Nobel de la Paz, pero no fue seleccionada. Se lo llevó Al Gore por unas diapositivas sobre el calentamiento global. Ojalá su presencia humana no caiga en el olvido, pues sin duda, su capacidad debiera ser ejemplo para los que vivimos en un mundo que sigue siendo cruel. Sirvan mis palabras de pequeño homenaje.


La vida de esta heroína ha sido llevada a la pequeña pantalla por la CBS en The Courageous Heart of Irena Sendler, donde ha sido interpretada por la ganadora de un Oscar, Anna Paquin.

«La razón por la cual rescaté a los niños tiene su origen en mi hogar, en mi infancia. Fui educada en la creencia de que una persona necesitada debe ser ayudada de corazón, sin mirar su religión o su nacionalidad.» Irena Sendler.

Irena Sendler salvó a 2.500 niños del Gueto de Varsovia.

CUÁNTAS COSAS SE PIERDEN.

Hoy, al ir a llevar a diminuta al cole, iba escuchando la radio ; hablaban sobre el maltrato a nuestros mayores. Me quedé angustiada y muda, pues como bien explicaban, se trataba de personas incapaces por sí mismas de realizar algún tipo de gestión para formalizar una denuncia sobre lo que viven día a día. Y pensé en la ingratitud a la llegamos,  y en esa persona que siendo ya mayor, tiene que verse así, tan mal querida y poco recompensada. Y pensé en cuántas cosas somos capaces de perder mientras creemos que vivimos.

Estamos ante una sociedad que tiene como uno de sus valores máximos la propia autonomía. Ser independiente, joven y vital es hoy un valor necesario. Si no eres eficaz, diríase que no existes, que ya no eres persona. Lo tenemos tan visto, que lo hemos asumido como si fuera algo natural no necesitar de la experiencia que tienen unos ojos vividos. Pocas veces en este mundo de carreras nos pasamos a respirar con tranquilidad de la mano de la experiencia que destilan unos ojos alegres, vivaces y ancianos. Está tan asumida la necesidad de ser útil que si no somos capaces de hacer, de dar, de conseguir, nos sentimos anulados y preferiríamos incluso no existir. No sabemos ya lo que es pasar una tarde lenta, sentida al lado de unos ojos callados, o de una conversación que llega de muy lejos. Nos olvidamos de estar al lado de nuestros mayores, no sabemos ya ver pasar la tarde y dejarnos mecer por las horas lentas. Ver pasar el tiempo despacio, lleno de secretos no imaginados en la mirada y en la palabra de tus padres. Pareciera una pérdida de tiempo, y sin embargo, emocionalmente es de lo que más te hace sentir que estás vivo. Así ocurrió, si recuerdas, en aquella tarde que sin más, permaneciste al lado de los tuyos. Pero lo hemos olvidado, y hoy lo que más importa es no ser una carga para nadie, sin saber, ni tan siquiera intuir, que hay cargas que valen un mundo. Que en sí mismas, son un potosí.


Cuando me pregunto sobre las causas que nos han llevado a estar así, no lo puedo evitar; pienso que nos hemos vuelto una especie muy egoísta. Ya no vemos como valor fundamental estar al cuidado de otra persona, sea tu padre, madre, hijo, hermana o sobrino. Las personas hemos perdido la capacidad de dar sin más, la capacidad de aprender a recibir sin más, la capacidad de estar al lado de alguien y cuidarlo. Tanto, que diríase que hoy nadie quiere a nadie. Que perder el tiempo en el cuidado de los otros es perder la propia vida. Que todo el mundo estamos obligados a no ser dependientes, a ser tremendamente prácticos y a no caer en el tremendo error que es pedir ayuda a alguien, o perder el tiempo sin rentabilizarlo en razones de consumo. Si hoy algo prima es precisamente eso; más que el ser, el tener.

Hoy, los hijos son una carga para los padres; he vistos niños que aguantan verdaderas jornadas maratonianas en la guardería porque sus padres al salir de trabajar, no se sienten capaces de estar toda una tarde con ellos, pendientes de ellos, y sin tiempo para sí mismos. _¡Qué rápido pasa la vida, pero qué larga es la tarde al lado de un niño pequeño! _ Lo oí un día en el parque, mientras observaba lo que hacía diminuta. No se tratade de un lamento, sólo era una constatación; son muy largas las horas de parque. Era una verdad como un templo, y también, la frase que mide el amor que por los demas sentimos. Y pensé en qué largas son también otras tardes; las de hospital, las de las consultas médicas, las de estar cocinando, las de...


Los padres, ya ancianos, también son una circunstancia agobiante para los hijos. No estamos dispuestos a perder nuestro "tiempo rentable" por estar al lado de unos padres que quizá se sientan solos, que aunque independientes, les apetecería estar un poco nuestro lado por comentar unas cosillas de aquí o unos cuidados de allá. Y viendo esta realidad, no dejo de sentir que las personas hemos perdido un poco el norte. Y que nos hemos perdido también a nosotros mismos en ese ir y venir de obligaciones absurdas que nos hemos impuesto.

Se trata de una pérdida esencial, porque la presencia de las personas, su magnificencia y su grandeza, viene tan sólo de su simple ser, de su sencillo estar. Independientemente de las circunstancias que nos toque vivir, del cómo me toque estar, o de lo que sea capaz de hacer, soy quien soy; y como dice el anuncio: "yo lo valgo". Cada uno lo valemos. Nuestros padres lo valen; un potosí.

Todo ello me hizo revertir en mi situación, en mi vida actual, en pensar que uno de los grandes valores que tiene mi casa, se hace enormemente evidente cuando mis padres están en ella. Haber conseguido el tiempo, la presencia para ellos cuando están, es un verdadero privilegio. No importa lo que necesitaban, pues a ellos tampoco les importó nunca darme lo que yo necesité. Todos necesitamos siempre algo. Pero hemos olvidado que todos también somos capaces de aportar algo. Si unas competencias se van, otras vienen. Y si hoy mis padres ya no pueden hacer lo que hacían, lo cierto es que su sola presencia es capaz de conseguir que yo no me derrumbe. Nadie hace que mi persona tenga más empuje que las personas a las que quiero. Soy consciente de que siempre, independientemente de como sea su estar, su ser aportará algo esencial a mi mirada; a mi sentir y a mi vivir. Son insustituibles incluso en sus deficiencias, y los quiero a mi lado a pesar de las mil limitaciones que mi tiempo, mi circunstancia o mi carácter me puedan poner.

Creo que hoy estamos un poco equivocados; nuestros mayores son cosa nuestra. No son un asunto que otros tengan que resolver. Evidentemente, tiene que abrirse el camino de la ayuda, pero los mayores, en esencia, le pertenecen a mi deber. Otra cosa es que estructuralmente se me ofrezca una ayuda para la gestión de su cuidado.  Nuestros mayores hacen nuestra la obligación de su cuidado. Sí, sí, OBLIGACIÓN. Obligación de proporcionarles aquello que por su limitación ya no son capaces de conseguir por sí mismos. Obligación a encontrar el tiempo necesario, la manera adecuada, y la solución concreta a sus necesidades crecientes. Estoy obligado a querer a quienes una vez, me quisieron más que a nada.

Lo cierto es que me dejó un poco mal pensar que en muchos hogares los ancianos sufren la agresión física, psicológica o verbal, de manos de quienes fueron un día las personas que más quisieron. Como especie, en ocasiones, somos lamentables.



HACIA EL PORVENIR.

Pilas cargadas; regresamos de nuevo a la rutina del curso preparando una estupenda carrera que será corta e intensa. Prepárate diminuta, cogemos carrerilla para que este trimestre corto y denso pueda ser vuelo, el peldaño que te alze un poco más a la meta que tú quieras, a tu sonrisa intensa y a tu libertad conquistada. Nos preparamos diminuta, pasaremos sobre mayo peleando, hasta que llegue junio intenso y su final nos pille bailando. Minutos sorprendidos. Triunfos esperados. Baile. San Juan. Entonces llevaremos a la hoguera todo aquello que ya no nos servirá nunca. Comenzará ahí el preludio de un nuevo reto, pero antes, antes viviremos el esperado verano.

Me reservo el último baile contigo, diminuta, al son de lo que más nos empuje, y en la firme convicción de que nunca olvidarás. Que volarás, lejos y alto. Que recordarás mis manos siempre cercanas, esas que cuando tu lo quieras, siempre estarán dispuestas a llevarte de nuevo a casa.

Diminuta no tan diminuta ya, comienza ahora tu esfuerzo, prepárate. Este junio nos pillará bailando en el último recodo de este trozo de camino. Reiremos. Y nos alzaremos a la conquista del sol, a la libertad del esperado verano, y a la brisa del viento, ese que remueve tus rizos y reaviva tus pensamientos.

La emoción empieza hoy, también el esfuerzo. Está en esta carrera, en este momento, en cada minuto de agenda que inscribe tu esfuerzo, en cada instante en que vences un "no quiero" o "no me apetece". Coge carrerilla, diminuta, en este momento inicias el vuelo.


Cause don't forget who's taking you home and in whose arm's your gonna be.
So darlin save the last dance for me.

SILENCIO.





ORACIÓN EN EL HUERTO
*Soledad y silencio.

PRENDIMIENTO.
FLAGELACIÓN.
CORONACIÓN.
ECCE HOMO.
NUESTRO PADRE JESÚS NAZARENO.
VERÓNICA.
EXPOLIO.
EXALTACIÓN DE LA CRUZ.
CRUCIFIXIÓN.
CRISTO DE LA AGONÍA.
SAN JUAN.
MADRE DOLOROSA.

EL ENCUENTRO.




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INCISO.
* Claro que como bien indica IRMA, la semanita en León puede ser mucho más terrenal, pellejera y canalla. Y es que la vida siempre tiene dos caras, siempre. Besos Irma.

RISAS Y PRISAS.

No todo está dicho ni está hecho, pero hemos avanzado tanto ya... Y tú diminuta, siempre habitas mi presencia como un contínuo ronroneo, incluso lo oigo en los días en que estás ausente. Te debo tanto diminuta...

LLegaste tú y la vida se convirtió en algo todavía más apasionante. Tanto, que no recuerdo ya la importancia que tenía mi vida en la otra parte que viví. Y te juro que era importante, diminuta, pero ya no la recuerdo con tanta nitidez. No recuerdo por lo que entonces sufrí, tampoco aquello que me hizo llorar. Hoy lo que es nítido es tu presencia, la alegría, la risa, tu sonido de cascabel.  También las alegrías pasadas, las de antaño. Lo que soy tiene inscrito siempre lo que quiero ser por tí, sólo soy capaz de conservar aquello que un día me hizo feliz. Yo también quiero mi alegría para tí. Para que tú la veas, te rías a mi lado, para que siempre sepas que estoy. Ese modo que tienes de estar en las horas de los dias me ha contagiado, esa manera de comunicarte con el mundo, con las personas, que es tan tuya, también forma parte de mí. Tú has hecho que no se pierda del todo. Tú la has rescatado.

A tu lado, revive la niña que fui. En tí está una parte de lo que soy, de lo que fuí, eso que me recuerdas con tu presencia, que no ha sido perdido a pesar de baches, desencuentros y pérdidas. Esa que eres tú, esa niña sonora que, hayamos pasado por un enfado o no, acaba convirtiéndolo todo en pura comedia. Porque mira que eres payasa, diminuta. Y entonces me recuerdas que yo también fui esa payasa. Mira que eres generosa, un auténtico solete en mis días. Eres la causa de que al final, todo no se haya perdido.

Regresas de tan sólo cuatro días de ausencia, y regresas enorme. A lo mejor en realidad no has crecido, pero yo siento que sí, y lo nota la casa también, quizá porque siempre se queda  pequeña cuando tú no estás. Regresas hoy y ya puedo presentir el eco de la alegría que tu presencia es. La niña mayor que ya eres. Y cuando me he querido dar cuenta, me he puesto a bailar tus canciones; esas que nos da la risa cuando nos ponemos en plan _¡¡ mamma mía!!_

Diminuta, estás dejando atrás la estela de tu infancia. Me cuesta, confieso que me cuesta enormemente tener que despedirme de ella. Algo de ello hay en lo difícil que está siendo este año para mí. Quisiera no poder dejar nunca esa manita pequeña que iba siempre de mi mano, con tu cuerpo pequeño dando saltitos para llegar a mis pasos de adulta. Y la manita allí, en el hueco de mi mano metidita, mientras lo querías mirar todo a tu paso.  Ahora cuando me das la mano, la agarro fuerte, pero ya no es tan  pequeña. En gestos así me doy cuenta que ya no eres la diminuta. Observo cómo tu mirada se vuelve severa, cómo es capaz de mirarme, y a tu lado, arrancar a reír a carcajadas porque la ironía, tu ironía, es como la mía. Y la ironía no es infantil, diminuta, la ironía es ya adulta. Habita en las miradas inteligentes, esas que ya han rodado, que saben del doble sentido, de los múltiples sentidos que las cosas de la vida pueden llegar a tener. Y eres lista, diminuta, a pesar de tus ceros en problemas. Qué grande eres. Qué grande en tus cosas. Si supieran de verdad la cadencia y el modo que tienes de moverte por los recovecos de la vida, a esos ceros le pondrían un uno a su izquierda. Pero eso el mundo todavía no lo nota. No lo sabe. Yo sí, y lo veo cuando estás en tus cosas, cuando me cuentas la interpretación de esas cosas, cuando te veo moverte en ellas, cuando con tu risa nerviosa de niña y tu aplomo de mujercita todo lo mezclas.

Te admiro en esos momentos en que crees que no te observo, cuando te acompaño a tus cosas y te metes en ellas sin saber que yo aún no me he ido. Adoro la mirada cómplice que nos cruzamos cuando algo nos sorprende en el mismo instante. Me gusta  llevarte conmigo y observar como te comportas, esa manera de comportarte que te convierte en una pequeña adulta, olvidada ya de todas esas tonterías que haces cuando estamos solas en casa. Me gusta verte envuelta en tu pequeño traje de mujercita, ese modo que tienes de hablar con la gente que me rodea, tus gestos de mujercita tímida y a la vez rotunda. Sonrío. Eres una mezcla de cosas tan bonita...

Siento una gran añoranza por tu infancia, pero ver la mujercita que asoma detrás de tu mirada es tan apasionante, tengo tantas ganas de descubrirla, que esa tristeza por el adiós de tu infancia se convierte en pura alegría por lo que está por llegar. Y por este presente que es hoy un puente hacia algo nuevo, algo por estrenar en tu mirada.  Eres el ser más maravilloso que la vida me ha podido poner al lado. Dirán que es pasión de madre, pero yo sé que no es cierto. Me encantas toda tú incluso en esas horas en que me pareces la más pesadita del mundo, incluso en esas horas en que me digo que ya no puedo más y que ya está bien. Porque mira que le he echado horas a tu presencia; tantas y tantas. Esas horas, diminuta, en mi memoria, son el mayor tesoro. El mejor, y también el más inesperado. Porque jamás pensé que alguien, pudiera llenarlo todo tan así. Tan como tú lo haces, tan rotundamente y con tanta alegría.

En un par de horas llegarás. Y no leerás esto, porque nos iremos corriendo al pueblo en el que tan felices somos siempre. Ese pueblo con el que te hago rabiar porque te digo que no es tuyo; aunque tu bien sabes que lo es. Que lo mío es de tí casi más que de mí. Anda que no eres lista, diminuta. No sé cuando leerás esto. Si lo dejo al aire es para que un día tú lo encuentres, para que sepas que detrás de cada una de mis limitaciones estaba siempre una gran pasión. Un gran cariño. Una gran emoción. Todo eso que me sale cuando tú me llamas, esa alegría que me desborda siempre que tu gritas ¡mamá! y mi mirada te busca.  Esos ojos tuyos oscuros que tienen todo el brillo del mundo. ¡Ay, diminuta!, qué mayor te estás haciendo. Cuánta emoción siento por tu mirada de hoy, esa que ya deja intuir la mujercita que serás, y qué difícil despedirse de tu infancia. Tenía ganas de contarte esto, porque entre prisas, tareas, y trabajo, se ha ido pasando el tiempo demasiado volando. Te quiero, diminuta.



EL OLVIDO, LA AUSENCIA Y LO INESPERADO.


He estado colocando papeles. ¡Madre mía, la de papeles que tiene una vida! Papeles del médico, del colegio, el hospital, las declaraciones de la renta, mil tipos de facturas, escrituras, hipotecas, resguardos bancarios, el ticket de la carnicería... Tengo papeles, luego confieso que he vivido. Ordenando y ordenando  me dí de morros con parte de los apuntes de mi vida. Los he metido en una caja impermeabilizada. Mientras los colocaba dentro he pensado que lo adecuado sería enviarlo todo al contenedor del reciclaje. Sin embargo no he podido. A lo mejor si tiras los apuntes de tu vida, dejas de existir, nunca se sabe. Me pregunto qué es lo que habita mi inconsciente que no me permite tirar algo que segura estoy de no volver a mirar en la vida. Y he imaginado a mi diminuta ya adulta, enviándolos ella misma al contenedor. Es lo que tiene guardar; que si no lo tiras tú, lo tirarán otros.

Y pensé que esos apuntes, bien reflejaban la vida. No por su contenido; fundamentalmente son de estadística y economía de la salud. También de empresa. Recuerdo la ilusión con la que empezé el máster y el curso de especialidad. Me gustaba. E imaginaba cómo algún día me dedicaría a esa especialidad. Nunca más tuve necesidad de revolver o regresar a esos papeles; mi ejercicio profesional en nada tiene relación con la economía de la salud, la empresa, la salud pública o la epidemiología. Ahí, en esa caja, se representaba parte de la vida; todos esos futuros que esperamos, futuros que no llegan jamás. En ella, toda la ilusión de aquella espera en el porvenir. Proyectos que colocaste en las estanterías, a los que de vez en cuando quitas el polvo y sobre los que nunca más vuelves a pensar. Ni pensarás. Y me digo, _ ¿por qué guardar tanto y tanto dato en una caja que se quedará ya para siempre en el trastero?_ Aun así, aun sabiendo todo esto, no la puedo tirar. Aunque como bien me conozco, el arrebato puede saltar en cualquier momento. Y no lo presiento lejos, esa es la verdad.

Esperamos, deseamos, trabajamos en un porvenir que luego nunca llega a estar en nuestras manos. Nos despedimos casi inconscientemente de proyectos que un día imaginamos con ilusión. Pienso que es curisoa la vida. En cómo hay deseos que se van olvidando, frutos que nunca llegan, y que se olvidan lentamente y sin dolor. Hoy, al ver y ordenar todos estos apuntes, he sonreído. Su olvido y pérdida jamás tuvieron una sensación ingrata. Son ese tipo de frutos que aunque esperados, no duele su pérdida. Se olvidan sin más. Sin tan siquiera ser conscientes de que un día fueron tu sueño. Esos son tus frutos olvidados.

Pensé entonces en esos otros proyectos esperados. En esas otras ilusiones y metas en las que se puso verdadero esfuerzo, emoción y tenacidaz. Una gestión de horas, trabajos y días que te llevarían a conseguir el objetivo anhelado. Mientras lo vivías no tenías duda alguna. Y así, te pasabas horas embebida por tu empeño, en tu esfuerzo, en todas esas horas que fueron a convertirse en nada. Todas ellas son el fruto no conseguido,  y su vacío aún hoy se posa en tu alma. La notas un poco coja a tu alma, cuando lo recuerdas.

La ausencia de frutos; esa es una cara de la vida. Después de todo el anhelo encuentras que ni tan siquiera te está permitido acariciar un atisbo de lo que deseaste, porque ya ni tan siquiera recuerdas lo que esperabas.  El dolor obliga siempre al olvido, la mente anula aquello que elimina su capacidad de renovación. Tampoco sabes en qué momento el olvido fue a posarse sobre tu mirada. Sólo sabes que olvidaste, y que a veces, todavía duele. Nada más.

Quizá sea ese olvido una manera de resilencia, de sobreponerse a las piedras de cualquier camino. Y aunque la ausencia de lo que esperabas aún la puedes sentir, tienes que ponerte a pensar en cómo ocurrió aquello, a preguntarte conscientemente eso de _¿qué quería yo entonces?, ¿cómo eran entonces las cosas?_  Eres consciente de la pérdida, pero olvidas su daño. Ya no duele todos los días. El tiempo siempre es consuelo. Con el tiempo es inevitable que aquello que perdiste, tenga sobre sí la pátina del olvido. Y sólo cuando el alma llora y no sabes exactamente por qué, rememoras esos frutos ausentes. Cuando me ocurre, recuerdo a Ana Maria Matute, a esa niña sabia. Los frutos ausentes tienen siempre un precio. Creo que son en sí mismos todo un misterio, una presencia que aún no sabría bien explicar.

Pero todo en la vida se equilibra. Llegan los frutos no esperados.Todo aquello que te sale al camino, aquello por lo que jamás luchaste, aquello que tu imaginación no alcanzó nunca ni tan siquiera a perfilar. En esos frutos inesperados está lo que esperabas, pero con unos colores y un brillo que por desconocidos jamás hubieras ido a buscar. La vida, nos descubre tal cual somos, nos sorprende, y le da un giro a toda nuestra arquitectura vital. Frutos inesperados sin los que ya no concibes la vida, presencias que te hacen pensar _¿cómo era la vida antes de esto?, ¿cómo podía ser vida sin ello?_ La vida se amplía, sonríe, grita. Eres feliz, sobretodo porque no lo esperabas. Así son algunos frutos. Incluso los más ácidos. Inesperados, vibrantes y necesarios. Frutos que te dan la medida de tu ignorancia, y también la medida de tu gratitud por haberlos encontrado.

En la vida hay de todo; frutos olvidados, ausentes e inesperados. De todos ellos, el latido más vibrante es el de los que por no esperados te sorprenden. Son los que tienen la condición inmediata de ser un regalo. Aquello que tienes, y que jamás de los jamases, hubieras esperado tener. Todo aquello que en un murmullo continuo  te hace siempre decir  _ gracias... gracias.... gracias... gracias... _.





*Toda esta retahíla tuvo su origen en la ventana de Ars Vitae.