SOLEDAD Y SILENCIO

EL SUEÑO DE LOS DISCÍPULOS EN EL HUERTO DE LOS OLIVOS.
Reproducción parcial de un texto de María Zambrano.
El sueño creador. Apéndice. Editorial Turner.

 
(...)

Se detuvieron entre los olivos, se quedó Él solo, y dijo a los discípulos: “Velad”. Y Él quedó bajo el Padre en el centro del círculo de su soledad. Por tres veces traspasó el círculo, por tres veces descendió; dormían a pesar de la reiteración de la demanda. Él les dio tiempo, la libertad, y aun espacio propio, les colocó en el lugar del Hombre. Y se durmieron.

Y al caer en la pesadez del sueño dejaron vacío el lugar del Hombre; tiempo, libertad, asistencia a la verdad desde la realidad que acecha. Y se quedó sin sostén la cruz que para el hombre forman la verdad y la realidad; verdad, libertad y tiempo en alto, realidad-libertad, brazos que se abren, la cruz en que la humana condición se alza y al par se extiende, asciende y se derrama. Y desertaron de su puesto de centinelas, ya que tenían que ser los vigías de ese lugar, centro divino y todavía humano, donde Él todavía en esta tierra pedía al padre su “fiat!”.

Y Él se quedó desasistido en su condición impar, sin comunicación con el Hombre, sin recibir de hombre alguno, no ya la palabra, que no pidió ni era posible que de hombre alguno recibiera, sino esa atención encendida, esa especie de respiración del ser, análoga al aliento de los animales que asistieron a su nacimiento terrestre. Solo, sin aliento de vida invocó el “fiat!” del Padre.

Y ocurrió el silencio, silencio en que no hay palabra alguna que pase, silencio que es la sombra de un entendimiento en el interior, en la condición humana, que sólo pasivamente se recibe recogiéndose en su vacío. Este divino silencio era el que, encendidos en la vigilia, habían de recibir, de recoger, de guardar los discípulos. Quedó así desertado el lugar de la condición humana y su única menera de participar. Y Él solo, quedó a solas.


(...)

 ¿Qué habría pasado si los discípulos hubiesen velado, y por la vigilia encendidos, hubieran participado a través del silencio en ese instante? ¿Qué hubiera ocurrido si la desasistencia de los discípulos no hubiera dejado vacante el lugar del Hombre?



Y sin embargo Tú nunca has dejado solo a mi silencio. Recuerdo la Esperanza de una noche larga, sola, oscura e interminable. Allí Tu Cruz, el sentido ante mi absoluta soledad. Tú Señor, me acompañaste durante todas esas horas de dolor. En Tu silencio, en esta Semana Santa, lo que más me duele es mi sueño; mi no-vigilia en cada una de las veces en que habiendo podido estar, mi libertad no estuvo.

UNA TARDE DE MARZO


Regreso a casa cansada. Más bien totalmente agotada. Ha sido un día estupendo de aire y sol. La ciudad estaba perfecta; nos la hemos pateado las dos, mi hija y yo. De arriba abajo. Ella ahora duerme profundamente; cenó, se tumbó en la cama y cayó rendida. Yo he estado preparando algunas cosas y ahora me siento a escribir porque no quiero olvidar una estampa que me pareció entrañable.

Volvíamos del centro y en la Plaza de San Marcos, con todo el cansancio que llevábamos hasta en los bolsillos, decidimos sentarnos un rato en los peldaños del crucero, sentadas al lado del peregrino de bronce. La peque enseguida vio a unos niños, y decidió jugar con ellos y la pelota que tenían. Yo, sentada en el escalón y apoyada en el crucero, les miraba de reojillo, como sin mirar. Me daba el sol de soslayo y me quedé plácidamente deshilando ideas. Pensaba en el día tan estupendo que nos había regalado la vida, y en el fin de semana que nos habíamos pasado las dos de absoluto descanso y con total olvido de las preocupaciones semanales. Desconexión. Enviar lo importante de paseo por unos días. Y de repente aparecieron los dos ancianos. Toda una estampa que simbolizaba la amistad. Sonreí profundamente y me quedé observándoles hasta que se perdieron al doblar la esquina del fondo.

Eran dos ancianos, de unos ochenta años o quizá más. Uno de ellos llevaba a su vera una bicicleta BH granate, como la que tuve de niña. Llevaba puesto un abrigo de cuadros galeses y unos pantalones que sujetaba con unas pinzas verdes fosforito, unas pinzas de las de tender la ropa. Sonreí totalmente sorprendida por ese detalle espontáneo y poco habitual en una ciudad tan bien puestina como es León. El amigo le acompañaba con el mismo ritmo en el andar, y la bicicleta rodaba silenciosa en medio de esos dos personajes. Iban totalmente metidos en su conversación. Yo no hacía más que observar la bici y el atuendo de los ancianos. No eran de este tiempo, parecían totalmente inventados; la bici, el atuendo y los ancianos. Totalmente sorprendida me preguntaba que si de veras se subiría a la bici, o si sólo la llevaría a su lado como apoyo. Se le veía muy acompasado apoyado en la bici. Me quedé observándoles hasta que se perdieron. Y pensé en la amistad. En la verdadera. En ese inmenso placer que es pasar la tarde al lado de un amigo; charlar, hablar, caminar, departir la vida, toda la vida, y el mundo, así, tan pausadamente; a la luz y al aire de una tarde de marzo.


Sus ropas pertenecían a otro escenario, y probablemente ellos también, e incluso la bici. Ya no se ven bicis BH, ni abrigos con ese corte, ni de esa tela. Ya no se ven ancianos así. Y me quedó el regusto de su presencia, y todo lo que en ella yo sentía que estaba. Y recordé aquellas tardes de marzo al lado de mi amiga, tan habladas. Aquella vida que desmenuzábamos siempre tan debatida; los sueños, todo, absolutamente todo deshilachado, incluso aquello desconocido que estaba aún por ser vivido. Esto, tan sólo imaginado, lo desmenuzábamos aún más. Deshilábamos la vida en aquellas tardes de marzo en que charlando, salíamos a caminar campo a través. Y lo caminábamos absolutamente todo, igual que esos dos ancianos, embebidas en palabras y arropadas pos esas tardes que nos dejaban el cutis coloradillo y enrojecido por el sol ventolero que marzo siempre nos trae.

Regresé a la plaza, y al fondo divisé la figura de mi hija que aún tenía energías para ir detrás del balón. Y pensé en que ella también tendría sus tardes de viento y sol, al lado de la voz que le descubrirá el reconocimiento de ese otro que es siempre la amistad. Y pensé en su sonrisa. La llamé por su nombre de infinito y se despidió de los niños. Juntas entramos en la Iglesia de San Marcos. El silencio de la iglesia y sobretodo el cansancio recogieron nuestro pensamiento en un segundo. Quietud. Ella me dio la mano, y comenzamos a rezar cada una a su manera. Nos quedamos aparcadas en la oración que, la verdad, tenía mucho más de cansancio que de recogimiento interior. Al salir era ya la atardecida, y despacio, regresamos a casa.

Ha sido un día pausado. Muy especial. No sé de qué color habrá quedado en la retina de mi hija, ni si algún día lo recordará. La memoria suele ser muy juguetona, pero si sé, que esta tarde de aire y sol a mí sí se me ha quedado colgada. Presente y pasado. Mi hija y la amistad. Dos hombres y una bicicleta. No hay olvido. Las cosas buenas, aunque se queden en silencio, jamás tienen olvido. Nunca. Y es que todavía hoy, puedo sentirlo. Aún se puede oír su presencia en el sonido de las escaleras que todavía hoy subo y bajo, esas que yo entonces siempre bajaba de dos en dos cuando iba al encuentro de de mi amiga. Es un sonido especial. Y no se olvida. Nunca.

DICHO EN CAZURRO.

El leonés no cotillea.... "cucea".
En León no llueve poco... "pintea".
El leonés no se hace daño... "se manca".
El leonés no se pilla un dedo.... se "triza" un dedo.
El leonés no te empuja....te da un "emburrión".
El leonés no usa la bayeta... usa la "rodilla", “rodillo” o “rodea”.
En Léon no se dice ¡HOLA!... se dice "¿qué pasa rapaz?"
El leonés no tiene trastos en casa... tiene "telares".
El leonés no es burro... es "como un arao".
El leonés no se lanza... se "embala".
El leonés no es un fiestero... es un "tolón".
El leonés no está malo... está "apañao".
El leonés dice que "va luego"y no... si lo dice, va ahora... ¿o no?
El leonés no corre... va a "matacaballo".
El leonés no se va...."marcha arreando".
El leonés no pide que lo lleven... pide que lo "acerquen".
El leonés no está cansado... está "reventao".
El leonés no crece..."medra".
Al leonés no lo tiras..."lo caes".
Al leonés no le gustan las cosas… “le prestan”.
En León no se come cerdo… sólo “gocho”.
El leonés no acaricia… “soba”.
El leonés no tiene algo estropeado (oxidado)… lo tiene “forroñoso”.
El leonés no cierra la puerta con llave... la “tranca”.
El leonés no se harta… se “empapiza”.
El leonés no se enfada… “se enfurruña”.
El leonés no espera… “aguarda”.
El leonés no está gordo… está “como un trullo”.
Al leonés no le duele la tripa… le da “el torzón”.
Al leonés no le sale un grano… le sale un “tortollón”.
El leonés no se estira… se “espurre”.
El leonés no se quema… se “estura”.
El leonés no te pega… te “zurra la badana”.
El leonés no te da una pedrada… te da un “cantazo”.
El leonés no gesticula… hace “esparavanes”.
En León no hay sacos, hay “fardeles”.
El leonés no te llama presuntuoso… te llama “fato”.
En León, las manzanas no tienen gusan, están “cocosas”.
El leonés no está delgado, está hecho un “jijas”.
En león no hay animales imaginarios, hay “gamusinos” y “maimones”.
En León no hay olmos, hay “negrillos” (cada vez menos).
En León no caen heladas… caen “unas pelonas que te dejan tieso”.
El leonés no se sube a lo más alto, se sube a la “picuruta”.
El leonés no se pone chulo, se “pina”.
El leonés parece que las cosas las hizo hace mil años, y no, las hizo unas horas antes.
El leonés no tiene delantal, tiene "mandil"...
... y si tienes a un leonés entre tus amigos, lo tienes para siempre.

PERFUME DE HIELO

Yoko Ogawa
Ed. Funambulista



La incógnita que es la inesperada muerte de Hiroyuki se convierte en un último acto de amor para Ryoko, su novia. Hiroyuki muere al día siguiente de su aniversario, llevaban juntos un año. Una nota que deja escrita Hiroyuki es el motivo que hace avanzar la historia con un ritmo suave e impecable. A través de la incógnita que es esa nota, Ryoko va reconstruyendo la presencia de Hiroyuki, ese todo que somos y que nos es fácil de descubrir cuando la vida sigue su paso en presente, cuando aún late en nosotros la posibilidad. La ausencia, el recuerdo y el dolor por la pérdida de un ser querido se convierten en certeza. Perfume de hielo es una novela que reconstruye el dolor como el último acto de amor.

El mundo de de Hiroyuki se encuentra en cada uno esos olores. Sensaciones que son sentimientos. Incógnitas que son certezas. La autora a partir de esa realidad, de esa incógnita que las palabras desvelan, nos lleva a la presencia de Hiroyuki; a su pasado y a su presente. Ryoko va siendo consciente de esa revelación, de todo aquello que desconocía y que va siendo descubierto a través de esos olores que quedaron escritos en un papel.


“Gotas de agua que caen por entre las rocas. Aire frío y húmedo de la cueva. Biblioteca herméticamente cerrada. Luz polvorienta. Lago recién helado al amanecer. Cabello de un muerto formando un ligero rizo. Terciopelo viejo y decolorado, pero suficientemente suave…”

Una apuesta para descubrir la intensidad del otro, su desconcierto, la frialdad de la soledad i que habita; esos olores se convierten para Ryoko en un peregrinaje a través de los recuerdos de Hiroyuki. Su duelo se eleva sobre el dolor, y aterriza directamente en la memoria de esa ausencia que se añora, una ausencia cuya estructura está anclada en el mundo de los olores, en el mundo de las matemáticas; mundos que ella desconocía profundamente. La integridad del todo que fue Hiroyuki se convierte en sorpresa para Ryoko, también en incógnita; va caminando sobre la revelación de un mundo que palpitaba a su lado sin ser ni siquiera intuído.

Hiroyuki, llamado en otro tiempo Rooky, se desvela como una incógnita que quiere ser habitada. Ryoko deambula por su recuerdo, por todos sus olores; es una búsqueda del reposo al que ha ido a esconderse la memoria de la persona a la que tanto quiso; la memoria de Rooky, y en esa memoria, la reconstrucción de su propio yo, un yo doliente.


Esta novela nos deja la profundidad que es la presencia del otro, su misterio, la incógnita de todo aquello que no sale a nuestro lado, y que siempre lucha por ser descubierto cuando la ausencia está en el futuro. Cada palabra es el dolor de Ryoko; dolor que nos lleva siempre a alguna certeza de la mano de esa escritura impecable que posee Yoko Ogawa. Un dolor que se eleva como revelación y que esta autora nos regala con precisión a través de una trama insertada en el mundo de los sentidos, en el mundo de la lógica; un misterio que se nos va regalando de forma suave, distanciada. No deja de sentirse a lo largo de la naración cierta frialdad, cierta distancia sobre lo acontecido a pesar del dolor tan inmenso de la protagonista. Yoko Ogawa nos regala una historia de incógnitas con un ritmo suave, donde cada párrafo es la respuesta del siguiente. La autora es capaz de ponernos ante un ritmo de lectura tranquilo a pesar de esa incógnita que va recayendo sobre nuestro pensamiento. Es ante todo una novela que se lee pausadamente, a pesar de ese ritmo rápido que surge normalmente al querer descubrir el todo que palpita en la historia. A pesar de esa incógnita que se muere por ser desvelada, el ritmo es suave y sobrevuela por encima de esa inquietud que se instala en la trama cuando ya sólo necesita ser desvelada. Y creo que esta conjunción, incógnita y pausa, sólo se consigue con un dominio del lenguaje y de los sentimientos impecable. Así es el lenguaje de esta autora; equilibrado, firme y limpio; como un perfume de hielo.

DEBERES

Pensaréis que me he perdido, que entre palabras me he caído, que estoy perdida entre infinitos y eternidades. Pues no, aquí estoy, de pie y con el pensamiento en alerta. Ni siqueira tengo un minuto de ensimismamiento. Afortunadamente. Las 24 horas del día se me quedan cortas, muy cortas. Quiero atravesar el tiempo, abordar el todo, pero el todo es imposible de abordar en un día. Cada minuto con su carrera. Y aún así, con espacio para ese segundo que nos dice que todo está bien tal cual es, a pesar de las carreras. Y sigue el día a día; con su intemperancia, con su impertinencia, con los empujones que nos dejamos dar de vez en cuando, porque si no los aceptamos, nos harán bajar del tren y nos quedaremos en una estación que no nos gusta. Esfuerzo tras esfuerzo avanzamos; constantes para poder llegar.

Así es el presente; un no poder parar. Aún así, sé que a este tiempo de ahora siempre querré regresar. Que esto de hoy que me aprieta el alma, será añorado en la libertad de ese mañana que me espera. Tiempo en que podré ver por fin el vuelo de esta diminuta que parece no crecer. Y sin embargo crece y lo hace rápido, muy rápido. Echaré de menos estas carrerillas, sus despistes, y sobretodo, esa mirada profunda que pone cuando desde su silencio me está diciendo: ¡mamá, cuánto te quiero!... y entretanto, seguimos con las mates, la lengua y el conocimiento del medio. Ahí estamos, codo con codo, enfado tras enfado, y risa con risa. Las dos unidas por el tejido de diferentes hilos entrelazados; el de las palabras, el de la alegría y el de los enfados. Porque mira que tiene genio, esta diminuta. ¡Y vaya genio!


LA TRAICIÓN DE LAS PALABRAS AMABLES



La traición, suele asaltarte cuando menos lo esperas, y normalmente, de la mano de quien menos imaginabas. Y traiciconeras son también, algunas palabras amables.

El cerebro nos juega malas pasadas. Las palabras amables, hay veces, que hubieran estado más bonitas en el baúl del silencio. Quietitas ahí, sin ser pronunciadas, es donde se tenían que haber quedado. A estas alturas del día, no sé por qué me ha dado por pensar en esto; en esas veces en que me hubiera gustado poderme tragar mi propia amabilidad. Quizá porque ya es el último coletazo del viernes, he recordado esas pequeñas traiciones que tienen a veces, algunas palabras amables.

Recuerdo una tarde de trabajo. Acabábamos de repartir las meriendas a los enfermos. La unidad estaba muy tranquila, a esas alturas de la tarde el ritmo es pausado, como de siesta. Al ir a recoger las bandejas, amablemente les pregunté que qué tal había ido la merienda. Ellos contestaron que bien, y Luis, un paciente muy educado y culto, comentó que se iba a meter en la cama para ver si cogía un poco el sueño con la lectura, y así poder domir un ratito de siesta antes de que comenzasen a llegar las visitas. Yo, con un gesto sonriente, comenté:

_ Eso esta muy bien, merienda tranquila, reposo y ¡a dormir A PIERNA SUELTA!

Salí de la habitación con las bandejas y continué con la ronda por la unidad, viendo a todos los enfermos.

Media hora más tarde, tuve que entrar en esa misma habitación para administrar una medicación al compañero de Luis. Cual es mi gran sorpresa al ver, dos prótesis de pierna, colocaditas al lado de su mesita. Juro que sentí sudoración profusa, taquicardia y mareos. Luis parecía dormir, y yo que no me recuperaba de la impresión, deseaba que así fuera… que estuviera dormido profundamente. Puse la medicación; veloz y silenciosa salí de la habitación. De camino al control de enfermería no sabía si reír o morirme allí mismo de la vergüenza. Al llegar al control, con cara de agobio, les dije a mis compañeras que me sentía muy mal, y les comenté lo sucedido. Yo no tenía ni idea de que tuviera dos prótesis. Cuando Luis estaba levantado por la habitación caminaba perfectamente, sin un solo ademán que te pudiera hacer pensar ni tan siquiera en una leve cojera. Cuando acabé de contar lo sucedido, mis compañeras se quedaron mudas, pero en un segundo, sólo se podía oír el estruendo de sus carcajadas.

He de decir, que tuve unas compañeras que cumplieron su palabra; les había pedido que no estuvieran riéndose de mí durante toda la semana después de habérselo contado. No lo hicieron. Se estuvieron riendo durante todo el año, exactamente el tiempo que duró mi contrato. Eran geniales. Y el Sr Luis, un encanto; a partir de entonces, siempre me guiñaba un ojo al cruzarse conmigo en el pasillo. Y por ese guiño sé certeramente, que no dormía.


EL MÉTODO COUÉ



Cada vez lo tengo más asimilado, nadie es perfecto. Nadie tiene la obligación de ser perfecto. Me levanto todas las mañanas diciéndome a mí misma: la personita que está a mi lado no es un currículum, es una persona. La personita que está a mi lado no es un currículum, es una persona…

Es interesante esto del método Coué para no perder las riendas de mi pequeño mundo, y en cierto modo también es como una broma. No quiero dejarme llevar por todo este sistema educativo que arrastra a nuestros peques, pero también sé que no me puedo bajar del tren. Adaptación. Parece fácil, pero... ¡ay! Tengo una hija preciosa con una luna enorme en su cabeza, esto ya lo he comentado. Una luna preciosa que le sale por los ojos. Y con esa luna tan brillante, es de comprender que el sistema educativo, a ella, le importe un comino. Lo que le importa de veras, es esa luna; grande, redondota, y que refleja toooooda la luz del sol.

Es muy trabajadora, con constancia y sonrisas ha conseguido organizar su agenda. Pone ilusión en lo que hace, a pesar del esfuerzo que supone en su cabeza reorganizar todo ese mundo escolar. Demasiada imaginación para un espacio tan estrecho, tan delimitado y monótono. Aún así, ella mantiene el interés y pone ilusión en todo lo que hace, supera el cansancio y llega al final de las tareas. Pero ayer, se nos cayó encima toda la luna de su mirada, de golpe, con toda su redondez. Mi perplejidad se quedó muda, y mi carácter cascarrabias ni siquiera se atrevió a asomar lar narices. Sólo me pude reír, afortunadamente. Y menos mal que hubo cierto cambio en el registro de mi percepción; me quedé calladita. Todo un logro. He de decir que realmente el método
Coué funciona.

(…)

_ A ver, vamos a ponernos en tarea, venga, a repasar esto, que mañana hay examen y lo tienes más que sabido. Lo hemos estado estudiando ayer. A ver... tema 9, La luz. Tema 10, La materia. Un repaso y listooooo... ¡te lo sabes!

_ Ah, mami… _ me dice pizpireta _ que ...no eran estos los temas de mañana. Mañana nos examinan del tema 5… Los seres vivos, los animales, las plantas… mira, mira este capullo... ¡de ahí sale la mariposa! Pero has visto lo bonita que es... el capullo en inglés se dice cocoon... a que es bonita ¿eh? ¡mira las alas!...

_ Es un proyecto de persona, es un proyecto de persona… esto es una carrera de largo recorrido, sólo ha sido un despiste… esta personita no es un currículum, es una persona, es una persona y tiene derecho a equivocarse... _Mi cerebro registra constantemente esa retahila para no enfadarme. Imaginación al poder, la imaginación lo puede todo. Y fui consciente de que sí. De que el método Coué funciona. Ni siquiera me enfadé, nos pusimos a estudiar el tema en cuestión y dejamos en reposo esoo otros llevábamos elaborando desde días atrás.

_ Los seres vivos… los seres vivos pasan por tres fases a lo largo de su vida… la infancia, la edad adulta y la ancianidad… y tienen bebés... los vivíparos... mamá... ¿cómo era cuando estaba en tu barriga?, ¿como era lo de las patadas cuando te ponías a leer?_ Es una luna interminable, sí. Y conseguí hasta sonreír...

... Otra cosa es esta especie de cabreo mañanero con el que me he levantado esta mañana, un enfado no sé si conmigo misma, o con el mundo, no lo sé muy bien. La verdad es que me siento un poco impotente. Y aún así, pienso en lo maravilloso que es siempre estar a su lado, al lado de esta personita y de toda su luna. Se estará examinando a estas alturas del día...
;)



*Dedicado a Joaquín, por las discusiones que nos traemos, y porque le da la risa al escucharme hablar del método Coué.

DESDOBLANDO LA REALIDAD





Hoy, mientras la peque hacía sus deberes, mientras ella iba memorizando las necesidades de las plantas, las de los animales, y los colores que descubre un prisma al ser atravesado por la luz, yo me quedé ojeando una revista. Había un artículo que hablaba sobre el mundo de los blogs. Los identificaba como válvula de escape para mostrar nuestro mundo interior; ese mundo que late, que lucha por ser narrado. El blog como terapia virtual. Yo pensaba mientras lo leía en esa necesidad que late detrás de un blog, necesidad de que otro nos lea, de que nuestras palabras sean compartidas, encontradas, a pesar del riesgo que tienen de ser malinterpretadas. La búsqueda de interlocutor como significado. Esa necesidad de ir dejando huella me parecía evidente, y también, la de sentir la huella de los otros en las palabras que nos regalan. E imaginaba esa búsqueda de interlocutor como la verdadera motivación para introducirse en este mundo de blogs.

Pensaba también en la contradicción que se halla en esa búsqueda. Queremos ser leídos, pero sabemos que no todo lo que se escribe es veraz. Yo pienso que un blog es algo parecido a una novela, salvando las distancias, por supuesto. Se mezclan realidad y ficción, lo que somos con lo que quizá anhelamos ser. Entretejemos en esas palabras la imagen que tenemos de nosotros mismos con la que realmente es y también, con la que los otros creen que es. Todo se mezcla, y nada llega a ser certeza. Este mundo de palabras es una especie de diario que no se ajusta nunca a la realidad que somos. Esta es mi impresión.

Nunca se sabe el alcance que tienen nuestras palabras en la mirada del otro. Las palabras, una vez que se dejan, vuelan, mienten, transforman lo que tocan. Son interpretadas, analizadas, y bien sabemos que una vez que salen, ya no estamos sobre ellas. Sólo son palabras colgadas. Libres, se elevan por encima de nuestra mirada, por encima de la trama que quisieron en un principio ser. Ni está todo lo que somos, ni somos todo lo que está. Es complejo analizar a una persona sólo por las palabras que un día quedaron en su blog. Y sin embargo, también sabes que mucho de lo que esa persona es, está ahí, latiendo en sus palabras.

Muchas veces pienso que al final, todo esto que quiso ser verdad, quizá sólo sea pura y llana ficción. Y viceversa, que lo que aquí se plasmó como ficción, puede ser más realidad de lo que estamos dispuestos a admitir. Es peligroso jugar con las palabras. Me lo digo muchas veces, me lo decía mientras leía el artículo. Y sin embargo, es muy difícil abandonar el juego una vez que ha empezado. La honestidad puede ser maravillosamente imaginativa, tanto, que las certezas que nos mueven pueden llegar a estar tan enmascaradas, que no llegas ni tan siquiera a reconocerte en lo que un día has escrito. A veces, cuando he vuelto a releer lo escrito, me sorprendo a mí misma ante la idea de cómo ha sido posible que eso que late en esas palabras, lo haya dejado yo. Y nunca llegas a saber bien cómo serán recogidas esas palabras. Nunca sabrás si esas palabras cuentan la historia que tú realmente quisiste contar, ni tan siquiera, si lohas sabido contar bien.

Luego vuelves a tu rutina, sonríes, y te dices a tí misma que no no importa. Que sólo es un blog. Y regresas a los colores del arcoiris; al rojo, naranja, verde, amarillo, azul, indigo, añil y violeta. Y te sientes sonreir. Pues todos esos colores, los has ido dejando poco a poco en tu blog, en eso que quisiste contar y que no te salió bien, en toda esa ficción y no ficción con la que construyes tus párrafos. Y encuentras sonido en los ojos de las personas que han venido a visitarte, que te saludan y se ríen con tus cosas. Así de complejos somos en la sencillez de nuestras vidas. Así de simples, también.

MEMORIA




Te reconozco en la exacta forma en que tu ausencia se ha quedado a mi lado. Tiendo mis manos hacia ella, y la acaricio lentamente. Rememoro tu risa, el exacto sonido que deja cuando me rodea. Es lo que más echo de menos, y son muchas las veces en las que desde este silencio, me refugio en ella, en tu risa. Risa espontánea, risa que es también como la mía, que saltarina y sorprendida siempre te sigue. Tu risa me arrastra. Y pienso que la vida, es la suma de todos esos momentos, de todos esos instantes en que nos hemos podido reconocer en el otro. Si algo nos ha hecho felices, cuando lo analizamos bien, podemos encontrar que en ese instante, siempre habita la presencia de un otro, o de su sombra; ese modo en que su recuerdo ha ido a posarse en nuestra retina. Son muchas las veces en que después he sonreído, aunque tú ya no estés. Lo que queda en el recuerdo, lo que tiene siempre la mejor estancia de ese baúl que es la memoria, es ese tú. Y siempre se vuelve, inconscientemente, a ese instante en que el mundo, dejó de girar.

Sólo me interesa lo que veo de ti. Nada me importan las referencias de lo que pudieron ver otros. Nunca mi juicio sobre un persona se sustenta en lo que otros dicen, en lo que otros sienten, en los que otros saben. Es como negar la realidad, algo así es; la verdad de esas miradas, tu verdad en los otros, me importa muy poco. Yo sé lo que veo en ti, y con esa verdad me quedo. No me importa tu pasado. Tampoco tu futuro. Me instalo en el presente, en este, y le doy mil vueltas a tu risa. Me instalo en ella, y respiro esa levedad que tiene tu mirada cuando se posa en la mía. Y me la cuento mil veces. Tu mirada flota. Y poco más importa. Tú eres la memoria de mi tiempo nuevo, de ese comienzo que intemperante, luchaba entonces por salir. Tú, y ese sonido de tu risa; el peldaño necesario para que este tiempo que ahora soy, fuera posibilidad.



LA DAMA DE LA LÁMPARA






Hoy ha sido el día de la mujer trabajadora. Y quiero dejar aquí un pequeño recuerdo hacia quien desde su posición de privilegio, con una mirada inteligente y desde su valentía, hizo de mi profesión, una labor digna y necesaria cuando a ella sólo se dedicaban personas de la más baja categoría moral. Ella, con la luz de su pequeña lámpara, dignificó una profesión que actualmente es independiente; para la que es necesario además de una cualificación científica, una formación humana impecable. Yo soy enfermera, y quiero dejar el recuerdo en mi blog de la persona que supo ver esencialmente a la enfermaría; que luchó por ella sin cortes, sin carencias y sin prejuicios. También le dedico este corto espacio a todas las horas de mi vida en que simplemente he sido una enfermera, a cada una de esas horas que me han enseñado siempre a ser mejor persona.


“La enfermería es un arte, y si se pretende que sea arte, requiere una devoción tan exclusiva, una preparación tan dura, como el trabajo de un pintor o escultor, pero; ¿cómo puede compararse la tela muerta o el frío mármol con el tener que trabajar con el cuerpo vivo, el templo del Espíritu de Dios? La enfermería es una de las Bellas Artes, casi diría, la más bella de las Artes”. Florence Nighthingale (Florencia1820- Londres1919).


Este video muestra una antiquísima grabación de la voz de Florence Nightingale. Es una pista de 1890, cuando la enfermera contaba con 70 años (vivió hasta los 90). La grabación no es muy perceptible; el video incluye una transcripción de lo que va diciendo. Me han emocionado especialmente estas palabras:“Cuando no sea siquiera un recuerdo, sólo un nombre, espero que mi voz perpetúe el trabajo de mi vida”.

El legado de Florence Nightingale, la dama de la lámpara, ha trascendido más allá de lo que ella hubiera esperado y es una de las figuras más recordadas y respetadas en la historia de la enfermería.

UN CUENTO EN AZUL MARINO

Somos aquello que no hemos olvidado. Todo lo que un día nos invadió, que arrasó nuestra mirada, está con nosotros. Somos también todo aquello que un día perdimos. Sostenemos todavía aquel pensamiento que se nos quedó a medias, como sin sentido. Todos los errores que cometimos, las despedidas que no protagonizamos, el anhelo que dejamos escapar porque no supimos que lo deseábamos tanto, todo eso, aún lo somos. Un día el silencio de nuestros paso pareció cubrirlo todo con su manto insonoro. Parece todo abandonado, y no somos conscientes de que todo, todo eso, queda latente.

Hemos seguido caminando, nos hemos dejado llevar por otros ruidos, por otras presencias, por otros caminos... pero un buen día te topas con un cuadro, con un paisaje, con el mar o con un cuento. Y descubres que todo está ahí. Que eres un ser poliédrico, de mil caras, luciendo al sol intermitentemente. Descubres tus mil lados. Todo sigue ahí, latente, en la espera de ser contado, a tener forma y sentido cuando lo conviertas en un cuento.

Y hoy descubro que todo está ahí, como en un cuento, en sus palabras de profundidades que parecían olvidadas, palabras que destilan perfectamente en mi alma la hondura de ese azul que siempre es abismo e intensidad; el azul marino.




EL CAPITAN
Había navegado por los mares del sur y entre las grandes olas del norte.

Atravesar el ecuador, simple rutina.
El Trópico de Cáncer, cuatro veces por año.
El Océano Glaciar Ártico, un paseo dominical.

La quilla de su velero cortaba el mar de Alborán.
Madagascar, una mancha verde a sotavento.
Cabo de Hornos, un día de lluvia.

El Bósforo, una cerilla encendida en la noche.
Para orientarse, con las estrellas basta y sobra.
El anemómetro, el batir de sus cabellos al viento.

La latitud, una sombra sexagesimal.
La longitud, una triangulación con un reloj en la mano.
Había dado varias veces la vuelta al Mundo.

Unas veces embarcado y otras en tierra virgen.

... Era un Capitán de la Marina. Por eso sus pies se mantenían firmes en la cubierta. Agarrados como lapas. Su mirada escrutaba el viento y las olas. Sabía perfectamente, que en la mar el camino más corto a las estrellas, nunca es la línea recta. Que la línea del horizonte se curva. Que la luz se refracta. Y que aquel olor a salitre, respirado al aire libre, era el perfume de las sirenas.

... Por eso, cuando se tenía que despedir de algún miembro de la tripulación, no sentía dolor. Sabía que entre la mar y las estrellas, siempre queda una emoción; la de haber navegado junto a la gente querida. Y eso, al Capitán, no se lo podía quitar nadie. Porque su tripulación era parte de su propio rumbo. Navegando entre las olas y las estrellas. Hacia poniente.

** Gracias Driver.

DESPACIO


Hoy domingo, la tranquilidad del día me regala el regreso a mi infancia. Vuelvo a aquellas mañanas tranquilas en las que te despertabas suavemente por los ruidos de la cocina. Mi madre preparaba el desayuno y mi padre solía sentarse a leer en la cocina el periódico. Se podía oír el sonido a huevo frito; ese es el desayuno predilecto de mi padre. Y yo me recuerdo sobre sus rodillas mientras el comía su huevo y lo compartía con nosotras. Es muy claro ese recuerdo del sonido de aquellas mañanas. Después mi madre iba recogiendo la casa y se quedaba la cocina tranquila, nos quedábamos leyendo. El periódico semanal traía algo así como un TBO, no lo recuerdo bien. A mí me gustaba más ojear el periódico sobre las rodillas de mi padre. O coger un libro de esos gordos de la enciclopedia e ir mirando las fotos, sólo leía el pie de foto, y si lo encontraba bonito, leía algo más en la palabra que me atraía. Me resulta curioso; me gustaba leer palabras. No leía cuentos, leía las palabras de la enciclopedia.

La tranquilidad de la mañana en los domingos se ha quedado siempre conmingo, siempre son especiales. Incluso suelo cambiar los turnos si puedo para poder despertar tranquilamente, en casa, sin necesidad de las prisas por llegar a ningún sitio. Si no puede ser, traslado esta mañana tranquila al sábado. Y si tampoco pudiera ser, me consuela enormemente dejar las cosas preparadas para que los que quedan en casa, sí tengan esa pausa mañanera. Esa no prisa que siempre nos ofrece el domingo en su mañana.

Preparo el desayuno como mi madre, y dejo que pase el tiempo suavemente. Sin tareas acuciantes. No importa que el periódico que me toque leer sea el de ayer, pero el desayuno siempre es igual; tranquilo. La radio suena de fondo. Suelen ser mañanas de lectura. Nunca, nunca, la mañana del domingo sirve para hacer la labor, nunca para las carreras que aún quedan pendientes, nunca para ver la tele… esta mañana merece su tiempo. Lo necesita. Así que todo lo demás queda en un segundo, tercer o incluso cuarto plano. Procuro que lo acuciante quede hecho ya, y si no es así, ya se hará por la tarde. La mañana está dedicada siempre a la pausa; a ese paso del tiempo sin sonido, sin carreras, en el aparente no sentido. Casi siempre se convierte en una mañana de lectura. Y siempre termina en al Misa del domingo.

Así era la infancia; llena de aquel aire que una vez respirado, ya no sabe de olvido. Y en cada mañana de domingo, vuelve a notarse aquel recuerdo. Tanto, que casi se respira. Casi se diría, que incluso lo puedes tocar. La infancia en esta lectura de hoy, y en la Misa de cada domingo.

SIN DISTANCIA

Nada es imposible si te asomas a una ventana. Nada. Mirar por ella es adivinar la narración que une los hilos que puntada a puntada han ido a posarse en tu mirada. Palabras y puntadas. Y la presencia siempre firme de unos ojos que te han acompañado desde el inicio; ella, tan de silencio, siempre cosía como ensimismada en el cuarto de estar.

Presencia infinita que permanece paso a paso en cada una de las ventanas en las que te has ido a posar; a lo largo de los horizontes que has habitado, en cada uno de los viajes que te han sorprendido, y que permanecerá eterna en todos los inicios que aún habrán de ser descubiertos. Caminarás, y sabrás que nada es imposible si te asomas a una ventana y recuerdas la ventana por la que miraba tu madre. Los ojos y el aliento de tu madre, aún permanecen allí. En aquella ventana que hoy te sigue a donde quiera que vas.


*Dedicado a Sunsi, a su mirada firme. Para tí, ventanera y madre.
** Y para mis hermanas, que al igual que yo, siempre regresan a la misma ventana.

AL OTRO LADO

Pienso que es como la magia; nos mantiene en ese sentimiento que es mezcla de incredulidad y maravilla. Hace meses puse un contador de visitas en este blog que tira de no se sabe muy bien qué hilo, que no tiene muy claro a dónde quiere llegar. O sí, quizá sí lo sabe bien, o más bien lo sabía, pero todo se nos escapa de las manos. Ocurre siempre. Sabes en cierto sentido por qué empiezas las cosas, pero luego, ellas solitas, nos sorprenden con su propio vuelo.

Decía que había puesto un contador de visitas. Cuando lo miro, me quedo con esa mezcla de perplejidad y curiosidad que nos dejan las cosas que son inesperadas y que nos reconfortan. Es como estar ante un truco de magia. Miro el contador y a veces veo el número 75, otras el 96, el 40, el 112… pienso en que pudiera estar equivocado. Que quizá no se trate de un número real de visitas. Bajo hacia el 25, hacia el 12… y aún así, sigo sintiendo la magia, y me pregunto a quién pertenecen esos ojos que ponen interés en mis palabras. Quisiera poder mirarlos, aunque sólo fuera de pasada, uno a uno. Quisiera saber cómo brillan, qué color tienen, qué rebota en ellos cuando se posan en estas palabras. Y pienso que es magia. Que es una maravilla que vuestros ojos estén al otro lado. Yo, que empecé escribiendo sin saber muy bien a dónde quería llegar, que comencé este blog para hallar el interlocutor deseado que ya en mi mente se dibujaba, por arte de magia me encuentro con vosotros, lectores inesperados.

El inicio de estas palabras que son mi hilo tenían como única dirección la posibilidad de que un día las leyera mi hija, pero sorprendentemente, me he encontrado vuestros ojos que me leen desde cierto silencio, desde esas palabras que algunos de vosotros me dejáis a modo de comentario. A todos, gracias. Sois la magia y el misterio de esta página. Soy consciente de que un día empecé a escribir con la única intención de que mis palabras las pudiera encontrar mi hija. Laintención de este blog fue únicamente esa: poderle dejar a mi hija todo eso que pienso y que no soy, todo eso que quisiera ser y que no me sale. La trastienda de lo que, existiendo, no se nota en ese ir y venir que es la vida diaria entre carreras, deberes, comidas y berrinches.

Y un día la magia nos sorprende a lo tonto y nos dejamos arrastrar por ella. Tira de nosotros y nos regala aquello que no sabíamos necesitábamos tanto. A día de hoy, no puedo evitar mirar ese contador… contar las miradas que encontraron un ratito para posarse en la mía. Quizá sea pura y simple vanidad, lo sé, vanidad que se mezcla con cierta gratitud, por la compañía, por la mirada… por todo lo que aquí dejáis mientras yo espero pacientemente a que los ojos que en un principio buscó mi alma se posen sobre estas palabras. Mientras llega, miraré siempre entre agradecida y maravillada, los números mágicos de ese contador. Pienso a veces en vosotros, anónimamente o con nombre propio, y sonrío. Me gusta saber que estáis ahí. Al otro lado...

UNA TARDE A SU LADO ES TODO ESTO



Hoy sólo quiero dejar el trocito de esperanza que se me ha quedado pegado en la sonrisa. Ha venido jaleándose, ruidoso, de la mano del sonido y la inquietud de mi hija. Viene pegadito al regusto que hoy me ha dejado el día en estos momentos en que se agota. Esperanza sonora a su lado, en su manera de repetir las definiciones de conocimiento del medio que con gran esfuerzo ha memorizado, en su manera de enfrentarse a los empujones de esta vida, en su manera de contarme lo que ha pasado hoy, lo que piensan las otras niñas y lo que ella cree de verdad, en lo rechonchota que me estoy volviendo entre meriendas y cenas compartidas a su lado. Ella es así; una retahíla sonora e inquieta. Una afrenta que no se rinde. Complicidad y misterio. Ruido, mucho ruido. Y puro baile de ideas, encuentros y sobresaltos.

Pienso en las veces en que le he fallado; en esos instantes en los que mi impaciencia y mi cansancio han cortado el sonido de su presencia. ¡Cuánto me han pesado después! Reconozco la inquietud de su mirada en esos momentos en que nos hemos sentido perdidas; las dos. Creces muy deprisa, princesa. Me duelen las veces en que no he sabido sostener su sonido. Dolor mudo en mi alma. Vamos tan deprisa que a veces los dejamos sin eco, sin voz. Y muy solos. Enturbiados ante nuestras propias limitaciones, limitamos la risa de su alma. Y cuánto pesa después, cuánto… Tanto, que no hay consuelo. No lo hay.

Hoy, consciente de esto, de que afortunadamente los dedos de la mano sobran para contar esos momentos de fracaso, quisiera dejar en esta ventana un poco de este presente que ya es memoria acariciada. Quisiera dejar esa esperanza que se me ha pegado, dejarla en este espacio que no tiene más razón que su mirada. Dejar esta persistente esperanza que se ha colgado de mi sonrisa para que un día ella pueda leerla. Hoy he sido consciente de que ella podrá con cualquier reto, con todo. Ella tiene profundidad, reflexión y magia. Tiempo al tiempo. Y lloro, y río, todo se me mezcla sólo de pensarla… y juro que no se me va a volver a olvidar quién es realmente. Ahora que duerme, me parece aún más infinita.

Mi retahíla es un hilo de consuelo, y todas estas palabras lo son porque en ellas, se siente latir siempre su presencia. Su risa. Su llanto. La infinitud que siento en su mirada cada vez que sobriamente me insta a que le ayude a comprender algo. Me gusta su mirada cómplice, esa que se entrelaza a la mía cuando algo nos recuerda que ella y yo somos las únicas que sabemos de ese misterio. Ella, el misterio y yo. Ojos brillantes. Cuánto se puede llegar a recibir de su mirada por nada. Qué enorme privilegio es poder darle mi tiempo, el que tengo, este tiempo que soy. Este tiempo que a su lado, me hace mejor persona.

Te quiero, diminuta ana. Algún día leerás esto... y lo sabrás. Sabrás que eres la perfección de mi tiempo.