Editorial Funambulista.
_ Su marido estuvo un instante mirando fijamente el cuadro. Luego se dirigió a su esposa, se inclinó sobre ella, la abrazó de nuevo y comenzó a tranquilizarla: "¿Qué ocurre, querida? ¿Qué diablos ocurre?, le preguntó. Lyon oyó la respuesta.
_ Es cruel.¡Dios mío! ¡Es demasido cruel!
La verdad, cuando se presenta de golpe, siempre es cruel. Nada es lo que parece. Nunca somos lo que queremos hacer ver que somos. Nunca somos esa máscara que tan laboriosamente hemos ido construyendo, seamos o no conscientes de ella. No somos ese traje que lucimos de cara a la galería. Sólo las personas valientes y libres son capaces de enfrentarse a la desnudez que toda verdad supone; y personalmente tengo la percepción de que en general, somos bastante cobardes.
¿Hasta cuándo el ser humano es capaz de sostener su propia mentira? ¿Tiene el ser humano consciencia de esa mentira, o de tanto que la ha recreado termina por sentirla verdad? Cuando la mentira habita en el otro, en un ser querido; ¿qué es lo que nos empuja a mantener esa falsedad? ¿Qué es lo que nos incita a ocultar la verdad que el otro es a nuestros ojos?
¿Por qué el ser humano se convierte en especialista en ocultar la verdad, sea propia o de las personas a las que ama? El observador no deja de preguntarse, de intentar saber qué hay detrás de la mentira. Algo le sale de ojo a todo observador cuando se topa con una no realidad, con una no verdad, con una realidad reconstruída con vete tú a saber qué intención; si la de plasmar en los demás una persona que sabes que no eres, o la de engañarse a sí mismo trantando de ocultar esa verdad que sabes muy bien sí eres. Incluso me pregunto si realmente existe consciencia de esta intención, o se trata de un compulsión que no sentimos. Así de patéticos podemos llegar a ser; desoconocedores e ignorantes absolutos de nuestra no-verdad.
De toda mentira, lo que realmente conmueve, es la verdad latente que trata de ocultar. Una necesidad que de seguir oculta, trastornará el alma. Esa necesidad que da respuesta a la mentira, será siempre una herida. Y se puede infectar. Tapar, velar una verdad que es tan nuestra, o tan del otro, como lo es el color de los ojos, o el rictus de la sonrisa, es tan sólo el comienzo de un calvario del que quizá, nunca seas consciente.
De fondo permanece el espectador, ese yo que observa la mentira, que se pregunta cómo hacer caer la venda de quien mirando, no se ve, ni es capaz de ver a los demás. Es la eterna pregunta; ¿por qué reconstruímos nuestra realidad?, ¿por qué tratamos de construit una realidad que no somos? ¿A quién pretendermos engañar?
Henry James, autor al que he descubierto recientemente, me ha impresionado. He leído dos de sus relatos cortos. Es el espectador de la vida, de la vida-verdad. Es la narración de los sentimientos, de los constructos del alma, de todo aquello que sin saber que somos, somos a gritos, por mucho que nuestra alma crea que tiene otro sonido. Somos a veces lo no esperado, por mucho que se lo negemos a la verdad. A cada paso, sea una mentira o no, estamos gritando nuestra verdad. Otra cuestión es, si estamos dispuestos a escucharla o no. Si queremos estar del lado de nuestra verdad, o de la que los otros esperan. Si estamos dispuestos a tolerar la verdad del otro, o queremos reinventarla. Ese es el dilema; o lo que soy, o la reconstrucción de lo que quiero y no soy.
¿Por qué el ser humano tiene esa necesidad de mentirse y de reconstruir su apariencia de cara a los demás? ¿Tan difícil es ser uno mismo?