PRIMERA PARADA

La necesidad de lo eterno. Saber que nada se pierde; que esto que puedes tocar con tus manos hoy no será perdido para siempre. Ocurrió en la primera curva del camino, poco después de haber puesto en marcha el coche. Aparqué en un recodo de la carretera protegido por un árbol. Toqué la corteza rugosa de su presencia, y la quise firme en cada uno de mis días. Me apoyé sobre el coche, y su tacto me dio la seguridad de que todo se queda siempre. Que hay presencias eternas que te rozarán siempre el alma cada vez que el aire venga a mover tu pelo. Nada se pierde nunca, nada. Nunca la vida se pierde, nunca el tiempo es perdido; hay presencias que estarán siempre a tu lado.
* Para Lisset.


CONDUCIENDO TODO EL VERANO.

Estaré por otras carreteras, en esas que me llevan a lo no vivido, y también sobre aquellas que me recuerdan lo que vivi. Estaré quizá perdida, pero no desencontrada. Estaré al lado de las personas que fueron y son el mundo. Conquistaré de nuevo el norte y el sur de mi alma. Quedarán muchas cosas por escribir, otras tantas por leer, otras muchas encerradas en la carpeta de proyectos futuribles. Habrá entradas de blog que no serán jamás escritas. Se quedarán sin ser narrados todos esos sentimientos encontrados y desencontrados con que la vida nos deleita y nos sorprende. También quedarán en silencio, esos sentimientos de dolor; aunque esto en menor medida, pues casi nunca se muestran prestos a ser compartidos. El dolor es siempre pudoroso en mi palabra.

Se quedarán muchas cosas en el tintero mientras me adentro más y más en las carreteras de mi vida. En esas que ocupan mi tiempo de manera saltarina, coloreada y al ritmo del verano. Dejarse llevar por una tarde de sol y agua. Por una parada en cualquier terraza con la clarita en una mano y en la otra el tacto de la amistad.  No habrá palabras, no sé si algo será dicho o si todo quedará silenciado; sólo sé que estaré conduciendo todo el verano. No estaré por aquí.

Hoy, demasiadas cosas habitan en la carretera, y bien sé que son efímeras, que no son eternas, y que un día desaparecerán. Estoy en la carretera. En ella habitaré hasta que llegue la mismísima presencia del desaliento, hasta entonces, estaré en esa carretera que me lleva a la presencia de la gente que yo quiero. Son tantas las carreteras de una vida. Estaré todo el verano conduciendo. No sé si habrá ratillo para hacer una parada. Si no fuera posible, os dejo desde hoy mi afecto, lo teneis de lleno, porque muchos de vosotros habeis conquistado mi corazón sin más. Sois tan reales como lo es diminuta aquí al lado mientras dibuja y escucha la radio. Como lo es el sonido de los abuelos mientras juegan a las cartas. Como lo es la intensidad con que el sol brilla y calienta este final de junio. Sé que sereis siempre recibidos con alegría donde yo habite; en cualquier escenario que acoja mi presencia podreis habitar. Mira que sois adictivos. Hasta pronto.


* NoSurrender y Sese; comienza la función. Voy por las cervezas.

QUERER.

No sabría por dónde empezar, no sabría como agradecer todo lo que me ha sido dado de la mano de mis padres. Su presencia, cada uno de sus gestos ha ido a convertir mi mundo en un escenario más habitable, más cómodo, más feliz y sonriente. Lo han hecho cuando estaban delante y, sorprendentemente, también cuando no na estado. Esto último es lo que me desborda; que hasta cuando no se nota su presencia física, sabes que te siguen cuidando. De ello he sido consciente muchas veces ya, y me he preguntado cuántas veces más me habrán cuidado sin sentir yo que eran ellos los que estaban sujetándolo todo, como pilares indestructibles detrás de muchas de las cosas buenas que mi vida ha tenido. Porque son muchas cosas siempre, las que se quedan sin saber cuando una persona te quiere de verdad. Te quiere y está. Y de la mayoría de lo que hace por ti, ni te enteras ni quizá te enteres jamás.

El otro día en unos aparcamientos mi coche se petó. Sonaba la cosa a que pudiera haber fallado la batería, peeeeero... mis conocimientos mecánicos son nulos. Como quedaba muy bien aparcado, decidí que lo mejor era dejarlo allí. Nos bajamos del coche y fuimos a avisar a seguridad por si había algún problema en dejarlo hasta mañana por la tarde en que yo ya podría llamar al taller. Me dijeron que no había problema, así que nos volvimos a casa dando un paseo; hacía una tarde-noche preciosa. Por la noche, antes de ir a la cama, llamé a mis padres, y claro, salió a la palestra el suceso, porque de primeras estaba un poco agobiada por si se petaba para siempre, pero no, mi padre me dijo que por lo que contaba, podría ser de la batería casi seguro. Y así quedó la cosa; que yo llamaría al garage al día siguiente, y que quizá se acercaran ellos a pasar la tarde con nosotras. Mis padres no viven en mi misma ciudad.

Por la mañana, mientras estaba en mi trabajo, recibí una llamada, era de nuevo mi padre. Me decía que ya tenía el coche en el garaje. Pregunté si en el de siempre. Me dijo_ No, no, en el garaje de tu casa. Así que no te preocupes, era la batería, un cable_ dijo. _Ahora ya lo tienes listo_ .

A mí se me puso un nudo en la garganta porque sentí todo, TODO, lo que han hecho por mí a lo largo de todita, TODITA mi vida. Y pensé en todo esto que pienso ahora, en la invisibilidad del cariño, en cómo alguien cuando te quiere, te está queriendo. Que no hay más. Que dan igual tus desvaríos, tus desencuentros o tus fracasos. Para ellos eres y punto. Y claro, al colgar casi me pongo a llorar, porque sí, soy un excelente emoticono. Incluso un compañero me preguntó si ocurría algo al ver mi gesto por culpa de un nudísimo que sentía en las mismita garganta.

Y si miro y remiro a lo largo de mi vida las cosas buenas que tengo, esas que hacen de mi mundo una vida más fácil y alegre, si las analizo bien, incluso en la más alejada de la presencia de mis padres, encuentro un rastro de esa sombra que es su sombra de gigantes.

De esto ya he hablado muchas veces, sé que me repito, pero hoy me apetece volverlo a traer aquí. Con gratitud  por la magia de su presencia cada vez que los veo llegar a mi casa, habitarla, llegar a ella con esa confianza casi como de niños; sonrientes y cascabeleros. Me gusta su mirada alegre cada vez que me encuentro con ellos. Me contagia su presencia sonora cuando asoman por la puerta, cuando se presentan por sorpresa; es entonces cuando mejor sientes que aún  tienes la fortuna de ser hija, y lo sientes con deleite infantil, dando gracias porque aún late con fuerza la niña que todavía eres. Ante su presencia sabes que no se ha perdido nada, nada, aún. Sale entonces la gratitud a borbotones, tanta, que tu semblante cambia porque no aguanta tanta. Y lloras... sí, lloras. Lloras porque al lado de todo esto está tu miedo infantil, tu miedo a perder aquello que es todo tu mundo. Eso que te ha dado alas, eso que aún te sostiene. Y te sabes entonces esa niña que reconoces cuando tienes miedo, cuando estás alegre, cuando lloras... esa niña que lo único que quiere es ir a casa, a la casa de sus padres.

Cuidar, querer, gastar el tiempo en las cosas de otros, estar atento, dejar lo tuyo por lo de los demás, atender sonriente cualquier contrariedad; eso SON mis padres. Y no podía por menos que contarlo aquí... y allí, y en el otro lado, cual niña saltarina y alegre, mientras pienso en las cosas ricas que voy a hacer porque van a venir a pasar el fin de semana...

BELLA

... o la sorpresa de la vida.
La vida es inteligente, sólo se necesita un poco de valentía,
y cierta dosis de ingenuidad.
Después te sorprende.

HORAS LENTAS

Son necesarias las horas lentas; esas que entretejen los segundos entre los dedos de tus manos, entre los huecos de tu pensamiento. Ese tiempo pausado en el que vas tejiendo una historia detrás de otra; anécdotas cosidas que aparentemente nada tienen que decir. Que nada dicen si las cuentas, porque sólo tú sabes el brillo que hay detrás de cada una de ellas; qué risa las sostuvieron, qué lágrimas fueron a colocarse a su lado y qué ilusiones se fueron a perder con ellas. En las horas lentas de una tarde ves a la vida volver. El regreso de eso que has sido siempre, eso que escondido, pocas veces dejas salir y guardas como un tesoro. En esos silencios que hoy son lentos, estás tú. Arrogante. Desmesurada. Ingenua . Todo eso que permanece silente, presto a ser acariciado por un instante, por tan sólo un instante, está hoy contigo. Anécdotas de sueños perdidos, vida inesperada, ilusiones imposibles y caricias recibidas.

A veces las tardes de domingo son así. Lentas, de un ritmo casi imperceptible. Tardes necesarias para el descanso del alma, también del cuerpo. Catarsis. Sorpresa. La persistencia de la memoria. Un respiro de esperanza. Una posibilidad imprevista. Todo eso es una tarde de domingo. Como  un futuro inimaginable, sin perfil, pero que se siente propio. Esa esperanza que late en cada segundo de un tarde sin música, neutra, ese momento inesperado en que mientras colocas y descolocas horas, sale la sonrisa del porvenir y se posa sobre lo inesperado vivido.

Son necesarias las horas lentas; esas en que la vida viene a posarse en una leve sonrisa. Tardes en que te quedas con los segundos entrelazados entre los dedos,  con la esperanza hecha un ovillo de lana presto a ser desenredado. Y sonrío, ya por fin, cuando al tirar del cabo suelto, recuerdo que en breves instantes vas a llegar tú, diminuta.

Tarde de domingo, lenta, de espera. Siempre se espera el porvenir. Siempre.