ASUETO PRIMAVERAL


El tiempo es un bien finito. Vamos, que se termina el día, que se pasa volando, y no has podido hacer todo lo que quisieras hacer. O bien, ya no te quedan ganas de ir a por lo que va quedando pendiente… se te escapa la mirada hacia otros derroteros. Una mezcla de todo es lo que me ocurre a mí, en esta primavera fantástica que tantas cosas buenas me ha ido dejando, aquí y allí. Se presenta colorida la primavera.

Por ejemplo, en dos días la diminuta y yo, nos vamos de viaje. Mmmmmm… ¡Qué merecido lo tenemos! No cabemos en los pantalones de la emoción. Somos conscientes de que nos quedan los últimos coletazos de curso, y estamos en ello; con la cabeza serena y los motores a punto. Vamos a por todas. Pero esta primavera nos ha regalado un par de fin de semanas que serán de puro asueto. De parón y vuelta a empezar; y esto es lo que más nos renueva, por dentro y por fuera, como el “bífidus activo”. Este fin de semana en Castilla y León hay puente... y nosotras ¡nos vamos! Nos ponemos el mundo por montera, cuatro cosas en la maleta naranja y rueda. Merecido lo tenemos; ella y yo.

Entre unas cosas y otras, el poquito tiempo que me queda para el blog, y los despistadilla que ando primaveralmente, me he planteado cogerme unas vacaciones. Sí, seriamente. Rotundamente. Emocionadamente también. Y porque yo lo valgo, esto, fundamentalmente... Llevo ya casi un año de blog, es toda una hazaña (soy una persona muy poco constante). Así que he calculado, que si me pertenecen una media de dos días de asueto por mes trabajado; me toca mayo enterito de vacaciones. Claro y conciso. Y me lo voy a tomar. Vacaciones blogueras…

La verdad es que uno no sabe bien porqué abre un blog, a qué obedece esa necesidad de escribir algo y dejarlo colocadito aquí. Uno empieza de una manera, y quiere dejar algo así o asá… pero el blog decide con el tiempo lo que va a llegar a ser; es decir, se acaba convirtiendo en algo que no sabes muy bien qué carácter tiene y ni mucho menos es como lo habías imaginado. Bueno, y los cambios que le haces; que uno va poniendo colores aquí, maquetas allá… etc. Ahí está el autor, poniendo su granito, sus colores, su diseño… sí, es el autor, pero intuyo que también hay algo que le sobrepasa. Y ocurre que el hoy está como ensimismado, emocionado y ausente… pide un parón. El propio blog lo pide, me digo a mí misma.

Pues la verdad, que unas vacaciones no van a estar nada mal. Descanso internauta.

Y luego está la vida, que en primavera es más embarullada, colorida, y uno no está tanto tiempo en casa. La vida te pide que salgas a por ella. Y tú, a ella sales; a por ella vas. Me es inevitable no estar íntegramente en la vida. La tomo de lleno y la bebo sorbo a sorbo. Deleitándome. Y esta primavera me está regalando muchas cosas hermosas: la mayoría de ellas al lado de una diminuta que ha vuelto mi vida del revés y el revés de mi vida en un puro acierto. Así que… por unos días dejo esto en silencio. Y me voy. Correteando el mundo me encuentro… pero sigo aquí… así que ya sabeis: “ si me necesitais… a silbar”. Y muchas, muchas gracias por estar.

EL PLACER

"Quienes viven sin placer son peligrosos. El placer no es un aditamento, ni un ingrediente. No sólo nos reconforta o recompone, nos constituye. Su ausencia resulta una carencia, una falta, y de efectos contundentes. Sin él no sólo se amarga la vida, es que deja de serlo. Por eso es sorprendente que se identifique torpemente con cualquier gusto o sensación más o menos agradable. No es suficiente asociarlo con necesidades y menos aún con su satisfacción. Aunque no se excluye, lo decisivo del placer es que resulta del desplazamiento de uno y es una relación con algo del otro. Amar es también desear el placer del otro, buscarlo, crear las condiciones para que se procure. La voluntad de dar con él, saborearlo, es un modo de saber del otro, un modo de preguntarse por quién es él o ella.
(...)

Quienes carecen de placer resultan resentidos y tienen una irrefrenable tendencia a considerar superficiales y frívolos a quienes lo sienten, y su ausencia de placer es falta de esa alegría que es el enigma de la búsqueda. No esperar ni desear hace que los satisfechos acostumbren a ser insatisfechos resignados. Pero el placer, como el deseo, no es ni una tendencia ni un resultado, ni irrumpe tras la búsqueda de algo concreto. Es más una apertura que una cerrazón. No se trata de una recompensa, ni del mero resultado de un esfuerzo, ni de la retribución de un acto, ni de un bienestar alcanzado.
(...)
Ciertamente, las dificultades del vivir hacen que haya quienes no están en condiciones de poder disfrutarlo, pero no deja de ser lamentable que algunos no sepan que el placer también perfila el espíritu y hace salir de sí hacia el otro, hacia el otro y su misterio. Buscar su placer es un modo extraordinario de encontrarse con alguien. Y de dignificar la existencia. El placer puede ser sencillamente una donación."**




** El autor de estos párrafos es Angel Gabilondo, actual Ministro de Educación. Fueron publicados en un revista mensual; Psychologies. Cuando lo leí, me parecieron muy elocuentes. Existen personas recias, aisladas, carentes de emoción. Su discurso es desolador; austero y nada tolerante. Con su dogmatismo siguen la senda de su propia acritud, y siempre pierden la referencia que es darse al otro generosamente. Suelen ser personas soberbias, carentes de espontaneidad y aisladas. Afortunadamente son muy pocas.

TENER VALOR




De niños lo que más deseamos es crecer, llegar a ser adultos. Nos imaginamos de adultos como seres muy libres; para salir, para experimentar, para caminar. El mundo de los adultos se nos antoja enorme, atractivo, libre. Y un día, sin apenas percepción, ocurre; somo adultos.

Yo, ahora que soy adulta, me doy cuenta que a quiénes más admiro es a los niños. No tienen fronteras. No le ponen límite a sus sentimientos. Mentalmente nos ganan en generosidad. En esfuerzo. En imaginación. Carecen de fronteras mentales, de miedos inventados. Connstatan la realidad como una cámara fotográfica, sin interpretaciones. Las interpretaciones se las regalamos nosotros. Están dispuestos al esfuerzo, a saltar sobre aquello que les limita. Están en el aquí, en el ahora. Son presente. Me admira su espíritu aventurero. Son intrépidos; si se caen se levantan. Si están incómodos con algo intentan cambiarlo, buscan a su alrededor, no se conforman. Perdonan y olvidan. Son valientes. Hay quien confunde la valentía con la imprudencia. Yo no, yo pienso que incluso ese punto de imprudencia es valentía. Decir no a la comodidad. Arriesgar. Mirarse frente a uno mismo y decidirse por fin a tener el coraje de querer cambiar. Así son los niños.

Y me pregunto; ¿en qué parte del camino nos hemos perdido?...



** Y un día te das cuenta de todo esto, y te percatas de que una mirada de infancia se ha colado en tu vida; tu hija. Unos ojos te miran, y te enseñan de nuevo la vida. Y te obligan a ser mejor persona, y a sacar la valentía que siempre has poseído, que ni sabías que tenías.
Gracias, diminuta ana.

MEMORIA HABITADA


Hay canciones que en cada frase tienen la fotografía de un recuerdo. No tienen orden cronológico. Surgen y se van sin orden ni concierto. La cronología de tu vida permanece en esas notas, en la letra de esa canción que suena: permanece desordenada, en instantes y momentos sin relación. Y con ellos, vibra el alma; eso que late rotundamente en el recuerdo, que se convierte en fotografía.

A veces, ante una canción te encuentras los ojos de aquella joven que todavía siguen siendo los tuyos; no están perdidos. Y sabes que aún miran con la insistencia que en otro tiempo los habitaba día sí y día también. Ojos intemperantes a pesar de que la vida ha tenido sus pausas, sus guiones desafortunados, y más de un desencuentro inesperado. Así todo, tu pasado está atrás, tu tiempo sigue siendo presente. Guardas muchas cosas en lo profundo de tu recuerdo, en el pensamiento, en la mirada. Recuerdos que se transforman en fotografía, en trozos de realidad, cuando oyes algunas canciones. A veces sucede.

Y lo sabes. Sabes que nunca vas a cambiar. Que siempre es tarde para cambiar. Sabes bien que lo que empieza se nos escapa, pero que nunca, nunca, habitará el olvido. Sabes que tu mirada siempre se recuesta en el recuerdo cuando quiere descansar. Eres muy consciente de que todo tiene su principio y su final, por eso el presente se te queda tan pegado a los ojos. Persistencia de la memoria. Todo, todo tiene principio y final.

Y ocurre, a veces ocurre que un instante que parecía ya perdido, al sonido de una canción, se convierte en fotografía, en latido acuciante de realidad. Eso que late, aún lo eres. La memoria se convierte entonces en ese rincón tranquilo donde aún reposa aquello que nos inundó, que reflejó nuestra mirada y la acarició; aunque ya no sea ni principio ni final.

Y ocurre, ocurre a veces. Algunas canciones son así, de memoria habitada. Era todo tan hermoso...


EL ORIGEN


Siempre vivimos preocupados por el final, por el lugar al que queremos llegar, el proyecto que queremos ver cumplido, siempre preocupados por llegar a la meta. A ese lugar que creemos nos va a hacer mejores y más íntegros. Ese objetivo lo dibujamos, lo imaginamos mil veces, en cada uno de los proyectos que racionalmente nos proponemos; buscamos aquello que creemos nos va a hacer mejores y más grandes.


Soberbia; en cada uno de los esfuerzos que hacemos al superar el bache con que la vida tantas veces nos sorprende. Buscamos el prestigio de una vida más perfecta. Con nuestras proyecciones intentamos ponerle un traje impecable a nuestra presencia. Buscamos insistentemente a ese "yo" que imaginamos necesario, y que muchas veces nada tiene que ver con el "yo" que certeramente somos. Proyectamos hacia el futuro y queremos encontrar una vida que nos haga grandes a los ojos de los demás, queremos ser ese "yo" imaginado; más perfecto, y también más perplejo. Contradicción. Y pocas veces pensamos que el traje, lo tenemos ya; que lo que somos, lo llevamos puesto desde el inicio.


Quizá, quizá no esté en el futuro aquello que nos dé la chispa de la integridad. Quizá ya seamos íntegramente; incluso en este traje desvencijado que a veces nos toca llevar. Quizá lo que nos dé equilibrio no sea ese lugar al que queremos llegar, ni la persona que quisiéramos ser. Quizá, lo que nos llene la mirada, surja de lo que ya somos; de ese traje que unas veces nos queda pequeño, otras grandes, y otras, sencillamente impecable. Quizá todo esté ya desde el origen ahí, en lo recibido. En el espacio que fue testigo de tu primera presencia. En todas esas miradas que nos antecedieron y nos dejaron la medida de ese traje. Ése quizá es el que debemos aprender a llevar bien, y no tanto todo lo que después nos hemos ido encontrando.


Yo quisiera no olvidar que vayamos dónde vayamos, nos trate como nos trate la vida, siempre seremos ese primer traje. Y que siempre habrá un lugar al que regresar. Que es allí donde debiera encontrar la esencia de lo que soy, y no en ese proyecto que anhelante persigo sin saber muy bien qué es lo que me empuja.


(...)


Todo esto me ha salido al hilo de una pequeña conversación inesperada con la diminuta ana. Yo iba conduciendo, la mente en la carretera, y me encontré sorprendida por una sencilla pregunta:

_ Mamá, ¿por qué siempre, cuando llegamos a la entrada del pueblo te pones a cantar?... _ Me lo preguntó intrigada, y como asegurando que siempre ocurría así, que siempre cantaba al llegar al puente, desde donde se divisa perfectamente el perfil del castillo. Yo en ese momento fui consciente de que iba tarareando una canción.

Y no sabía qué contestarle, no sabía decirle por qué cantaba, no tenía la menor idea de por qué lo hacía. Sólo ante su voz me hice consciente de mi presencia cantarina. Mi pensamiento dio varios rodeos antes de que mi voz fuera capaz de contestar. Entonces le dije:

_ Pues ni me había dado cuenta de que estaba cantando.

_ Estabas cantando mamá, y siempre lo haces cuando llegamos al puente. Cuando vemos el castillo... te pones a cantar.

_ Pues no sé… quizá sea porque sé que aquí están los abuelos, porque éste es mi pueblo, y porque aquí yo jugaba de pequeña, y me lo pasaba muy bien por todas estas calles, porque mira que íbamos por todos los sitios habidos e inventados... y no sé, no sé por qué cantaba, pero me gusta mucho venir, eso sí lo sé. Y me pone muy contenta, eso también lo sabes tú. Y a que a ti también te gusta mucho venir ¿eh?...


Y ella contesta muy alegre que sí, que mipueblo es también su pueblo.
_ Porque las madres les dejan su pueblo a las hijas... a que sí ¿eh, mami? El pueblo de las madres es el pueblo de las hijas._ Y lo dice como explicándose a sí misma, como para creérselo del todo.

Y pensé que en el origen siempre está el equilibrio. Que eres más grande, en el lugar en el que has sido más pequeño. Y que es en mi pueblo donde sigo siendo íntegramente yo; allí la presencia que ahora soy se mezcla con la de aquella niña de entonces. Quizá detrás de toda esta retahila sólo esté la presencia del sol, de los campos amarillos y verdes, de los paseos en bicicleta y las excursiones al río; el peso liviano de unos recuerdos. Pero también son la certeza de que existe un lugar que es origen, un espacio que sigue siendo equilibrio, y un escenario al que siempre quiero regresar.


Al que querré que me regresen cuando mi nombre sea la finitud exacta de un sonido sencillo; el eco silencioso de una presencia que se supo habitada por la luz de lo que fue origen.

TUS ZAPATOS

No sé muy bien quién soy, pero sí sé quién eres tú cuando dejas tu sonrisa al lado de mi mirada de reverso. Tú le das la vuelta a toda profundidad. Revuelves cada recoveco de mi memoria y la dejas del revés. Siempre sonriendo. Alejado de toda trascendencia le sacas la guasa a mi pensamiento. Eres inevitable. Dejas del revés todas mis teorías, mi pensamiento permance colgado de un hilo que no sabe muy bien de dónde le nace, y no quiere descolgarse de tu ironía. Esa también soy yo. A tu lado, me entran ganas de bailar. Apareces y desapareces, y en ese silencio, se van consolidando los lazos de una amistad que tiene el son de la música que jamás me habría llamado la atención de no haber sido por tu mirada. Por esas ganas que me entran de bailar cuando te miro. Es ridículo, lo sé, pero así soy. Y tú eres. Y hoy es viernes, y siempre me han gustado mucho tus zapatos. Claro que esto tú ya lo sabes. Y sabes que el color rojo combina muy bien con el azul. Y que tu carcajada se recuesta en mi transcendencia. Que los campos de golf verdes tienen algo del infinito azul de mar. Y que las tierras de interior sueñan a menudo con océanos interminables. Lo sabes. Y eso, que me gustan mucho, pero que mucho, tus zapatos.

NOCHE

El silencio me arrastra hacia un sueño profundo. Mapas de laberintos en azul marino se dibujan en mi mente; yo estoy dentro. Mis manos flotan lentamente, se alzan al vacío. Me dejo arrastrar por el azul, no tengo voluntad. Me dejo elevar por el murmullo del sueño, por su oscuridad, por su desconcierto; alzo la mirada ante esa oscuridad serena y desde mi palabra muda le doy las gracias. Permanezco ausente, perdida, lejos de esa luz que es alba, comienzo, principio. Me dejo llevar por el kaos de lo que hoy termina, esto que fue y que no es capaz de encontrar un orden en mi tiempo. Desconcierto ante lo que finaliza sin significado. Incógnita. Me despido del tiempo, de la consciencia, y me adentro en ese mundo liviano, sensible e ilimitado de lo oscuro. No hay certeza. Tampoco puedo sentir el tacto, pero intuyo la presión de una mano que recoge la mía.

Sólo soy eso, presencia que flota, mirada que se desplaza por el aire. Ausencia. Reposo en ese azul profundo. El alba, esa hora en que todo está aún por ser nacido, se intuye lejana. Cierro mis ojos y me dejo ir, lejos, lejos. El tiempo en azul. Profundo. Inabordable. Ya no tengo nombre. No hay significado. Y me dejo caminar en silencio. Es un sueño. Ausencia del tiempo. La persistencia de la nada, que balancea este ser que hoy sólo puede dejarse llevar. En azul marino.

PASEO

Es un cansancio sereno; rota la tensión del cuerpo, en un rato descansará el alma. Ha sido una serena tarde con las horas de azul. Silencio a cada paso ante ese trayecto mil veces pateado. La luz en el horizonte. El agua en su cauce. Aún así, lo único que yo oigo es el silencio. Ella va delante, agitada por su alegría. Resbala sobre sus patines sin rozar apenas el aire. Parece que lo sobrepasara, que ella fuera quien crea el aliento de ese viento. La brisa es como una presencia de infancia; es su movimiento, me digo.

Se acerca un perro hermoso, de color canela. La sigue a su mismo ritmo, con el mismo color de su alegría. Azul. Yo tengo miedo de que la tire, pero no digo nada. Me quedo observando la estampa: son iguales. Juegos. Risas. Aire. Espacio. Infinitud. Una tarde encadenada a la memoria. Unas horas que se han ido sin sentirlas, que han sobrevolado nuestras cabezas desde su liviandad. Es un regalo ver pasar la tarde. Sin más. A su lado. El mundo flotando en esta tarde de silencio. Se sostiene por ella. Una tarde. Sentir cada hora en su significado exacto.

_ Mira mamá, mira qué bonito está todo hoy, mira el río… si parece que tiene hasta cataratas_ Lo dice alegre al observar un cambio de nivel del agua. _ Vamos, vamos al puente, vamos a ver cómo brillan los peces desde el puente._

Nos dirigimos al puente, y nos dejamos llevar la mirada por la corriente, absorta en ese discurrir ansioso del agua. No se ven tan claramente los peces hoy. Ella sigue hablando.

_ Un día la profesora nos preguntó que qué es lo que más desearíamos en el mundo. Marcos dijo que el quería cambiar de familia._ Casi me atraganto. Dejé de discurrir por el agua, esa es la verdad. Hay que ve cómo son los niños a veces.

_ ¿Y tú, a ti, qué es lo que más te gustaría?_ Y me quedo totalmente a la espera, insegura, incluso con miedo a cual pudiera ser su respuesta.

_ Yo… yo dije que lo que más me gustaría es saber a qué saben los helados. Los bolas de color rosa y blanco. Y nadar así, rápido, muy rápido, como los peces. Eso es lo que más me gustaría. ¿A ti mamá?_

Mis ojos se vuelven a quedar perdidos en la corriente del agua, y le contesto que sí, que yo también querría ser un pez así, brillante y veloz. Y nadar rápido, muy rápido a su lado, hasta llegar al mar. Y que lo que más me gustaría también, es tener sus mismos ojos; ese modo que tienen de posarse sobre las cosas.

LA MIRADA EN SILENCIO


Mi mirada mirándote, y en ella todo el color que tiene siempre la posibilidad. Todo puede ser. Todo podría ser. Azules que rompen poderosamente la presencia del negro; rasgan aquello que habiendo sido parálisis deja de serlo al contacto de tu semblante. Distancia aniquilada. Pincelada arrolladora. Tu mirada inteligente sobrevuela todas mis dudas. Nada nos separa. Todo está ahí, en los colores de ese cuadro, en esa mirada que silenciosa te mira desde el otro lado. Pusiste color a mi silencio, al sonido de mi soledad. Está ahí; en ese azul, en ese latido, imperceptible casi, de tus colores.

El color como sentido; esa mirada se posee sin saberse poseída. Esa mirada me pertenece. Te pertenece. Unos ojos me sujetan firmemente a la presencia de las cosas, sin fisuras; tus ojos. Azul. Certidumbre. Lo sé, ahora lo sé; sé de la no distancia. Mi alma mirando la tuya sin saber que la miraba. La distancia abatida por el color, agoniza. La infinitud se instala en los ínferos de este cuerpo que sólo se sabía límite, que no se sabía traspasado por el color hasta que de repente se ve frente a ellos. El límite convertido en libertad.

Abismo. Vértigo. Plenitud. Ante mis ojos, el todo que un día me regalaste. Late por ser nacido. Mirada intemperante. Ausencia de voluntad. El reverso de mi presencia en azul, los caminos del laberinto que me arrastra en negro. Yo soy esa mirada. Ensimismada. Perdida Encontrada. Absorta en ese todo que es tu paleta. Tus colores supieron decirlo mejor que yo. No, no hay distancia. Ahora lo sé.

EN MIS OJOS

Me quedo suspendida en un rato de silencio, me dejo balancear por esta canción y pasan delante de mí imágenes de otro tiempo. Fotogramas de una vida que se quedan ahí, en la memoria, sin saber muy bien por qué fueron seleccionados, a sabiendas de que hubo otros que fueron más profundos en la risa y en el llanto. Imágenes sencillas grabadas para siempre en la retina de mi memoria, recuerdos livianos, concisos; impresos en la memoria con la luminosidad del blanco.

Recuerdo un vestido verde y unos zapatos de charol negros. Una bicicleta granate y una calleja que acababa en una plazoleta. Me veo agarrada con las dos manos a un tronco del río, tengo puesto un bañador a rayas rojo. Buceo debajo de un azul inmenso. La mano fuerte y grande de mi padre. La sonoridad de mi madre. Recuerdo una finca con árboles frutales y unas cestas muy altas llenas de ciruelas; a lo lejos, un burro que estaba cada vez más cerca. A mi lado, mi hermana; me da la mano. Una vespa que nos llevaba lejos. Una fanta de naranja y unas aceitunas. Veo una niña muy pequeña, recién nacida, en un canastillo. Recuerdo unos ojos que me miran con avidez desde el otro lado del espejo; mis ojos.

La presencia del primer amor, así, a distancia, inmenso, y hecho del ruido de unas bicicletas y una sonrisa. Simple y eterno. Un bocadillo de chorizo. Callejas mágicas. Mandarinas y castañas. Los primeros secretos escondidos entre los arbustos de una carretera. Un club indisoluble que quería recorrer el mundo. Una casa misteriosa. El sonido de la libertad en los peldaños de la escalera de mi casa cuando los bajaba de dos en dos. Las primeras salidas, las primeras noches de libertad. La complicidad de mi mejor amiga. Contar y volver a contar aquella primera intuición, las miradas, el primer beso. Inocencia. Verdad. Alegría. El primer suspenso en matemáticas. La primera excursión. Partidas de futbolín. Parejas de a dos, campeones. Timidez. Valentía. Desilusión. Pinchazos de bicicletas y bocadillos en una cuneta. Campos de trigo recién cosechados. Verano. Carreteras que eran todas una posibilidad. El futuro en aquel horizonte de cielo tan azul. Mi pueblo, siempre mi pueblo.

No, nunca podré regresar, y sin embargo, cuando paseo con mi hija por ese pueblo, regreso todos los días. A cada paso. Sé que aquel escenario de calles, olores, ruidos y miradas ha quedado para siempre en el recuerdo; que no es posible volver a pisar de nuevo aquellas huellas. Las calles ni siquiera son ya las mismas. Y sin embargo todo está ahí, en el silencio de las calles.

Pienso en los que fuimos, en quiénes fueron los primeros en olvidar. Sé que volvería a pasar por allí, que me dejaría atrapar de nuevo por aquel tiempo. Que volvería a querer a las mismas personas. Que pisaría de nuevo cada una de aquellas huellas, íntegramente; con todas sus risas, con todo su llanto. Pero la vida late arrebatada, y nos arrastra su sonido poderosamente.

Vence el horizonte de este de hoy sobre el ayer. Esa línea en el infinito que sigue siendo igual de azul, serena e innegable. Ese futuro en el que está la presencia de mi hija; y a ella me siento atada irremediablemente. Sé que aquello que fue ayer está hoy, pero que tan sólo puede ser regresado así, en un trocito de tarde, en estas palabras, en este silencio. En cada una de esas historias que cuando paseo por mi pueblo, me cuento mientras se las regalo a mi peque. Infancia y juventud. Y sobre ellas, poderoso, el ruido del mundo, que lo atrapa todo. Inmenso el sonido de lo que aún está por ser tocado, sentido, amado y llorado. Necesariamente.

LA LUZ

Quisiera volver a ser aquella niña. Al ir a recoger mi pequeña vela, quisiera la mirada de mi niñez en los ojos cuando ocurra de nuevo el encuentro con la Luz. Que al reflejarse en mis ojos, se pudiera ver aquel brillo, aquella mirada que no se acobardaba ante nada, que se daba con toda la confianza que sólo la infancia es capaz de habitar. Compromiso certero. Una mirada que no se rendía, que avanzaba sin perder el aliento. Hoy, mi mirada querría volver a descansar de nuevo en aquella infancia. Que la Luz me encontrase sumida en ella, con el embeleso de entonces, con la alegría de aquellas horas, con la infinita confianza, y totalmente subyugada a la luz de esa vela. Mirar la Luz de nuevo, como cuando éramos niños. Ojalá esta noche sea un poco así, de Luz y de Infancia.