EFECTO GILMORE



Hoy han saltado a la pista todos esos hilos invisibles que unen nuestra mirada; hilos insondables que sostienen la libertad. Hilos que no se quedan en nuestros ojos, sino que se extienden hacia las personas que han hecho posible nuestro camino. El amor a veces es así de irreconocible. Sólo quienes lo han rozado pueden sentir su presencia. Sólo quienes han transitado la libertad, saben que amar era esto. Que a veces la forma no es tal como nos la habían contado.

Brindo por el efecto Gilmore; por su circunstancia y cada una de sus consecuencias. Tú entiendes, y quien más nos importa, también. Sabemos que estamos, que somos, que la libertad está detrás de cada uno de nuestros pasos, y que nada puede romper aquello que nos une desde el infinito. También sé que es muy difícil que nadie entienda. Sólo quien ha estado, lo sabe. Quien lo ha vivido. Y tú y yo, estamos. Sabemos. Vivimos. Llevamos en el alma las alas de la libertad. ¿Habrá alguna vez algo más grande que esa mirada elevada con la que ama la libertad?

ESPERÁNDOTE.



En todo tiempo de espera siempre hay un respiro escondido. Ocurre que en ese tiempo, el alma transita libre por recodos que no se encontrarían de no estar en esa no realidad. La espera es un no-tiempo que a menudo trata de revelarnos algo. Si somos impacientes, nos desesperaremos, pero la paciencia, sabia, se queda quieta para que secretos amables se hagan sonido. Así estoy ahora, mientras se para mi tiempo y espero tu regreso. Respiro hondo y sé que cuando llegues, tu risa lo llenará todo. Mientras, a mi pensamiento ha venido una especie de vuelo sereno. Una serenidad que se sienta en mi corazón y me hace sentir orgullosa de todo esto que vivo; también de lo que no vivo. Ya ves, lo llenas todo aunque no estés.

Y a lo tonto he colocado los afectos, las personas que están, las que no están, y las que tan sólo hacen ruido sin la intención de transitar por el escenario a mi lado. Obervo lo que podría haber sido una decepción, y soy consciente entonces de que no lo es. Supongo que no esperaba nada. Y ante mi silencio, descubro que mi alma es serena. Que sabe transitar por el no-ruido de la soledad mientras encuentra sonidos que le dan alas a la mirada. Sonidos que son una pequeña verdad que se torna brújula. Quizá sólo sepa caminar con seguridad quien ha mirado de frente a la soledad; a sus ojos directos, firmes, rotundos.

El silencio se torna revelación si te atreves a mirarlo libre de ataduras, con la mirada simple y certera que busca tan solo una pequeña porción de consistencia en la realidad. El silencio se torna entonces una verdad sin rencor, que no tiene necesidad de pedir o rendir cuentas. Es impresionante el silencio de la soledad; lo cerca que está de la Verdad.

Y ya llegas. Y todo es diferente. Llega el ruido. La velocidad. Y me alegro de esperarte... lo cierto es que lo haré siempre. Allá donde me encuentre seré una espera: la que te encuentra. Tú eres el regalo de mi no-tiempo _aunque se tratase de la espera más desesperada_. Lo llenas todo, hija mía. Mi mirada es más sabia desde que tú eres presencia. Te quiero.


LA LÍNEA DISCONTINUA DEL TIEMPO.



Pasa demasiado deprisa. Es lo que tienen los ires y venires llenos de actividad. De repente, en un momento dado se detiene el tiempo, y te das cuenta de que desconoces algunas de las coordenadas de su escenario.

El miércoles llegué un poquillo más tarde del trabajo. Diminuta _que ya no lo es_ estaba en casa ya. Como yo me demoraba, se le ocurrió cotillear en una caja en la que voy guardando cosas insignificantes que van acumulando historias a los recuerdos de mi vida. Ella estaba maravillada. Encontró las notas que yo sacaba en parvulitos, las tarjetas de identificación de la universidad, tarjetas de biblioteca, tickets de viajes, fotos... Se reía con mis anécdotas, y se le notaba feliz descubriendo hechos que desconocía; esa presencia nunca imaginada de su madre aún niña, joven, lejana... Nos estuvimos riendo un rato, y anduvimos totalmente sumergidas en las historias que la memoria siempre anda presta a volver a contar. _Cuéntamelo, cuéntamelo otra vez papá, aunque sea repetido_ esa era yo. Una personita ávida a escuchar historias... una, otra, otra, la misma otra vez... Contar y escuchar historias, esa era la cuestión, el eje de toda relación. Y así lo ha heredado Diminuta....

Después, cuando ya cada una condujo la tarde a las tareas rutinarias_deberes y lectura_ aunque mi mente parecía estar centrada en un libro, lo cierto es que se sentía llena de perplejidad. Era incapaz de concentrarme en otra cosa que no fuera la imagen de la joven que fui; aparecía nítida y clara. Hasta esa tarde había sido el olvido. La vida vino a imponerse de una manera tan arrolladora que no tuvo posibilidad.

Me pregunto si el día de mañana esa joven silenciosa se llevará bien con la señora que aparecerá en el espejo cuando de nuevo se mire. Si ese momento en el que mire de frente al tiempo tendrá armonía, si esa señora sabrá ser esa joven sin perder la razón. Me pregunto si se llevarán bien. Si sabrán entender que la unidad que son ha tenido necesariamente que nacer desde este olvido absoluto que ahora existe.

Ha sido difícil reconocerse en el no-ser, ser este tiempo de olvido que es premisa para seguir latiendo. Saber que aquella joven no se ha ido nunca aunque en cierto modo ya no esté. Que permanece en la ausencia que soy con toda su imposibilidad. Es complejo sentir. Vivir. Observar el reflejo del tiempo.

Entonces pensé que la medida de nuestro fracaso, la medida de lo que no llegamos a ser, es el triunfo de nuestra alma. Y que por eso, sólo por eso, nunca morimos del todo, aunque creamos no existir.

¿Lo entenderá así la señora que un día me encuentre al mirarme en el espejo? ¿Sabrá aprehender entonces la joven que fue?