Somos ante los otros, en sus ojos permanece el límite de nuestra presencia, su mirada sostiene nuestra alma, nítida, real, permanente. Es un instante, un reconocimiento fugaz, e infinito. Mis ojos en tus ojos. Y ocurre… soy.
Absolutos desconocidos de nosotros mismos, buscamos el espejo que son los ojos del otro. En ellos está ese yo que tantas veces no reconozco. La certeza de lo que yo soy, reflejada en unos ojos que no son mi mirada. Presencia que se hace certeza, una imagen clara, silenciosa, y eterna. Y que permanece después, en los momentos de la soledad. Para siempre el recuerdo de quienes nos miraron con valentía, esos ojos en los que quisimos navegar, que nos hicieron conscientes de nosotros en nuestro propio olvido.
Necesitamos a los otros para poder mirar de verdad, para poder saber del eco de nuestra presencia. Ser al lado del otro para poder ser yo mismo.
Conforme vivimos son muchas las despedidas. Todos los días son una despedida. Sin embargo, hay miradas que se quedan para siempre.
Algunas duraron sólo una tarde, o dos, una simple comida, pero el encuentro será ya eterno, el efecto con el que nos sorprendieron se quedó en nuestro recuerdo. Siempre resonará aquel eco, y te quedarás pensando en el misterio de su presencia. Y en la certeza que te regalaron.
Otras presencias fueron todo un mundo, de largo recorrido, y ya no se oyen. Lloramos su despedida, pero pemanecen. Están en lo que ahora soy. Y en esa caja de infancia que quedó abierta, en la que recogí cada uno de los recuerdos que dejaron los ojos en los que me sostuve, en aquellos ojos que me supieron mirar. En esa caja abierta reposan cada uno de esos espejos en que encontré mi mirada, espejos que reflejaron lo que más fielmente soy.
Sigo caminando, y pienso en lo que esta por ser reconocido. En esos otros en los que me sostendré. En esas nuevas casualidades que sabrán decirme más cosas de mí que ahora desconozco, y también en lo que de mí olvidé, aquello que supe ser y que ya no soy. Porque sin los otros, yo sé, que no soy nadie. Nadie.
Sin amigos, no podríamos ser.
(...)
No creáis al ligero lamento
cuando la mirada del apátrida
aún os rodee con pudor.
Sentid el orgullo con que el decir
más puro todavía todo oculta.
Percibid el temblor delicado
de la gratitud, de la lealtad.
Y sabed: siempre renovado
el amor dará.
A los amigos. Hanna Arendt
Precioso. Como precioso es el día en que uno se reconoce plenamente en otros ojos. Besos
ResponderEliminarGracias Rocío.
ResponderEliminarAna... Me cuesta comentar. La belleza de estos párrafos; las miradas, la presencias de corto o largo recorrido, el ser con el otro. Qué bonito lo dices.
ResponderEliminarBesos... Lástima no poder mirar tus ojos físicos. A los de tu alma me asomo muchas veces. Y nunca salgo de vacío.
Sunsi... nos reconoceremos. Lo necesario siempre sucede, siempre.
ResponderEliminarYo creo que si nos pusieran en una sala al lado de más gente, aún sin saber quiénes somos, sucedería ese reconocimiento que dura milésimas de segundo. Lo sabríamos.
Un beso.