
No me gustan las piñas. El otro día una compañera de trabajo comentó que teníamos que conseguir ser una piña, y yo instantáneamente, noté que los pelos se me erizaban. No soporto las piñas, los equipos, los grupos. La piña tropical sí, esa me encanta. Jugosa, ácida y fría es como más me gusta. Y ahora que lo pienso, yo también soy así, jugosa (entiéndase igual a ironía), y con un tanto de ácida. La conversación que tuvimos en el equipo de trabajo a raíz de ese “intentar ser piña” fue de lo más sustancial. En todos los sitios se cuecen habas y hubo un momento en que se podía sentir una estupenda calderada. Y no, aún no me he arrepentido de la ironía… no... ainsss. Lo confieso, sí. Si me pican, soy así, ácida. No como una piña, no. Más bien como un limón.
Siempre me ha sucedido. Siempre. En el momento que intuyo esa solidez de los grupos algo hace que me rebele, me entra una especie de urticaria invalidante en el pensamiento, mi presencia se pone alerta, e imperiosamente busco la salida. En silencio, los pies se me ponen “en polvorosa”… El por qué de mi rebeldía ante los grupos aún lo desconozco. No me gustan los corrillos de madres, no me gustan los equipos que van todos a uno, no me gustan los que son de Fuenteovejuna, no me gustan las consignas, no me gustan las personas que sólo se saben ser un nosotros...
Me quitan el aire las piñas. No soporto las consignas, que es la manera con la que se mueven los grupos. Siempre acaba habiendo un alguien que decide. Un uno que explica, razona y que por supuesto no escucha. Es como si el yo fuera anulado por un nosotros en el que no existe la voz individual, la mirada personal, ni tan siquiera la personalidad de cada proyecto vital. Ya no se ve a la persona. La voz es la del grupo, y es exactamente la de ese líder que se erige en absoluto conocedor de la realidad. Como si el yo no tuviera ojos. Cuando oigo la palabra piña... me es inevitabla sentirme así; me veo sin mirada. Muda de palabras me entra el impulso de salir corriendo y que ya ni miro. Oye, ni un café. Fiu… fiu… y desaparezco.
(...)
A mí me gustás tú. A solas. Me gusta tu mirada, me gusta el gesto de tu persona cuando me tira de las orejas, y lo que más, lo que más me gusta es tu risa. Cada vez que te ríes de todas mis teorías, cada vez que r0mpes... en mil trocitos mi parte más exacta, teoría convertida en un montón de palabras, que vuelven solas a casa (uys... estaba cantando), y por si mi teoría pudiera recomponerse de otro modo, en algún otro momento. Y mientras me digo... que ya lo pensaré mañana. Que ahora lo importante es estar a diez cm de tí.
Donde esté un tú a tú… que se quite cualquier nosotros invencible. Me gustas más tú, aunque te sepas derrotado. Puede que incluso me gustes más así, sostenido por tus errores. Claro que a lo mejor… a lo mejor me equivoco. Y tú y yo solo somos un desastre. Uno más de tantos que le dan la mano a la libertad, al lado siempre de eso que somos y sentimos. Pudiera ser, que seamos un desencuentro, pero en un tú y en un yo, es donde sólo cabe la risa. Y a mí lo que más me gusta es tu risa, la libertad de tu risa cuando se posa sobre la mía. Y mi libertad.