Siempre hay un lugar donde el silencio se habita conscientmente. El espacio al que el alma suele ir a recogerse. Y ahí, es donde puedes sentir el ritmo de tu vida. Abordar la consciencia de tu yo. Es el lugar donde repasas tu presencia en el mundo; donde intentas recoger el dolor, enumerar las sonrisas: el lugar en el que tu memoria abre sus cajones, a veces tan desordenados, y comienza a repasarlos. Es importante el espacio físico para el recuerdo, qué forma tiene el espacio en el que dejas caer el telón de tu vida, y te quedas entre bastidores. Sola. Sin más ruido que el que tu interior provoca.
Llorar en ese espacio, reir, pensar, leer… ordenar todo aquello que eres tú, aquello que piensas eres tú. Recolocarte en el mundo. Pensar cuántas veces hemos tenido que volver a empezar. Y siempre todo empieza en un rincón, en ese lugar al que vas a guarecerte con momentos de silencio. Es serena la soledad en un rincón así.
Me gusta mucho ver las casas de los demás. Unas me gustan más que otras, supongo que a todos nos pasa. Y he observado algo personal; las casas que me gustan son aquellas que albergan rincones así; de abstracción y silencio. Casas que tienen espacios para la introspección, para la reflexión, para poder estar ausente. Las casas que más me han emocionado, suelen tener latido, un ruido acompasado, un ritmo de silencio, y esto ocurre aunque sea una casa habitada por mil chiquillos. No sé, es algo que permanece indestructible. Esas asas que se sienten habitadas, donde la desolación no tiene espacio, me gustan. Mucho. Nada más entrar en una casa, soy consciente de las sensaciones que me provoca. Y esa calidez o frialdad, la suelo asociar a la estela de su dueño. La casa en la cual vivimos siempre habla de nosotros; necesariamente.
No me gustan las casas elaboradas, esas que han sido pensadas hasta en el más mínimo detalle: esas que parecen no haber sido nunca habitadas, que aimplemente han sido diseñadas. Son muy frías. A mí me gustan las casas de silencio sonoro. Y especialmente me fijo en las mesas que llenan su espacio; siento pasión por las que son grandes, macizas, de madera vieja y gastada. Mesas viejas de verdad. No la imitación de esos sentimienos, el diseño adquirido; hoy se puede imitar casi todo. Me gustan las mesas que son realidad, que han pertenecido a tu abuela y que conservan la solidez de su material, el paso del tiempo, y el brillo gastado que dejaron las manos de quien en ella se posaron. Una mesa así puede ser suficiente en un salón para crear un todo. Una mesa así hace de un espacio vacío un rincón de silencio. También construirá un espacio de bullicio; donde se permanece el ruido de todas las personas que un día se sentaron a su alrededor, y el ruido de los que hoy se sientan. Qué importantes son las cosas que tienen vida propia. Sencillas y solitarias, llenan el espacio. Son capaces de hacer un todo, llenan el espacio. Hay personas que son así, como esas mesas.
La casa más maravillosa que yo he visto hasta hoy está en un pueblo de Navarra. La casa de Marga. Es una casa centenaria. Nunca he vuelto a salir de una casa con aquella sensación de plenitud, emoción y serenidad como cuando salí de la casa de Marga. Allí permanecía la esencia de algo que no te sabías contar, era imposible limitarlo a un sentimiento, a una sensación o simplemente con un nombre. Algo se instalaba en tu mirada, en tu pensamiento, y te podías ausentar. En silencio. Al lado de un libro. Sin pensar. El color de sus tapices, la ausencia de muros, la amplitud de las estancias y aquella mesa de principios del siglo pasado sugerçian algo certero. Profundo. La mesa más impresionante que he visto estaba allí. Sencillez y trascendencia habitaban en aquel espacio; en ese lugar amplio, sin apenas tabiques; en ese taller lleno de telas de colores, de lienzos por ser descubiertos; en el espacio amplio de colores, telas, pinturas, lapiceros, libros y luz. Había mucha claridad. Y te hubieras querido quedar para siempre en aquella austeridad de silencio y luz.
Nunca he olvidado la casa de Marga, y ahora que lo pienso, creo que ella no lo sabe. No sabe que su casa para mí fue un rincón de silencio; un recuerdo que si lo pienso un poco, ha querido plasmarse en mi casa, en mi pequeño espacio de tabiques, aunque yo no tenga una mesa centenaria, ni sus tapices de colores. En nada se parece mi espacio al suyo, pero cuando lo miro, sé que algo de aquella casa permanece en este lugar. El espacio, la luz y el color. Algo de lo de entonces ha sabido plasmarse aquí, de eso soy consciente. Permanece en cada uno de los rincones de silencio que hoy, disfruto especialmente. Me siento profundamente arraigada a este espacio que es mi casa; el espacio al que, ocurra lo que ocurra, viva donde viva, y pase lo que pase, siempre querré regresar. A este rincón de silencio que es capaz de ordenar cada uno de los instantes de mi tiempo desordenado. Mi rincón de silencio. El espacio donde el orden de ese mi desorden siempre tiene sentido.
Llorar en ese espacio, reir, pensar, leer… ordenar todo aquello que eres tú, aquello que piensas eres tú. Recolocarte en el mundo. Pensar cuántas veces hemos tenido que volver a empezar. Y siempre todo empieza en un rincón, en ese lugar al que vas a guarecerte con momentos de silencio. Es serena la soledad en un rincón así.
Me gusta mucho ver las casas de los demás. Unas me gustan más que otras, supongo que a todos nos pasa. Y he observado algo personal; las casas que me gustan son aquellas que albergan rincones así; de abstracción y silencio. Casas que tienen espacios para la introspección, para la reflexión, para poder estar ausente. Las casas que más me han emocionado, suelen tener latido, un ruido acompasado, un ritmo de silencio, y esto ocurre aunque sea una casa habitada por mil chiquillos. No sé, es algo que permanece indestructible. Esas asas que se sienten habitadas, donde la desolación no tiene espacio, me gustan. Mucho. Nada más entrar en una casa, soy consciente de las sensaciones que me provoca. Y esa calidez o frialdad, la suelo asociar a la estela de su dueño. La casa en la cual vivimos siempre habla de nosotros; necesariamente.
No me gustan las casas elaboradas, esas que han sido pensadas hasta en el más mínimo detalle: esas que parecen no haber sido nunca habitadas, que aimplemente han sido diseñadas. Son muy frías. A mí me gustan las casas de silencio sonoro. Y especialmente me fijo en las mesas que llenan su espacio; siento pasión por las que son grandes, macizas, de madera vieja y gastada. Mesas viejas de verdad. No la imitación de esos sentimienos, el diseño adquirido; hoy se puede imitar casi todo. Me gustan las mesas que son realidad, que han pertenecido a tu abuela y que conservan la solidez de su material, el paso del tiempo, y el brillo gastado que dejaron las manos de quien en ella se posaron. Una mesa así puede ser suficiente en un salón para crear un todo. Una mesa así hace de un espacio vacío un rincón de silencio. También construirá un espacio de bullicio; donde se permanece el ruido de todas las personas que un día se sentaron a su alrededor, y el ruido de los que hoy se sientan. Qué importantes son las cosas que tienen vida propia. Sencillas y solitarias, llenan el espacio. Son capaces de hacer un todo, llenan el espacio. Hay personas que son así, como esas mesas.
La casa más maravillosa que yo he visto hasta hoy está en un pueblo de Navarra. La casa de Marga. Es una casa centenaria. Nunca he vuelto a salir de una casa con aquella sensación de plenitud, emoción y serenidad como cuando salí de la casa de Marga. Allí permanecía la esencia de algo que no te sabías contar, era imposible limitarlo a un sentimiento, a una sensación o simplemente con un nombre. Algo se instalaba en tu mirada, en tu pensamiento, y te podías ausentar. En silencio. Al lado de un libro. Sin pensar. El color de sus tapices, la ausencia de muros, la amplitud de las estancias y aquella mesa de principios del siglo pasado sugerçian algo certero. Profundo. La mesa más impresionante que he visto estaba allí. Sencillez y trascendencia habitaban en aquel espacio; en ese lugar amplio, sin apenas tabiques; en ese taller lleno de telas de colores, de lienzos por ser descubiertos; en el espacio amplio de colores, telas, pinturas, lapiceros, libros y luz. Había mucha claridad. Y te hubieras querido quedar para siempre en aquella austeridad de silencio y luz.
Nunca he olvidado la casa de Marga, y ahora que lo pienso, creo que ella no lo sabe. No sabe que su casa para mí fue un rincón de silencio; un recuerdo que si lo pienso un poco, ha querido plasmarse en mi casa, en mi pequeño espacio de tabiques, aunque yo no tenga una mesa centenaria, ni sus tapices de colores. En nada se parece mi espacio al suyo, pero cuando lo miro, sé que algo de aquella casa permanece en este lugar. El espacio, la luz y el color. Algo de lo de entonces ha sabido plasmarse aquí, de eso soy consciente. Permanece en cada uno de los rincones de silencio que hoy, disfruto especialmente. Me siento profundamente arraigada a este espacio que es mi casa; el espacio al que, ocurra lo que ocurra, viva donde viva, y pase lo que pase, siempre querré regresar. A este rincón de silencio que es capaz de ordenar cada uno de los instantes de mi tiempo desordenado. Mi rincón de silencio. El espacio donde el orden de ese mi desorden siempre tiene sentido.
Yo puedo sentarme con los ojos cerrados en cada uno de los rincones de tu casa y encontrarte en esos silencios. Como si los hubiera visto ya.
ResponderEliminarY puedo ver la casa de Marga, en la que no he estado.
Y si cierro los ojos veo la casa en la que los silencios estaban adornados por el tic tac de los relojes a los que mi abuelo daba cuerda con paciencia.
Y también puedo ver mi casa bajo tus ojos, y encontrar muchos lugares como los que describes. Incluso en el jardín, plagado de familias de ruidosos gorriones hay lugares de silencio.
Gracias por pintar un cuadro tan bonito.
Besos
A mí tampoco me gustan las casas demasiado historiadas; me agobian. Tengo mis gustos,mis preferencias, pero al final en las casas lo que se palpa es el alma de de sus moradores.
ResponderEliminarMe gusta el silencio; el ruido estridente me saca de quicio. Sin embargo, al vivir sola, adoro de vez en cuando el bullicio, el ir y venir de personas. Cuando estoy "depre", me paso por casa de mi prima; allí hay siempre mucha vida.
Ana, preciosa y curiosa entrada,
ResponderEliminar¡Mira que sois coquetas las mujeres!, después dicen que a ellas se les conquista por el oído y a ellos por la vista, tú ahora escribes sobre el silencio y al mismo tiempo cambias la imagen de tu blog y perfil...¡eres lista como el hambre! no sólo tiras del hilo a diestro y siniestro, sino que tiras del hilo del prójimo. Curiosa entrada, ana y bonito look!
Mi espacio de silencio en casa, es acurrucado en mi cama, con la palma de mi mano entre mi oreja y la almohada a oscuras si puede ser...pero prefiero el silencio del exterior, si puede ser en la montaña, en un prado de hierba, tumbado boca abajo, sinteindo la tierra;pienso que viajo montado en el planeta tierra y voy a mil por el universo, viajo y viajo y hago mis viajes...me encanta ese silencio.
Prefiero una mujer callada, a una mujer que no para de hablar, que llena su boca de palabras, buff!...sigo tirando...bueno no otro día..bonito look ana (¿solo ana?)
pssssssssstmuak!
Ana! has tocado un punto débil que llevo tiempo intentando ubicar: mi rincón de silencio, intimidad y guarida de tesoros. Por mis circunstancias tuve que ceder mi espacio y hay momentos que creo que me voy a volver loca. En todos los rincones hay gente y raras veces silencio. He recolocado mentalmente mi espacio en la habitación...no es idóneo, pero temporalmente servirá. Ummm, la casa de Marga, la veo...la quisiera. Tu entrada me reta a construir sin demora mi cobijo..gracias por el empujón.
ResponderEliminarBesos sonoros!!
Bueeeeeno, Anita. Ahí le diste con toda la artillería. En mi casa no hay un solo rincón "sensato". Los papeles proliferan como si criasen. Proliferan mesitas de trabajo con montoncitos de libros y estanterías con más libros... Y aún así, no consigo nunca que la hiper mesa del comedor esté despejada. Mi rincón es el rincón que pillo libre. Estoy negociando con mi ciudadana pequeña. Se escapa a la litera de su hermana. Le gusta estudiar en la hiper mesa. ¿Para qué quiere el dormitorio? Como es un encanto ... supongo que conseguiré convencerla de que ¿su rincón ? puede ser el mío. Sólo una pega. Lo pinté de color chicle... le dio por ahí... y no sé si es lo suficientemente sereno. Como a ti, me parece necesario un habitáculo silencioso para... todo lo que has dicho tan bien dicho que soy incapaz de repetir.
ResponderEliminarUn beso, Anita.
Se me olvidaba...Me encanta esta nueva cabecera. Unas manos arrugadas y unos dedos habituados a la pluma. Preciosa.
ResponderEliminarMi casa es un caos con toques de Ikea. Tengo una pared del salón –la que más habito- lleno de libros y películas hasta el techo, junto a la mesa en la que escribo y una ventana abierta al horizonte (algo que es un verdadero lujo en una ciudad como Madrid). A mí me gusta, soy feliz en esta esquina. Mi esquina en el mundo.
ResponderEliminarEs una canción muy poco conocida de Springsteen. Qué sorpresa ;)
Besos!
La mía te gustaría.
ResponderEliminarCon todo por medio se nota perfectamente cuales son "mis rincones".
Pero como tu bien dices...
Siempre hay uno especial.
Abrazos de cadente domingo
Pesolet, siempre recuerdo que a ti te encantaba el reloj de Blanca, tu siempre eras la que le daba cuerda... a mí, lo confieso, a veces me ponía nerviosa su tic-tac... pero sólo a ratillos. Un beso.
ResponderEliminarZambullida, yo también lo creo así... en la casa, lo que se palpa, es el alma de su moradores... sin querer, en ellas estamos. Un abrazo.
Tomae... el otro día mi supervisor trajo un artículo científico que explicaba que el sonido de la voz femenina irritaba las neuronas masculinas... jajajaja. A mí tampoco me gustan las personas excexivamente habladoras, aunque todo depende del momento... de las circunstancias... porque una persona que no habla nada me puede llegar a agobiar muchísimo. Todo, la verdad, depende de quién es el que habla. Yo hay personas a las que les estaría escuchando tooooda la vida. Respecto al blog... ha cambiado muchas veces ya... y lo que le rondaré... jajajaja. Un abrazo.
Marta... la vida sin uno mismo, nos vuelve así... medio locos. Físicamente se percibe como una ausencia de aire: ahogo literal. Creo que a todas las madres nos ha pasado... ¡¡¡¡cuántas veces me he preguntado a mí misma... ¿eeeeeooooo... dónde estás?... !!!!
Y sólo hay una diminuta... pero qué diminuta!!!! ay. ay. ay
Sunsi... un espacio propio es vital ¿verdad?... como la ventana propia... con vistas... En fin, poco a poco seremos de nuevo... íntegramente. De momento vamos a cachos... ajajajaja. ahhh... esas manos son las de Marguerite Yourcenar. A mí también me encantan. Un beso pensadora.
ResponderEliminarLagarto... libros, pelis, una mesa para tí solito que no invade nadie y una ventana con horizonte... ¿se puede pedir más? ¡¡Qué hermosa esquina del mundo la tuya...!!
:)))
BE... HAPPY!!!!!
(sí, es una canción muy bonita)
Montse, en mi casa también se nota cuáles son mis rincones, sólo que tienen siempre algún intruso... un libro de las Witch, unos recortables despistados en los pliegues del sillón, un lapicero de Hanna Montana, un cuaderno de Hello Kitty... siempre hay un pequeño rastro que indica que mi rincón... ha sido invadido!!!!
Un abrazo enorme...
Rincones de silencio. Es una de las palabras que más siento. Yo tuve una época en la que para encontrar ese rincón, o mejor dicho para encontrarte a ti misma, porque eso es lo que buscas en ese rincón, tenia que cerrar los ojos, sin importarme lo que hubiese a mi alrededor. Hoy tengo un rincón en mi casa,lo he creado yo, pero si desapareciera, seguiría teniendo ese "rincon" en cualquier parte, en el campo, en un monasterio, en un templo budista... sólo tengo que cerrar los ojos, porque está dentro de mi.
ResponderEliminarEs lo que siento, con tu escrito. Gracias.
Es hermoso lo que has dicho, el rincón lo llevamos en nuestro interior. Intentaré recordar que siempre lo llevo conmigo.
ResponderEliminarCada vez que dejas algo aquí, se abre una ventana más, Noemí. Gracias.
A mí me cuesta mucho encontrarme entre mucho ruido, sin espacio, sin algo físico que pueda llamarse rincón, escenario, sea de silencio o no. Empiezo a estar intranquila y necesito regresar al espacio en el que yo no siento ese ruido interior, nervioso y desencontrado. No sé por qué siento esa necesisad de enraizar mi alma en cualquier escenario en el que me encuentre; encontrar mi sitio. Si no es como si me anestesiaran, como si no pudiera sentir, y mi estado es de agitación interior. Necesito entonces huir...
Un abrazo Noemí.
Ana, si te sirve, yo llevo una temporada que no me encuentro a mí misma, no encuentro mi paz, por diversos motivos que no vienen al caso. Donde antes podia cerrar los ojoa ahora no es así, pero eso es otro tema. Haces muy bien en crearte un espacio de serenidad, pero no te apegues a él, buscate a ti pero no huyas de ti. Yo me estoy buscando...
ResponderEliminarYo creo que siempre nos estamos buscando... al fin y al cabo somos una narración no concluída.
ResponderEliminar;))
Y buscando, todo es posible. Sigamos en ello. Nosotros además somos afortunados: estamos jugando con palabras. Y quedan muchas por descubrir...
Un abrazo.