LOS CONFINES





Acabo de leer la última novela de Andrés Trapiello, Los confines. Es una historia sorprendente; su lectura me ha regalado una sensación en la que se mezclan el desencuentro, el escepticismo y la irrealidad. La historia trabaja con personajes aparentemente bien encadenados a la realidad que viven, en armonía con ella. Pero la realidad no es siempre como se prevee. Y ahí está el giro, la certeza de la historia. La realidad a veces nos regala dentelladas, instantes certeros, confusos también, a pesar de su evidencia. Sucesos, miradas, gestos que harán que lo que hoy es comience a ser ya para el olvido. Nada volverá a ser lo que ha sido. La historia dibuja la vida, sus certezas, ese tipo de certezas ante las que no cabe pararse a pensar pues ya están ocurriendo. No puedes creerte muy bien lo que lees, necesitas ya desde el inicio un desenlace, ese que le dé a tu mirada escéptica la certeza que la historia quiere contar, una auténtica certeza, esa que la haga narrativamente posible.


Me ha sorprendido el desencuentro que para mí es la historia; en ella la desilusión, pero también la magia. Esa historia imprevisible y escéptica que con su mirada encontrada, nos regala una evidencia; la infinita vibración que el encuentro con la verdad y la belleza siempre nos provoca.


No sé si es posible un hecho así. No sé si una historia así es posible. Su realidad era lo que a mi me mantenía perpleja. Lo que sí sé es que los sentimientos que modelaron la vida de esos personajes eran certezas punzantes. ¿Qué hacer cuando algo te supera, cuando algo no imaginado es una certeza en tu tiempo? ¿Qué ahcer cuando algo así te ocurre a tí?

Hay vidas que para ser realmente vividas, sentidas, han de ser sostenidas conscientemente por un cambio de guión, superadas por una nueva estrucutración. Surge la inevitable necesidad de un nuevo ensamblaje, atravesar primero la incertidumbre, ese desencuentro vital que conlleva saberse un yo tan complejo, tan diferente, tan lejano de lo pensado. Es el principio, y también es un final. El final del yo que se creía ser. Y ahí comienza el dolor, la andadura de ese dolor, y la culpa. La culpa por el dolor de los otros, el dolor que tu nueva estructura supone en la vida de los otros, de esos otros a quienes quieres tanto. Se necesita ser valiente para asumir una nueva vida colocando cada cosa, cada persona, en su nuevo lugar sin culpas... sin abismos... sin temblar.

Y a mis ojos ha venido el personaje de Cathy, esa ardilla pelirroja de ojos vivarachos. Su dolor, su generosidad. Un personaje tan silencioso como perfecto. Ella posee las coordenadas de la libertad, esa libertad que me salía al hilo de mis idas y venidas en otro post. Cathy es ese ser capaz de llegar a entender el vuelo libre de las personas que más queremos, ese desencuentro vital que es a veces mi libertad al lado de la libertad del otro. Un desencuentro que por doloroso, infinito e insondable, nos obliga a nacer de nuevo. Porque al igual que Max y Clau, Cathy también tendrá que volver a nacer de nuevo, desde su dolor de inocente. El dolor de los terceros. Ella, sin culpa. Ella, inocente. Ella... la mirada infinita en la que al final se sostiene la historia.

Ha sido una historia inimaginada. En ella la libertad, la belleza y la verdad. Escepticismo y silencio. Mirada hacia el interior del silencio, mi silencio que se sabe perdido, ese que nos provoca el rechazo de lo desconocido, de lo no aprendido. Y por encima de esa realidad, la sonoridad de ese silencio, una sonoridad hecha de belleza y verdad. Y te quedas callado, y ya no, ya no podrías juzgar.


6 comentarios:

  1. Bien socia.
    Por tus lecturas veo que estás donde estás.
    Justo donde me gustan que estén mis amig@s.
    Delante de un folio en blanco, calentando motores,recreando conceptos, jugando con la plastilina de la curiosidad, moldeando preguntas sin respuesta y respuestas sin preguntas.
    Allá donde se cruzan los caminos.
    ...
    Y me da, que en cualquier momento vas a coger la plastilina y modelar una historia.

    Y yo estaré ahí para escucharla.
    Donde se cruzan los caminos.

    Entre sal, azul y tinta.

    Palpitando letras.

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  2. Si no leo, si no me dejo atrapar por otras historias, creo que no sería capaz de escribir.

    Calentando motores, folios preparados... y pienso en ella. En cómo realmente es. Pues Ara ya existe. Yo sólo seré la intermediaria entre su realidad y el folio blanco que la espera.

    Un beso, Driver.

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  3. Ara.
    Me gusta el nombre.
    Es como Ana, se escribe igual del derecho que del revés.
    Como ala.
    Como ama.
    Como acá.
    Hada?
    Como asa.
    Como ata.

    Si Ara se ata a su asa, al final ama el ala de acá.

    O acá tenemos el ala de Ara, que nunca ama lo que ata a su asa.

    O Ara ata a su ala lo que ama.
    No la oprimas acá por el asa.

    Puede ser una frase suelta.
    O un hilo volandero.
    Tuyo son, socia.

    Hilos sueltos para tejer.

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  4. Carmen Martín Gaite decía que escribir era como coser, ir enlazando hilos, unos con otros... ir tejiendo el hilo de las palabras.

    Palabras e hilos.
    Hilos y palabras.

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  5. "..le ardía el alma. Tanto, que si la mirabas de frente, las brasas de su dolor atraían las luciérnagas de la noche.
    Y bailaban.
    La danza de los vientos nocturnos.
    ...
    Ara tenía que hacer algo al respecto.
    Urgentemente.
    Pero no sabía qué.
    ...
    Su total desconocimiento sobre el siguiente paso a seguir, era absoluto.
    Su mente una página en blanco.
    ...
    Así que ni tuvo más remedio que reconstruir desde el principio.

    Desde la más absoluta ignorancia.
    ...
    En ese momento no era consciente; pero a la larga, aquella montaña de dificultades gigantes, aquel ardor en el pecho, la losa de granito sobre su cabeza...

    Fueron lo que la salvaron.
    No sin antes luchar.
    Luchar como una condenada.

    Tenía su sentencia sobre la mesa de pino.

    Cincuenta años y un día, de vida."

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  6. Todo empieza en ese momento, en el momento en que es posible llorar...

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