Acercarnos al otro es siempre un misterio. Vivimos con esa necesidad, la de estar al lado de otro. El otro delimita nuestro ser. Al lado del otro reconocemos nuestra referencia como persona, aquello que nos mueve hondamente. Hablar del otro es saber de familia y amigos. Aprendemos de los otros el ritmo que nuestro movimiento tendrá en este espacio, el nuestro. Sin un otro, la vida, la nuestra, carecería de límites. El otro es el eje fundamental de ese tiempo que es sólo mío: mi tiempo creador. En él siempre, la estela de los que nos acompañaron, de los que nos acompañan, y de los que estarán por venir.
Buscamos un otro. Pero siempre lo hacemos desde el desconocimiento, desde la incertidumbre que siempre es lo no sabido. Estar al lado de los otros es siempre un regalo, y también, una incógnita. A su lado reímos, lloramos, buscamos, encontramos, discutimos y amamos. Pero no siempre es así. A veces, y sólo a veces, afortunadamente, el otro es un simple espejismo. Algo que no acierta nunca a ser real. Llegas a estar a su lado, sí, pero te sientes muy solo. Es esa soledad que se te pega al lado de quienes sólo se ven a sí mismos. Entonces, tu mirada se entristece un poco. No hay posibilidad, tus palabras caen en un saco sin fondo. Tu verdad, no tiene respuesta. Tu persona, cae en el baúl de silencio, y se queda sin sonido. Y toda palabra que se dirige a ti, no lo hace directamente. Necesita otro coro, otros aplausos. Necesita la reinvención de su presencia. Tergiversa las cosas, así que no llegas a saber muy claramente si de lo que habla es de ti. Decepción. Detrás de ese espejismo, sólo hay un interés exacto. Un objetivo que una vez reconocido como imposible, te deja de lado, te vapulea, te aísla y te deja desconcertado. A todos nos ha ocurrido alguna vez la decepción del desencuentro.
Sucede a veces, es cierto. Pero aunque ocurra, nunca es capaz de borrar la experiencia que nos ha ido regalando la vida. Esa risa que presiento cuando te oigo por teléfono, o tu llanto, la alegría que recuerda mi casa cada vez que vienes a quedarte, el dolor que compartimos detrás de una discusión insulsa, el cansancio que tu mirada viene a liquidar cuando me observa, y la perpetua resonancia en las pequeñas cosas, de ese otro que hace de mí, una presencia sonora, alegre y sentida.
Los otros son nuestro límite; son la exacta medida de nuestro ser en el tiempo. Y son también, la presencia que hace de nuestra vida una vida con sentido. Estar solo es siempre, cuanto menos, un infierno.
Los otros son nuestro límite; son la exacta medida de nuestro ser en el tiempo. Y son también, la presencia que hace de nuestra vida una vida con sentido. Estar solo es siempre, cuanto menos, un infierno.
P.D.: Me gustan vuestros mails, vuestros toques, las conversaciones por teléfono, los guiños, las miradas, las risas, las canciones que me regalais, vuestra confianza en mi criterio, los millones de besos que caben en un sms, los tirones de orejas, la carcajada, mi pequeñez a vuestro lado, vuestra presencia desinteresada en la mano de mi libertad; que va, viene y siempre os encuentra.