EL NIÑO PERDIDO Y HALLADO EN LA CASA DE JUEGOS.




Quisiera saber cuál es el camino certero. Aquel que le de alas a nuestros hijos. Las alas que ellos necesitan. La vida nos marca un camino. En cierto sentido nos dicen quçe es lo que tienen que asumir, aprehender, memorizar. Y nosotros lo juzgamos necesario para qu epuedan alcanzar su manera propia de mirar el mundo. Lo intuimos bueno y lo aceptamos. Además pensamos que tiene que ser así. Pero a veces ocurre, a veces, nuestros hijos se pierden, parecen no estar en lo que han de estar, en ese proyecto que es bueno, y permanecen metidos en su propio laberinto. Parecieran no caminar. Y creemos que están perdidos, incluso llegamos a pensar que de seguir así, se perderán del todo.

Y sin embargo, ocurre, lo sabemos, sabemos que hay algo que nos dice que no, que da igual eso de ahí afuera, eso en que los demás sacan sobresaliente. Que nuestro hijo es diferente. Lo sabemos. Y lo queremos tal cual es. Y nos encontramos ante una disyuntiva; o forzar las expectativas rutinarias, o dejar que éstas se diluyan detrás de esa otra mirada que parece querer salir al mundo. Y no sabes muy bien, aunque en el fondo sí, sí lo sabes.

Cuando nos encontramos ante tal afrenta, las dudas son enormes. Por un lado la intuición, ese saber que él solito sabrá salir de lo enrevesado de su tiempo, del laberinto de sus emociones. Que necesita de ese tiempo. El de su juego ilimitado, creador, de colores y canciones. Que ellos al final, a nada que les empujemos, saldrán a flote. Que cumplirán las expectativas. Esas que nosotros, adultos responsables les hemos establecido. Son muchas las veces en que me pierdo entre cuestiones no sé si enfrentadas, probablemente sólo sean paralelas, pero el timepo es escaso.

¿Qué le quiero yo exigir a mi hijo? ¿Para qué le estoy educando?

(…)

Es entonces cuando doy paso a la certidumbre. A esa consciencia que me dice que he de vivir con esperanza ese miedo a no saber de los instantes de su vida. Que he de confiar en la mirada de mi hija, esa que me puede parecer a veces perdida, como en desencuentro ante un laberinto, pero que asimila cada una de las emociones a las que mira cada día. A cada una de las emociones que son desconocidas por mí, porque es su laberinto, su tiempo creador, de soledad y silencio, y es sólo de ella, que en él que no puedo entrar. Que he de dejarla a su manera. A veces olvidamos ese lado. Y es tan importante como ese otro lado de expectativas curriculares que hemos establecido. Y que a veces, éstas han de quedar en segundo plano, porque cobra mayor vitalidad esa mirada emocional que está madurando para poder sostener el mundo. Y cuesta parar, ralentizar todos esos objetivos de sobresalientes y notables.

Y es que ella necesita estar perdida, aparentemente perdida, mientras permanece en la casa de juegos. Esa casa que le brindará perspectiva y altura a su mirada. No lo perdamos de vista. Intuyo que pueden ser años irrecuperables para esa, su madurez emocional.


** para mi loca no tan bajita. Ella, que parece despistada, perdida, con toda una luna en sus ojos. Y que esa es su manera. Te quiero, diminuta.

4 comentarios:

  1. Sólo hay una cosa más rápida que la luz.
    La mente de un niño.
    ...
    Mientras que nosotros, adultos, quisiéramos que volaran por la bahía..., ellos están atravesando los anillos de Saturno.

    Fiuuuuuuuuu.

    Adelantando a la luz.

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  2. Adelantando la luz...
    ... sí.

    Siempre van por delante, siempre.

    Un beso, Driver.

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  3. Ay... a mi se me antoja complicadísimo eso de educar a un niño... Estar ahí, siempre. A veces simplemente observando, esperando....

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  4. ... y complicadísimo es, uff... sobretodo porque no siempre puedes estar y a lo mejor se te escapa algo... o porque observas y pasa encima sin que te enteres... o... yo qué sé... jajajajaja. Ya no digo nada de la conciliación familiar y laboral, que me suena como a chiste mal contado...

    Mejor tomárselo con paciencia y sentido del humor. Si no... duraríamos tres días en el intento.

    Un beso Rocío.

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