Un día me preguntaban por esta voz: Carmen Martín Gaite. La obra de Carmiña. Y yo no sabría muy bien expresar cómo es el eco de esta voz en el sonido de mi vida. Oír esta voz a mí me deja sin ella. Si intento hablar de Carmiña, no encuentro nunca la palabra exacta. No encuentraría jamás el párrafo necesario para describir con exactitud lo que su palabra le dio de refugio a mi mirada.
Y ahora, en este momento en que oigo su voz, en que intento descifrar la mirada de su rostro, mientras pienso en ese tren que descarrila... sólo oigo el silencio profundo de lo que ella dejó en mi alma. En mis ojos. Y retorno a cada momento de mi vida que fue atravesado por la esencia de sus historias, que fue salvado por ese mirar la vida como medio dormido, entre despistado y ausente. Y recuerdo la mirada valiente que a mi tiempo le dejó la voz de Carmen Martín Gaite.
Y ahora, en este momento en que oigo su voz, en que intento descifrar la mirada de su rostro, mientras pienso en ese tren que descarrila... sólo oigo el silencio profundo de lo que ella dejó en mi alma. En mis ojos. Y retorno a cada momento de mi vida que fue atravesado por la esencia de sus historias, que fue salvado por ese mirar la vida como medio dormido, entre despistado y ausente. Y recuerdo la mirada valiente que a mi tiempo le dejó la voz de Carmen Martín Gaite.
Su palabra es un estado de ánimo, una ensoñación, es ese quedarse en el reverso de las cosas. Para mí sus historias eran la verdad. Ir cosiendo poco a poco las palabras. Ir siendo. Vivir. Como si se tratase de un tiempo de costura, ese, en el que puntada a puntada, se va construyendo la vida. Tiempo de ensamblaje. Tiempo de superación ante las ruinas de lo vivido. Ella con sus palabras conseguía que yo fuera elevándome por encima de la realidad. Ella y su sonido. Su voz. Su dolor siempre ausente, y siempre presentido. Su mirada doliente, reconocida en el eco de cada uno de sus silencios, en cada uno de los sonidos que sus palabras no dicen.
A su lado, el estancamiento de lo cotidiano dejaba de existir. Sus palabras eran el hilo de la cometa que yo quería hacer bailar. Y ya lo creo que volaba. Libre. Absolutamente libre. Allí, desde mi ventana, desde ese mundo interior que a veces nos amordaza, yo era libre. Libre a través de sus palabras. Libre porque detrás de su eco yo era capaz de enmendar la vela de mi barco. Entonces el tiempo era mío. Mi tiempo. Mi silencio creador. Existía mi mirada, mi respiración. Ella supo darle alas a mi soledad. Ella me enseñó a ser dueña de mi tiempo; a ser consciente del tejido que se iba creando con cada trocito de tela, con cada puntada, con cada paso, con cada una de las miradas que dejamos descansar en las cosas, en cada una de las cosas que te encuentras, las grandes, las pequeñas.
Ella es la visión, el escenario interior, la mirada distanciada, la memoria, cada uno de esos objetos de la memoria, lo evocado por el sueño, la realidad punzante, la certidumbre de un paso vacilante. Ese es su legado. Y cuando me acerco a su biografía, es la valentía. Y yo... yo estuve a un paso de conocerla... pero me lo impidió la duda. La traición de la duda. Fue entonces cuando aprendí a no dudar. No volví a dudar. Deseché la duda para siempre, ya no habitó jamás a mi lado. Tantas cosas hay en mí que son de ella. Y miro sus ojos, e intuyo los míos. Siempre.
Un día, un día supe de su silencio. Fui aún más consciente de mi realidad, de todo lo que en mi realidad había de ella. Releo muchas veces sus historias, y es imposible su olvido. Y también sé que me resulta muy difícil, recogerla en un párrafo, ni en dos. Ni siquiera en infinitos párrafos. Lo infinito nunca es delimitado. Y ella era así. Más allá incluso.
CERTEZA
Habéis empujado hacia mí esas piedras.
Me habéis amurallado
para que me acostumbre.
Pero aunque ahora no pueda
ni intente dar un paso,
ni siquiera proyecte fuga alguna,
ya sé que es por allí
por donde quiero ir,
sé por dónde se va.
Mirad, os lo señalo:
por aquella ranura de poniente.
Carmen Martín Gaite
* gracias, Rocío, por el impulso.
Interesante no la conocía.. gracias por compartirla..
ResponderEliminarUn abrazo
Saludos fraternos
Que tengas un buen fin de semana..
Saludos, Adolfo. Que sea también para tí un estupendo fin de semana.
ResponderEliminarBuenas noches, me voy a dormir..., descansa.
ResponderEliminarGinesillo, espero que hayas descansado, y que sea un buen sábado. Aquí hace un sol estupendo.
ResponderEliminarQuerida Ana. Cómo se nota que Carmen Martín Gaite ha sido para ti un referente. Los referentes... Dichosa tú. Hay gente que no los tiene.
ResponderEliminarPrecioso el vídeo. Precioso todo.
Gracias por compartirlo, Anita.
Bsss
Gracias a tí, Ana, por traer a Carmen a tu blog.
ResponderEliminarMe encanta la obra de esta mujer, mi paisana. Ese modo de describir lo cotidiano, avivándolo. Lo primero que leí fue "Entre visillos" y me encantó. Lo he releido varias veces. Cómo describía la vida de la ciudad de provincias, de mi (su) Salamanca...
Era increíble. Cuadernos de todo. Retahílas. Cuentos, poesía... En fin, que me encantaba cómo escribía esta mujer.
Y su vida, tan apasionante, tan triste. Casada con un escritor, premiada con los mejores premios, pierde a sus hijos jóvenes...
En fin... que me gustaba, me gusta releerla y me gusta ver su estatua en la Plaza de los Bandos, recordándola siempre.
Besos, Ana
Sunsi... es un referente. Sí. Y me gustará siempre releerla.
ResponderEliminarRocío... sí, su vida fue demasiado dura, y especial... por eso al leerla, es como si permaneciera su mirada, su capacidad de volar alto...