DESPACIO


Hoy domingo, la tranquilidad del día me regala el regreso a mi infancia. Vuelvo a aquellas mañanas tranquilas en las que te despertabas suavemente por los ruidos de la cocina. Mi madre preparaba el desayuno y mi padre solía sentarse a leer en la cocina el periódico. Se podía oír el sonido a huevo frito; ese es el desayuno predilecto de mi padre. Y yo me recuerdo sobre sus rodillas mientras el comía su huevo y lo compartía con nosotras. Es muy claro ese recuerdo del sonido de aquellas mañanas. Después mi madre iba recogiendo la casa y se quedaba la cocina tranquila, nos quedábamos leyendo. El periódico semanal traía algo así como un TBO, no lo recuerdo bien. A mí me gustaba más ojear el periódico sobre las rodillas de mi padre. O coger un libro de esos gordos de la enciclopedia e ir mirando las fotos, sólo leía el pie de foto, y si lo encontraba bonito, leía algo más en la palabra que me atraía. Me resulta curioso; me gustaba leer palabras. No leía cuentos, leía las palabras de la enciclopedia.

La tranquilidad de la mañana en los domingos se ha quedado siempre conmingo, siempre son especiales. Incluso suelo cambiar los turnos si puedo para poder despertar tranquilamente, en casa, sin necesidad de las prisas por llegar a ningún sitio. Si no puede ser, traslado esta mañana tranquila al sábado. Y si tampoco pudiera ser, me consuela enormemente dejar las cosas preparadas para que los que quedan en casa, sí tengan esa pausa mañanera. Esa no prisa que siempre nos ofrece el domingo en su mañana.

Preparo el desayuno como mi madre, y dejo que pase el tiempo suavemente. Sin tareas acuciantes. No importa que el periódico que me toque leer sea el de ayer, pero el desayuno siempre es igual; tranquilo. La radio suena de fondo. Suelen ser mañanas de lectura. Nunca, nunca, la mañana del domingo sirve para hacer la labor, nunca para las carreras que aún quedan pendientes, nunca para ver la tele… esta mañana merece su tiempo. Lo necesita. Así que todo lo demás queda en un segundo, tercer o incluso cuarto plano. Procuro que lo acuciante quede hecho ya, y si no es así, ya se hará por la tarde. La mañana está dedicada siempre a la pausa; a ese paso del tiempo sin sonido, sin carreras, en el aparente no sentido. Casi siempre se convierte en una mañana de lectura. Y siempre termina en al Misa del domingo.

Así era la infancia; llena de aquel aire que una vez respirado, ya no sabe de olvido. Y en cada mañana de domingo, vuelve a notarse aquel recuerdo. Tanto, que casi se respira. Casi se diría, que incluso lo puedes tocar. La infancia en esta lectura de hoy, y en la Misa de cada domingo.

17 comentarios:

  1. Cuantos retazos de mi vida has hecho revivir en mi mente a través de tus palabras...
    Un gustazo ser partícipe de tantas de tus experiencias que también fueron mías "ayer"
    Un abrazo

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  2. Y el ayer está ahí... justo al lado. Un abrazo.

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  3. Me gusta tu cocina de la infancia, la he vivido. Muchísimas gracias.

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  4. A veces las cocinas son muy parecidas... ocurre a veces.
    Feliz domingo Marta.

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  5. Parece que me hayas escuchándome lamentándome por mis rincones, porque he pasado TODA la mañana corriendo (mi corre, corre, ¿recuerdas?). He planchado dos hectáreas y media de ropa, he cocinado para un regimiento y sus caballos, y he enseñado a devolver cambios de 5 euros. Y he cosido medio vestido. Mi tiempo así se vive el domingo por la tarde. Pero es obvio que no suena igual. Gracias por enseñarme a escuchar sus sonidos.

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  6. Me has trasladado con tus palabras a mi infancia, a mis lecturas entre las sábanas tras el desayuno. Todavía lo hago, ahora, frente a un libro, y a veces mis desayunos duran horas. La pena es haberme perdido la misa dominical. Voy la víspera o el domingo por la tarde, pero no es lo mismo. Me gustaría algún día volver a saborearlos como antes. Si sóló pudiera dormir, todo cambiaría y podría volver a disfrutar de los pequeños placeres de la vida ¿Qué más se puede pedir?

    Me ha ayudado leer tu entrada, ana; me he emocionado. GRACIAS.

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  7. Pues a mí me has dado mucha envidia porque mis mañanas no eran así.
    Me despertaba temprano y, a escondidas, me ponía a leer en la cama. Era uno de mis mayores placeres, pero en cuanto mi madre se enteraba de que estaba despierta me hacía levantar (era bastante sargento). Mi padre trabajaba siempre los domingos y el desayuno lo solíamos hacer nosotros tres desde bien pequeños.
    ¿Será por eso que a mí los domingos me resultan tan tristes?
    Un abrazo

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  8. Bonitos recuerdos que nos traen a la cabeza a muchos otros similares, con sus matices y sus peculiariedades, pero con el mismo carácter entrañable.

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  9. Ana del guisante... pues fíjate tú en que siendo tan diferente, parece que sonase a lo mismo... ;) Feliz tarde de domingo.

    Un abrazo Zambullida... ojalá regrese el sueño. Yo también lo he tenido totalmente trastornado... y es duro, muy duro... pero tengo como recuerdo el sonido mudo de la noche; a esas horas en que todo el mundo duerme y tú te quedas en vela el sonido es inmenso. Diríase que la Eternidad está sólo para nuestra mirada. Tienen algo como de regalo de Dios... no sé... ;))

    Freia... un abrazo. No sé si por eso son tristes los domingos... a mi por ejemplo la tarde del domingo me parece que tiene un no se qué... de agobio. Por eso procuro pasarla haciendo tareas cálidas... hoy por ejemplo, una tortilla, escucho música, hago punto, veo una peli, doy un paseo hoy no, llueve y no apetece)... Y supongo que todos tenemos el hoy para reconstruirnos, para ser con nuestra infancia y a pesar de ella. Me gusta que estés aquí, y quisiera que no envidiaras nada ni a nadie. Esto es y no es. Todo el mundo tenemos algo de todo. Te quiero enviar otro abrazo, aún más fuerte.

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  10. La misma música de fondo para tan diferentes matices y peculiaridades... así es la infancia; punto de encuentro incluso en los desencuentros. Sólo hay que bucear un poco.

    Un abrazo Modestino.

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  11. A mí me toca ahora poner orden con dos piratas insaciables. No de comida, por desgracia, sino de abordajes y desmanes.
    Añoro, sin pena, aquellos domingos de tranquila lectura, de pereza injustificable, compartidos sin prisa ni cuidado; pero sé que algún día añoraré, con pena y mayor intensidad, esta agitación.
    Qué paz, qué dulzura. Precioso.
    Un saludo.

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  12. No lo dudes Fernando, mil veces mejor el desorden de su nombre, cada uno de sus desmanes, todos sus abordajes... toda su presencia ruidosa mil veces antes que la paz y el silencio ensimismado de nuestro yo en lectura...

    ... aquí hay una princesa que ya no es diminuta del todo, cuyo desorden habita los recodos más escondidos de la casa. Nada pasa para ella desapercibido, y mi impaciencia siempre sonríe entre sorprendida, maravillada y algo cascarrabias.

    ¡¡¡¡ Cuánta esencia puede habitar el desorden de su presencia, la infinitud de su nombre!!!!

    Enhorabuena por ese par de piratas!!! Y encantada de saludarte Fernando.

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  13. EL CAPITAN

    Había navegado por los mares del sur y entre las grandes olas del norte.
    Atravesar el ecuador, simple rutina.
    El Trópico de Cáncer, cuatro veces por año.
    El Océano Glaciar Ártico, un paseo dominical.

    La quilla de su velero cortaba el mar de Alborán.

    Madagascar, una mancha verde a sotavento.
    Cabo de Hornos, un día de lluvia.
    El Bósforo, una cerilla encendida en la noche.

    Para orientarse, con las estrellas basta y sobra.

    El anemómetro, el batir de sus cabellos al viento.

    La latitud, una sombra sexagesimal.
    La longitud, una triangulación con un reloj en la mano.

    Había dado varias veces la vuelta al Mundo.

    Una veces embarcado y otras en tierra virgen.
    ...
    Era un Capitán de la Marina.
    Por eso sus pies se mantenían firmes en la cubierta.
    Agarrados como lapas.

    Su mirada escrutaba el viento y las olas.

    Sabía perfectamente, que en la mar el camino más corto a las estrellas, nunca es la línea recta.

    Que la línea del horizonte se curva.

    Que la luz se refracta.

    Y que aquel olor a salitre, respirado al aire libre, era el perfume de las sirenas.
    ...
    Por eso, cuando se tenía que despedir de algún miembro de la tripulación, no sentía dolor.

    Sabía que entre la mar y las estrellas, siempre queda una emoción.

    La de haber navegado junto a la gente querida.

    Y eso, al Capitán, no se lo podía quitar nadie.

    Porque su tripulación era parte de su propio rumbo.

    Navegando entre las olas y las estrellas.

    Hacia poniente.

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  14. ¡Oh Capitán mi Capitán!...

    ... Se llamaba Marino. Y se perdió un día, en una noche estrellada de Julio. Ella, su estrella, no supo seguir el rumbo de aquella libertad. Incapaz de seguir al viento, se quedó en el resguardo de su miada. Demasiado niña aún para entender que las estrellas no tienen rumbo, dejó que él desapareciera.

    Mil veces lo ha pensado en su tiempo de mirada adulta, mil veces habrá recordado el rastro de aquel capitán. Y recuerda ensimismada la estela que dejó aquella despedida de silencio.

    Oh Capitán, mi Capitán... ¿a dónde fuiste a esconderte?

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  15. Ana... Por todo eso que cuentas... por la paz y la tranquilidad de un domingo sin prisas...MADRUGO. Me gusta levantarme cuando todavía todo duerme... y todos. Hacer el café sin prisas y fumar el primer cigarrillo. Ventilar la casa. Todo en silencio... Lo primero, apañar la comida. Una cosa menos.. y la básica. Y me ncanta que el segundo en levantarse sea Jesús. Lo do en la cocina... su primer café y mi segundo...Y una charla reposada , sin interferencias.

    Gracias anita. Qué recuerdos de infancia... Tan peque y leyendo Enciclopedias. Ya apuntabas maneras :))

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  16. Me como la "s". No tengo tecla. Tampoco la de la "e".

    Perdona...

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