UNA TARDE DE MARZO


Regreso a casa cansada. Más bien totalmente agotada. Ha sido un día estupendo de aire y sol. La ciudad estaba perfecta; nos la hemos pateado las dos, mi hija y yo. De arriba abajo. Ella ahora duerme profundamente; cenó, se tumbó en la cama y cayó rendida. Yo he estado preparando algunas cosas y ahora me siento a escribir porque no quiero olvidar una estampa que me pareció entrañable.

Volvíamos del centro y en la Plaza de San Marcos, con todo el cansancio que llevábamos hasta en los bolsillos, decidimos sentarnos un rato en los peldaños del crucero, sentadas al lado del peregrino de bronce. La peque enseguida vio a unos niños, y decidió jugar con ellos y la pelota que tenían. Yo, sentada en el escalón y apoyada en el crucero, les miraba de reojillo, como sin mirar. Me daba el sol de soslayo y me quedé plácidamente deshilando ideas. Pensaba en el día tan estupendo que nos había regalado la vida, y en el fin de semana que nos habíamos pasado las dos de absoluto descanso y con total olvido de las preocupaciones semanales. Desconexión. Enviar lo importante de paseo por unos días. Y de repente aparecieron los dos ancianos. Toda una estampa que simbolizaba la amistad. Sonreí profundamente y me quedé observándoles hasta que se perdieron al doblar la esquina del fondo.

Eran dos ancianos, de unos ochenta años o quizá más. Uno de ellos llevaba a su vera una bicicleta BH granate, como la que tuve de niña. Llevaba puesto un abrigo de cuadros galeses y unos pantalones que sujetaba con unas pinzas verdes fosforito, unas pinzas de las de tender la ropa. Sonreí totalmente sorprendida por ese detalle espontáneo y poco habitual en una ciudad tan bien puestina como es León. El amigo le acompañaba con el mismo ritmo en el andar, y la bicicleta rodaba silenciosa en medio de esos dos personajes. Iban totalmente metidos en su conversación. Yo no hacía más que observar la bici y el atuendo de los ancianos. No eran de este tiempo, parecían totalmente inventados; la bici, el atuendo y los ancianos. Totalmente sorprendida me preguntaba que si de veras se subiría a la bici, o si sólo la llevaría a su lado como apoyo. Se le veía muy acompasado apoyado en la bici. Me quedé observándoles hasta que se perdieron. Y pensé en la amistad. En la verdadera. En ese inmenso placer que es pasar la tarde al lado de un amigo; charlar, hablar, caminar, departir la vida, toda la vida, y el mundo, así, tan pausadamente; a la luz y al aire de una tarde de marzo.


Sus ropas pertenecían a otro escenario, y probablemente ellos también, e incluso la bici. Ya no se ven bicis BH, ni abrigos con ese corte, ni de esa tela. Ya no se ven ancianos así. Y me quedó el regusto de su presencia, y todo lo que en ella yo sentía que estaba. Y recordé aquellas tardes de marzo al lado de mi amiga, tan habladas. Aquella vida que desmenuzábamos siempre tan debatida; los sueños, todo, absolutamente todo deshilachado, incluso aquello desconocido que estaba aún por ser vivido. Esto, tan sólo imaginado, lo desmenuzábamos aún más. Deshilábamos la vida en aquellas tardes de marzo en que charlando, salíamos a caminar campo a través. Y lo caminábamos absolutamente todo, igual que esos dos ancianos, embebidas en palabras y arropadas pos esas tardes que nos dejaban el cutis coloradillo y enrojecido por el sol ventolero que marzo siempre nos trae.

Regresé a la plaza, y al fondo divisé la figura de mi hija que aún tenía energías para ir detrás del balón. Y pensé en que ella también tendría sus tardes de viento y sol, al lado de la voz que le descubrirá el reconocimiento de ese otro que es siempre la amistad. Y pensé en su sonrisa. La llamé por su nombre de infinito y se despidió de los niños. Juntas entramos en la Iglesia de San Marcos. El silencio de la iglesia y sobretodo el cansancio recogieron nuestro pensamiento en un segundo. Quietud. Ella me dio la mano, y comenzamos a rezar cada una a su manera. Nos quedamos aparcadas en la oración que, la verdad, tenía mucho más de cansancio que de recogimiento interior. Al salir era ya la atardecida, y despacio, regresamos a casa.

Ha sido un día pausado. Muy especial. No sé de qué color habrá quedado en la retina de mi hija, ni si algún día lo recordará. La memoria suele ser muy juguetona, pero si sé, que esta tarde de aire y sol a mí sí se me ha quedado colgada. Presente y pasado. Mi hija y la amistad. Dos hombres y una bicicleta. No hay olvido. Las cosas buenas, aunque se queden en silencio, jamás tienen olvido. Nunca. Y es que todavía hoy, puedo sentirlo. Aún se puede oír su presencia en el sonido de las escaleras que todavía hoy subo y bajo, esas que yo entonces siempre bajaba de dos en dos cuando iba al encuentro de de mi amiga. Es un sonido especial. Y no se olvida. Nunca.

21 comentarios:

  1. Precioso dia que has compartido con tu hija.Estoy segura que en su retina quedarán grabados para siempre, esos momentos maravillosos que habeis disfrutado juntas.

    Con el paso del tiempo, tambien ella, saboreará tu amor, como los dos ancianos, su preciosa amistad.

    Un beso Ana, me gusta saber que te encuentras bien.

    ResponderEliminar
  2. Mmm me parece que puedo oír el ruido de las pisadas tranquilas de los transeuntes, oler el sol calentando las piedras centenarias todavía frías de invierno, y escuchar el griterío de los niños corriendo tras ese balón de fondo. Y el leve chirrido de la cadena de la BH granate (¿las había de otro color? :-)

    Besos grandes.

    ResponderEliminar
  3. ¡Que sigas siendo capaz de sacarle partido a cuestiones tan simples¡¡¡.

    Decía Chesterton que la mediocridad es convivir con la grandeza y no darse cuenta ... y no dudes que el paseo de esos ancianos tiene mucho de grandeza.

    ResponderEliminar
  4. A mí también me gusta saber que te encuentras bien. Y que un día, cercano ya, pasearás con nosotras. Un abrazo fuerte.

    Era una pareja de ancianos fantástica... y la bici. Yo exactamente tuve esa misma bici pero en verde... cambiaba el color. Eso sí, hacía muchísimo que no las veía por la calle... ;))

    Me encantaron Modestino, estoy segura de que para tí, tampoco hubieran sido invisibles.

    Feliz lunes!!!!!

    ResponderEliminar
  5. Ana:

    Tal vez tu hija no recuerde el mismo color que tu para esta tarde, pero si tendrá para siempre el cuadro completo, colores entremezclados, claroscuros, planos superpuestos.
    Los estais pintando con un arte único: cariño a borbotones.

    Me ha encantado, un abrazo.

    ResponderEliminar
  6. Si se le queda el cuadro completo... será un regalo para mí. Aunque me conformo con que se le quede un cachito: justamente ese color que pone mi mirada cuando la mira a reojillo, sin que ella sea consciente de ello. Espero que ese color se le quede totalmente pegado al recuerdo de quien es su madre.

    Y eso... cariño a borbotones... que mira que se va corriendo el tiempo... deprisa, deprisa, deprisa...

    Un abrazo Mariapi.

    ResponderEliminar
  7. los he visto, has conseguido que viera a los ancianos amigos y me ha gustado estar sentada en la plaza... mi bh también era granate. besos

    ResponderEliminar
  8. ... no, Marta, la mía era verde... pero exactita a esa. Aún recuerdo cuando fuimos a por ella con mi padre. Ufff... qué emoción! Supongo que los que nos encontramos por encima de los 40... tuvimos una BH... la que supera los baches... jajajaja.

    Un abrazo.

    ResponderEliminar
  9. Ay, querida ana, las buenas amistades, esas tan escasas, duran para siempre aún cuando el objeto de las mismas desaparezca por razones de la vida que en realidad no aceptamos. Sé a lo que te refieres cuando hablas de una tarde perfecta, ojalá y ella la recuerde así como tú, probablemente en su ingenuidad, para ella, casi todas las tardes son así :) Es lo bonito de la infancia. Un abrazo.

    ResponderEliminar
  10. Razones de la vida que no aceptamos... pero que se imponen. Cuánto tiempo ha pasado!!!

    Y sí, la infancia es así, tremendamente feliz. Es un privilegio que pueda latir de nuevo a nuestro lado ¿verdad?...

    Un abrazo.

    ResponderEliminar
  11. Yo creo que para los niños todas las tardes son así... será cuando se hagan mayores, cuando se den cuenta de que esas tardes son algo precioso y escaso, algo que deben guardar en su retina y saborearlo despacio para que dure hasta que llegue la siguiente. Es un don que no todos tienen: el saber disfrutar de cosas así, cosas que no se pagan con nada...
    ¡Qué bonito escribes, Ana!
    Besos miles

    ResponderEliminar
  12. ¡Qué ambale eres Lola! Gracias.
    ;))

    Es cierto... para ellos todas las tardes son así.

    ResponderEliminar
  13. Me ha conmovido la historia de los ancianos en bicicleta. Hermosa. Me he acordado de aquellas tardes en las que yo pensaba en lo que sería la vida.

    Aquí el sol no ha asomado; ha llovido sin parar. Esto está empezando a parecerse a Escocia.

    ResponderEliminar
  14. Eran toda una entrañable estampa, tan metidos estaban los dos ancianos en conversación. Y la bici en medio de ambos. La verdad es que no pude dejar de obaservarles...

    Aquí hoy comenzó a llover.

    Un abrazo Zambullida.

    ResponderEliminar
  15. Hedbana... Afortunada eres de recoger los hilos que te regala una tarde de marzo. El paseo, el juego de diminuta, los ancianos... la bicicleta que tira del hilo y te "devuelve" tu bicicleta BH y la la amistad juvenil... y el recogimiento Y el cansancio sano, ese que te deja "baldada" pero feliz.

    ¡Cómo he disfrutado con este post!
    Me voy a dormir con esta sensación fresca y tierna.

    Bona nit y gracias, leonesa

    ResponderEliminar
  16. A ti Sunsi, gracias a ti. Por ser y estar.

    ;))

    ResponderEliminar
  17. A veces pasa.
    Estás en la antesala del infierno.
    Ves como un amigo se consume tras un encontronazo con el mismísimo Satanás.
    Es la unidad de cuidados intensivos. UCI.
    ...
    Y no sabes cómo comunicarte, ni qué decir, ni qué sentir.
    Entonces te acuerdas de cuando ibas en bicicleta con él, atravesando un campo de cereales.
    Te aproximas a su cara, le haces sentir tu latido y le hablas muy despacio.
    Tan despacio, que las palabras no surgen, sino que se transmiten.
    Tan lento, que el mensaje no se forma, se desliza.
    Tan profundo que la presencia no se hace presente, porque siempre estuvo.
    ...
    Con un enorme esfuerzo, él levanta su mano.
    Tú se la coges y sabes que él sabe que tú sabes que él sabe.

    Y así pasas los sesenta minutos de la visita.

    Haciendo soñar a tu amigo moribundo con un paseo.

    En bicicleta, a través de un campo de cereales.
    ...
    A veces pasa.
    Estás en la antesala del infierno.
    Y a pesar de ello, los sueños funcionan.

    ResponderEliminar
  18. Un abrazo muy fuerte Driver, sin palabras pero emocionado.

    No es fácil estar en la antesala del infierno sin que el pulso se nos desajuste, pero se avanza... siempre. Es lo que tiene ser valiente. Y tú lo eres.

    ResponderEliminar
  19. Ana, curioso, yo también tuve esa bici y la mía sí era granate. Me la recordaste...
    Qué suerte disfrutar de un rato de hablar contigo misma, hacer elucubraciones sobre la vida ya pasada de los dos ancianos, la que empieza de los niños y la amistad...
    Me alegro
    Un abrazo y que se repita!!

    ResponderEliminar
  20. Pues sí... fue un ratillo de total tranquilidad... ganado nos lo teníamos las dos; la madre y la hija.

    Un abrazo amig@mí@.

    ResponderEliminar
  21. Así me imagino la vejez con mis amigos de los catorce años...

    Un saludo

    ResponderEliminar