LA RABIA, LA AMARGURA Y LA SOLEDAD DE LAS PALABRAS.


Quisiera saber por qué te ha salido toda esa rabia así; en tres palabras que nacen concisas, anónimas, y soberbias. Me pregunto qué es lo que realmente te empujó a querer pronunciarlas, a querer expresarlas así, tan rotundamente, tan delimitadas. Quisiera saber también por qué las crees tan certeras. Me llamó la atención tu necesidad de herir. Siempre me han llamado la atención las personas que son como tú; soberbias y con tendencia a juzgar. Es absurdo querer acotar al otro. Es absurdo, por imposible. Podemos ser muchas cosas a la vez, y al mismo tiempo, ser nada. Sólo Dios puede posarse certeramente en cada alma.

La profundidad de la persona no es siempre lo que vemos cuando miramos. Es muy difícil juzgar a quien no se conoce. Es muy difícil saber quién hay detrás de un relato, de las historias que se van inventando a rachas, de este jugar ilusorio que son las palabras de un blog. Las palabras pueden ser soberbias, pueden creer sujetar el todo, pero no. El todo es siempre un misterio. No sabemos nunca nada de lo que hay realmente en el otro lado de cada historia, de cada cuento, de cada blog. Diría más; ni siquiera podremos saber certeramente qué hay detrás de cada persona, sí, incluso de cada una de las personas que tocamos con nuestras manos, con las que hablamos diariamente, e incluso con las que convivimos. No podemos sostener jamás con nuestro pensamiento el misterio del otro, precisamente por eso; porque el otro siempre es misterio insondable.

Cómo hacerte entender que sólo has navegado sobre palabras, por ese mundo que ellas vanidosamente quieren sostener, que lo sujetan ilusoriamente, pues a menudo ni lo consiguen. Son ilusas las palabras. Nos hacen creer algo, pero sólo están jugando. Y a la vez son certeras, porque nos enseñan la esencia sobre nosotros mismos, sobre lo que somos. Aún así, el autor permanece siempre en silencio. Ante una historia, el autor no vale nada. Cuando leemos, interpretamos los espacios desdibujados que construyen las palabras, sus carencias, su ignorancia y su deficiencia, pero lo interpretamos desde el yo. Es el yo el que va saliendo, el yo del lector. El autor permanece invisible, ausente siempre.

Nadie es sus palabras. Ya quisieran nuestras palabras poder ser por sí solas lo que cada uno de nosotros somos. No te dejes engañar nunca. ¿Se podría decir certeramente que el personaje es la persona que lo crea? ¿Personaje y autor son siempre lo mismo? Yo creo que la mayoría de las veces no lo son. Y de serlo, sólo a cachitos… el autor es siempre mucho más que el mundo que sostienen sus palabras. Por eso las palabras son soberbias.

Los cuentos, las historias, incluso la vida, pueden ser de una soledad intensa, también de amargura, dolor y rabia. A los seres humanos, si es que realmente han vivido, no nos pasan desapercibidas ni la rabia, ni la amargura, ni la soledad. Son sentimientos que todos reconocemos… y si no, es que hemos vivido poco, o mal, muy mal. Me alegra infinito que hayas sabido reconocer el dolor en mis palabras. Se ve que tú también has vivido, que sabes reconocerlos. Yo a estas alturas los detecto con la mirada. Me pregunto cómo será tu mirada. Diríase que la caridad se te ha dormido un poco, y sin embargo eres tan desconocido, que a saber… no te podría juzgar. Pudiera ser que la caridad sea algo ejemplar en tu día a día. Quién sabe nada de nadie desde aquí.

La persona es un misterio; dolor, rabia y soledad a veces se unen. Pero también la esperanza, la valentía, la fuerza, el amor y el honor. Afortunadamente. Y así ha de ser. Toda una mezcla de encuentros y densencuentros. Y que sigan siendo. Que no nos falte la intensidad en vivencias en este nuestro tiempo creador. Que al final de nuestra vida podamos decir en alto: ¡vaya viaje!


10 comentarios:

  1. Muy profundo, Ana. Unas cuantas veces me he arrepentido de no haber callado, la última no hace mucho: y al no controlar la ira te sale esa mala leche, esa acentuación del afán de herir.

    Que nunca me olvide de saber pedir perdón.

    Un abrazo¡¡¡

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  2. Siempre tenemos en nuestras manos la capacidad de desdecirnos ante nuestros arrebatos... no sólo somos esa rabia que a veces nos sale, somos muchos sentimientos más. A veces sentimientos desencontrados. Pero ahí estamos.

    Nadie te podría juzgar por la ira Modestino, nadie nos puede juzgar. Eres un trocito de ira... pero además eres un trozo de generosidad, otro de humildad, también de alegría, inteligencia, optimismo uff... somos tantas cosas. Eso quería decir y me ha salido la entrada un poco larga. Imposible delimitarnos, a ninguno de nosotros que nos reunimos por aquí, tan fictíciamente, pero tampoco a ninguno de los que tenemos al ladito, así, cara a cara.

    Me ha salido una entrada liosa, pero tenía ganas de sacar el tema de la definición de las personas a través de lo que lees en su blog... es un imposible. ¡Somos tantas cosas y tanta nada a la vez!
    Un abrazo Modestino.

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  3. Jolines, Anita, me lo estoy leyendo por trozos, porque en cada parágrafo hay una tesis doctoral.
    Yo entiendo que si te hieren, es porque quien escupe esas palabras que duelen te importa, si no, no duele, o duele menos. Y yo tengo un gran defecto (o virtud), que tengo escasa o nula capacidad de rencor.
    Mañana me lo vuelvo a leer, algo más despejada, me ha gustado mucho, excepto por el dolor que se lee entre líneas.
    Besicos

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  4. Cierto Ana, no hiere quien quiere sino quien puede, y ese poder lo tienen muy pocas personas. Afortunadamente. Sólo quería expresar que somos ridículos cuando juzgamos... y absurdos. Pero me salió un poco largo el post... jajajajaja. Un consejo, no pierdas el tiempo volviéndolo a leer... jajajaja. Un beso, princesa del guisante.

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  5. Oye, que sí, que lo he releído, y creo que tienes mucha razón. Las palabras no son la persona que hay detrás. Yo, que juego a menudo con las palabras, me escondo tras ellas, y las utilizo a mi conveniencia. ¡Dios! ¡soy una farsante! jajaja

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  6. Una intensa reflexión la tuya, Ana. Gracias por sacarla a la luz.

    "Nadie es sus palabras"...y dices bien, porque el ejercicio de las palabras es tan libre -o más- que sus autores. Somos capaces de decir y desdecir, igual que lo somos (aunque menos) de hacer y deshacer.

    No hay que dar excesiva importancia a las palabras. Es peligroso sacralizarlas, hacerlas indiscutibles. Porque, en definitiva, a las palabras se las lleva el viento, y a nosotros...el tiempo.

    Saludos.

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  7. Hola Javier... sí, es así...
    ... todos esos momentos se perderán en el tiempo, como lágrimas en la lluvia... y sin embargo... somos eternos. Increíble paradoja.

    Un abrazo.

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  8. Anita... buenos días. Eso es, nos escondemos detrás de ellas, unas veces son y otras no lo son. Las palabras no nos pertenecen, pertenecen a la historia que se quiere contar, unas veces mejor contada que otras. Sólo es un juego...

    Buenos días por el día!!!!

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  9. Voy atrasada, ana. Me he leído el post despacio. Muchas ideas importantes que muchas veces no nos planteamos. No somos nuestras palabras... ni siquiera lo que ven cuando nos ven... ni siquiera cuando hablamos y nos explicamos. Qué cierto lo que has dicho. El hombre es un misterio. ¿Por qué, entonces, tanto juicio con todas las papeletas de que sea erróneo?

    Un beso, Ana de León.

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  10. Supongo que la necesidad de juicio no responde necesariamente a la maldad de las personas, sino que responde a la necesidad de etiquetar las cosas, de saber ante qué estamos... pero las personas no son cosas, y ese quién ante el que estamos, es siempre un misterio. Un abrazo Sunsi.

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