CERCANÍA


Entró en la habitación sonriendo. Dejó una pequeña bolsa encima de la cama. No estaba nerviosa, sus gestos eran calmados, pausados. Sabía que ingresaba para realizar un estudio, una serie de pruebas le pondrían nombre a una pequeña lesión que le habían detectado. Aún así, transmitía esa calma que es capaz de contagiarse, de colarse entre los poros de la piel de quienes están a su lado. Mientras me contestaba a algunas preguntas y le iba mostrando cómo era la habitación, ella iba sacando de su maletita las cosas; el neceser, una toalla, un camisón, una bata. Todos esos pequeños utensilios para el aseo diario, para estar como arreglada dentro del hospital. Tuve la percepción de que era coqueta, de que le gustaba verse guapa. Me encanta la gente así, que atusa y mima su presencia física. Yo pensaba en lo tranquila que estaba, en su ritmo lento, en su capacidad de sonreír. Quizá su calma fuera producto de una asimilación previa, de un miedo ya madurado desde ese primer instante del día anterior, en que le dijeron que tendría que ingresar. Ella no ingresó por urgencias; lo hacía con la rutina de los programados. Salió de su casa con las cosas necesarias, con la maleta hecha. Era sorprenderte verla así, y algo te decía que no era producto de la ignorancia. No. Ahí estaba, con toda su presencia, la calma de todo un mar azul, un mar que sabe de su propia profundidad.

_ Bueno, a ver si no se me hace muy largo este ingreso. No sé cómo se las van a arreglar los tres hombrecitos que dejo solos en casa durante estos días. No quiero ni pensarlo._ Se ríe como para adentro, su rostro no transmite el menor atisbo de angustia. _ El peque sólo tiene cuatro años, ya va al cole. Pero ahora lo tendrá que llevar el mayor de todos; mi padre, que con 84 años se verá un poco liado. Me da la risa sólo de imaginármelos, aunque también estoy un poco preocupada. Créeme si te digo que es lo único que me preocupa. Mi marido sale muy pronto para el trabajo, pero bueno, menos mal que lo podrá ir a buscar. Espero que esto no sea nada, tengo que cuidar de mi padre y de mi hijo… así que deseo que se me haga corto._ Con un gesto me enseña un libro. Me emociona ese gesto, esa seguridad que pone ante el libro, en esas palablras que irán salvando casi sin querer, su propia historia, el instante de este ingreso.

_ A ver, a ver si estos doctores no se demoran, y desde luego lo vas a hacer con una buena compañía._ Me quedo observando el título de su viejo libro y sonrío. _ De todos modos ya sabes que esto es como las cosas de palacio, pero sin mar. No hay vistas al mar en este hotel, siento decepcionarte..._ Le guiño un ojo. _ Pero mira, te ha tocado una habitación con un estupendo ventanal, soleada… y por la noche, si observas hacia allí, en esa dirección, te encontrarás con la hermosa Pulcra Leonina. Es todo un regalo verla tan iluminada por la noche. Pero no se te vaya a olvidar que aquí las cosas a veces se hacen un poco largas. Es como un palacio, ya sabes, y todo va más despacio de lo que esperamos… pero va, que es lo que importa ¿eh?... no lo olvides._ Se lo digo como medio en broma. Y mientras lo digo, lo único que quiero es verla sonreír. Que pueda permanecer en esa sonrisa. En esa prestancia que le da a las cosas cuando las mira así, desde su mirada azul que sonríe. Su amabilidad me conforta, y pienso en lo difícil que es encontrar alguien así. Nuestros miedos generalmente sólo dejan espacio a nuestro egoísmo; anulan la capacidad de traspasar las propias fronteras del yo. Supongo que es normal, pero a ella no le sucedía. Lo percibí desde el principio. Y me digo una vez más que cuando franqueamos la puerta de un hospital, ya no cabe el engaño; somos el yo que somos, para bien o para mal, pero eso somos.

Salgo de la habitación. Y ya en el alma se me coloca un peso conocido, el peso de los otros, esa congoja por la historia de los que son iguales a mí. Y veo a mi hija, a mi padre, a mi madre. Y me digo que es cierto, que a estas alturas no les puedo fallar, que aún me queda mucho por hacer. Que necesariamente he de estar. Ella sólo dijo: Tengo que cuidar de mi padre y de mi peque. Y se me quedó esta frase grabada toda la tarde. Toda la dichosa tarde sujetando el peso de esa frase, la certeza de una historia que no era la mía, pero que bien pudiera serlo. Y te tienes que parar. ¡Cómo no te vas a parar! Claro que lo haces, así, totalmente en seco.

Y sabes que te tienes que alejar de toda esa historia que no es la tuya, pero también sabes bien que a estas alturas de tu vida ya no puedes. Que los demás no te dan igual. Y te acercas a lo único que te queda; a la necesidad de tu alma, a la ausencia de tu grito. Y sin saberlo te pones a rezar. Sigues con la rutina de tu vida, con las carreras de cada día, con todo lo que sigue después. Haces la cena, las cosas de casa, la compra, los deberes al lado de tu peque, y rezas. Estás rezando sin saber que rezas. Y luego por fin, cuando ya puedes quedarte sola y en silencio, cuando ya quieres dormir, por fin es posible: lloras. Egoístamente. Lloras dando gracias a la Vida por los dones recibidos, pero sobretodo lloras por las historias que no siendo la tuya, viven a tu lado. La vida es a veces muy traicionera, eso lo sabes muy bien. Demasiado. Lo ves todos los días. Y ya no puedes más, y dejas de rezar en silencio. Tu voz es una oración que se puede oír bien clara, que clama por ser eso, oída claramente. Oración con sonido. No sabes si rezas por los demás, o egoístamente por ti misma. Al final, nunca sabemos bien. Pero eso ya da igual, la diferencia no es mucha. Sabes que en el fondo nada te diferencia de esas otras historias. Nada. Ellas eres tú. Y rezas porque sabes certeramente que cuando las campanas doblan, también lo están haciendo por ti.



** Para todas esas enfermeras que le dan una patada a su realidad, que se quedan con las historias de la gente y son capaces de acunarlas un poco. Y especialmente, para esos enfermos que sonríen tan estruendosamente y le dan una lección al futuro con su presente. A ellos, que me han enseñado a contar la vida así, trozo a trozo. Gracias.

11 comentarios:

  1. No puedo, por egoísta que suene, dejar de sentir una sensación de leve alivio cuando le pasan las cosas a los otros. Mira, si le tocaba a uno de cada mil, esta ya no me ha tocado a mí. Una muesca en el revólver del mal menos a repartir. Luego, sólo una décima de segundo después, me meto ese dolor de madre que deja a su niño, y a su padre de 84 con esa mirada de prisa, temor, dolor, preocupación... entre pecho y espalda, y duele. No se puede ser enfermera sin empatía, no se puede ser enfermera con empatía. Yo soy jodidamente empática. Me duele el dolor de la enfermera que sufre por lo que ven sus ojos. No voy a llegar muy lejos en la vida...

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  2. Princesa... contrariamente a lo que piensas, sí llegarás... no sé si lejos, pero lo harás PROFUNDAMENTE, y créeme... es mucho, mucho más necesario. Un abrazo enorme, Anita.

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  3. Ya está. Pasó otra vez. Me has trasladado la historia y se me ha pegado. Gracias, ana.

    Pienso en la suerte que tienes de vivir como vives. Es imposible que dejes de rozar el dolor. Y el dolor te hace más humana que otros humanos. Y cada día tienes en tus manos, en tus ojos y en tu mirada la posibilidad de aliviar, de sanar el sufrimiento que provoca la enfermedad en el aislamiente de un hospital.

    Que Dios te bendiga, leonesa.

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  4. Espero que esa niña se reponga pronto. Rezaré por su recuperación.
    Otra cosa: no es egoísta rezar por uno mismo; es más, es sensato e inteligente porque Dios siempre está a la escucha ¿A qué padre no le gusta escuchar a sus hijos? Siendo tú madre, deberías saberlo ¡Mucho ánimo! Un fuerte abrazo.

    P.D.: La música es fantástica.

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  5. Sunsi... en un hospital, pocas veces se puede aliviar el dolor moral, la circunstancia está ahí, y es imposible subsanarla. Lo que sí podemos romper es el aislamiento, el dejar a las personas tan íntimamente solas ante su dolor. Pero no siempre es posible. No siempre.

    Un abrazo.

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  6. Zambullida... probablemente no se recupere. Pero tendrá que pasar a través de algunas oraciones y quizá... pueda ser.

    Sé que no es egoísta rezar por uno mismo, claro que no lo es, somos insustituibles. Pero hemos de pensar muy bien por qué rezamos... o es más, dejar nuestras oraciones de mano de Quien verdaderamente sabe en qué o quiénes posarlas. Un abrazo Zambullida. Gracias por tu oración, la uno a la mía, a todas las que sé que se unirán. Quizá pudiera ser... quizá.

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  7. Es un placer leerte..

    Un abrazo
    Saludos fraternos..

    Que disfrutes del Fin de semana..

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  8. Ana:

    En mi trabajo encuentro otro tipo de dolor, pero dolor al fin y al cabo. Después de unas horas, en las que te transmiten sus frustraciones, odios y...si, dolor, tenía que dar un paseo largo antes de entrar en mi casa. No podía resistir cruzar la puerta y comprobarme tan afortunada en comparación con otros.
    Creo que con el tiempo ha aprendido a sobrellevarlo. Sigue doliendo, pero puedo encauzarlo, dejándolo en manos de Otro. Gracias.

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  9. Adolfo, como siempre te dejo mis mejores deseos también. Gracias.

    Mariapi... creo que eso nos ha ocurrido a todos. Yo antes vivía a 40 Km del trabajo, y ese trayecto en coche era de lo más necesario, notaba que al llegar a casa tenía las cosas colocadas en el pensamiento con cierto reposo. Es cierto lo que cuentas, al principio cuesta mucho, luego han ido pasando los años y eres capaz de reposar las cosas no ya en media hora, sino en tan sólo diez minutos (es lo que ahora tardo en llegar a mi casa). Ese poner distancia a las cosas vistas es otro índice más de profesionalidad, aunque hay gente que dice que es que nos hemos acostumbrado al dolor, que somos insensibles. Nada más lejos de la realidad. Y de no tener esa profesionalcapacidad de reposo ante lo visto, nadie aguantaría en estos campos de batalla. En fin, complicadillo, ¿verdad? Un abrazo y gracias por pasarte por aquí.

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  10. Ojalá hubieran más "anas" en los hospitales!! gracias y besos

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  11. Hay unas cuantas... sólo que parece no notarse. Son silenciosas, pero lo notarás en detalles muy discretos; desde una leve sonrisa, hasta el modo en cómo te dan la vuelta la almohada para que sientas su lado fesco... lo hacen así, como sin querer. Doy fe de ello. Y sin embargo... también sé que son necesarias muchas más...

    Gracias Marta. Un abrazo.

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